… Y con el mazo dando
Cuando Daniel entró a su despacho lo último que esperaba encontrase fue lo que se encontró. George estaba sentado en su mesa cotilleando entre sus papeles, con las gafas de ver de cerca haciendo equilibrios en la punta de su nariz y enmarcando sus negros ojos con unas cejas, que por la manera de fruncirse ya anunciaban serios problemas.
— Buenas tardes, Daniel —el rictus de su cara no cambió.
— Creo que te has equivocado de despacho, viejo amigo —su cabeza empezó a repasar los recientes acontecimientos buscando una razón para la visita de su ex jefe—. ¿Acaso te aburres tanto en el ministerio que has decidido hacerme una visita para… ordenarme la mesa?
— Siento la intromisión, pero me han llegado ciertas informaciones sobre ti y necesitaba comprobar que sólo fueran meros rumores —informó a modo de excusa, saliendo de detrás de la mesa y cediendo el sitio a su legítimo dueño.
— ¿Y crees que esas informaciones van a estar esperándote entre mis bolis y mis papeles?
— Es un tema serio, Daniel —intentó mantener la compostura.
— No lo dudo, George —se sentó en su silla y de un vistazo catalogó que nada estaba fuera de su lugar—, pero hay maneras y maneras de hacer las cosas.
— Lo siento de nuevo —cedió.
— Acepto tus disculpas —y fue directo al tema que les ocupaba—. ¿Qué ha pasado?
George apartó la silla de confidente frente a la mesa y se sentó a la vez que pasaba una mano por su cano pelo. Conocía demasiado bien a su pupilo como para saber que no le gustaba andarse por las ramas, así que buscó la manera de ser directo, claro y conciso.
— ¿Beth y tú estáis manteniendo algún tipo de relación que vaya más allá de lo estrictamente profesional?
— ¿Esa es la información? —Ésto no pintaba nada bien— ¿Alguien te ha dicho que es así?
— Corren rumores de que te une mucho más a esa chica que lo que debería. Se os ha visto muy a gusto juntos en público y dicen que os fuisteis en el mismo coche de la fiesta post nombramiento de su padre.
— ¿Son informaciones o rumores? —Daniel empezaba a sospechar quién estaba intentando joderle, otra vez.
— ¡Lo mismo da! ¿No lo entiendes? El caso es que el Ministerio esta mañana ha sido un hervidero de habladurías.
— Creo que estáis dando demasiado crédito a según qué personas…
— No es la primera vez que se oyen estos rumores sobre ti, Daniel. Ya pasamos por ello una vez. Que ésto se repita puede tener unas consecuencias nefastas para tu carrera.
— No hace falta que me lo digas. Sé lo que me juego y lo que no, cuando a alguien le da por hablar demasiado sobre mí —miró a su jefe a los ojos—. Tú sabes lo que ocurrió con Johannah, estabas allí. Estabas conmigo. Era mi primer caso importante. Y sabes que no hubo nada de todo eso que después se rumoreó.
— Joder Daniel, no te estoy hablando de aquéllo.
— ¿Entonces de qué coño me estás hablando?
— De Beth Dawson —como Daniel guardó silencio, continuó—. Cenaste con ella a pesar de que inicialmente estabas sentado en otra mesa. Estuvisteis bebiendo en la barra y después también en el baile. Salisteis fuera y estuvisteis hablando y volvisteis a entrar para seguir hablando largo rato, muy acaramelados en una de las mesas del bar. Se os vio iros juntos en el mismo coche, Daniel. Tan juntos que hay hasta quien dice que ibais abrazados y murmurando entre risitas como dos adolescentes en celo.
— Y se supone que ahora es cuando yo tengo que darte explicaciones de… ¿qué, exactamente?
— No seas irónico, te lo estoy preguntando abiertamente. ¿Tienes una relación sentimental con ella? —Formuló de nuevo la pregunta— ¿Tienes algún lío absurdo con esa chica?
Lanzó un lento suspiro al aire mientras miraba a su jefe, intentando encontrar las palabras precisas que causaran el efecto y la reacción que quería en su jefe… y sin tener que mentirle.
— Por supuesto, George. Y además de todo eso que te han contado, terminamos la noche follando como dos locos en la limusina de su familia. El chófer te lo podrá confirmar.
— Joder Daniel, no sé cuándo me hablas en serio y cuándo me estás vacilando —resopló confundido—. ¿Por qué tienes que ser tan condenadamente complicado?
— Estás desentrenado, viejo —suspiró algo más relajado—. Beth es una muchacha extraordinaria a pesar de toda la mierda que lleva en las espaldas. He conseguido que me acepte y acepte la terapia a unos niveles que no creí posibles con ella. No fue fácil al principio, lo reconozco, pero encontré sus puntos débiles y creo que he removido lo suficiente su conciencia, como para saber que las semillas están plantadas y están empezando a dar sus primeros frutos.
— Todo eso está muy bien. Son los objetivos que nos habíamos marcado desde un principio. Y me alegro de que los hayamos cumplido con éxito.
— Sí, yo también —la sonrisa no le llegó a los ojos.
— ¿Entonces la chica está ya recuperada? ¿Puedo dar la noticia a su padre?
— Eh, eh, yo no he dicho eso —le frenó levantando las manos—. Está en el buen camino pero aún no está lista para volar sola.
— ¿Y cuándo lo estará? —resopló impaciente.
— Cuando lo esté, George —alzó una ceja de manera inquisitiva—. Dijimos que no habría presiones ni prisas, ¿recuerdas? Dile a su papaíto que no puede controlar todo siempre.
— Su papaíto, como tú le llamas, está al tanto de los rumores que corren por el Ministerio y créeme que te hago un gran favor si te digo, que deberías ir pensando en darle el alta cuanto antes. Sería la mejor manera de atajar esas habladurías antes de que sea tarde.
— Las habladurías se atajarían antes si mandarais a Tyler a tomar por el culo de una puta vez.
— Daniel, por dios… esa boca —se escandalizó por tanta palabrota en boca de quien no solía decirlas.
— Es que ese tipo me saca de mis casillas —apretó con fuerza la mandíbula—. Habló más de la cuenta sobre Johannah y ahora está hablando más de la cuenta sobre Beth. ¡Ni siquiera la conoce, ni conoce su caso, ni su problema, ni su… nada de nada! ¿Por qué le dais tanta credibilidad a un gilipollas como ese?
— No es su credibilidad lo que está en juego, si no la tuya —resopló dispuesto a explicárselo—. Ya sabes que tus terapias siempre han estado en el punto de mira de muchos colegas. Los del Ministerio te han dejado a tu aire porque tus métodos, fueran los que fueran, funcionaban.
— Funcionan —corrigió.
— Funcionan, funcionan —aceptó—, y en un porcentaje tan alto que eres la envidia de prácticamente todo el gremio. Pero a pesar de tu éxito he tenido que partirme la cara por ti y por tus terapias desde que te dejé las riendas del centro.
— Eso no es nada nuevo, ya sabías en manos de quién lo dejabas.
— Cierto. La suspicacia de la gente despertó cuando ocurrió lo de Johannah. Conseguimos que todo se aclarara y guardamos el caso en el fondo del cajón. Pero que ahora se vuelva a hablar sobre ti y esa chica…
— Se llama Beth.
— Que ahora se vuelva a hablar sobre ti y Beth, ha vuelto a sacar los fantasmas del cajón. Una vez es casualidad, dos veces es sospechoso y tres ya sería un patrón.
— O sea, que soy sospechoso de aún no sé qué, porque a un bocazas despechado le ha dado por sacar conclusiones erróneas de mi comportamiento con Beth —analizó—. Comportamiento del que él sólo fue testigo unos minutos, en una breve conversación mientras los presentaba y que seguramente tuvo que acabar inventando, escondido detrás de una columna, porque casualmente Beth rechazó su propuesta de acompañarle a su apartamento a seguir allí la fiestecita privada.
— ¿Lo dices en serio? ¿Tyler quería…?
— Follarse a nuestra querida Beth, sí —asintió.
— Joder Daniel —le regañó molesto—, aún soy capaz de meterte en ese baño de una patada en el culo y lavarte la boca con jabón, así que haz el favor de moderar ese vocabulario.
— Vale, lo moderaré. Pero eso no cambia el hecho de que quería follársela… —sonrió sardónico.
— Eso cambia radicalmente las cosas —se acarició la barbilla pensativo—. Seguro que ese detalle no ha llegado a oídos de su padre.
— Ni debe llegar George, ni debe llegar —le advirtió con la mirada—. Beth está recuperándose. Lo último que necesita es que su padre vuelva a manipular su vida otra vez, tomando decisiones por ella o interfiriendo en el proceso de que ella recupere la capacidad de tomar sus propias decisiones. Así que ese dato se queda aquí, entre nosotros.
— Pero sería el dato perfecto para cerrarle la boca a Tyler por una temporada.
— Me importa una mierda la boca de Tyler y lo que salga de ella. Lo importante aquí es Beth. Te lo he contado para que veas que a quien tenéis como el niño bonito del Ministerio es en realidad un sucio y vulgar patán.
— Pero ésto ayudaría a lavar tu maltrecha fama frente al padre de Beth y tal vez, no se… ganarte su favor.
— Repito que lo importante aquí es ella, George. Ella. Ni tú, ni yo, ni siquiera el jodido centro y mis terapias estaríamos aquí si no fuera por ella y muchas como ella.
— Y así tú mantendrías tu fama de maniático misterioso y excéntrico torturador mientras yo sigo dando golpes en las mesas por ti…
— Eso es cosa tuya pero he de decir en su favor, y de paso en favor de mis excéntricas terapias, que Beth gestionó perfectamente el momento ella sola y demostró que usa la cabeza, que cada acto tiene sus consecuencias y que puede tomar las riendas de su vida cuando quiera.
— Tienes toda la razón —y bien que la tenía—, hay que ver qué bien hablas cuando quieres, puñetero.
— Gracias viejo cascarrabias —la sonrisa seguía sin llegarle a los ojos—, y ahora mueve tu culo de aquí que tengo mucho trabajo que hacer.
— Sí, ya lo veo. Me vuelvo a mi territorio —se encaminó hacia la puerta con andares cansinos—, pero aún así plantéate lo del alta de Beth. Has hecho un trabajo magnífico con esa chica, pero no tenses más la cuerda, ¿de acuerdo? Felicidades.
— Gracias.
— Estaremos en contacto, Daniel.
— Por supuesto —se puso de pie y despidió a su jefe levantando una mano—, cuídate.
— Tú también. Adiós.
Cuando George se fue, se mantuvo de pie con los ojos clavados en el pomo de la puerta. Poco a poco su mandíbula se fue tensando y sus puños se fueron cerrando, apretados, clavándose en el proceso las unas en las palmas de las manos. Inspiró fuerte el aire por la nariz y lo retuvo durante unos interminables segundos. Notaba la sangre bombear en sus oídos, el latido de su corazón se aceleró. Cerró los ojos y descargó un violento y sonoro golpe contra la superficie de su mesa.
Cuando al cabo de unos instantes consiguió controlar su respiración, abrió los ojos. El dolor de sus nudillos y la sangre que manaba de ellos no era nada en comparación con el dolor de dos simples palabras que empezaban a destrozarle el corazón.
Se acabó.