CAPÍTULO 30
Jorge alzó la copa y dio un sorbo de vino tinto mientras contemplaba la luna, prendida del sereno manto azul oscuro de la noche, desde la amplia terraza del piso de arriba. Unos metros detrás de él, el ordenador portátil permanecía abierto encima de la mesa de madera con un cúmulo de proyectos a los que dar forma.
—¿Todo bien, mi niño?
Jorge se giró. Nina había estado contemplándolo unos minutos antes de hablar. Le gustaría tanto que se volviera a enamorar, que se ilusionara de nuevo… Se lo merecía. Ya había guardado luto muchos años. Demasiados, quizá. Había llorado tanto la muerte de Paula. Tanto, que llegó a pensar que nunca sería capaz de superarlo. Pero, de pronto, inesperada e inadvertidamente, como funciona la magia del amor, o la química del mismo, había aparecido Sofía. Una chica sencilla y hermosa con la que Jorge parecía haber recuperado la ilusión, la esperanza…
Nina sabía lo que le había costado dejar el recuerdo de Paula atrás y no quería que volviera a pasar por algo así o semejante. El olvido siempre era muy largo. A veces, más que el propio amor.
—Todo bien —respondió Jorge.
—¿Cómo van las cosas con Sofía? —preguntó Nina en tono pausado.
—Bien.
—Pero…
Jorge hizo una mueca con los labios.
—Tengo que ser cauteloso —empezó a explicar—. No quiero… No debo presionarla. Para eso ya está su novio —añadió poniendo voz a sus pensamientos.
—La situación es delicada —opinó Nina.
—Sí, muy delicada —corroboró Jorge—. A veces tengo la sensación de que la sostiene un hilo muy fino que en cualquier momento puede romperse.
Nina percibió una nota de sufrimiento en su voz. Sofía le gustaba mucho.
—Es tan frágil, nana. Y tan fuerte a la vez —afirmó Jorge, dibujando media sonrisa en los labios—. Pero está tan magullada, tan herida, que no es capaz de ver que es preciosa, única, especial…
Nina sonrió maternalmente.
—Entonces te tienes que encargar de hacerle ver que es todo eso —dijo—. Tienes que devolverle la confianza en sí misma, que aprenda a valorarse, a quererse de nuevo. Que se arriesgue sin pensar siempre en que va a fracasar. Convéncela de que puede lograr lo que se proponga. Porque, si se lo propone, lo conseguirá.
—Yo también creo que puede lograr absolutamente todo lo que se proponga. Es una luchadora nata —dijo Jorge—. El problema es que ella no lo piensa así.
—Hay hombres que son capaces de destruir a una mujer. Pero también hay otros capaces de levantarlas. —Nina miró fijamente a Jorge. Sus profundos ojos negros se estremecían. Tenía tantas ganas de que aquello saliera bien—. Tú, eres un hombre de los que elevan a la mujer que tienen al lado. Eres un hombre, con letras mayúsculas, con lo que significa ser un hombre.
—¿Qué puedo hacer, nana? —preguntó Jorge—. ¿Qué puedo hacer?
—Cuídala, valorara, respétala, ámala como es. Simplemente —aseveró Nina.
—Ya lo hago —aclaró Jorge, que por momentos parecía desesperado.
—Entonces ten paciencia… —dijo Nina—. Zamora no se conquistó en una hora —citó haciendo gala del refranero español—, y el corazón de una mujer, tampoco. Sobre todo, de una mujer como Sofía. Por eso precisamente te gusta.
—Paciencia… —repitió Jorge, reflexionando, mientras daba un nuevo trago de vino.
—Todo tiene su tiempo. Hay que dejar que las cosas maduren, que los sentimientos maduren. Sofía es una víctima de su novio, de las circunstancias, de la vida, incluso de ella misma. Y tú tienes que ser el ángel que la saque del abismo en que está metida. —Nina hablaba como una abuela sabia.
—Eso mismo es lo que ella está haciendo conmigo, nana. Sacarme de mi particular abismo.
—Lo sé —dijo Nina, inclinando la cabeza.
—La muerte de Paula fue un duro golpe del que jamás pensé que me recuperaría. —Jorge cambió el tono de voz—. Su pérdida me hizo encerrarme en mí mismo, cerrarme al amor, a la vida, hasta que aquella noche en la terraza del Tartan Roof vi a Sofía… —Sonrió ligeramente sin despegar los labios. Le gustaba recordar el momento en que la vio por primera vez y lo que sintió.
—Has guardado luto por Paula durante mucho tiempo, mi niño. —Nina alargó el brazo y acarició la mejilla de Jorge. Lo quería como una madre, como al hijo que ella no había tenido—. Es tiempo de pasar página. Su recuerdo siempre va a acompañarte, pero la vida sigue. El mundo no se para por nada.
—A veces pienso que ha sido Paula quien ha puesto a Sofía en mi camino —afirmó Jorge.
—¿Quién sabe? —se preguntó Nina con voz suave, encogiéndose de hombros—. Dicen que los ángeles existen. Algunos están en el cielo y otros en la Tierra. —Esbozo una sonrisa condescendiente. Un gesto en el que Jorge la acompañó—. ¿Vas a quedarte trabajando esta noche? —preguntó después.
—Sí —respondió Jorge.
Nina asintió.
—No te acuestes muy tarde —le aconsejó cariñosamente.
—Tranquila, nana. —Jorge pasó la mano por el brazo de Nina—. Solo voy a echar un vistazo rápido a algunos detalles que hay que cambiar del proyecto que Adrián va a hacer en Nueva York.
—Como quieras.