Dejando huella
Mantenía su cabeza fuera del agua ayudándose de las manos. Sujeta por la nuca y en posición horizontal la desplazó lentamente para que la sensación de ingravidez fuera más palpable para ella. La movió hasta colocar su cabeza a la altura de su estómago y caminó lentamente de espaldas arrastrándola suavemente con él.
— Extiende los brazos… —lo hizo— relaja las piernas —también obedeció— ahora respira despacio y no te asustes… el agua va a tapar tus oídos, pero te tengo agarrada. No temas y no abras los ojos… relájate.
Suspiró y se preparó para dejar de escuchar. Lentamente notó el agua subir de nivel y apretó los ojos con nerviosismo. Él puso una mano en su hombro para infundirle seguridad y esperó pacientemente a que se relajara antes de continuar. Beth volvió a coger aire y relajó la tensión soltando lentamente el aire entre los labios.
Cuando el agua entró en sus oídos no pudo evitar removerse un poco, pero se obligó a mantener los ojos cerrados y centrar su atención en la mano que la sujetaba del cuello dándole seguridad y en la que le reconfortaba un poco más abajo, en el nacimiento de su cuello. El ritmo de su respiración se aceleró perceptiblemente al no tener ya las palabras de Daniel para calmarla, pero él, al notar su amago de ansiedad, desplazó su mano del hombro para centrarla un poco más en su pecho, notando su agitada respiración y acariciando levemente su clavícula.
No avanzaría más hasta que ella no se relajara. El delicado momento en el que se encontraba podía derivar en un éxito rotundo, si conseguía calmarla, o en un fracaso estrepitoso, si dejaba que el pánico hiciera mella en ella. Esperó a que el ritmo de sus latidos disminuyera, con paciencia, sin moverse, solo mirándola.
El ejercicio de confianza que estaba realizando requería su tiempo y a pesar de ver como el resto de terapeutas ya terminaban sus sesiones y abandonaban el recinto, él se mantuvo inmóvil. Esperaría lo que hubiera que esperar hasta que pudiera continuar, aunque necesitara otra hora para terminar. Aunque necesitara toda la mañana.
Al estar ya solos en el recinto, el silencio se hizo más pesado, roto solo por la agitada respiración de Beth. Las aguas se calmaron hasta asemejarse a una balsa de aceite que apenas se movía en su superficie. Daniel permanecía inmóvil y centrado en los leves jadeos de Beth, que a pesar de tenerla sujeta y segura, parecía no disminuir de ritmo.
Esperó pacientemente mientras la contemplaba. No pudo evitar observar con más detalle como el agua la rozaba cubriendo y retirándose de sus brazos y sus piernas. Como su ombligo se inundaba con cada respiración que ejecutaba. Como sus piernas se mantenían medio abiertas en una V perfecta. Como sus brazos asemejaban un Cristo crucificado. Y como su pelo flotaba suelto alrededor de su cara acariciándole las mejillas a la vez que le acariciaba a él el estómago, produciéndole pequeñas cosquillas.
Se descubrió mirando su pecho, terso y firme a pocos centímetros de sus dedos. Podía adivinar la redondez de sus pezones por debajo de la tela y tuvo que respirar profundamente y concentrarse para no pensar en lo que su mente se empeñaba en mostrarle. No, no podía pensar en eso ahora. No con ella. ¿Por qué le daba por pensar en ella de esa manera ahora? Nunca lo había hecho antes, nunca. ¿Por qué con ella?
Al mismo tiempo que los latidos de su corazón se aceleraron, notó los de ella disminuir. Se estaba calmando por fin, y agradeció volver a la terapia cerrando la puerta a su mente a otros pensamientos que amenazaban con distraerle en exceso. Retiró la mano de su clavícula y moviéndola lentamente asiéndola por la nuca la desplazó de nuevo por la superficie de la piscina. Dejando que flotara, dejando que notara la sensación. Una sonrisa afloró en sus labios.
— ¿Impresionada? —también él sonrió cuando su sonrisa se ensanchó. Le había oído— ¿estás bien? —se cuidó de vocalizar y hablar alto. Ella asintió levemente— bien, abre los ojos —ella no se movió— a b r e l o s o j o s…
Cuando ella le comprendió y lentamente abrió los párpados creyó que estaba en el cielo. Una perfecta cara y unos ojos verdes arrebatadores, la miraban del revés confundiéndola un poco y haciéndola pensar si tenía la perspectiva correcta. Parpadeó varias veces y consiguió ubicarse sin dificultad, pero que fuera su cara lo que veía nada más abrir los ojos y aderezarlo con la sensación de estar flotando era… era… no tenía palabras.
Solo pudo sonreír ante él y maravillarse con la visión que esta posición le ofrecía de su boca. Mordió su labio antes de hablar.
— Estoy flotando —se oyó rara, embotada, aún tenía las orejas bajo el agua— me has hecho flotar…
— Aún no hemos terminado —cuando ella negó él comprendió que no le había entendido. Elevó su cabeza liberando sus oídos del agua— he dicho que aún no hemos terminado.
— Vale… —suspiró— ahora es cuando me hundo…
— No, no vas a hundirte. Vas a mirarme y a centrarte en lo que te voy a decir —le vio mover los labios y un nudo se le formó en el estómago— tranquila, sigue respirando, así… —puso ambas manos bajo su cabeza— ¿Estás cómoda? —Ella asintió— bien, pues hay que seguir estando así… piensa en algo agradable y respira con normalidad.
El agua volvió a anegar sus oídos, pero ya conociendo la sensación no se alarmó. Se notaba flotar, estaba relajada y tranquila e hizo lo que él le había pedido, pensar en algo agradable. Su terapeuta le pareció un buen tema.
El vaivén era tan sutil y lento que hasta él mismo se relajó mirándola. Diez minutos después y no notando cambios significativos en ella, decidió seguir avanzando y retirar una mano. Esperó unos minutos más, lentamente retiró la mano que aún la sostenía y la dejó flotar sola.
Flotaba y se dejaba mecer como una bonita flor de agua.
— Abre los ojos —ella oyó el murmullo pero no entendió la petición— a b r e l o s o j o s, d e s p a c i o —repitió elevando el tono.
Estaba tan centrada en disfrutar de la sensación mezclada con los vívidos recuerdos de su cena con Daniel, que no notó cuando él dejó de servirle de ancla. Al abrir los ojos y ver sólo el techo del recinto se decepcionó. Giró los ojos buscándole y le encontró a varios metros de ella, guapo y sonriente.
— Oh, Dios… —tragó en seco— estoy… estoy…
— Si, estás flotando sola —su sonrisa de satisfacción era tremenda— no te pongas nerviosa, cuando quieras dejarlo, dímelo.
Esperó unos segundos, apurando la sensación de autonomía. Pero sabiéndose observada decidió que era suficiente.
— Quiero dejarlo… —estaba algo nerviosa— se me están empezando a arrugar los dedos.
— Vale, voy —se acercó a ella y la volvió a sujetar por el cuello— ¿preparada?
— Sí… —le notó presionar y hundir despacio sus piernas mientras mantenía su cabeza erguida.
— Ya está —esperó a que afianzara los pies en el suelo— Prueba superada, señorita.
— Increíble… —se dejó llevar hasta el bordillo— ha sido… pffff… no sé ni describirlo. No sabía que pudiera flotar.
— Todos flotamos Beth, pero hay que saber hacerlo —apoyó sus brazos en el borde manteniendo el cuerpo dentro del agua— Si nadie te ha enseñado a hacerlo es normal que no supieras.
— Te confieso que estaba aterrada ante la idea de meterme en esta piscina contigo —él enarcó las cejas mientras ella imitaba su postura en el bordillo— es cierto, no me mires así. Teniendo como referencia de tus terapias una ducha infernal, una clase de boxeo y una inmersión de lo más espeluznante —él sonrió complacido— entiéndeme…
— No es la parte más estimulante de mi trabajo, lo reconozco —pasó la mano por su mojado pelo—, pero es completamente necesaria. Y muy práctica…
— Ha sido mucho lo que me has hecho aprender hoy —cayó en la cuenta de que estaban solos— aunque parezca que sólo he flotado.
— Ah, ¿sí? —Preguntó irónico— no me imagino qué puede ser…
— Ahora sé que hay cosas que no puedo conseguir yo sola, que necesito alguien que me ayude. Que lo que se ve negro y amenazante, con el guía adecuado, deja de ser tan temible.
— ¿Y qué más? —estaba contento por haber logrado su objetivo.
— Pues… que la confianza es importante.
— Es muy importante, Beth —puntualizó— en los demás para empezar, pero sobre todo en uno mismo.
— Yo confío en ti… —le miró con intensidad— Daniel…
— Será mejor que salgamos del agua —ignoró conscientemente lo que decía su expresión— estoy empezando a arrugarme yo también.
… . …
Cuando Kellan la vio comiendo sola no pudo resistir el impulso de acercarse. Sabía que iba a increparle por lo ocurrido al final de su “media cita”, pero aún tenía esperanzas de conseguir concertar la otra media y no salir magullado ni morir en el intento.
— ¿Está libre esta silla? —sacó una de sus mejores sonrisas esperando la respuesta.
— Hay más mesas disponibles —giró la cara para no ver lo tremendamente guapo que estaba— ahora no quiero compañía.
— Vamos, Sandy… —retiró la silla y se sentó— ¿Cuánto tiempo vas a estar enfadada conmigo?
— El que me salga de las narices —le miró con reproche— ¿Algún problema con eso?
— Ya te dije que no quise despertarte —suspiró con el recuerdo— estabas tan dormidita…
— Dormidita, ya —espetó con ironía— lo que pasa es que querías meterte en mi cama y no sabías cómo.
— ¡¡Me quedé dormido!! Ya te lo dije… —frunció el ceño contrariado— No te toqué ni un pelo.
— ¡¡Pero te metiste en mi cama!! —Se hizo la ofendida— ¿Con qué derecho? ¿Con qué permiso?
— Fui a buscarte y al no contestar entré para ver si estabas bien —explicó paciente— te vi allí y… no sé…
— No sabes, no sabes… —recriminó de nuevo su actitud— sabes más que Picio.
— ¡¡Que no pasó nada!! —Repitió enseñándole las supuestamente inocentes manos— ¿Cómo quieres que te lo diga?
— Tenías que haberme despertado y no haberte metido en mi habitación y en mi cama sin mi permiso.
— Joder… —bufó frustrado— me dejaste muy claro que metí la pata —se tocó el mentón— pero ya te pedí disculpas por eso.
— Tenía que haberte dado más fuerte —recordó el bofetón impulsivo que le soltó para despertarle— no sé con qué tipo de fulanas estarás acostumbrado a salir, pero yo no soy una chica fácil.
— Eso me ha quedado claro… —se resignó a no conseguir lo que pretendía— de verdad que lo siento y te pido disculpas otra vez por haberme metido en tu habitación y en tu cama.
— Espero que no se vuelva a repetir —le miró altiva—, si tienes un calentón hay mil furcias que estarán más que dispuestas a enfriarte, no me confundas con una de ellas.
— ¡¡Que ya te he dicho que no te toqué!! —Volvió a quejarse— En ningún momento se me pasó por la cabeza abusar de ti ni hacerte nada ¡¡Lo juro!!
— ¿¡Ah, no!? —preguntó de pronto sorprendida.
— Nooo —confirmó rotundo.
— ¿Y eso por qué? —Preguntó muy interesada— ¿Es que acaso no te gusto? ¿No soy tu tipo de mujer? ¿No me encuentras atractiva?
— Joder Sandy —resopló confundido— ¿Tú quieres volverme loco? Primero me bronqueas porque me meto en tu cama… ¿¡y ahora preguntas que por qué no te metí mano!?
— A ver, no es que quiera volverte loco, Kellan, tesoro —fingió desinterés— Simplemente me pregunto por qué no lo hiciste. Eres un tío y los tíos normalmente… ¿no serás gay? —preguntó con malicia.
— Joder —la miró sin dar crédito a lo que estaba oyendo— Joder Sandy ¡¡Joder!!
— Tranquilo —intentó contener la risa— no contestes si no quieres.
— Tú es que… —se levantó de la silla haciendo aspavientos con los brazos— es que no… tú… tú… ¡¡Estás loca!! —Su cara de pasmo hablaba por él— Me marcho. Aquí te quedas.
— Vale —sonrió satisfecha y volvió a centrarse en su plato— ya nos veremos…
Aun le oyó refunfuñar saliendo del comedor y cuando le perdió de vista pudo dejar salir las carcajadas que estaba conteniendo. Le era tan fácil desconcertar a Kellan que no podía evitar hacérselas pasar canutas a cada oportunidad que se le presentaba. Sabía que, para no ser una más de sus conquistas, tenía que calarle de manera diferente al resto de mujeres que habían pasado por su vida. Y haría lo que tuviera que hacer para dejar muy bien marcada su huella.