CAPÍTULO 44

 

 

Dos días después, los médicos desentubaron a Sofía para restaurar su respiración normal tras la fuerte sedación que le habían puesto en la intervención quirúrgica. Afortunadamente el proceso de desconexión de la ventilación mecánica no tuvo ningún contratiempo y Sofía empezó a respirar por sí misma.

—Han detenido a Carlos —anunció Raúl. Jorge apartó lentamente los ojos del cristal y lo miró de reojo—. Alguien le ha dado unos buenos golpes. Aunque no ha dicho quién ha sido la persona que le ha pegado.

Adrián, que también se encontraba en el hospital acompañando a Jorge, abrió los ojos de par en par.

—¿Has sido tú? —le preguntó mientras Raúl lo observaba expectante.

—Sé que no está bien, que no es ético ni cívico, pero se los merecía —afirmó volviendo la vista hacia Sofía.

—¡Bien! —exclamó Adrián sin poder contener su entusiasmo—. Ese es mi hermanito —dijo, palmeándole la espalda—. Y bueno, lo de que no es ético ni cívico es discutible. Mira como ha dejado él a Sofía.

—Como hombre de leyes debo decirte que no es lícito —habló Raúl—, pero como hermano te digo que es justo. Él ha estado a punto de matar a Sofía. Quizá unos cuantos golpes bien dados le espabilen —añadió blandiendo una ligera sonrisa.

—Se creía impune, invulnerable, hasta que le rompí la nariz y la boca, y alguna costilla —comentó Jorge.

—Siempre tan generoso —apuntó Adrián, que disfrutaba de aquello como un enano.

—¿Qué va a pasar con él? —quiso saber Jorge.

—El caso se pondrá a disposición del juzgado de la Violencia sobre la Mujer, que lo atenderá en un día; dos como máximo. Después se tomarán medidas en función del peligro que corra la víctima, hasta que salga un juicio oral por agresiones —explicó Raúl.

—¿Y mientras tanto? —preguntó Jorge con un viso de preocupación en la voz.

—Se dictaminará una orden de alejamiento.

—Debería pudrirse en la cárcel —apostilló Adrián en tono serio.

—Estate seguro de que lo condenarán —intervino Raúl—, porque hay un parte de lesiones en su contra.

 

 

 

Sofía abrió los ojos lo que le permitía la hinchazón que tenía en ellos y sintió los cálidos rayos del sol de finales de julio sobre su cuerpo. Notaba la cabeza abotagada, como si el cerebro flotara metido en un tarro de formol. Tenía la sensación de que había estado dormida siglos, porque se encontraba pesada y somnolienta.

Intentó mover las manos, pero estaban llenas de cables y vías intravenosas. De pronto, fragmentos de imágenes de la paliza que le había dado Carlos llegaron hasta su cabeza como fogonazos. Cerró los ojos con fuerza para deshacerse de ellas.

—¿Estás bien? —Una enfermera con un impoluto uniforme blanco la miraba con una cálida sonrisa delineada en los labios—. ¿Cómo te encuentras?

—Bien —respondió Sofía con voz espesa.

La lengua no parecía caberle en la boca, la garganta estaba hecha de corcho y se notaba que tenía los labios inflamados. La enfermera le puso la mano en la frente para comprobar que no tenía fiebre.

—Tengo sed —articuló Sofía con esfuerzo.

—Enseguida te traemos un poquito de agua.

—Gracias.

La enferma salió de la habitación dejando tras de sí una estela con aroma a rosas frescas que, paradójicamente, se intensificaba a medida que pasaba el tiempo. Sofía movió ligeramente la cabeza y se encontró con un montón de ramos de rosas rojas a su alrededor.

—Jorge… —siseó con una sonrisa bobalicona.

El neurocirujano de piel y barba blancas que la había operado entró unos minutos después con dos enfermeras. Entre ellas, la primera que había atendido a Sofía, que le acercó un vaso de plástico con agua y la ayudó a beber con una pajita.

—¿Qué tal estás? —preguntó el médico.

—Cansada, pero bien.

—¿Sabes cómo te llamas?

—Sí. Sofía.

El cirujano asintió, conforme.

—¿Cuántos años tienes, Sofía?

—Veinticinco.

—¿Y sabes cuándo es tu cumpleaños? —continuó el cirujano.

—Sí, el 15 de mayo.

—Muy bien. Sofía, ¿recuerdas por qué estás en el hospital?

Sofía asintió con la cabeza.

—Porque mi novio me ha pegado una paliza —respondió con templanza.

—Sí. Has sufrido varios traumatismos craneoencefálicos que han dado lugar a una serie de hemorragias en la cabeza que hemos tenido que operar para que no causaran daños cerebrales permanentes —empezó a explicarle el médico—. Debido a los fuertes golpes, se han lesionado algunos centros motores del hemisferio izquierdo del cerebro provocando una hemiparesia. Esto quiere decir que el lado derecho de tu cuerpo está en estos momentos debilitado.

Sofía tragó saliva compulsivamente, intentando comprender lo que le había dicho el cirujano.

—¿No podré moverle… nunca más? —preguntó angustiada.

El cirujano sonrió ligeramente.

—Recuperarás un porcentaje muy alto de tu movilidad y de tus funciones con una intensa rehabilitación a la que te someteremos. —Sofía suspiró aliviada. Al menos había una posibilidad—. Va a ser un proceso duro y muy largo —advirtió el médico que, pese a todo, hablaba de forma optimista.

—¿Avisamos ya a su familia? —sugirió la enfermera, después de echar un vistazo a los monitores.

—Sí —concedió el cirujano.

Sofía sintió un cosquilleo en el cuerpo.

—Hija… —murmuró su madre cuando entró, tratando inútilmente de controlar el llanto.

—Mamá… —dijo Sofía. La barbilla le temblaba.

Clara se acercó y la besó en la frente.

—¿Cómo te encuentras, pequeña? —preguntó a media voz, llorando.

—Bien, mamá. No llores, por favor —la consoló—. Todo está bien.

Detrás de Clara, Jorge esperaba impaciente a que llegara su turno. Sofía vio alivio en sus almendrados ojos negros cuando se encontró con su mirada. Aunque sus rasgos perfectos estaban visiblemente demacrados bajo la barba de varios días.

—Nos has dado un buen susto, mi niña —murmuró. Se inclinó y le dio un tierno y casto beso en los labios. Después rozó delicadamente su nariz con la de Sofía. El corazón se le detuvo un instante mientras se derretía por dentro. ¿Cómo podía gustarle tanto Jorge Montenegro? Quizá porque era irresistiblemente encantador.

—¿Todo esto es obra tuya? —bromeó, refiriéndose a los ramos de rosas.

—Me temo que sí. —Jorge hizo una mueca divertida con la boca. Sofía rio débilmente. Jorge Montenegro, el caballero de las rosas rojas, pensó para sí.

—Ya me ha dicho el médico… —empezó a decir, dejando la frase suspendida en el aire.

—Te pondrás bien —afirmó su madre.

—Disponéis de quince minutos para estar con ella —intervino el cirujano con voz protocolaria—. Tiene que descansar.

Jorge y Clara asintieron mientras el personal sanitario salía de la habitación y les dejaban solos.

—Veo que ya has conocido a mi madre —le dijo Sofía a Jorge.

—Sí. Al fin sé de dónde vienen esos preciosos ojos verdes que tienes —anotó él, blandiendo en los labios una de sus seductoras sonrisas—. ¿Estás bien? —preguntó en un tono un poco más serio al tiempo que le pasaba el dorso de la mano por la mejilla.

—Sí —afirmó Sofía—. Un poco cansada, nada más…

En realidad le dolía la cabeza horrores.

—Has estado al borde de la muerte —dijo su madre, sin poder contener las lágrimas.

Sofía deslizó la mirada hacia Jorge. La expresión de su cara lo decía todo. Carlos casi cumple su palabra. Casi la mata, pensó. Un estremecimiento le atravesó la columna vertebral. Tal vez, si Jorge no hubiera acudido de la manera tan diligente como lo hizo, no estaría viva. Suspiró. Afortunadamente, todo había salido bien.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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