CAPÍTULO 28
Sofía no quería pensar en Paula, ni en Carlos, ni en la amante de Carlos, ni en nada. Pero era tan inevitable como respirar. El ramo de rosas que le había enviado Jorge y su encuentro con él en su despacho la había levantado el ánimo. ¡Y de qué manera! Pero siempre parecía haber algo que le cortaba las alas, algo que no la dejaba volar.
«Volar… —Le vino a la cabeza la frase que Jorge había escrito en la tarjeta—. Donde vuelan las mariposas».
Se había olvidado por completo de preguntarle qué significaba esa hermosa frase y qué lugar era ese al que la quería llevar. Jorge Montenegro siempre acababa distrayéndola; aunque solo fuera con la mirada. Ella, como devota aficionada a la poesía, encontraba una encantadora sensibilidad en esas enigmáticas palabras. Un misterio que estaba dispuesta a que Jorge le desvelara.
El teléfono sonó. Un whatsapp. Sofía cogió el móvil de la mesilla y miró quién le enviaba el mensaje: Jorge.
—Felices sueños, mi niña.
Sofía desplegó en el rostro una sonrisa cómplice, con ese característico cosquilleo que aparecía en su estómago siempre que Jorge andaba cerca, siempre que la llamaba «mi niña».
—Felices sueños… —tecleó.
Se replegó en la cama y se tapó la cara con la sábana. Jorge Montenegro iba a volverla loca.
—¿Has visto el hombre que acaba de entrar en la perfumería? —le preguntó Sara a Sofía, que salía en esos momentos del almacén cargada con un montón de eaux de toilettes para reponer en la tienda—. ¿Se puede estar más bueno?
Sofía miró hacia la puerta. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que el hombre al que Sofía se refería y que no paraba de comerse con los ojos era Jorge. Estaba vestido de manera algo informal, sin corbata y con la camisa ligeramente abierta. Pero elegantísimo como siempre.
—Buenas tardes —saludó Jorge ante el manifiesto asombro de Sofía.
—Buenas tardes —se apresuró a decir Sara, adelantándose unos pasos hacia él—. ¿En qué puedo ayudarte?
Jorge miró de reojo a Sofía, que se mantenía de pie, petrificada, con las cajas de las colonias en los brazos, derritiéndose por dentro al verlo, mientras Sara ahuecaba coquetamente los rizos de su melena.
—Quiero comprar un perfume a… mi madre, y necesito que me aconsejéis —dijo, mirando a Sofía por encima del hombro de Sara.
—Claro, por supuesto… —Sara se deshacía en amabilidad—. ¿Qué tipo de aroma le gusta a tu madre?
En ese momento silbó el teléfono fijo de la tienda. Sara lo miró, sin embargo, no tenía ninguna intención de ir a cogerlo. Probablemente perdería la única oportunidad de hablar con un hombre como aquel. El estridente sonido invadió el lugar.
—Sara, ¿puedes coger el teléfono? —dijo Sofía.
Sara giró la cabeza y vio que Sofía tenía las manos ocupadas con las cajas que había sacado del almacén. Sofía alzó las cejas en un gesto elocuente.
—Sí, claro… —dijo Sara de mala gana.
Sofía dejó las eaux de toilettes sobre el otro mostrador y se acercó a Jorge.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó en voz baja y con un matiz de reproche, aunque estaba muy lejos de ser una recriminación.
—He venido a comprar un perfume a mi madre —repitió Jorge, al que la situación le parecía de lo más divertida, dada su expresión.
—Ya, claro… —dijo Sofía, que en el fondo se alegraba enormemente de que Jorge estuviera allí.
—¿Cómo te puede sentar tan bien un uniforme? —afirmó Jorge con voz sugestiva, mirando a Sofía de arriba abajo.
—Jorge, por favor… —Sofía se puso nerviosa.
Jorge sonreía con picardía, sin romper el contacto visual con Sofía. Parecía un niño pequeño.
—¿Me puedes atender tú, o lo va a hacer tu compañera la vanidosa?
Sofía miró a Sara, que estaba inclinada sobre el mostrador, tomando unas notas con el teléfono sujeto entre la oreja y el hombro.
—Ven —indicó a Jorge.
Jorge la siguió por la tienda con su tradicional paso regio y seguro.
—En serio —dijo—, ¿cómo te puede sentar tan bien un uniforme?
Sofía giró el rostro y le lanzó una mirada admonitoria y cómplice a la vez. No era el lugar ni el momento. ¿O, sí? Tragó saliva. Los ojos de Jorge destellaban un brillo en el que Sofía no debería pararse a pensar. Definitivamente la situación lo divertía.
Cuando llegaron a la estantería del fondo, se oyó la voz de Sara.
—Era la directora de tiendas —anunció, dirigiéndose a Jorge más que a Sofía—. Voy al almacén a comprobar unos pedidos que han mandado equivocados.
Sofía asintió. Sara parecía desilusionada. De buen grado hubiera estado toda la tarde asesorando a Jorge. Sofía la conocía de sobra; Sara no perdía ninguna oportunidad de ligar con quien fuese.
—Ya no hay peligro —dijo Jorge al ver que la figura algo desgarbada de Sara desaparecía detrás de la puerta del almacén.
—Sí, sí lo hay —afirmó Sofía a media voz—. ¿Cómo se te ha ocurrido venir?
—Quería verte —contestó rotundo Jorge, echando un vistazo rápido a la colección de perfumes que se desplegaba a lo largo de la estantería que quedaba a su izquierda. Se hizo un silencio—. ¿Qué estás pensando?
Sofía lo miró rendida, vencida, como si Jorge le hubiera ganado un asalto.
—Me haces sentir importante, especial… —confesó de pronto.
—Eres importante —aseveró Jorge con un brillo de sinceridad en los ojos—, y especial. Muy especial… Y quién diga lo contrario, miente.
Sofía bajó la cabeza. Estaba tan poco acostumbrada a ese tipo de declaraciones que le costaba aceptarlas. El concepto que tenía de sí misma era pésimo y estaba terriblemente distorsionado. Carlos se había encargado de demostrarle que no tenía derecho a nada, ni siquiera a ser feliz y, lo peor de todo, es que ella había acabado creyéndoselo.
Sara se asomó por la puerta del almacén, interrumpiéndolos.
—¿Sabes qué código tiene Hugo Boss? —preguntó, sin dejar de mirar un segundo a Jorge.
—150580 —respondió Sofía al tiempo que, para disimular, cogía el probador de uno de los perfumes. Se volvió hacia Jorge—.Va a desgastarte de tanto mirarte —señaló con una sonrisa.
—Estás preciosa cuando sonríes. —Fue el apunte de Jorge—. Sé que es una frase típica de películas y novelas románticas, pero en tu caso no puede ser más cierto.
Sofía cogió un cartoncito y lo roció con la fragancia.
—¿A ver qué te parece este perfume para tu madre? —dijo con ironía, acercándoselo a Jorge, que se inclinó e inhaló.
—¿No es un poco intenso? —opinó—. No creo que a tu futura suegra le guste mucho. —Alzó las cejas. Sus ojos brillaban divertidos—. Prefiere algo más ligero…
—¿Mi futura suegra? —repitió Sofía. La broma le hizo gracia.
—Sí, tu futura suegra. Por si no lo sabes, un día me voy a casar contigo.
—Baja la voz —le pidió Sofía, tratando de ponerse seria—. Sara puede oírnos.
—Puede ser tu dama de honor —sugirió Jorge.
Sofía se llevó el dedo índice a la boca.
—Shhh…
Cogió otro frasco, vertió un poco de perfume y se lo ofreció a Jorge.
—Así no hay forma de aclarase —dijo. Sofía frunció el ceño. Jorge se acercó a su oído y le susurró—: Quiero olerlo directamente de tu piel.
Sofía suspiró y sacudió la cabeza, resignada. Roció suavemente su muñeca y se la tendió a Jorge.
—Eso está mucho mejor —afirmó él, inclinándose hacia la mano de Sofía.
Jorge acarició lentamente su piel con la punta de la nariz. Al descender, pasó los dientes por ella con un roce tan sensual que Sofía sintió un escalofrío. ¿Iba a morderla? Sus ojos, llameantes, la miraban fijamente, subiendo la temperatura de Sofía. Tenía que para aquello, o en breve empezaría a hervirle la sangre.
—¡Jorge! —susurró retirando la mano.
—Ya sé… Sara —dijo Jorge, negando lentamente con la cabeza—. Por cierto, ahí viene.
—Entonces, ¿te quedas con este? —le preguntó Sofía a Jorge tratando de disimular.
—Sí —afirmó Jorge.
Sofía se dirigió al mostrador y Jorge la siguió sin poder contener una risita.
—¿Me lo puedes envolver en papel de regalo? —preguntó Jorge con una deslumbrante e irónica sonrisa que se extendía de oreja a oreja mientras Sara no paraba de pulular a su alrededor.
—Por supuesto… —dijo Sofía entre dientes. Al final Sara iba a terminar descubriéndolos—. Son setenta y cuatro euros con noventa y nueve céntimos.
Sara abrió los ojos de par en par. Sofía le había vendido una de las fragancias más caras de toda la perfumería. Jorge sacó la cartera sin mayor sorpresa y extrajo setenta y cinco euros.
—Aquí tienes.
—Gracias —dijo Sofía, tendiéndole la bolsa con la misma sonrisa deslumbrante e irónica de oreja a oreja que minutos antes le había dedicado él—. Espero que le guste a tu madre.
—¿Lo has visto bien? —preguntó Sara, volviéndose hacia Sofía cuando Jorge salió de la tienda—. Está para foll…
—¡Sara! —la interrumpió Sofía.
—¿Me vas a decir que no?
«Sí, por supuesto que sí», pensó Sofía para sus adentros.