CAPÍTULO 57

 

 

Jorge le vendó los ojos con una cinta ancha negra cuando la fue a buscar a casa y la ayudó a subir al coche. Sofía estaba nerviosa, con las manos apoyadas en el regazo mientras se frotaba los dedos compulsivamente.

—¿Dónde vamos? —le preguntó.

—Es una sorpresa. No seas impaciente —respondió Jorge con una nota sensual y traviesa en la voz.

Sofía suspiró, intentando tranquilizarse. El BMW M4 Cabrio de Jorge giraba por una calle y por otra sin que Sofía supiese en ningún momento que dirección tomaba. Supuestamente iban a celebrar que ella había terminado la rehabilitación, pero Jorge tenía preparada una sorpresa. Aunque Sofía ya se había llevado una cuando, por primera vez, Jorge había ido a recogerla vestido con un elegante traje gris oscuro y una camisa blanca. Después de más de cinco años, se había quitado el luto por Paula.

—Ya hemos llegado —anunció.

Aparcó el coche, salió de él y ayudó a Sofía a bajar. Le cogió la mano y la guió a través de unos escalones. Después se montaron en un ascensor que subió varias plantas. A Sofía se le antojaron que eran demasiadas mientras trataba de escuchar algo, algún ruido que le diera una pista de dónde se encontraban, pero era inútil.

—Cuidado, que hay que un escalón —dijo Jorge cuando salieron del ascensor. Caminaron unos cuantos metros más—. Párate aquí —indicó—. ¿Preparada?

Sofía tenía el corazón desbocado.

—Sí —dijo, asintiendo al mismo tiempo con la cabeza.

Jorge desanudó la venda y se la quitó. Sofía abrió los ojos.

—Dios mío… —musitó.

La terraza del Tartan Roof estaba llena de rosas rojas. Había una mesa cuadrada en el centro preparada para dos comensales y a ambos lados, un par de camareros vestidos de blanco y negro esperaban instrucciones discretamente.

—Que mejor lugar que el Tartan Roof, donde te vi por primera vez, para celebrar tu recuperación —dijo Jorge—. ¿Te gusta cómo ha quedado?

Sofía estaba atónita y hechizada.

—Jorge, está… precioso. Gracias.

La aterciopelada luz azul y violeta que vertían las lámparas de diseño le daban a la atmósfera un toque romántico y elegante conjugado con los retazos de sombras negras que supuraba la noche. El aliento de los centenares de rosas flotaba en el aire tibio, arrastrando notas de amor.

—Ven, mi niña —susurró Jorge, ofreciéndole la mano.

Sofía la tomó, temblorosa, y Jorge la condujo hasta la mesa. Los camareros los saludaron con una ligera inclinación de cabeza que ambos correspondieron de igual modo.

—¿Servimos ya, señor? —preguntó uno de ellos. Un hombre de unos cuarenta y cinco años con entradas en la cabeza.

—Sí, por favor —dijo Jorge.

—No sé qué decir. —Sofía estaba sin palabras. Jorge siempre conseguía dejarla sin palabras.

—No digas nada. Simplemente disfruta. Disfruta de todo lo que va a ocurrir hoy.

Sofía sonrió. Estaba en una nube, a pesar de que la noche no había hecho más que empezar. Los camareros aparecieron cinco minutos después con la cena, compuesta de entremeses, merluza, langosta y carne de ternera con una salsa que Sofía hizo que se chupara los dedos.

—¿Traemos el champán, señor?

Jorge asintió.

El camarero les acercó una botella de Belle Epoque de Perrier-Jouet, uno de los champanes más caros del mundo y dos copas de finísimo cristal. Colocó cuidadosamente una delante de Sofía y otra delante de Jorge, y sirvió bajo la atenta mirada de Jorge, que no apartaba los ojos de la copa de Sofía mientras sonreía.

—Gracias —dijeron ambos cuando el camarero se retiró.

Jorge tomó la copa y la alzó sin apartar los ojos de Sofía.

—Por ti, por ser la mujer más fuerte que conozco y por haber aparecido en mi vida. Porque desde entonces he vuelto a ser.

Sofía chocó el borde de la copa con la de Jorge y bebió un trago bajo su atenta mirada. En el fondo había un precioso anillo de oro blanco. Sofía abrió los ojos de par en par y se ruborizó cuando lo vio relucir entre las burbujas doradas del champán. Apuró la copa de un trago y extrajo el aro con el índice y el pulgar.

—Jorge… —dijo mirándolo fijamente. Después alzó la vista, que brillaba por el destello de las lágrimas.

—¿Te quieres casar conmigo? —le preguntó Jorge.

Sofía tragó saliva. ¡Jorge Montenegro quería casarse con ella!

—Sí, claro que sí. Por supuesto que sí —respondió, luciendo en el rostro una sonrisa radiante.

Jorge se levantó de la silla y la abrazó. Estaba feliz. Ambos estaban felices. Las delicadas notas musicales de la balada Por debajo de la mesa de Luis Miguel empezaron a rasgar el aire.

—¿Bailas? —preguntó Jorge brindando una sonrisa a Sofía, que movió la cabeza en un ademán afirmativo.

Agarrados de la mano acudieron al amplio espacio que quedaba libre al fondo de la terraza. Sofía apoyó el rostro sobre el pecho de Jorge y se dejó rodear por sus brazos mientras se mecían por la voz de Luis Miguel.

Sofía sintió que tocaba el cielo, que era feliz, como las protagonistas de las novelas románticas que leía.

—Gracias —susurró.

—¿Por qué? —preguntó Jorge.

—Por mostrarme ese lugar secreto donde vuelan las mariposas.

Jorge sonrió con los ojos colmados de amor y apretó el cuerpo de Sofía contra el suyo, y sus siluetas oscuras se recortaron contra el cielo de la cosmopolita Madrid.

—Te quiero —dijo Jorge a Sofía.

—Te quiero —respondió Sofía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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