CAPÍTULO 24

 

 

—¿Qué hacen las sábanas en la basura? —inquirió Carlos en tono despótico cuando llegó al piso por la noche, después de haber estado el día entero ganduleando por Madrid.

—No voy a dormir en ellas después de que te has estado revolcando con otra en mi propia cama —soltó Sofía con toda la rabia que tenía acumulada en su interior, sin percatarse que revelarse contra Carlos era, con todo pronóstico, una imprudencia.

—¿De qué diablos hablas? —dijo Carlos, haciéndose el despistado.

—Sé que has estado aquí con otra mujer.

Carlos carcajeó teatralmente.

—Vaya… La mosquita muerta está sacando las uñas —señaló con sumo desdén—. Deja de ver fantasmas donde no los hay. Y si los ves, no los alimentes.

—No son fantasmas —aseguró Sofía encarándose con él—. Cuando he entrado esta mañana en el piso olía a perfume barato.

«Esa tonta de Carmen debería ser más precavida —pensó Carlos malhumorado—, o acabará metiéndome en un lío».

—Ya sabes lo poco que me gustan las escenas de celos —dijo en voz alta.

—No es una escena de celos, Carlos.

—¿Qué derecho te crees que tienes para montarme este numerito? —gritó a la defensiva con la intención de desviar el tema.

—Con el derecho que me da ser tu novia —argumentó Sofía en tono visiblemente impotente—. ¿Eso no es nada para ti? Me debes respeto.

Carlos bufó divertido. En sus ojos marrones parecía habitar una broma perpetua. 

—¿Respeto? —repitió, como si nunca antes hubiera oído esa palabra—. No eres más que una zorra, como todas las mujeres —vociferó exaltado—. ¿Qué respeto se le puede tener a una zorra? Dime…

—Soy tu novia… —murmuró Sofía en un tono de voz apenas audible.

—Mi novia… —dijo Carlos, haciéndole burla mientras se acercaba a ella—. ¿Sabes lo único que significa eso? ¡¿Lo sabes?! —rugió en su oído.

—No —respondió Sofía en voz baja, negando al mismo tiempo con la cabeza. Carlos le daba miedo cuando se enfadaba.

—Que puedo follarte cuando me dé la real gana —afirmó Carlos. Los ojos miraban a Sofía con desprecio—. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué te folle? —inquirió, agarrándola del brazo y tirando de ella hacia él.

—No… —dijo Sofía. Tenía la boca seca.

—Voy a darte tu merecido —bramó Carlos, obligándola a ir al dormitorio.

—Suéltame, Carlos, por favor. Suéltame. No quiero… Así no quiero, por favor —sollozaba Sofía, que no encontraba la manera de detener aquello.

Carlos la llevó hasta la cama y le dio un fuerte empujón.

—Voy a hacer valer tus derechos y tus deberes como novia —afirmó con voz maliciosa.

—Así no..., por favor. Así no… —suplicó Sofía. Carlos se puso encima de ella, desoyendo los ruegos que pronunciaba entre lágrimas y de un tirón le desgarró el vestido—. Por favor…

—Cállate —dijo, dándole una fuerte bofetada en la cara—. O te haré callar yo a hostias.

Sofía se retorcía sobre sí misma, intentando zafarse de Carlos, pero su pesado cuerpo la tenía atrapada contra la cama. Carlos se bajó la cremallera del pantalón y se sacó el miembro por la bragueta, haciendo patente su apremiante erección. Con las rodillas le abrió las piernas a Sofía y sin dilaciones ni pérdidas de tiempo estúpidas que no necesitaba, la penetró, hundiéndose en ella hasta el fondo.

—¿Quién te folla mejor? —le preguntó Carlos desdeñosamente y con un ridículo aire de suficiencia mientras entraba y salía de ella a la fuerza—. ¿Yo, o ese viejo con el que has pasado el fin de semana?

—¡Déjame! —exclamó Sofía, retorciéndose debajo de Carlos, que la seguía penetrando una y otra vez—. ¡Déjame, por favor…!

—¿No dices que eres mi novia? Entonces, compórtate como tal —apuntó Carlos con sorna, dándole otra fuerte bofetada—. Tienes derechos, y también deberes. Dejarte follar es uno de ellos…

Carlos siguió moviéndose de arriba abajo entre sonoros jadeos, hasta que su cuerpo se tensó como un cable. Dio un último empujón, introduciéndose profundamente en Sofía, —que gritó al sentir un pellizco de dolor en las entrañas—, y se corrió dentro de ella.

Carlos se derrumbó exhausto sobre el cuerpo menudo y dolorido de Sofía, que trataba de contener las lágrimas para no empeorar la situación, pero a duras penas lo conseguía. Los ojos le escocían y las mejillas le ardían por las bofetadas. Carlos se echó a un lado con la respiración entrecortada y segundos después se levantó.

—Si vuelves a exigirme derechos y respetos, volveré a exigirte deberes —dijo con prepotencia mientras se subía la cremallera de la bragueta.

Cuando Carlos salió de la habitación, Sofía se dio la vuelta en la cama, se tapó la cara con la almohada y rompió a llorar como una niña pequeña. ¿Por qué la trataba así? A ella siempre le había gustado hacer el amor con él. Entonces, ¿por qué la trataba así? ¿Qué tenían esas otras mujeres con las que se acostaba que no tuviera ella? Ella… que tanto lo quería.

El llanto y el cansancio la vencieron y se dejó arrullar por el dios del sueño, que la reclamó toda la noche.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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