CAPÍTULO 5
El sol áureo del mediodía entraba por las cortinas descorridas del salón del pequeño piso. De la calle subía el ruido de los coches y fragmentos de las conversaciones de la gente que se movía por la ciudad. Carlos había llegado inusualmente pronto y Sofía, en su inmensa ignorancia, supuso equivocadamente que tal vez quisiera comer con ella.
—Quiero comentarte algo… —comenzó a decir Carlos nada más de entrar, con cierta cautela en la voz.
—Tú dirás —dijo Sofía, que estaba en la mesa del salón, terminando de preparar los poemas que iba a leer en el Conflicto Sentido, el recital de poesía al que acudiría esa misma tarde en el Marimba Café Bar, un lugar acogedor en pleno corazón del barrio de Lavapiés.
—Tengo una buena noticia —continuó Carlos.
—¿Una buena noticia? —repitió Sofía.
Los ojos verdes, grandes y de espesas pestañas marrones se le iluminaron de súbito. Las buenas noticias no abundaban últimamente.
Cerró el block de notas donde estaba tomando los últimos apuntes, dejó el bolígrafo encima y se dispuso a prestar oídos a lo que Carlos tenía que decirle.
—¿Te acuerdas de la deuda que te dije que tenía?
—Sí —respondió Sofía, afirmando con la cabeza al mismo tiempo.
—He encontrado una persona que está dispuesta a darme el dinero.
Sofía arqueó las cejas y alargó en los labios una amplia sonrisa. Esa era una de las mejores noticias que Carlos podía darle, por no decir que la mejor. Ese tema lo había tenido irascible y de mal humor las últimas semanas. Quizá ahora que por fin iba a solventar el espinoso asunto, se tranquilizaría y se le apaciguarían un poco los ánimos.
—¿En serio?
—Sí. En serio —confirmó escuetamente Carlos.
—¡Pero eso es estupendo! —exclamó Sofía.
Se levantó de la mesa y se lanzó a sus brazos.
—Eso es estupendo… —volvió a decir en un susurro. Se sentía feliz.
Carlos fingió acoger su abrazo con la misma calidez con que ella se lo había dado, pero el rostro se mantenía impasible a la emoción de Sofía, y a la del momento. Sin embargo, tenía que acortar distancias y hacer el paripé de novio tierno y afectuoso. Alzó la mano y se la pasó a Sofía por la cabeza. Segundos después deshizo el abrazo. De frente a ella, volvió a hablar, escogiendo cuidadosamente las palabras.
—La persona que va a darme el dinero ha puesto una condición a cambio —dijo Carlos—. Una condición que está en tus manos cumplir.
Sofía frunció el ceño, desconcertada. ¿Una condición que estaba en sus manos cumplir? ¿Qué condición sería esa?, se preguntó.
—No entiendo… —dijo con una nota de extrañeza en la voz.
—Quiere pasar un fin de semana contigo —soltó Carlos sin gastar el tiempo en preámbulos innecesarios.
Sofía frunció aún más el ceño y retrocedió un par de pasos con una expresión de sorpresa en el rostro.
—Lo harás, ¿verdad? —preguntó Carlos.
Sofía mantuvo silencio. Su cabeza se había quedado en blanco. No sabía qué decir.
—Lo harás, ¿verdad, Sofía? —insistió Carlos en cierto tono de amenaza al ver que no respondía nada—. Es la única oportunidad que se nos va a presentar para poder saldar la deuda —presionó—. Además, solo será un fin de semana…
«Un fin de semana», repitió Sofía para sus adentros.
Un fin de semana en compañía de un completo desconocido era demasiado tiempo. No había que ser un lince para saber qué era lo que querría ese desconocido de ella… Sintió una punzada de angustia. Jamás se había acostado con otro hombre que no fuera Carlos. Íntimamente solo lo conocía a él. ¿Cómo se iba a entregar a otro hombre? Y lo que era peor, ¿a alguien que no había visto nunca?
—Sofía… —la apremió Carlos.
Sofía alzó la mirada hacia él.
—Carlos, yo…
Carlos no dejó que terminara de hablar, se acercó a ella y la abrazó. Era un abrazo frío, teatral, pero Sofía lo recibió como si le fuera la vida en ello. Lo necesitaba. Necesitaba sentir su calor. Los brazos se extendieron y se agarraron con fuerza a la espalada de Carlos.
—Sofía es la única manera de poder conseguir el dinero. Tienes que hacerlo.
La angustia dentro del pecho de Sofía crecía un poco más con cada palabra de Carlos.
—Hazlo por mí —dijo Carlos, al tiempo que le acariciaba la cabeza. Le cogió el rostro entre las manos y la miró fijamente a los ojos—. Eres mi única salvación. —Se inclinó y le besó la frente.
Sofía dejó escapar todo el aire que tenía en los pulmones y posó sus manos sobre las de Carlos, que aún permanecían en sus mejillas. ¿Qué otra cosa podía hacer más que aceptar? Carlos era su vida, estaba pasando por un mal momento y ella sin saber cómo tenía la oportunidad de ayudarlo. Solo sería un fin de semana y después todo volvería a la normalidad. Y si decía que no, él se enfadaría y le pegaría. Estaba segura de ello.
Tragó saliva y se infundió un poco de valor.
—Está bien, Carlos —respondió finalmente—. Haré lo que me pides.
—Gracias —dijo Carlos con un alivio casi palpable en la voz. Acercó su boca a la de Sofía y la besó. Fue un beso de Judas.
Carlos hubiera utilizado cualquier recurso para convencerla. Cualquier cosa. Pero era mejor que Sofía aceptara por las buenas. No estaría bien visto marcarla el cuerpo. ¿Qué iba a pensar el tipo que la había comprado cuando la desnudara para follársela?
Todavía no podía creerse aquel golpe de suerte, tan inesperado y extraordinario. Una llamada totalmente impensada de un hombre que estaba dispuesto a pagarle por pasar un fin de semana con su novia. La vida estaba llena de sorpresas. La fortuna le sonreía, sin duda. Carlos no se había molestando en preguntarle nada, ni quién era, ni qué edad tenía, ni a qué se dedicaba. No importaba no tener ningún tipo de referencias. Lo único que importaba es que iba a salvarle el pellejo. Simplemente había aceptado, sin más, sin ni siquiera consultar a Sofía. Iría por las buenas o por las malas. Aunque estaba convencido de que con unas cuantas carantoñas, aceptaría sin problemas. Sofía bebía los vientos por él; era incapaz de decir basta, y él se aprovecharía de su debilidad y de su espíritu de sacrificio para manipularla a capricho y conseguir su objetivo.
—¿Cuándo…? ¿Cuándo sería? —Fue lo único que preguntó Sofía.
No quería saber nada del hombre al que iba a entregarse a cambio de dinero. No tenía muy claro el motivo; nunca se había visto envuelta en una tesitura semejante, pero no quería saber detalles. No quería pensar en ello más de lo estrictamente necesario.
—El viernes —dijo Carlos.
—¿Tan pronto? —no pudo evitar decir Sofía.
La fecha le pareció precipitada. Era miércoles y apenas quedaban dos días para el supuesto encuentro. De pronto sintió vértigo.
—Cuanto más pronto sea, más pronto recibiré el dinero —explicó Carlos. Cogió a Sofía por la barbilla para arrastrar con la fingida ternura que le mostraba cualquier resquicio de dudas que tuviera y le levantó el rostro—. Todo va a salir bien —le dijo en tono engañosamente suave—. Solo va a ser un fin de semana, después todo el tiempo será para nosotros.
Sofía se limitó a asentir con la cabeza esforzando una sonrisa. No estaba nada convencida, pero era consciente de que, a pesar de lo descabellada que se veía toda aquella proposición, era la única forma de ayudar a Carlos a que saldara su deuda.