Robert Vs. Daniel
Beth sabía que algo estaba pasando. Llevaba un par de días esperando que en cualquier momento Daniel la reclamara para otra sesión en la piscina, pero no sabía por qué motivo, no lo hacía.
El día anterior se lo había encontrado en el desayuno, se habían saludado con un “buenos días” y una sonrisa, y cada uno había aparentado ir a lo suyo. Él leyendo su revista mientras bebía a sorbos su vaso de zumo, ella hablando de trivialidades con Victoria mientras echaba furtivas miradas a la mesa donde estaba él.
Nada.
También se lo había encontrado por la tarde, tomando sol en una tumbona de la piscina exterior, escuchando música con un pequeño reproductor de Mp3.
<<<Victoria y ella habían salido, como era su rutina, a pasar unas cuantas horas al aire libre. Victoria fue directa a la piscina y echó al agua su glamurosa colchoneta, sin perder tiempo en zambullirse y colocarse cómodamente sobre ella, para dejarse flotar a la deriva y Beth fue a sentarse, como siempre, debajo de una sombrilla con un libro en las manos.
Había sido una tortura verle allí y a pesar de que no habían sido sigilosas en su aparición, él no dio muestras de haberse dado por enterado de su presencia. Sus gafas de sol y sus auriculares parecían aislarlo del mundo y sólo su pecho subiendo y bajando, brillando a causa del aceite bronceador, lo diferenciaban de una estatua.
No le quitó ojo de encima en todo el rato, estiró la toalla bajo la sombrilla y se estiró sobre ella bocabajo fingiendo interés en las páginas de su libro, pero lo que realmente le interesaba era cada centímetro de su expuesta piel. Creía que ya conocía cada faceta de su perfecta musculatura, pero aún se sorprendía de la cantidad de veces que le miraba y captaba algo nuevo y completamente erótico en su anatomía.
Miraba al cielo con una mano debajo de su cabeza y una pierna flexionada cuya rodilla también apuntaba al cielo. Digno de cualquier anuncio televisivo ya fuera de cremas bronceadoras, de gafas de sol o de una nueva línea de bañadores masculinos, contemplarlo había sido una verdadera tortura.
Un bíceps marcado, un abdominal contraído, un dorsal desplegado… pero lo que más le gustaba era, definitivamente, su espalda. Los músculos que custodiaban toda la longitud de su columna vertebral hacían estragos en su mente, así como los diversos y minúsculos lunares que adornaban, aquí o allá, la piel de toda la zona.
Por eso agradecía que estuviera bocarriba en esta ocasión y que no tuviera que disimular en exceso para mirarle, aunque sabía que podía ser pillada en cualquier momento con un simple movimiento de su cabeza. Pero eso también le estimulaba, la Voyeur que tenía dentro vibraba con cada segundo robado y tenía que apretar las piernas y morderse los labios para no mostrar ni el más leve movimiento que descubriera sus nada castos pensamientos.
Imaginando estaba que sus manos recorrían esa espalda cuando él se movió. Retiró la mano que descansaba bajo su cabeza y se tocó el estómago, que Beth pensó que debía arderle por efecto del sol y por el que hubiera dado con gusto su dedo meñique a cambio de poder tocar. Se obligó a bajar los ojos a las insulsas páginas de su libro cuando él ladeó la cabeza en su dirección y descubrió por fin que no estaba solo.
Se moría por volver a mirar, pero mantuvo testarudamente la mirada en las líneas que tenía delante y sólo la levantó cuando después de una mirada fugaz vio que él recogía su reproductor de música y se incorporaba. Le dio la espalda y recogió su toalla con una leve flexión que definitivamente le confirmó por qué era esa la parte favorita de toda su anatomía e imaginó sus uñas dejando marcas en ella.
Beth disimuló el suspiro mirando a Victoria y resoplando a causa del calor a la vez que sonreía a su compañera. Mirada que ella le devolvió con travesura a la vez que levantaba una mano y movía sus largos dedos para despedir coquetamente a Daniel.
Vio a Daniel devolver el saludo y esta vez no apartó su mirada de él en ningún momento mientras se encaminaba hacia las puertas del centro.
— Gírate, mírame… —pensó para sí misma— date la vuelta, mírame… hazlo… hazlo…
Aguantó la respiración, concentró sus pensamientos en invocar ese movimiento. Necesitaba saber que, a pesar del silencio que se había establecido entre ellos, desde la noche que estuvieron en la sala de audiovisuales, aún sentía ese deseo por ella. Y ese movimiento significaría que lo había, que no habían sido imaginaciones suyas y que aún estaba ahí, por mucho que él se esforzara en ocultarlo.
— Vamos Daniel, gírate… mírame, mírame, mírame…
Y lo hizo.
Justo antes de abrir las puertas para desaparecer en el interior volteó la cabeza y la miró. Beth no varió ni un ápice su expresión ni apartó la mirada, quería que supiera que le había visto y que supiera que ella también le estaba mirando. El contacto apenas duró un segundo, pero fue suficiente, más que suficiente. Ver como se le tensaba y apretaba la mandíbula antes de apartar la mirada y entrar en el centro, la llenó de satisfacción.>>>
El recuerdo de lo que le dijo aquella noche cobró más fuerza que nunca en su determinación:
<< Va a volver a pasar y lo sabes… No será hoy ni mañana, pero pasará… No podrás ni querrás evitarlo… y yo tampoco>>
Después de eso ya no le había vuelto a ver, no coincidieron en ningún otro sitio, ni tampoco se cruzaron por el pasillo. Y hoy la cosa iba por el mismo camino, ni rastro de él en el desayuno y tampoco en la comida. Aun le quedaba toda la tarde y la noche por delante, pero tenía el presentimiento de que tampoco conseguiría verle entonces.
Pensando en que podría ser que con el calor que hacía él decidiera darse de nuevo un baño, se puso su bikini y colgándose la toalla al hombro se encaminó hacia la climatizada. Si no coincidían que no fuera porque ella no hiciera todo lo que estaba en su mano por propiciar el encuentro. Quién sabe, quizá con un poco de suerte se lo encontrara allí o acudiera él cuando ella ya estuviera a remojo, que sería mucho mejor.
Dejó la toalla a un lado y tomando todo tipo de precauciones se metió en el agua cuidándose siempre de mantenerse en la parte poco profunda. Se hizo con unos cuantos tubos de colores y colocándoselos bajo el pecho se limitó a chapotear con los pies mientras dejaba libre la mente.
Realmente la asombraba lo rápido que le había perdido el miedo, o al menos parte de él, a meterse en solitario en una piscina. Si unas semanas atrás le llegan a decir que sería capaz de hacerlo, se hubiera reído en la cara del que hubiera vaticinado semejante proeza. Pero era cierto, allí estaba. Sola y tranquila mientras disfrutaba del agua fresca.
Y su comportamiento también había sido claramente modificado. La sensación de rebeldía y la necesidad de romper toda regla que se le cruzara por delante, llevaban bastante tiempo silenciadas, mudas en su interior. No erradicadas pero sí en un estado de letargo absoluto.
Era correcta y amable, dentro de sus límites naturalmente, con todo el personal del centro. Sus compañeras ya no la miraban como un bicho raro debido a la sutileza con la que poco a poco fue variando su vestimenta, consiguiendo que no fuera obvio para muchas de ellas, pero que tuvo que mentalizarse en llevarlo a cabo con un claro objetivo, que Daniel volviera a mirarla como hizo la noche que salieron a cenar.
Había reducido considerablemente la cantidad de cigarrillos que fumaba y sólo en otra ocasión, aceptó que Victoria la convenciera para volver a robar alcohol de las cocinas para darse un homenaje en privado. Y esa vez ni siquiera se emborrachó, bebió con gusto y lo pasaron genial entre risas y diversos temas, pero evitó en todo momento que algún comentario sobre Daniel saliera a relucir.
Casi hora y media después de haberse metido en el agua y teniendo ya las manos tan arrugadas como pasas, puso fin a su baño, dando por perdida otra oportunidad de encontrarse con él. Salió y se sentó al lado de la toalla, mientras se colocaba las chanclas esperó hasta el último minuto rogando para que se obrara el milagro y apareciera, pero nada ocurrió.
Maldiciendo se dirigió a la zona de duchas, cerrando de un brusco portazo la puerta de la climatizada y abriendo con igual fuerza la de los vestuarios, que rebotó contra la pared y que no se molestó en cerrar. Apenas en unos días regresaría todo el mundo de sus vacaciones y no sabía por qué narices había sido tan rematadamente estúpida de desaprovechar de esa manera el tiempo que habían podido estar a solas.
Dejó la toalla colgada de un gancho y quitándose el bikini se metió en una ducha esperando que el agua y el jabón limpiaran los restos de cloro de su piel, aunque era una pena que no pudiera hacer lo mismo con sus sucios pensamientos. Para esos no había ni agua ni jabón. Se enjabonó con fruición pensando que eran las manos de Daniel las que vestían su cuerpo con esa suave y olorosa espuma y se abandonó a las sensaciones que esos pensamientos le aportaban.
Alzó los brazos sobre su cabeza mientras masajeaba lentamente su cabello, convertido en una espiral de espuma y húmedas ondas de pelo. Pensó en ese momento de la película “Memorias de África” donde un más que guapo Robert Redford, le lavaba él mismo el pelo a una tímida y pudorosa Meryl Streep, en una escena que mucha gente había catalogado como una de las más sexys del cine de la época.
La diferencia estribaba en que en su escena mental, era Daniel Smith el que vertía lentamente el agua de una jarra sobre su espumoso pelo, mientras sostenía su cabeza dulcemente con la otra mano y la miraba con ojos de cordero degollado.
Vale, hora de dejar de pensar en él. Notaba su sexo humedecerse de manera escandalosa y no precisamente a causa del agua que escurría por su cuerpo. Respiró profundamente un par de veces, apoyando las manos en la pared de la ducha y dejando que el agua limpiara su blanco vestido de espuma mientras hacía esfuerzos titánicos por no bajarlas y hundirlas entre sus piernas.
No, ya sabía que hacer eso no le serviría de nada, sólo acrecentaría más su insoportable ansiedad.
Terminó la ducha con agua fría, obligándose a permanecer bajo el gélido chorro, respirando agitada y sonoramente, a causa de la impresión por el cambio de temperatura. Dos minutos después, visiblemente más calmada, salió y se envolvió en la toalla. Le tiritaban los dientes y estaba segura de que sus labios estaban amoratados, pero agradeció sentir el frío en su cuerpo.
Estaba volviendo a colocarse el bikini cuando oyó un ruido en el pasillo. Lo había oído claramente porque la puerta del vestuario se encontraba abierta y clavó los ojos en el pedazo de pasillo que tenía a la vista con la esperanza de ver a Daniel pasar en dirección a la piscina, pero nada ocurrió. Se calzó las chanclas y salió del vestuario intentando no hacer ruido a ver si captaba de nuevo el sonido, pero nada se movía, nada sonaba. Todo estaba en la más absoluta calma.
Definitivamente su subconsciente le estaba empezando a jugar malas pasadas, y resopló molesta por su estupidez, cerrando de nuevo con brusquedad la puerta de los vestuarios y enfiló por el corto pasillo saliendo a paso ligero hacia el gimnasio.
Diez segundos después de que ella se hubiera marchado un sonoro suspiro resonó en el aire y en la oscuridad de aquel pasillo.