CAPÍTULO 27
—¿Te gusta la comida japonesa? —preguntó Jorge.
—Sí —contestó Sofía.
—Hay un restaurante japonés al lado. ¿Bajamos a comer algo o pedimos que nos lo traigan aquí? —propuso Jorge.
—Mejor comemos aquí —sugirió Sofía, aún con el rostro sofocado—. Si te parece bien…
—Me parece perfecto —dijo Jorge, dándole un beso rápido en la boca.
Media hora después la alargada mesa del despacho estaba llena de udon, onigiri, sushi y takoyakis, entre otras exquisiteces niponas.
—Cuéntame por qué estabas baja de ánimo esta mañana —preguntó Jorge a Sofía.
—Por nada en especial —dijo Sofía.
Jorge dejó los palillos sobre la mesa, extendió el brazo y le levantó la barbilla con dulzura.
—¿Sabes que puedes confiar en mí?
—Sí.
—¿Y que puedes contarme lo que quieras?
—Sí.
—¿No van bien las cosas en la perfumería? —sondeó, mirándola fijamente a los ojos—. Si es así, puedo encargarme personalmente de conseguirte un trabajo más acorde a tu gusto o tus aptitudes. Incluso podrías trabajar aquí. Nuestra firma es muy amplia.
—No, no… Las cosas en la perfumería van bien —se adelantó a decir Sofía—. De todas formas, gracias.
—¿Entonces? —insistió Jorge—. ¿Es por Carlos? —Su tono de voz adquirió una gravedad sobrecogedora.
—No —negó Sofía. Por nada del mundo quería que Jorge se enterase de lo que había pasado con Carlos. Sería capaz de matarlo—. Son días que se tienen… No hace falta un motivo.
Jorge se quedó mirándola con ojos profundos. Durante un instante Sofía pensó que podía leer su pensamiento como un libro abierto; que no se había creído la vaga justificación que le había dado.
—¿Segura? —El tono de voz y la expresión del rostro de Jorge continuaban siendo graves.
—Segura —afirmó Sofía, acompañando la respuesta de una sonrisa que resultara convincente.
—¿Sabes que tienes unos ojos preciosos? —dijo de pronto Jorge, que no quería seguir presionando a Sofía con sus preguntas. Se conformaba con ver que su estado de ánimo había cambiado y que había sido gracias a su ramo de rosas. Sofía no pudo evitar ruborizarse ante su inesperado halago—. Soy incapaz de describir su color exacto. No sé si son verdes, azules… Solo sé que son preciosos y que podría perderme en ellos.
—Gracias —dijo Sofía, visiblemente nerviosa—. Pero no te pierdas, por favor.
Jorge no dejaba de imponerla. Su atractivo, racial y viril, era intimidante. Su mirada negra de larguísimas pestañas era tan profunda, tan cautivadora como la de esos antiguos galanes de cine. ¿Cómo podía ser alguien tan perfecto exterior e interiormente? ¿Y por qué se había fijado en ella? Ella, que era tan insignificante. O eso era lo que siempre le decía Carlos: Que era insignificante. Y también se lo demostraba —porque su novio era muy demostrativo— prefiriendo a cualquier mujer antes que a ella. Regalándole su indiferencia, su desprecio…
Sofía había llegado a pensar alguna vez que el desprecio y la indiferencia era lo que la mantenían atada a Carlos, consciente de ser merecedora de ellos, como una especie de autocastigo por no haber sido nunca la mujer que él quería que fuera. Pero, ¿qué clase de mujer quería Carlos? El odiaba a todas. Era un misógino. El término parecía más de manual psicológico que de uso cotidiano, pero en Carlos adquiría contexto. Y lo peor de todo es que siempre había sido así.
Jorge le dio un toquecito en la nariz y la besó suavemente en los labios.
—No me perderé —aseguró—. Te lo prometo.
Sofía esbozó una sonrisa tímida.
—¿Y qué tal ha ido tu reunión? —le preguntó mientras le hincaba el diente a un poco de sushi.
—De locos —respondió Jorge llevándose a la boca un takoyaki—. Estoy ultimando los detalles de una casa de lujo en las afueras de Madrid y los dueños son muy tiquismiquis. —Masticó—. Esto está delicioso —comentó—. Prueba… —Alargó la mano con el tenedor y se lo dio de comer a Sofía.
—Sí, está delicioso, aunque sigo prefiriendo el sushi —dijo Sofía.
Jorge fijó de nuevo su mirada en ella.
—¿Qué tal tienes el hematoma del costado? —preguntó.
—Bien. Ha disminuido bastante.
—Déjame verlo…
Sofía se levantó un poco la camiseta y se lo enseñó.
—Todavía está muy oscuro —señaló Jorge.
—Pero ya no me duele tanto —aclaró Sofía para no preocuparlo.
—Cuídatelo —dijo Jorge como un padre protector—, o iré todos los días a la perfumería para cuidártelo yo. ¿Me has entendido?
—Perfectamente.
—Son las cinco menos veinte —anunció Jorge—. Hora de que te lleve al trabajo.
—No hace falta —dijo Sofía—. Puedo coger el metro.
—Ya sé que puedes coger el metro —ironizó Jorge—, y también sé que puedes ir andando, pero prefiero llevarte en el coche.
—No quiero entretenerte… Seguro que tienes muchos asuntos de los que preocuparte.
—Sí —afirmó Jorge—. Y tú eres uno de ellos; eres un muy buen asunto en el que entretenerme y del que preocuparme. Y si yo no pudiera llevarte, encargaría a Walther que lo hiciera.
—Está bien, como quieras —capituló Sofía suspirando resignada—. Eres muy cabezón.
—¿Crees que tengo la cabeza demasiado grande? —bromeó Jorge, haciendo una mueca divertida con la boca—. Mi madre me lo dice siempre…
Sofía le dio un pequeño golpe en el hombro.
—Que tonto eres —arguyó en un tono entre divertido y resignado.
—Te caerá muy bien mi madre. Ella piensa lo mismo.
Sofía rio con una risa que contagió a Jorge.
—Anda, vamos —dijo Jorge, agarrando la mano de Sofía y tirando de ella.
—Ha sido excitante —dijo Sofía mientras atravesaban las calles de Madrid.
—¿El qué?
—La manera en que… —Sofía se interrumpió ruborizada —. Bueno, ya sabes…
—¿La manera en que te he hecho mía en el despacho? —terminó de decir Jorge. Sofía asintió en silencio—. No he podido evitarlo. Trato de contenerme, pero es más fuerte que yo. —Volvió la cabeza y miró a Sofía—. Me pongo solo con mirarte. Esa camiseta que te deja el hombro al descubierto… —La frase quedó suspendida en el aire—. Ahora mismo te llevaría a un parking subterráneo y te follaría hasta que te corrieras de nuevo. Pero sé que a las cinco tienes que entrar a trabajar.
Sofía no quería que se contuviera. Le gustaba esa espontaneidad casi irracional —animal— con que Jorge la poseía, la follaba… Con él, aquel término alcanzaba una dimensión muy diferente a la que estaba acostumbrada. Incluso la palabra la excitaba. Pero no sabía si estaba bien decírselo a Jorge. Las veces que se había insinuado a Carlos, o había propuesto algo nuevo para romper la tediosa monotonía, él había vertido sobre ella una retahíla de exabruptos entre los que no podía faltar su idolatrado «zorra», que parecía tener pegado al paladar, dispuesto siempre a salir.
—Soy muy apasionado y muy sexual —alegó Jorge con voz seductora—. Es mi manera de demostrarle a alguien que me gusta... mucho. —Miró de reojo a Sofía, atento a su reacción—. No follo por follar. Nunca he follado por follar. No va conmigo. Incluso para echar un simple polvo tengo que sentir pasión. No me vale cualquiera.
Sofía lo miró sin saber muy bien qué pensar. Sabía que Jorge no era un hombre como los demás, pero también que la muerte de Paula, su novia, había marcado a fuego su vida. Él mismo se lo había confesado. ¿Qué sentía en esos momentos por ella? ¿La seguiría amando? La idea le produjo angustia y… celos.
Nunca antes se lo había preguntado, pero, ¿qué aspecto tendría Paula? ¿Sería alta o baja? ¿Rubia o morena? Seguramente que era muy guapa. Una punzada de algo que no supo reconocer le sacudió el corazón. Todos sus complejos e inseguridades resurgieron en su interior como una bestia.
—Ya hemos llegado.
Sofía volvió a la realidad al escuchar la voz de Jorge, que había parado el coche en doble fila frente a la perfumería. Sofía rezó para que Sara no estuviera cerca, o la sometería de nuevo a uno de sus insoportables interrogatorios.
—Gracias por acercarme —dijo.
—Ha sido un placer —respondió caballeroso Jorge.
Sofía abrió la puerta del BMW y se dispuso a salir.
—¿Te vas a ir sin darme un beso? —le preguntó Jorge.
Sofía giró el rostro hacia él y lo miró unos instantes con el corazón en vilo. ¿Cómo iba a negarle un beso con esa súplica silenciosa que asomaba a sus almendrados ojos negros? ¿Cómo iba a negarle algo a Jorge Montenegro? Se inclinó y lo besó. Jorge apretó sus labios contra los de Sofía de forma exigente.