CAPÍTULO 41
Sofía iba de un lado a otro del salón retorciéndose los dedos compulsivamente. Estaba totalmente segura de la decisión que había tomado. De hecho, nunca había estado tan segura de algo en su vida, excepto del amor que sentía por Jorge Montenegro. Pero no sabía de qué modo iba a reaccionar Carlos cuando se lo dijera. Era tan impulsivo, a veces, que se hacía complicado predecir qué era exactamente lo que iba a hacer o a decir.
—¿Tienes un minuto? —le preguntó a Carlos cuando entró en casa.
—¿Un minuto para qué? —respondió Carlos con su tradicional malhumor.
—Para hablar.
—¿Sobre qué?
Sofía tragó saliva. Tenía la garganta seca como el corcho y estaba visiblemente nerviosa. Carlos la miró con desdén. ¿Sobre qué quería hablarle aquella estúpida?, pensó para sus adentros con fastidio. Había quedado para verse con Carmen y las tonterías de Sofía harían que se retrasase.
—Nuestra relación… —Sofía se interrumpió y carraspeó.
—¿Qué le pasa a nuestra relación? —sondeó Carlos, girándose completamente hacia Sofía.
Sofía respiró hondo, se armó de valor y dijo:
—Creo que deberíamos dejarlo.
Carlos la observó durante unos instantes con una expresión indescifrable en el rostro.
—¿Me estás dejando? —preguntó con una tranquilidad estremecedora. Sofía se sobrecogió.
—Es lo mejor —afirmó Sofía.
—¿Para quién? —dijo Carlos, acercándose a ella lentamente con aire acechante.
Sofía retrocedió un paso. La actitud de Carlos era extraña e inquietante, con un matiz de desafío que a Sofía comenzó a darle miedo.
—Carlos, tú no me quieres —se defendió—. Nunca me has querido. No sé por qué estás conmigo, pero desde luego no es por amor.
Carlos no la escuchaba. Simplemente avanzaba hacia ella con la cara encendida, sin ver nada de lo que había a su alrededor, como un monstruo que va a atrapar a su presa.
—¿Quién te has creído que eres para dejarme? —dijo, apretando los dientes—. ¡¿Quién, maldita zorra?!
El puño de Carlos se movió rápidamente y golpeó el rostro de Sofía, que trastabilló unos pasos hacia atrás. Estuvo a punto de caerse, pero en el último momento se agarró a una silla y frenó la caída.
—¡Basta! —le gritó a Carlos, llevándose las manos al rostro dolorido—. ¡Basta!
Carlos volvió a golpearla sin mediar palabra. Sofía intentó protegerse con los brazos, pero no llegó a tiempo. El puño de Carlos impactó sobre su cabeza. Sofía sintió un fuerte mareo y se desplomó al suelo.
—¿Quién te has creído que eres para dejarme, zorra? —volvió a decir Carlos con voz enervada—. ¡Solo eres una jodida inútil! ¡Una jodida estúpida! ¡Una jodida zorra! —gritaba mientras le daba patadas sin descanso en el estómago, las costillas, la cara y la cabeza.
—Carlos, por favor… Por favor... No me pegues más, te lo suplico —imploraba Sofía entre lágrimas—. Por favor…
—¡Es lo que te mereces! ¡Que te mate a golpes! ¡Por zorra! ¡Por inútil! ¡Por estúpida! —Carlos se inclinó hacia ella y le tiró del pelo brutalmente al tiempo que las palabras estallaban en el aire—. ¿Quieres dejarme? —preguntó mientras la arrastraba por el salón. Sofía manoteaba intentando zafarse, pero no lograba que Carlos la soltara.
Cuando fue a levantarla en vilo, Sofía se movió y se liberó. Corrió tambaleándose hasta la puerta, aturdida. Alcanzó el pomo con la mano y lo giró. Pero en esos momentos Carlos llegó por detrás y cerró la puerta de un estrepitoso golpe.
—¿Adónde demonios crees que vas? —dijo, agarrándola de nuevo por la melena y tirándola al suelo.
Sofía gritó. Al caer, se golpeó el costado con una silla. El dolor le atravesó el torso como un calambre.
—Por favor… Por favor… —suplicó entre lágrimas.
Carlos volvió a tirar de ella y la arrastró hacia el salón.
—Por favor, ¿qué, puta? Por favor, ¿qué? —se burlaba.
De un impulso la lanzó contra la pared. Sofía notó como le crujió la columna vertebral. Un nuevo puñetazo de Carlos aterrizó en su nariz, aunque Sofía pudo amortiguar el golpe con las manos. La sangre comenzó a manar de ella, caliente y de manera alarmante. Sofía se estremeció. Pero Carlos no se detuvo. La empujó y la tiró al suelo.
—Estás loca si piensas que voy a permitirte que me dejes —vociferó—. Antes te mato.
Sofía sintió una punzada de pánico. Un frío que le heló el corazón. Conocía a Carlos. Hablaba en serio. Seguro que su amenaza no se quedaba solo en un intento. Tenía que salir de allí, pensó. Trató de incorporarse. Carlos, al advertir su intención, alzó el pie y le dio una fuerte patada en el estómago. Sofía se retorció sobre sí misma con un acceso de tos que no pudo controlar. El dolor invadió cada recoveco de su lastimado ser. Quería moverse, pero el cuerpo no respondía. No le quedaban fuerzas, ni siquiera para rogar a Carlos que no le pegara más. Se quedó quieta, como una muñeca de trapo, recibiendo las patadas que su novio le daba en la cabeza, hasta que sus ojos se cerraron y llegó la oscuridad. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas trazando surcos de dolor en el rostro.
El fuerte golpe de la puerta al cerrarse la sobresaltó. Temblaba. De miedo, de confusión, de dolor. Todo estaba en silencio. Carlos se había ido. Durante un instante respiró aliviada. Movió los ojos en todas direcciones y trató de incorporarse. No podía. El cuerpo no respondía a las órdenes que le daba el cerebro.
Aturdida, con la cabeza a punto de estallarle y haciendo un esfuerzo sobrehumano, se arrastró hasta la mesa del salón, tirando de ella misma, donde había dejado el móvil. Empujó el mantel y el teléfono cayó a su lado. Lo aferró con mano temblorosa y llamó a Jorge.
Jorge estaba en el despacho con Adrián, dando un último retoque a los detalles técnicos que exigía el proyecto de O´Neal Enterprise Consulting. Still loving you de Scorpions sonó, llamando su atención. Alargó el brazo y cogió el teléfono. Sonrió cuando en la pantalla apareció el nombre de Sofía.
—¿Cómo está la chica más bonita de todo Madrid? —dijo al descolgar. A su lado, Adrián esbozó una ligera sonrisa. Su hermano mayor estaba enamorado de Sofía como un adolescente.
—Jorge… —dijo Sofía con esfuerzo.
—¿Qué te sucede? —preguntó Jorge, alarmado al escuchar el extraño tono de su voz.
—Carlos… Carlos me ha pegado una paliza —tartamudeó Sofía tratando de no tragarse la sangre que le salía de la nariz.
—¡Maldito hijo de puta! —masculló Jorge entre dientes—. ¿Dónde estás? —preguntó con angustia.
—En… En casa.
—Voy para allá, mi niña.
—No sé lo que me pasa, Jorge —dijo de pronto Sofía. Jorge notó que estaba asustada—. Casi no veo y me dan punzadas en la cabeza. Me voy a volver loca de dolor…
—Ya voy para allá, Sofía. No te preocupes. —Jorge trataba de mantener la calma, pero le era imposible—. Sofía no cuelgues el teléfono, ¿ok? ¿Sofía? ¿Sofía? ¡Joder! —Jorge miró a su hermano, que permanecía de pie, alertado por la extraña conversación de Jorge—. Adrián, vente conmigo —indicó.
Adrián asintió mientras lo dejaban todo como estaba y se lanzaban a la carrera para alcanzar la calle.
—¿Qué ocurre? —preguntó una vez montados en el BMW gris.
—Carlos ha pegado una paliza a Sofía —explicó Jorge.
—Cabrón.
Jorge conducía de manera temeraria por el centro de Madrid mientras la noche, con su espeso manto de sombras negras caía sobre la ciudad. Tras un camino que se le antojó interminable, finalmente llegó al piso de Sofía. Entraron en el portal corriendo, justo cuando salía una mujer. No esperaron al ascensor; subieron directamente por las escaleras. Cuando llegaron al piso, Jorge llamó a la puerta incesantemente.
—¿Sofía? —dijo, impaciente—. ¿Sofía?
Pero nadie respondía al otro lado. Sin pensárselo dos veces, comenzó a golpear la puerta con el hombro una y otra vez hasta que al fin, con la ayuda de Adrián, cedió y se abrió ruidosamente.
—¿Sofía?
Estaba tirada en el suelo, con la cabeza ladeada y el rostro lleno de sangre y hematomas. Jorge corrió hacia ella, desesperado. Se arrodilló en el suelo, la cogió y la apoyó en su regazo.
—Adrián, llama al 112 —le pidió. Adrián sacó del bolsillo de su pantalón el teléfono y marcó—. Sofía… —dijo Jorge, acariciándole suavemente el rostro—. Sofía…
Sofía abrió los ojos despacio y esforzó una sonrisa.
—Has venido… —balbució.
—Claro que he vendió, mi niña. Claro que he venido…
Los ojos negros de Jorge se llenaron de lágrimas. Ver así a su pequeña le partió el alma. Tan indefensa, tan vulnerable, tan herida… Tenía la cara hinchada y con hematomas por todas partes y la nariz le sangraba profusamente. Sacó el pañuelo de la chaqueta negra de su traje y le limpió cuidadosamente el rostro mientras trataba de no llorar. No quería que Sofía se preocupara; aunque ella advirtió en la expresión intranquila de su rostro que algo no iba tan bien como debería.
—Me duele… Me duele mucho la cabeza —dijo Sofía con la voz pastosa.
Intentó tocarse la cara, pero solo se quedó en un gesto frustrado. No coordinaba bien los movimientos. Jorge, que se había dado cuenta de ello, le cogió la mano y se la besó.
—Ya… —la consoló—. Pronto vas a estar bien. Ya lo verás.
—El 112 ya está de camino —anunció Adrián. Jorge asintió—. ¿Cómo puede alguien ser tan cruel? —susurró, inclinándose sobre Sofía. No se atrevía ni siquiera a acariciarla, por miedo a hacerle daño. Los golpes que tenía por todo el cuerpo dolían solo con mirarlos. Adrián se conmovió profundamente.
Los hombres como Carlos le provocaban náuseas. Era inconcebible que, basándose en la superioridad física, dejaran a una mujer como ese cabrón había dejado a Sofía. Se la veía tan dulce…
—Tengo sueño —dijo Sofía. La frase le salió con dificultad de los labios.
—No puedes dormirte —indicó Jorge, haciendo un esfuerzo por sonreír—. Tienes que mantenerte despierta. Tienes que hacerme compañía. —Sofía cerró los ojos. Los párpados le pesaban como si fueran de plomo—. ¿Sofía? ¿Sofía? —la llamó Jorge, tratando de espabilarla.
Los sanitarios del 112 llegaron en esos momentos. Un médico hizo a Sofía un primer reconocimiento mientras dos enfermeras le trataban las heridas y cortaban la hemorragia nasal.
—¿Cómo está? —preguntó Jorge, después de que se la llevaran en la camilla.
El médico torció ligeramente la boca.
—Tiene varios traumatismos craneoencefálicos y contusiones por todo el cuerpo —dijo—. Es pronto para concretar un diagnóstico, pero está muy grave. —El médico miró fijamente a Jorge—. Quién le haya hecho esto, ha actuado como un animal.
Jorge cerró los ojos y se pasó la mano por el pelo, preocupado. La sangre le bullía. Se encargaría personalmente de que Carlos pagara por la paliza que le había dado a Sofía.
—Vamos a trasladarla a La Paz —habló de nuevo el médico.
Jorge asintió y a continuación giró el rostro buscando a su hermano.
—Adrián, llévate mi coche —le pidió—. Yo me voy en la ambulancia con Sofía.
—Perfecto. Nos vemos en el hospital. —Jorge sacó las llaves del bolso de su chaqueta y se las pasó a Adrián. Cuando su hermano las cogió le dijo a Jorge—: Se va a poner bien, no te preocupes. Jorge le miró con ojos vidriosos. Agradecía los ánimos, pero él no estaba tan convencido de ello, a pesar de que intentaba ser optimista.