CAPÍTULO 19

 

 

Jorge alargó el brazo y tendió la mano a Sofía.

—Ven —dijo.

Sofía se acercó al sofá de mimbre del porche y se aferró a sus dedos largos y elegantes. Jorge tiró de ella para que se sentase junto a él y ahuecó el cuerpo para que la cabeza de Sofía recostara sobre su pecho. Le gustaba tenerla cerca. Muy cerca. Poder aspirar el olor que desprendía su piel acaramelada, su melena… Era un aroma tan fresco y singular.

—¿Te molesta? —preguntó Jorge, entrelazando cariñosamente su mano con la de Sofía.

Sofía tardó unos segundos en responder. ¿Molestarla? Para nada. No se lo explicaba, pero resultaba insólitamente agradable escuchar en su oído el corazón de Jorge Montenegro latiendo de manera rítmica y sosegada; su abrazo protector defendiéndola del mundo. Y el suyo desbocado. Hacía tanto que no se le desbocaba el corazón de aquella manera, que había momentos en que parecía estar muerto. Muerto en vida, como estaba ella al lado de Carlos.

—No —dijo sin dudar, acoplándose mejor a su torso musculado.

—Si algo de lo que hago te incomoda, tienes toda la libertad para decírmelo —apuntó Jorge—. Ante todo quiero que estés bien.

—Tranquilo. Estoy bien —dijo Sofía con voz dulce—. De verdad, estoy bien.

«Mejor que bien», pensó en silencio para sus adentros.

La noche era especialmente cálida y la brisa, susurrante como el arrullo de un gato, acariciaba suavemente la piel de sus rostros relajados. Un millar de estrellas iluminaban el manto azul oscuro del cielo, dando un toque romántico al lugar.

—Háblame de ti —pidió Jorge en tono cálido.

—¿Qué quieres saber? —preguntó Sofía.

—Todo. Excepto si guardas cadáveres en los armarios o el congelador —bromeó Jorge—. Ese tipo de detalles insignificantes no es necesario que los menciones.

Sofía se echó a reír.

—Soy más de emparedarlos —continuó con la mofa.

—¿Para ahorrar espacio?

—Sí, básicamente. Mi piso es muy pequeño.

Ahora era Jorge el que reía de modo distendido.

—¿Tienes hermanos? —preguntó.

—No, soy hija única.

—La niña mimada de papá…

—De mamá, más bien. Mi padre murió cuando yo tenía doce años —aclaró Sofía.

—Lo siento —dijo Jorge.

—Mi madre vive actualmente en Barcelona. Es comercial, y el trabajo la obliga a viajar por todo el país.

—¿La echas de menos?

—Mucho —respondió Sofía con voz apesadumbrada—. Me gustaría que estuviera más cerca. Voy a verla siempre que puedo. Pero no cuento con mucho dinero y a veces no es posible… —Hizo una pausa. No quería ponerse melancólica—. Y tú, ¿tienes hermanos? —Ella también quería saber cosas de Jorge Montenegro. No sabía si por seguir el ritmo de la conversación, pero tenía interés en conocer otras parcelas de su vida.

—Sí, tengo dos hermanos pequeños: Raúl y Adrián.

—¿Y actúas de hermano mayor con ellos?

—Es inevitable —respondió Jorge, sonriendo—. Tengo un instinto protector muy desarrollado. Aunque he de reconocer que se defienden bien. Raúl es abogado y Adrián arquitecto, como yo.

El teléfono móvil de Jorge, que estaba sobre la mesa de mimbre del porche, sonó con la canción Still loving you de Scorpions. Se incorporó y lo cogió.

—A propósito de Adrián —dijo, cuando vio que era él quien lo llamaba. Descolgó—. Dime…

—Felicita al arquitecto que va a encargarse de diseñar el nuevo edificio de O´Neal Enterprise Consulting en la Quinta Avenida de Nueva York —anunció radiante Adrián.

—¿Lo conseguiste? —preguntó retóricamente Jorge, que se sentía pletórico con la buena nueva de su hermano.

—Acabamos de firmar el proyecto —dijo Adrián.

—¡Bien! —exclamó Jorge—. Ese es mi hermanito. Felicidades.

—Gracias. —Adrián no cabía en sí de gozo.

—Estaba seguro de que lo conseguirías.

—Hay unas cosillas en las que tienes que ayudarme… Hay que salvar algunas dificultades técnicas, porque va a construirse sobre un túnel de cercanías.

—Eso está hecho  —afirmó Jorge—. Solo hay que adaptar la cimentación amortiguada a la estructura interior del edificio. En cuanto vengas a Madrid nos pondremos a ello.

—Estoy deseando contarte todo. Pero lo dejaré para cuando regrese. Me imagino que ahora estás ocupado… —Adrián dejó la frase suspendida en el aire. Su voz tenía un ligero matiz pícaro.

—Así es —respondió Jorge con discreción.

—¿Está ahí?

—Sí —confirmó Jorge, mirando de reojo a Sofía.

—¿Y qué tal?

—Bien. Muy bien…

Adrián sonrió al otro lado del teléfono, cómplice. Le entusiasmaba ver a su hermano mayor ilusionado de nuevo con una mujer. Si alguien se merecía ser feliz, ese era él.

—Cuídala, hermanito —aconsejó a Jorge—. Cuídala como solo tú sabes.

—Lo haré.

—El lunes vuelo para Madrid —dijo Adrián.

—Hasta el lunes, entonces —se despidió Jorge.

Colgó y dejó el móvil a un lado.

Bajó la mirada hasta Sofía y vio que se había quedado dormida. No le extrañaba. Había estado casi toda la tarde haciéndole el amor apasionadamente y ambos habían acabado exhaustos. Pero es que no podía resistirse a su piel, a su cuerpo, a su encanto, a su pasión… Se sentía hechizado. No sabía qué le sucedía exactamente con ella, pero tampoco se lo preguntaba. Simplemente se dejaba llevar. Así era eso a lo que llamaban amor: imprevisto e impetuoso como una tormenta de verano.

La imagen de Paula surgió en su mente. A ella le hubiera gustado Sofía, pensó. Le hubiera gustado mucho. Eran distintas e iguales a la vez. Quizá había sido Paula, desde dónde estuviese, quien había puesto a Sofía en su camino, para que dejara atrás el doloroso fantasma de su muerte y para salvar a la propia Sofía del infierno en que estaba metida. Él la llevaría a ese lugar secreto donde vuelan las mariposas.

La cogió cuidadosamente en brazos y se levantó del sofá. Le inspiraba una inmensa ternura contemplar su rostro angelical apoyado en su pecho mientras subía las escaleras que llevaban a la segunda planta en el más absoluto de los silencios.

Entró en la habitación y la tumbó en la enorme cama. Cuando fue a arroparla, tenía la camiseta ligeramente levantada y vio de nuevo el hematoma del costado. Como un autómata extendió la mano y pasó las yemas de los dedos por él mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Le dolía en el alma aquel golpe y todos los que hubiera recibido Sofía. Alzó la mirada y le contempló el rostro.

—Mi niña… Mi dulce niña… —dijo.

Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y le dio un tierno beso en la frente. Inconscientemente, Sofía sonrió.

—Tienes que ser mía… para siempre —le susurró Jorge al oído.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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