CAPÍTULO 22

 

 

—Me encantaría lavarte el pelo —dijo Jorge.

Sofía le pasó el champú en silencio y se dio la vuelta lentamente en la ducha. Jorge se echó un poco en las manos y frotó para hacer espuma. Los dedos empezaron a friccionar el cuero cabelludo de Sofía con delicadeza. Sofía suspiró mientras contaba los minutos que faltaban para las doce de la noche.

De pronto se sentía como Cenicienta; pendiente de la hora en que se rompería el encantamiento; pendiente de que el hechizo se acabaría y volvería a la realidad. Su realidad. ¿No era eso lo que quería desde que Carlos le hizo la extraña proposición de pasar un fin de semana con un desconocido? Sí, claro que sí. No deseaba otra cosa.

—¿A qué hora entras a trabajar mañana en la perfumería? —preguntó Jorge, masajeándole la cabeza.

—A las diez —respondió Sofía.

—Quiero pasar esta noche contigo —anunció Jorge. Sofía abrió los ojos de par en par. El corazón le aporreó el pecho como si tuviera dentro cien tambores—. ¿Crees que a… Carlos le importará? —A Jorge le costaba horrores pronunciar su nombre.

Sofía bajó la cabeza y durante unos segundos se mantuvo callada.

—No —dijo al fin. Hubo un silencio pesado—. Probablemente le dé igual... —Su voz se fue apagando.

Jorge advirtió que la actitud indiferente e impasible de Carlos dolía a Sofía, y sintió una punzada de rabia, de celos. ¿Cómo podía estar enamorada de ese cabrón? Pese a todo, por un momento envidió su suerte. La envidió porque la tenía a ella. A su preciosa y dulce niña. Porque Sofía ya era su niña.

—Y tú, ¿quieres quedarte esta noche conmigo? —le preguntó en tono moderado al tiempo que le aclaraba la frondosa melena.

La espera hasta que Sofía respondió se le antojó eterna.

—Sí.

Jorge sonrió, y notó un alivio en el fondo del estómago. La rodeó con los brazos y la besó con ternura en el pelo mojado. Sofía se agarró a sus enormes manos y deslizó la cabeza hacia atrás para apoyarse en su pecho desnudo.

Suspiró de nuevo. Estaría unas horas más con el señor Montenegro.

 

 

 

Durmieron abrazados, hechos un nudo de brazos y piernas mientras el amanecer llegaba con sus tímidos tonos pastel. Antes de que el alba hiciese acto de presencia, Jorge volvió a hacerle el amor a Sofía de un modo tan apasionado que casi era salvaje, animal. Necesitaba, porque era una necesidad imperiosa, sentirla de nuevo, estar dentro de ella, aunque fuera por última vez.

La hizo suya con pasión, y con el dolor de no volverla a ver nunca más; de no tenerla así, entre sus brazos, nunca más; de no estar dentro de sus entrañas nunca más; de no contemplar embobado su deslumbrante sonrisa nunca más.

Ambos acabaron extenuados.

 

 

 

Jorge le abrió caballerosamente la puerta del BMW gris con el que Walther fue a recogerla el viernes a su piso. El silencio había sido el protagonista del desayuno y también tenía intención de ser el protagonista del viaje de regreso a Madrid. Las palabras se negaban a salir, parecían estar atascadas en mitad de la garganta. Sofía trató de entablar conversación varias veces, pensó varios temas, pero hablar del tiempo era demasiado trivial después del intenso fin de semana que había vivido. Así que se limitó a contemplar el soleado paisaje por la ventanilla del coche mientras Jorge la llevaba a casa.

—¿Es aquí dónde vives? —preguntó Jorge cuando llegaron al número 15 de la calle Gómez de Arteche, en el barrio de Buenavista, aunque era una pregunta obvia.

Sofía asintió en silencio con los labios ligeramente apretados, mirando a Jorge por debajo de las espesas líneas de pestañas que se extendían como un abanico a lo largo de sus ojos verdes.

—Entonces, hemos llegado —anunció Jorge.

—Sí —afirmó Sofía.

Se bajaron del coche, Jorge abrió el maletero y sacó la pequeña maleta de viaje de Sofía.

—Gracias —dijo Sofía.

Era temprano aún. Las calles de la polifacética Madrid empezaban a desperezarse entre los vivos y cálidos rayos del sol de julio. Sofía, indecisa y expectante, miró fugazmente hacia su portal.

—Tengo que irme, o llegaré tarde a la perfumería —dijo a media voz.

Jorge se quedó mirándola en silencio, asimilando sus palabras. Sofía sintió que el corazón se le paraba en seco. Los ojos oscuros y seductores de Jorge ardían como dos ascuas.

—No voy a dejar que te vayas sin robarte un beso —aseveró Jorge con contundencia.

La cogió por la cintura con un movimiento preciso y efectivo, la atrajo de un tirón hacia él y la besó. Sofía perdió la noción del tiempo y del espacio mientras se fundía con sus labios de terciopelo. No había nadie en la calle, pero tampoco le hubiera importado que la hubieran visto. De pronto no le importaba nada que no fuera Jorge Montenegro y la marabunta de sensaciones que producía en ella.

—Ya, por favor… —dijo en voz baja apartándose de él. Jorge no insistió. No quería presionarla—. Tengo que irme —repitió Sofía, retrocediendo cautelosamente un par de pasos.

—¿Puedo invitarte un día a un café? —preguntó Jorge. Sus pupilas vibraban.

Sofía movió la cabeza lentamente.

—No creo que sea una buena idea —respondió, sin pensarlo mucho. No supo a ciencia cierta por qué dijo eso, pero lo dijo—. Tengo novio…

Jorge asintió. Lo entendía… o no. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Sofía cogió la maleta y la hizo rodar unos cuantos metros hasta llegar al portal. Antes de entrar, se giró.

—Jorge… —lo solicitó.

Jorge permanecía de pie al lado del coche con su impoluto traje sastre negro, en el mismo sitio donde lo había dejado, soberbio y majestuoso con su casi metro noventa y su aire de modelo de Armani; inmóvil como una estatua de mármol, mirándola fijamente, como si tuviera el cuerpo clavado al asfalto. Ni un seísmo lo hubiera movido de allí.

—Dime… —dijo.

Sofía soltó la maleta, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

—Gracias —susurró únicamente contra su pecho.

«Gracias a ti», pensó Jorge. Alzó la mano y le acarició la cabeza.

Sofía deshizo el abrazo después de unos instantes que le resultaron, sin duda, efímeros, se dio la vuelta, recogió la maleta y, sin mirar ya atrás, se introdujo en el portal. No servía de nada alargar más la despedida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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