El juego
Suspiró en un intento de relajarse para poder entablar esa dichosa conversación con él. Era cierto que sentía curiosidad sobre determinados aspectos del comportamiento del doctor y aunque podía pasar perfectamente sin conocer esos detalles, pensó que le valdrían para saber cómo proceder con él en el futuro tratamiento al que iba a someterla.
— Está bien, reconozco que estoy un poco a la defensiva —le miró de soslayo—, pero es que ésto no es muy normal…
— Este centro no se parece en nada a otros en los que has estado —se recostó en su silla— ni yo soy un terapeuta al uso, pero eso lo dejaremos para el lunes. ¿Quieres saciar tu curiosidad o no?
— Quiero —asintió— ¿Quién empieza?
— Las damas primero —le cedió el turno.
— De acuerdo… veamos —se rascó la barbilla— ¿Prefiere preguntas directas o afirmaciones?
— Me es indiferente —la miró con intensidad— elige tú.
— Bien, a ver… ¿Cuál es su especialidad?
— Los Espagueti al Pomodoro.
— Me refería a su especialidad profesional…
— Habíamos quedado en que nada de trabajo hasta el lunes —negó con la cabeza— solo temas personales.
— ¿Solo personales? —él asintió divertido— De acuerdo ¿Así que los espaguetis con tomate? —volvió a asentir— Yo no he cocinado nunca.
— Interesante —se enderezó de su silla para apoyar los brazos en la mesa— ¿Cuánto hace que vives sola?
— ¿Qué le hace pensar que vivo sola?
— No vale contestar una pregunta con otra. Contesta y espera tu turno.
— Me fui de casa de mis padres hace más de 8 años. ¿Cuántos años tiene?
— Tendré 30 dentro de muy poco. ¿Tienes pareja estable?
— No —respondió un poco incómoda— ¿Y usted, está casado?
— No. Soy difícil de aguantar.
— ¿Pero tendrá alguna novia o algo…?
— Era mi turno de preguntar —alzó una ceja y torció la sonrisa—, te has colado.
— No, usted ha cambiado la pregunta por una afirmación… ha dicho que era difícil de aguantar.
— Es cierto —reconoció para continuar con el juego—. Pues no, tampoco tengo novia ¿Cuántas veces te han roto el corazón?
— Nunca —respondió alzando altanera la cabeza pero impresionada por lo directo de la pregunta— ¿Y a usted?
— Una vez. ¿Cuántas veces te has enamorado?
— Joder, es usted muy directo…
— No me gusta andarme por las ramas. Y esta afirmación es de regalo —le guiñó un ojo— ahora contesta a la pregunta.
— No sabría decirle… —el guiño la había descolocado un poco, pero no iba a dejarse intimidar tan fácilmente—, suelo enamorarme dos o tres veces a lo largo de una misma noche… —sonrió con arrogancia— ya le dije que no soy ninguna niñita.
— Eso no es una respuesta válida —clavó los ojos en ella—. He preguntado cuantas veces te has enamorado Beth, no con cuántos hombres has mantenido sexo a lo largo de una noche.
— No creo que eso sea de su incumbencia —se puso nerviosa por el cariz tan íntimo que estaba tomando el juego— prefiero no contestar.
— ¿A qué le tienes miedo?
— Ahora el que quiere colarse es usted —le miró entornando los ojos.
— Has afirmado que no eres una niña —se inclinó un poco más sobre la mesa—. Era mi turno legal —apoyó su cara entre las manos— y como no has querido contestar a esa pregunta la he cambiado por otra.
— No le temo a nada —recalcó las palabras y se inclinó a su vez— me gusta vivir sin miedo.
— ¿Te parezco atractivo?
— ¿Cómo dice? —la pregunta le pilló desprevenida y con la guardia baja.
— He preguntado si te parezco atractivo.
— Bueno, se acabó —bufó un poco molesta—. Creo que el jueguecito se termina aquí…
— ¿Te pongo nerviosa? —sonrió con picardía.
— Qué si usted… que si… —cruzó de nuevo sus brazos en torno a su pecho y ladeó la cabeza— No diga estupideces…
— Me ha dado la impresión de que te ruborizabas por mis preguntas…
— No me he ruborizado, hace calor aquí, nada más.
— ¿Entonces por qué evitas mi mirada?
— Pero será… —le encaró ofendida—. No evito su mirada, simplemente me he cansado del juego. ¿Ve? Ya le miro.
Se obligó a mantenerle la mirada y se centró en controlar su respiración. Intentó diseccionar lo que veía para no dejarse intimidar por el conjunto. No quiso fijarse en la pícara sonrisa que decoraba sus carnosos labios, ni en el verde acerado de sus ojos enmarcados por unas largas y espesas pestañas, ni en ese brillo con el que titilaban sus pupilas mientras escrutaban sin piedad su rostro. Intentó no perturbar su expresión pero por mucho que le costara reconocerlo, el doctor estaba de muy buen ver... y estaba empezando a ponerse nerviosa.
— Vale, lo dejaremos si no quieres continuar —se echó de nuevo hacia atrás en su silla y dándole un respiro para que se relajara— los nervios a veces no se pueden controlar…
— Yo controlo perfectamente mis nervios —mintió molesta por la fanfarronería del doctorcito— y no me pone usted nerviosa en absoluto.
— ¿Ah, no?
— No.
— ¿Y cómo te pongo, si no es nerviosa? —se estaba divirtiendo de lo lindo.
— Me pone… —se pensó contestar que le ponía de mala leche, pero prefirió dejarlo pasar— no me pone de ninguna manera.
— Ya, bueno. Entonces no tendrás inconveniente en continuar la charla…
— Ningún inconveniente —intentó parecer despreocupada.
— Perfecto —la desafió con la mirada—, pasemos de las preguntas y vayamos directamente a las afirmaciones pero yendo un poco más allá. Yo digo lo que pienso de ti y tú respondes verdadero o falso, después yo responderé en tu turno ¿te parece bien?
— Me parece bien —respondió soberbiamente— empiece cuando quiera.
— Eres más inteligente de lo que quieres hacerme creer.
— Verdadero. Es usted más gilipollas de lo que quiere aparentar.
—Verdadero —asintió—. No te gusta que te digan las verdades a la cara.
— Falso. Se cree usted el obligo del mundo porque es guapo e irresistible.
— ¿Me consideras guapo e irresistible? —sonrió con malicia— vaya…
— Yo no le considero nada —estaba poniéndose nerviosa otra vez—, responda de una vez y déjese de coqueteos conmigo.
— ¿Crees que estoy coqueteando contigo? —volvió a inclinarse sobre el escritorio.
— Me está… intenta… intenta ponerme nerviosa y déjeme decirle que no lo está consiguiendo.
— ¿Ah, no?
— No.
— ¿No? —se acercó un poco más.
— ¡Nooo! —estaba más molesta que otra cosa.
— Pues deja de retorcerte las mangas de la camiseta —bajó los ojos hasta sus manos. Beth las soltó bruscamente—. Esa camiseta es una de las preferidas de Sandy y no creo que le haga gracia que se la destroces.
Beth se disponía a ponerle el grito en el cielo cuando el teléfono sonó de repente haciendo que diera un bote en la silla. Efectivamente, había conseguido ponerla nerviosa y el impulsivo movimiento la dejó en completa evidencia. Daniel se limitó a sonreír con satisfacción antes de contestar al teléfono.
— Daniel Smith, dígame —no apartó los ojos de Beth—. Ah… hola Trish… sí, iba a llamarte en este instante… no, tranquila. No estoy en ninguna sesión, hablaba con una amiga… claro que tengo tiempo, veamos —miró su reloj— ¿Te parece que quedemos en una hora? —sonrió a Beth. Ella apartó la mirada—. Genial, haz la reserva y yo pasaré a buscarte por casa… perfecto. Hasta luego, Trish.
Colgó y suspiró a la vez que se pasaba la mano por el revoltoso pelo.
— Bueno, creo que podemos dejarlo aquí por hoy —reordenó los papeles de su mesa— me ha encantado hablar contigo y que me hayas dado la oportunidad de conocerte un poco más.
— ¿No decía que no tenía novia, doctor Smith? —Beth estaba molesta porque él quisiera dejar así de repente la conversación.
— Y no la tengo, es solo una amiga.
— ¿Con derecho a roce? —no sabía por qué había preguntado eso y se arrepintió al instante.
— Sí, con derecho a roce —la miró con suspicacia— ¿Te molesta acaso?
— ¿Por qué habría de molestarme? —buena pregunta, pensaría en ello después.
— No lo sé —se levantó de la silla —cuando sepas la respuesta me lo dices. Yo también tengo curiosidad.
— No se haga ilusiones doctor. Usted no es mi tipo —se levantó también para acercarse a su maleta.
— Perfecto. Así no tendremos que preocuparnos de que surja… —acortó la distancia que le separaba de ella—… una más que improbable tensión sexual entre nosotros, ¿No?
— Exacto —a Beth le impresionó el metro ochenta y cinco que se cernía sobre ella— nada de tensión.
No pudo terminar de hablar. La faltó el aire cuando notó que él agarraba su mano para depositar en ella la llavecita de la maleta. No esperaba para nada que la tocara y mucho menos que lo hiciera con tanta delicadeza. Notó sus dedos cálidos en contraste con lo gélidas que tenía ella las manos. Intentó apartar la mano pero él se la tenía firmemente agarrada y solo la soltó cuando hizo que los dedos de ella se cerraran sobre la llavecita dorada.
— Si necesitas ayuda con la maleta puedo acompañarte a tu dormitorio.
— No es necesario —evitó mirarle y que se diera cuenta de lo mucho que le había afectado su roce— podré apañármelas.
— Te acompaño entonces a la salida.
— He dicho que no —le paró en seco— puedo yo solita, usted vaya y disfrute de su polvo cita.
Se dio la vuelta y dándole la espalda tiró de la maleta saliendo del despacho. Daniel se mantuvo de pie estático y con una sonrisita de suficiencia en el rostro. Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y se sentó en el borde de la mesa esperando a que Beth volviera. Y sabía que iba a volver porque la puerta de salida del ala “D” solo se abría con una tarjeta magnética que Beth no tenía.
Cuarenta y cinco segundos después la cara de Beth asomó de nuevo en su despacho, roja de furia. Él sacó las manos de sus bolsillos y cruzó los brazos delante de su pecho, la sonrisa de suficiencia hacía el resto.
— No puedo salir —intentó parecer digna— ¿Sería usted tan amable de abrirme la puerta?
— ¿No puedes tu solita? Vaya… no resultas tan autosuficiente como dices.
— Si prefiere que estampe la maleta contra las puertas para poder salir, no dude que lo haré.
— Eso no será necesario —se levantó de la mesa y fue hacia ella— el querer acompañarte no era por cortesía… —pasó por delante y caminó hacia la salida.
— Ya, bueno… —no pudo evitar mirar su trasero— no espero cortesía ninguna por su parte —pensó que era asquerosamente impresionante— así que… ahórrese el sarcasmo.
— ¿Ves algo interesante? —se había parado para abrir la puerta y la había pillado mirándole en culo.
— ¡Joder, no! —apartó la mirada al instante ¿qué narices le pasaba? Volvía a estar nerviosa— ¿Me deja salir ya?
— Vous pouvez aller, dame fière. Merci de votre visite ...
— Ya, pues eso lo será usted —respondió airada mientras salía por la puerta.
— Jajajajaja, vaya tela. El lunes a las diez te espero. ¡Que pases buen fin de semana!
Avanzó orgullosa hacia la zona de los dormitorios, ignorando por completo a la zorrona de la enfermera que la miraba aún atónita al escuchar como Daniel la había despedido con una sonrisa en los labios.
Subió al dormitorio y tras cerrar de un portazo tiró la voluminosa maleta sobre la cama para ver qué podía aprovechar de lo que su madre le había mandado. Cuando abrió la maleta y lo primero que vio fue la escandalosa ropa interior que allí había, la invadió una espantosa sensación de vergüenza. No le costó imaginar lo que el doctor debió pensar al verla y en ese instante la llevaron todos los demonios.