CAPÍTULO 40
El fin de semana pasó volando, tan rápido como un suspiro. Sofía y su madre compartieron charlas, risas y helados paseando por Las Ramblas y las numerosas playas barcelonesas. Sofía le contó todo acerca de Jorge Montenegro, incluso que ya había conocido a su madre. Omitió, eso sí, la insólita manera en que se habían conocido ellos dos. Decidió que lo mejor era decir que se habían visto por primera vez en la terraza del Tartan Roof, el bar de unos amigos comunes. Lo cual, no era del todo mentira.
Clara contó a su hija que en el trabajo no le iba nada mal, que su jefe estaba considerando ascenderla a directora regional y que eso la tenía muy ilusionada.
—Tienes que volver a enamorarte —le aconsejó Sofía mientras se tomaban un café con hielo en una terraza del centro de Barcelona.
—El amor ya no está hecho para mí —dijo Clara en tono jocoso.
—Mamá, eres muy joven aún. Tú tampoco puedes renunciar a ser feliz. Además, ¿te has visto? Sigues siendo un bellezón.
Y realmente lo era. Clara tenía unos hermosos ojos verdes, intensos como los de Sofía, un rostro de rasgos suaves y femeninos y una figura envidiable para sus cincuenta y dos años.
—Sofía…
—Te lo digo en serio, mamá. Tienes que volver a enamorarte.
Ambas rieron cómplices.
A su regreso a Madrid, relajada, feliz y con las ideas claras, le esperaba Jorge, que miraba impaciente por encima del mar de cabezas, por si aparecía.
La divisó al fondo, arrastrando la pequeña maleta enfundada en un pantalón vaquero y una camiseta blanca de manga corta, con ese aire sensual que la caracterizaba y que lo volvía loco. Se fijó en su rostro. Se veía radiante. Jorge sonrió cuando finalmente la alcanzó.
—Bienvenida de nuevo a Madrid, mi niña —saludó. Tuvo que hacer un esfuerzo para resistir las ganas que tenía de besarla.
—Gracias.
—¿Qué tal en Barcelona?
—Bien. Muy bien —respondió Sofía con una mirada cómplice.
—Y mi suegra, ¿qué tal está?
—Bien. Te manda recuerdos, por cierto.
Jorge arqueó las cejas. En parte sorprendido de que Sofía hubiera hablado de él a su madre.
—¿Le has dicho que tengo pensado casarme contigo?
—No voy a facilitarte el camino. Eso se lo tendrás que decir tú solito —bromeó Sofía—. Aunque he de decir en tu favor que no le has caído mal del todo.
Jorge rio mientras le cogía la maleta.
—¿Te apetece que nos tomemos algo juntos? —sugirió Sofía.
—¿Es necesario que me lo preguntes? —respondió Jorge. Sofía se encogió de hombros, divertida—. Mujeres… —suspiró, poniendo los ojos en blanco teatralmente. Sofía le sacó la lengua.
—Voy a tener que hacer algo para quitarte esa mala costumbre de sacarme la lengua —dijo Jorge fingiendo seriedad y mirando a Sofía con ojos juguetones. Se acercó a su oído por detrás y le susurró—: Claro, que si supieras las cosas escandalosas que se me ocurre hacerte y que me hagas cuando la veo, quizá la dejarías escondidita en la boca.
—O quizá te la enseñaría más —afirmó Sofía, adelantándose un par de pasos y riéndose de su travieso comentario mientras entraba en una de las cafeterías del aeropuerto.
Se sentaron en una mesa del fondo, apartados de los que hacían tiempo para coger sus vuelos. Un camarero, un chico delgado y larguilucho, se acercó a ellos con una libreta en la mano.
—¿Qué queréis tomar? —preguntó.
—Yo quiero una Coca-Cola —dijo Sofía.
—Yo una cerveza sin alcohol —dijo Jorge.
—Enseguida os lo traigo.
—Gracias —le agradeció Jorge educadamente. Volvió el rostro hacia Sofía y clavó sus ojos en ella—. ¿Qué tal te ha ido? —quiso saber.
—Bien, Jorge. Muy bien —respondió Sofía. Parecía aliviada por algo—. Necesitaba tanto ver a mi madre, hablar con ella, escuchar sus consejos… —se sinceró. Sofía bajó la mirada y se observó las manos—. Gracias por… regalarme los billetes de avión para poder ir a Barcelona. Gracias, de verdad.
El camarero llegó en ese momento con las consumiciones y las dejó encima de la mesa.
—¿Qué billetes? —bromeó Jorge quitando hierro al asunto cuando el chico delgado y larguilucho volvió a la barra. No quería que Sofía se sintiera incómoda por nada. Menos por algo así—. No recuerdo haber comprado ningún billete de avión a Barcelona.
Sofía sonrió ligeramente. Jorge le hacía la vida tan fácil.
—Gracias de todas formas —repitió Sofía. Jorge le guiñó un ojo—. He estado pensando mucho… Mucho. Ordenando las ideas en la cabeza, los sentimientos... —Sofía hizo una pausa y miró a Jorge con ojos trémulos—. Voy a dejar a Carlos —concluyó rotunda.
Jorge soltó el aire que tenía contenido en los pulmones desde que Sofía había comenzado a hablar. Llevaba días esperando escuchar eso. No había querido presionarla. No sería justo para ella. No después de la tensión a la que ya estaba sometida con Carlos. Pero era la mejor decisión que podía haber tomado.
—Es lo mejor, mi niña —dijo, cogiéndole la mano.
—Lo sé —afirmó Sofía—. Tenía que haber tomado esta decisión antes, muchos años antes… He estado aguantando demasiado tiempo los golpes de Carlos, los insultos, las humillaciones, las vejaciones, la indiferencia; creyendo que me lo merecía, justificándolo. He estado tan ciega…
Sofía se mordió el labio, nerviosa. Jorge le apretó la mano.
—Todo va a ir bien —la animó con una sonrisa de satisfacción—. Todo va a ir bien, mi niña. Puedes mudarte a mi casa, o alquilar un apartamento más céntrico, si te viene mejor. Yo te ayudaré con el alquiler y los gastos. No hay problema.
—No es necesario —dijo Sofía—. De momento, prefiero quedarme en el piso de Buenavista. Yo soy la que se encarga de pagar el alquiler y las facturas. Puedo seguir haciéndolo.
—¿Lo pagas tú todo? —preguntó Jorge, extrañado. ¿Es que Carlos no tenía un mínimo de decencia?
—Sí —respondió Sofía—. Le daré a Carlos unos días para que recoja sus cosas y se vaya. Creo que es lo más justo.
—Lo más justo es que lo echaras a patadas —comentó Jorge con aticismo.
—Quizá… Pero no quiero problemas —aclaró Sofía en tono indulgente.
—Está bien. Hazlo cómo mejor te parezca —condescendió Jorge, que de buena gana hubiera sacado a Carlos a empujones.