CAPÍTULO 55

 

 

Aquella misma mañana, sin tiempo que perder y acompañada por su madre, se acercó al hospital de La Paz y habló con Rubén, que le dio la enhorabuena por la decisión que había tomado y la actitud con que afrontaba esa nueva etapa.

El fisioterapeuta le contó los pasos a seguir y qué tipo de ejercicios iba a realizar a partir del día siguiente. Sofía estaba impaciente por empezar. Afortunadamente, las actividades que había estado haciendo con la terapeuta ocupacional habían mantenido el tono de la musculación en perfectas condiciones. Rubén temía que lo que había avanzado Sofía en el tiempo en que había estado en rehabilitación, se hubiera perdido en esos meses de inacción.

—¿Cuántos meses tardaré en recuperarme completamente? —preguntó Sofía.

—No deberías pensar en eso —respondió Rubén—. Depende de cómo vayas evolucionando.

—Ya… Pero, ¿aproximadamente? —insistió Sofía.

—Unos seis meses, más o menos.

—Bien. En cuatro meses estaré lista —dijo convencida.

—¿En cuatro meses? —repitió Rubén—. Es demasiado pronto —dijo con cautela. No quería robarle la ilusión a Sofía, pero tampoco podía darle falsas esperanzas, o se frustraría, como le había sucedido la anterior vez, y lo lanzaría todo por la borda de nuevo—. Iremos trabajando y según vayas evolucionando, vemos.

—Rubén, en cuatro meses caminaré sin ninguna ayuda, ya lo verás —afirmó rotundamente con una sonrisa.

El fisioterapeuta no le dio réplica, prefirió mantenerse callado. La confianza de Sofía de pronto era aplastante. Quizá tuviera razón si tenía paciencia y era perseverante. Y sabía que en el fondo lo era. Como también sabía que más que la confianza de los demás, era la confianza en uno mismo lo que obraba milagros.

 

 

 

Sofía seguía a rajatabla cada una de las instrucciones y recomendaciones que le indicaba Rubén con ayuda de María. Las jornadas, como en tiempos pasados, eran duras y agotadoras. Pero había un objetivo que conseguir, una meta a la que llegar, y eso la animaba a seguir adelante cada día.

Noviembre pasó rápido y con él, los colores ocres y tierra del otoño, el viento y las alfombras que formaban las hojas en el suelo. Diciembre trajo un invierno de intenso frío, un agradable olor a castañas asadas y una condena de diez años de cárcel para Carlos, por sus innumerables delitos, entre ellos, los malos tratos a Sofía.

Mientras la Navidad engalanaba de luces brillantes y belenes las calles abarrotadas de gente de Madrid, Sofía no cejaba en su empeño. Por las mañanas hacía tres horas de ardua rehabilitación con Rubén y María en La Paz y por las tardes, en casa, otros tantos ejercicios que le ponía la terapeuta ocupacional. Después de casi dos meses, Sofía se levantaba y se sentaba en la silla de ruedas sin problemas. Podía mantenerse de pie largos ratos y soportaba su propio peso sin la sensación de tener piernas de plastilina.

Y sonreía, con la frente perlada de sudor por el esfuerzo. Sonreía a Rubén, a María, a su madre y a Eva, que a veces la acompañaba a la rehabilitación.

Cuando de camino al hospital o de vuelta a casa pasaba por delante del sobrio edificio de acero y cristales azul cobalto donde estaba el despacho de Jorge, recortado contra el cielo a veces gris, a veces azul de la capital, sentía que el corazón se le encogía hasta el tamaño de un guisante. Se le hizo un nudo en la garganta cuando Rubén le contó que Jorge había ido a verla a La Paz el día siguiente de que firmara el alta voluntaria y se fuera a casa.

No había un solo día en que no pensara en él, una sola hora en que no evocara su forma de hablarle, de acariciarla, de hacerle el amor, de llamarla «mi niña», de sacarle unas risas mientras realizaba los ejercicios de rehabilitación, de cuidarla, de protegerla, de tantas cosas... Un solo minuto en que no se preguntara qué estaría haciendo, cómo llevaría el proyecto del museo oceanográfico de Berlín y si se habría olvidado de ella. Había sido tan injusta con él apartándolo de su lado de aquella manera tan cruel.

Y sin darse apenas cuenta el tiempo había pasado fugazmente, como un suspiro, y la distancia había hecho que fuera tarde para casi todo. Principalmente, tarde para un «nosotros», para un futuro juntos. Pero tenía que seguir adelante, aunque fuera sin Jorge Montenegro en su vida. 

La Navidad también pasó entre turrón, cenas familiares y copos de nieve, y enero permitió a Sofía una mayor precisión a la hora de coordinar los movimientos de las piernas y los brazos y llevar a cabo todos aquellos pasos involucrados en cualquier actividad clasificada por Rubén como «compleja».

Si seguía así, con ese tesón, con esa extraordinaria fuerza de voluntad, al final acabaría recuperándose completamente en cuatro meses, pensó Rubén con satisfacción. Definitivamente, Sofía era una luchadora nata, una superviviente.

Se animó —incluso, arriesgó— a incrementar la exigencia y la dificultad de los ejercicios, seguro de que Sofía seguiría bien el ritmo. Y no se equivocó. A mediados de febrero llegó una de las pruebas más duras. La ejecución era familiar, terriblemente familiar. El cuerpo de Sofía se mantenía erguido entre el pasillo que formaban las barras paralelas mientras un arnés la sujeta al brazo de la grúa.

Sofía se agarró con fuerza a las barras y trató de no pensar en la vez que se desplomó porque no podía con su propio peso y Jorge tuvo que correr y cogerla para no caerse al suelo. Aquello le seguía doliendo. Sacudió la cabeza para arrastrar ese pensamiento fuera de ella y se concentró. Dio un paso con la pierna derecha y después otro con la izquierda y respiró hondo. Rubén y María la observaban atentamente con una leve sonrisa en los labios.

—Sigue —indicó el fisioterapeuta.

Sofía volvió a adelantar un paso cautelosamente, y otro.

—Sigue.

Y otro, y otro más hasta que llegó al final de las barras paralelas. Rubén sonrió ampliamente.

—Dentro de una semana lo harás sin necesidad de estar sujeta a la grúa —dijo.

—¿En serio? —preguntó Sofía con expresión entusiasmada en el rostro.

Rubén asintió.

—Lo estás haciendo muy bien —afirmó—. Realmente muy bien. La evolución en estos últimos meses ha sido prodigiosa. No tengo dudas de que en marzo estarás de nuevo andando sin ningún tipo de ayuda.

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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