CAPÍTULO 21

 

 

Cuando la película y las palomitas de maíz se terminaron, la tarde caía en la sierra de Guadarrama pintando un lienzo de colores escarlata en el cielo. Jorge se levantó y al ir a recoger los boles, Sofía le tiró un cojín que fue a parar a su cabeza.

—Se me ha caído —dijo Sofía con cara de niña buena cuando Jorge giró el rostro y la miró divertido arqueando las cejas en un gesto interrogativo.

—¿Dos metros delante de ti? —preguntó.

—Tengo muy mala puntería —se excusó Sofía, poniendo expresión traviesa.

Jorge cogió el cojín del suelo y se lo lanzó a Sofía, dándola en plena cara. Sofía atrapó dos almohadones más y se los tiró a la vez, pero Jorge se agachó y los esquivó sin problemas.

—Buenos reflejos —afirmó Sofía.

—Gracias —ironizó Jorge—. ¿No crees que eres un poco guerrera?

—¿Guerrera, yo? —preguntó Sofía, lanzándole un nuevo cojín —. Para nada.

Jorge rio, moviendo la cabeza.

—Si vuelves a tirarme otro almohadón vas a ir directa a la piscina —la amenazó con una sonrisa pícara y seductora.

—¿No te atreverás? —lo desafió Sofía con los ojos entornados.

—Ponme a prueba.

Sofía se levantó del sofá, cogió el último cojín que había y se lo tiró a Jorge, que lo atrapó al vuelo. La complicidad entre ambos era palpable.

—¿Te he dicho que tienes muy buenos reflejos? —repitió Sofía.

Jorge dejó el cojín a un lado sin decir nada y con los ojos entornados como un felino apunto de atacar, e hizo el amago de salir corriendo. Sofía dio un salto y se colocó detrás del sofá. El cuello de la camiseta le caía por el brazo, dejando su hombro al descubierto de una manera que a Jorge le pareció extremadamente sensual y coqueta. No sabía si tirarla a la piscina o hacerle el amor.

—Es muy tarde para bañarse en la piscina —se excusó Sofía, tratando de contener una sonrisa.

Primero la tiraría a la piscina y después le haría el amor.

—Haberlo pensado antes de lanzarme el cojín. Te lo advertí —indicó Jorge con el dedo.

Jorge salió disparado hacia Sofía con los ojos brillantes de diversión y… deseo. Ella rodeó el sofá para que no la atrapara.

—¿No querrás que me constipe? —preguntó Sofía al tiempo que se movía de un lado a otro.

—¿En el mes de julio y con más de treinta grados en la calle? —ironizó Jorge, dando una zancada hacia ella y acortando distancias.

—Soy muy sensible —afirmó Sofía en broma.

Salió corriendo intentando que Jorge no la cogiera. Pero él saltó por encima del sofá y la persiguió por todo el salón hasta que finalmente la atrapó. Sofía lanzó un grito.

—Te vendrá bien un bañito… —dijo Jorge mientras la cogía en volandas y se la echaba al hombro como un saco.

—No, no, no, no…

—Sí, sí, sí, sí…

—¿Y si te doy un beso? —lo chantajeó Sofía entre risas sofocadas.

Jorge se detuvo en seco en mitad del jardín. La piscina estaba a unos metros, iluminada por una línea de fluorescentes blancos.

—Déjame que me lo piense. Tu oferta es muy tentadora —dijo—. Mmm… no —contestó transcurridos unos segundos. Alzó los brazos y lanzó a Sofía a la piscina. Cuando emergió a la superficie rio, como hacía tiempo que no reía, como hacía años, como cuando ella era ella, y no la persona apagada y silenciosa en que la había transformado Carlos, con quien no tenía ni la mitad de complicidad que con Jorge.

Agitó las manos y salpicó a Jorge, que la contemplaba con ojos ardientes desde el césped. Tenía el pelo alborotado y el torso desnudo.

—Eres un idiota —le dijo Sofía, sin dejar de echarle agua.

Jorge sonrió, cogió carrerilla y se lanzó de cabeza a la piscina.

—Un idiota al que vas a volver loco —aseveró con voz grave mientras agarraba a Sofía por la cintura y la atraía hacia él.

Su niña no podía estar más sexy, con la camiseta mojada pegada al cuerpo como una segunda piel, deslizándose por el hombro y marcando los pequeños pechos por debajo del algodón. Tenía los pezones endurecidos. Sofía metió los dedos entre el pelo mojado de Jorge y lo miró a los ojos con una ansiedad que, por más que trataba, no podía disimular.

—¿Eres consciente de cuánto te deseo? —le preguntó Jorge—. ¿Eres consciente, Sofía?

Sofía no dijo nada, pero notó su miembro duro en la tripa. Miles de mariposas empezaron a revolotear en su estómago. Se acercó a la boca de Jorge y se besaron apasionadamente como si no hubiera un mañana. Quizá ya no lo hubiera para ellos, pensó Sofía. Quedaban algo menos de tres horas para que acabara el domingo, para que terminara el fin de semana; ese que tanto había temido que llegara y que ahora no quería que pasara. ¿Por qué se sentía tan confundida? ¿Tan turbada? ¿Por qué las palabras de Jorge le daban tanto miedo?

Apartó todos aquellos interrogantes de su cabeza y se fundió con sus labios, que la reclamaban sin descanso. La lengua de Jorge, rebelde, inspeccionaba cada rincón de su boca de forma posesiva, autoritaria…

Jorge se separó, la llevó con él hasta uno de los lados de la piscina y se situó detrás de ella.

¿Iba a hacerle el amor allí?, se preguntó Sofía con cierto asombro. ¿De qué se extrañaba? Jorge era fogoso y apasionado hasta la saciedad. Insaciable, ambicioso, explorador. Había perdido el número de veces que la había hecho suya en todas las variables posibles a lo largo de esos dos días. Y ahora iba a volver a poseerla. Dentro de la piscina.

Jorge trasteó con las manos y se quitó el pantalón de lino blanco que llevaba puesto. Después desabrochó el botón del short vaquero de Sofía y se deshizo de ellos junto a las braguitas. Ella movió las piernas para ayudarlo mientras sentía su aliento cálido en el oído.

—Te deseo tanto —murmuró Jorge besándole el hombro con ternura—. Tanto…

Alzó el rostro y le rozó la oreja suavemente con la nariz. El cuerpo de Sofía empezó a vibrar, expectante. Jorge deslizó las caricias por el cuello. Sofía levantó los brazos y le agasajó el pelo,  ladeando al mismo tiempo la cabeza para facilitarle el acceso. Suspiró cuando Jorge le mordisqueó repetidamente. Los pezones de Sofía se endurecieron más aún.

—Eres tan femenina…

Las manos de Jorge se acoplaron a sus pechos y los apretó con fuerza. Sofía gimió y se convulsionó contra su cuerpo.

—Tan sensual…

Le mordió con delicadeza el lóbulo de la oreja y tiró de él para sí.

—Tan dulce…

Le pasó la lengua lánguidamente. Con el dedo índice fue dibujando una línea descendente hasta el final de la espalda. Sofía sintió un escalofrío a lo largo de la espina dorsal.

—Jorge… —susurró.

—¿Qué? —dijo él, introduciendo el dedo dentro de ella.

La sangre de Sofía se activó en las venas y la respiración empezó a acelerase descompasadamente. Jadeó. Jorge la inclinó ligeramente hacia delante mientras su dedo seguía jugueteando en su interior.

—Voy a morir de placer… —murmuró Sofía.

—Entonces, moriremos juntos —afirmó Jorge.

Sacó el dedo y se lo metió a Sofía en la boca, que lo lamió con ansiedad. Seguidamente juntó sus labios con los de ella y probó su sabor. Exquisito.

La inclinó un poco más, la cogió de las caderas y la estrechó contra él y, lentamente, la fue penetrando. Sofía cerró los ojos y se dejó llevar por la placentera sensación de invasión que Jorge ejercía sobre ella, que comenzó a moverse cada vez más rápido mientras los ojos le ardían de pasión.

Ambos gimieron a la vez cuando la penetró profundamente.

—Ahhh… —suspiró Sofía casi a punto de llegar al clímax.

Jorge aceleró el ritmo. Sus caderas se mecían cada vez más apremiantes. Sofía pegó el culo a su entrepierna. Quería sentirlo en lo más hondo de su ser. Hasta que esa sensación ardiente y familiar la recorrió todo el cuerpo. Miles de punzadas de placer que la catapultaron al éxtasis, agarrada al borde de la piscina.

Jorge la aferró con fuerza de la cintura, jadeando. Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y dando un último empellón se corrió con los dientes apretados. Sofía se dejó caer, sobrecogida. Jorge la sujetó y le dio la vuelta para mirarla. Le cogió el rostro con las dos manos y la beso cariñosamente, tratando de regular su respiración entrecortada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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