Cambio de parejas

 

 

 

Los flashes apenas le dejaban ver nada pero mantuvo, como una auténtica profesional, la compostura y la sonrisa delante de todas aquellas personas extrañas para ella. Pensaba que iba a encontrarse mucho más incómoda en compañía de sus padres, pero supuso que debido a las circunstancias que los habían reunido, el encuentro fue bastante más ligero que lo que en un principio había pensado.

Su padre le había tendido la mano como lo hubiera hecho con cualquier empleado y había sonreído satisfecho después de evaluar rápidamente su aspecto y comprobar que por una vez, su hija había sabido estar a la altura del evento. Su madre por su parte si le había dado un recibimiento algo más cálido, e incluso la había abrazado cariñosamente mientras comentaba el buen aspecto que tenía y lo guapísima que estaba. Pero aún después de la acogida y después de tanto tiempo sin saber nada de ellos, siguió sintiendo que en vez de entre sus padres, se encontraba colocada entre dos muebles.

Estuvieron interminables minutos posando para las cámaras y recibiendo felicitaciones de aquellas personas que no conocía de nada. Beth se limitó a sonreír, mirar de vez en cuando a su padre, dejarse rodear por el brazo de su madre… pero empezaba a notar la rigidez de su mandíbula de tanto forzar la sonrisa. Sandy la esperaba a unos metros de distancia, infundiéndole ánimos con una deslumbrante sonrisa y miradas cómplices que le hacían saber que no estaba sola ante el peligro.

Beth soltó un suspiro. No le gustaba ser el centro de tanta atención y aunque era su padre, el que en teoría debería acaparar todas las miradas, los periodistas no dejaban de centrar sus flashes en ella, sorprendidos por la belleza inesperada que atesoraba la totalmente desconocida hija del nuevo Director General.

Cuando por fin le dejaron apartarse del bullicio, resopló agradecida de volver al lado de Sandy.

— ¡Lo estás bordando nena! Muy bien, muy bien… —agarró sus manos cariñosamente— Están obnubilados contigo.

— Necesito beber algo Sandy. No creo que mis rodillas aguanten mucho más mi peso sin algo que las ayude a soportar todo ésto.

— Vamos a pedirnos un par de pelotazos pero ya —se colgó de su brazo mientras avanzaban hacia la barra—.  ¿Qué tal con tus padres? ¿Todo bien?

— Genial, creo que el visto bueno de mi padre ha sido inmediato, y mi madre es… bueno, es mi madre. Ella siempre lo ve todo perfecto, pero me ha gustado verlos.

— Luego tendrás más tiempo para hablar con ellos si quieres.

— Oh… —Beth detuvo sus pasos en seco.

— ¿Qué pasa? —Los ojos de Sandy volaron en la dirección donde Beth había clavado los suyos— Oh…

Kellan. Kellan y Daniel. Kellan, Daniel y una despampanante rubia. Kellan, Daniel, una despampanante rubia y una proximidad física inesperada. Kellan, Daniel, una despampanante rubia, una proximidad inesperada y… un beso.

— Joder, han venido —los ojos de Sandy aún tardaron unos segundos en registrar lo que había visto.

— Dios… —Beth notó como su corazón se estrujaba hasta dolerle.

— Tranquila, no pasa nada —carraspeó aclarándose la garganta—. Vamos a por esos pelotazos, saludamos y nos vamos.

— Dios… —tuvo que clavarse las uñas en las palmas de las manos para no gritar.

— Vale, vamos a por esos pelotazos y nos vamos. No les saludaremos ni exigiremos ninguna explicación de por qué narices están aquí.

— Dios… —se habían besado. Ella lo había visto y ahora quería morirse.

Morirse o que se la tragara la tierra. O matarle, sí, eso sería estupendísimo. O mejor aún, matarle a él y despellejarla a ella, fuera quien fuera. Pero de pronto vio como Daniel se apartaba de la espectacular mujer con tal cara de sorpresa que estuvo a punto de volver a caer sentado en el taburete. La rubia se llevó la mano a los labios como si el contacto le hubiera quemado y reculó un par de pasos balbuceando algún tipo de disculpa que no llegó a oídos de Beth. Kellan estaba tan sorprendido como los otros dos y abría tanto los ojos que parecía que se le iban a salir de las cuencas.

— Beth —Sandy giró a Beth obligándola a mirarle y a apartar los ojos del trío que estaba unos metros delante—. Dime que has visto lo que yo he visto.

— Lo he visto… —se sintió algo mejor por la reacción de Daniel, pero aún estaba noqueada por el sentimiento que dicha visión le había provocado.

— Vale —resopló—. ¿Y qué hemos visto?

— Hemos visto un… choque… casual… o algo así, ¿no?

— Exacto, eso mismo he visto yo. Así que antes de dar un paso más dime cómo te encuentras.

— Bien. Estoy bien —intentó calmar los latidos de su corazón—, no pasa nada.

— Eso es, no pasa nada. Han chocado y no ha pasado nada. ¿Quieres ir a por esa copa o nos damos la vuelta y nos vamos de aquí?

— Quiero esa copa —aunque lo dijo no muy convencida de querer ir a por ella al punto de la barra donde ellos estaban.

— Genial ¡Esa es mi chica! —Volvió a agarrarla del brazo y la instó a caminar— Vamos a por ella entonces.

Avanzaron esos metros que les separaban de la barra, pero Beth se obligó a mantener la mirada convenientemente baja. No quería mirar a Daniel por temor a encontrar algo en su mirada que le confirmara la relación que podría tener con aquella rubia.

Daniel por su parte, cuando superó la sorpresa por el beso de Nicky, reaccionó alejándose de ella instintivamente y acto seguido dirigió su mirada hacia Beth. ¿Lo habría visto? De pronto se sintió culpable por lo ocurrido. No había tenido manera de evitarlo y fue totalmente fortuito, pero el que Beth le hubiera visto besándose con otra mujer, le hizo sentir muy mal por ella.

— Mira a quién tenemos aquí… —Sandy sacó pecho irguiéndose ante los dos hombres— y con menudas compañías que andan… —vio como Nicky se alejaba del grupo rápidamente y se perdía entre la multitud— ¿Se puede saber qué hacéis aquí?

— Hemos venido a una fiesta —contestó Kellan muy altivo—. Lo mismo que vosotras.

— ¿Y cuándo pensabas decirme que ibas a venir, cielo? —Sandy le taladró con la mirada.

— No supe que íbamos a venir hasta esta misma tarde y como tú ya estabas arreglándote y no tuviste ni cinco minutos para dedicarme antes de largarte, no pude decírtelo.

— Ah, muy bonito. ¿Y no podías haber venido tú a mi estudio a decírmelo? ¿O es que acaso esperabas pillarme con las manos en la masa en la fiesta?

— No saques las cosas de quicio, Sandy. Sólo he venido a acompañar a Daniel.

— Ya. Y de paso a vigilarme, ¿no?

— ¿A vigilarte? ¿De dónde sacas semejante idea? —Pasó una mano por su pelo con nerviosismo— Ni que no tuviera nada mejor que hacer que…

— Que nos conocemos Kellan…

Mientras Sandy y Kellan mantenían otra de sus innumerables “conversaciones”, Beth seguía con la mirada fija en la madera de la barra esperando a que el camarero tuviera un respiro para atenderla. Notaba la mirada de Daniel clavada en su sien. No hablaba ni participaba de la charla de los tortolitos, pero tampoco le había dicho nada a ella. Se limitaba a mirarla sin apenas parpadear.

— ¿Señorita? —la llamó el camarero al ver que no reaccionaba a su presencia.

— ¿Eh?

— ¿Va a tomar algo? —preguntó el camarero muy sonriente.

— Sí, sí. Uhmmm… un ron, por favor.

— ¿Sólo?

— Que sean dos.

— ¿Dos rones?

— Sí.

— ¿Sólos?

— ¿Le parece poco? —preguntó extrañada.

— Me refería a si los quería sólos o mezclados con algún refresco.

— Ah, eso… —carraspeó nerviosa sabiéndose observada por ambos hombres—  Con limón, por favor.

— ¿Los dos?

— ¿Qué dos? —parpadeó perpleja por tanta pregunta.

— Los rones —resopló paciente—,  ¿los dos con limón?

— ¿Lo está haciendo a propósito?

— ¿El qué? —preguntó el camarero con inocente sonrisa.

— Sacarme de mis casillas para pedir un par de estúpidas copas…

— Beth… —intervino Daniel viendo el nerviosismo que la atenazaba— Tranquila.

— Es que no sabía que hacía falta tener un Máster para pedir una copa aquí, joder.

El camarero evitó reírse abiertamente y se limitó a mantener la compostura ante la enfadada mujer. Daniel optó por cortar por lo sano la incómoda situación pidiendo él las bebidas por ella.

— Ron con cola y ron con limón. Ah, y otro whisky solo para mí, por favor.

— Enseguida, señor —asintió cortésmente y se alejó para preparar las bebidas requeridas.

—Enseguida señor… —se burló Beth haciendo una mueca cuando el camarero ya no podía escucharle— Hoy en día contratan a cualquier enteradillo para servir copas.

— El caso es que tú tampoco has sido muy clara a la hora de pedirlas —sonrió benévolamente mientras observaba lo cambiada que estaba.

— Si dejara de observarme todo el mundo como si esperaran que en cualquier momento fuera a meter la pata o liar algún estropicio, a lo mejor me relajaba y todo.

— No te miran así por eso —se acercó un poco apoyando un codo en la barra.

— ¿Ah, no? —se envaró al tenerle tan cerca y ver cómo le brillaban los ojos—  ¿Y entonces por qué me miran así, según tú?

— Porque estás preciosa —sonrió seductoramente.

— Sí, claro —tuvo que apartar la mirada para que no viera el efecto que el cumplido había hecho en ella—. Como si no hubiera aquí suficientes rubias despampanantes mucho más atractivas que yo, para que tengan que fijarse en mí.

— No te miento, Beth —obvió la puya sobre Nicky acercándose a ella un poco más—. Creo que eres la mujer más atractiva y deslumbrante que hay hoy aquí.

Beth notó su corazón aletear esperanzado cuando las últimas palabras salieron de su boca. ¿Podría estar Daniel flirteando con ella? Se quedó mirando sus labios, curvados en una seductora sonrisa y tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no abalanzarse sobre él en ese mismo instante. Afortunadamente el camarero llegó con sus bebidas, rompiendo el íntimo momento. A Daniel no le quedó más remedio que alejarse de ella, dejando sitio entre ellos para los vasos.

— ¿Pues sabes lo que yo creo?  —se recompuso y no dejó que él la pusiera nerviosa.

— ¿Qué crees? —preguntó con curiosidad cuando el camarero les dejó.

— Que estás borracho y por eso dices toda esa sarta de estupideces.

— ¿En serio?

— Sí —se llevó su bebida a los labios y dio un largo trago—. Totalmente en serio.

— Pues déjame decirte que estás muy equivocada. No estoy borracho, aún.

— Y si no estás borracho, ¿a qué se debe este repentino ataque de piropos hacia mi persona?

— Sólo digo lo que veo —volvió a recorrerla con los ojos—, esta noche estás guapísima y ese vestido te sienta genial.

— Ah, que ahora es el vestido —alzó una suspicaz ceja— y el hecho de que no estemos en el centro, cuando allí hace más de dos meses que apenas me diriges la palabra para nada, no influye en tu decisión de hablarme ahora.

— Las circunstancias han cambiado —dio un largo trago a su whisky.

— ¿Y se puede saber qué circunstancias son esas?

— Perdón que interrumpamos…

Sandy y Kellan parecía que habían terminado de discutir y se acercaron hasta la barra para recoger sus bebidas. Beth se alejó perceptiblemente dejando espacio a la pareja y Daniel se enderezó volviendo a beber de su vaso.

— Necesito beber algo o me deshidrataré —Sandy agarró su copa y miró a Beth para intentar averiguar por su expresión cómo iba la charla con Daniel—.  ¿Va todo bien por aquí?

— Perfecto Sandy —sonrió ella sinceramente—, este ron es una maravilla y está haciendo milagros con mis agarrotados nervios.

— ¡Genial! Ahora sólo nos falta echarnos unos bailes para terminar de rematar la noche.

— ¿Y qué pasa con la cena? —Preguntó Kellan— No sé vosotros pero yo estoy muerto de hambre.

— Sí, creo que deberíamos ir pasando al salón si no queremos comernos los restos que todas estas hienas nos quieran dejar —dijo Daniel con una gran sonrisa.

— Pues ahora que lo dices, sí que tengo hambre —observó Sandy notando como su estómago le daba sonoramente la razón—. ¿Vamos entrando, Beth?

— Sí, entremos —apuró su bebida y dejó el vaso en la barra mirando a Daniel—. Hasta dentro de un rato.

— Eso espero —sonrió mientras ellas se alejaban.

Kellan dio un codazo a Daniel antes de que ellas se alejaran más.

— ¡Sandy! —llamó Daniel después de lanzarle una furibunda mirada a su acompañante.

— Dime —se giró para mirar a su jefe.

— ¿Tienes un minuto?

— Claro —miró a Beth—.  ¿Me esperas o vas entrando?

— Voy entrando. Tengo que ir al baño.

— Ok, pues voy enseguida.

— De acuerdo.

Beth avanzó sola hasta la entrada del salón y se paró en el umbral buscando la puerta a los servicios. Un camarero alto la miraba parado al lado de la entrada, él le sonrió cortésmente y ella le devolvió la mirada. Avanzó mirándole, los pocos pasos que les separaban.

— Disculpe…

— ¿Puedo ayudarte en algo? —metió tranquilamente las manos en los bolsillos de sus pantalones.

— Busco los servicios —no le pasó por alto que la había tuteado y la poca compostura que guardaba—.  ¿Podría indicarme dónde localizarlos?

— Pues ni idea de dónde están —miró por encima de las cabezas a ver si veía lo que ella buscaba—.  ¿Has mirado al fondo a la derecha?

— Como ve aún no he entrado —estaba molesta por las confianzas que el camarero se estaba tomando—, por eso le he preguntado.

— Pues deberías mirar por allí —señaló el otro extremo de la sala—, siempre están al fondo a la derecha.

— ¡Pero bueno! —Resopló ofuscada—  ¿Es que es requisito indispensable para trabajar aquí, que los camareros sean todos tan maleducados?

— ¿Me estás llamando maleducado? —abrió los ojos con sorpresa.

— Sí, se lo estoy llamando —alzó la cabeza altanera—. Nadie le ha dado permiso para tutearme. Y mucho menos para hablarme de esas formas como si yo fuera otra camarera de tres al cuarto, como usted.

— ¿Y qué te hace pensar que soy un…?

Pero no pudo terminar la frase. Beth le dio la espalda y se alejó a paso ligero hacia el fondo del salón. Allí, para su sorpresa, localizó las puertas de los servicios, al fondo a la derecha. Sintió una punzada de remordimientos por haber pagado con el pobre camarero sus nervios, por su conversación con Daniel de hacía unos instantes.

Después de usar el servicio y retocarse el maquillaje, salió del aseo y se encaminó hacia la zona de la sala donde tendría lugar la cena. Innumerables mesas redondas estaban distribuidas por toda la estancia. Buscó su lugar en la invitación que llevaba guardada en su bolso de mano. Una vez localizó la mesa se sentó esperando a que Sandy se reuniera con ella.

En cada mesa había sitio para diez personas y según fueron llegando los invitados asignados a esa mesa, tuvo que volver a adoptar la estática sonrisa que se esperaba de ella. Ya estaban casi todos en sus sitios y miró con nerviosismo su reloj. ¿Por qué Sandy tardaba tanto? Miró hacia la puerta de entrada para ver si conseguía distinguirla entre los pocos invitados que faltaban por sentarse, pero no la vio.

De pronto sintió que alguien la rozaba el hombro.

— Ya era hora —se giró para mirarla—.  ¿Se puede saber dónde te has met…?

— Hola —la sonrisa de Daniel la dejó petrificada en la silla.

— ¿Qué… qué…? —Intentó centrar sus pensamientos—  ¿Dónde está Sandy?

— Pues a ver… —miró entre las mesas que les rodeaban— Está allí, dos mesas más hacia atrás de la nuestra.

— Pero ella debería sentarse aquí, conmigo.

— Debería —se encogió de hombros y se sentó en el sitio que le correspondía a Sandy—. Ha habido un pequeño cambio de parejas.

— ¿Por qué? —Preguntó aún descolocada—  Es decir… ¿Quién ha cambiado…? —al instante comprendió—  Ah, vale… le has obligado a cederte su asiento, para sentarte tú aquí y vigilarme más de cerca o fastidiarme más la noche, ¿no?

— No exactamente —volvió a sonreír seductoramente.

— Embustero —le acusó entrecerrando sus ojos.

— En realidad ha sido Kellan quien ha insistido en querer cenar en compañía de su novia —se encogió de hombros con fingida inocencia—.  Y no sabes lo pesado que se puede llegar a poner si no consigue lo que quiere.

— ¿Y Sandy ha aceptado? —Daniel asintió—  ¿Así sin más, sin poner objeciones? —Daniel volvió a asentir— Pues vaya acompañante de pacotilla que me he echado… —bufó.

— Gracias por lo de “acompañante de pacotilla” —sonrió con fingido dolor—. Es muy halagador.

— ¡No lo decía por ti! —Se excusó ella rápidamente, pero al instante se arrepintió— Al menos Sandy tenía una conversación agradable.

— Yo la tengo muy agradable también.

— Lo dudo. Esa traidora me las va a pagar…

— Ten un poco de fe mujer, ya verás cómo no te lo vas a pasar tan mal conmigo.

— ¿Quieres apostar? —preguntó en tono presuntuoso.

Él se acercó lentamente hacia ella. Beth se envaró pero se obligó a permanecer quieta, apretando las manos por debajo de la mesa y clavándose las uñas en las palmas, sin quitarle los ojos de encima. Cuando notó en su nariz el aroma de su varonil perfume tuvo que cerrar los ojos. Un susurro le llegó al oído a la vez que su aliento impactó en su piel.

— Perderás…

Flor de agua
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