CAPÍTULO 31

 

 

—¿Y tiene que ser esta semana? —preguntó Jorge a la persona que hablaba al otro lado del teléfono—. ¿Esta tarde? —Frunció el ceño mientras escuchaba unas explicaciones que no le convencían mucho—. Está bien… —condescendió al fin—. Lo prepararé todo ahora mismo.

—¿Qué ocurre? —le preguntaron casi al unísono Adrián y Raúl Montenegro.

—Esta tarde tengo que coger un vuelo a Berlín —respondió Jorge—. El Ministerio de Cultura quiere proponerme el diseño de un nuevo museo oceanográfico que van a abrir en la ciudad. Al parecer, no pueden esperar. Ni siquiera unos días. —Jorge parecía molesto.

—¿Tienes algún proyecto más esta semana? —preguntó Raúl, que no entendía por qué su hermano se quejaba, si no lo había hecho nunca. Estaba más que acostumbrado a viajar de un lado a otro del mundo y, a veces, sin previo aviso, como en aquella ocasión.

Jorge levantó la mirada y la fijó en su hermano.

—El proyecto más importante de mi vida —dijo.

—Sofía —se adelantó a decir Adrián.

—Exacto: Sofía —corroboró Jorge—. No quiero alejarme de ella. No ahora que estamos empezando…

—¿Empezando? —repitió Raúl. El hermano mediano. Un hombre apuesto, como todos los Montenegro; alto, moreno de ojos vivos y labios gruesos que parecía sonreír con la mirada—. ¿Qué me estoy perdiendo?

—Nuestro hermano mayor se ha enamorado —se adelantó a decir el pequeño del clan.

—Adrián… —lo amonestó Jorge, aunque no había mucha seriedad en su tono de voz—. Te lo contaré detalladamente. Pero antes tengo que conseguir un vuelo urgente para Berlín.

Descolgó el teléfono fijo de su despacho y marcó la extensión de su secretaria.

—Estela…

—Dígame.

—Necesito volar esta  tarde a Berlín, en la compañía que sea. Incluye en la búsqueda vuelos low cost y demás… Tengo que estar allí sin falta.

—Muy bien, señor —dijo la secretaria—. Deme unos minutos. Le tendré algo.

—Gracias.

—¿Y ahora me vas a contar quién es Sofía y qué es lo que estáis empezando? —preguntó Raúl con divertida ironía.

—Es una preciosidad de mujer… —se arrancó a decir Adrián.

—Si tú no la has visto —cortó Jorge.

—Tiene que ser preciosa si te has enamorado de ella al primer golpe de vista —comentó Adrián. Jorge puso los ojos en blanco—. Además, me permití el atrevimiento de preguntar a Walther, y confirmó que es preciosa.

—Quizá debería cortarle la lengua a Walther —bromeó Jorge.

—No, pobre. Él simplemente se limitó a inclinar la cabeza en absoluto silencio cuando le pregunté si Sofía era guapa —explicó Adrián—. Pero, como buen profesional, no entró en detalles.

Jorge sacudió la cabeza.

—¿Cómo os conocisteis? —curioseó Raúl.

—En la terraza del Tartan Roof, la noche de su inauguración.

—¡Pero eso es estupendo! —exclamó Raúl, que se alegraba horrores de que su hermano mayor hubiera encontrado una mujer a la altura de sus expectativas. Después de la muerte de Paula, parecía imposible que se volviera a enamorar—. Mereces ilusionarte de nuevo.

—Eso mismo pienso yo —terció Adrián.

—Pero es complicado… —comentó Jorge.

—¿Por qué? —Raúl no entendía nada.

—Pagué cincuenta mil euros a su novio para que consintiera que pasara un fin de semana conmigo —dijo Jorge. Aunque estaba seguro de lo que había hecho, no dejaba de ser algo inusual, incluso inapropiado.

—¿Que hiciste qué? —Raúl arqueó las cejas y abrió los ojos de par en par con expresión de estupefacción.

—Lo que acabas de escuchar —confirmó Jorge sin dar muchas más vueltas al asunto.

Raúl giró la cabeza y miró a Adrián, que asintió con la cabeza un par de veces.

—Realmente te ha tenido que impresionar mucho si has hecho algo así. Tú nunca harías algo así —dijo Raúl sin salir de su asombro.

—Era la única manera —aseguró Jorge—. De otra forma nunca hubiera logrado llamar su atención. La relación que mantiene con su novio es tormentosa y… violenta.

Raúl frunció el ceño. Aquello no le gustaba nada.

—¿La maltrata? —preguntó en tono grave.

—Sí. Física y psicológicamente —especificó Jorge, tensando la mandíbula y cerrando inconscientemente la mano en un puño.

—Hijo de puta —farfulló Raúl—. Valiente cabrón.

—Sofía es una de esas víctimas que está enganchada a su verdugo —afirmó Jorge con pesadumbre—. Aunque me duele reconocerlo, lo quiere. —Alzó los ojos y miró a sus hermanos, que lo escuchaban atentamente—. Sé que Carlos le pega y que le insulta, pero ella no quiere contármelo y yo no puedo presionarla para que me lo cuente. Bastante sufrimiento tiene.

»El fin de semana que estuvo conmigo, Sofía tenía un hematoma enorme en el costado derecho y unos dedos marcados en el brazo. Su novio la llevó a rastras hasta el cuarto de baño y la empujó dentro de la ducha. Se golpeó con el grifo al caer. —Jorge dejó escapar una exhalación, tratando de calmarse. Le hervía la sangre solo de imaginárselo—. Cuando se lo vi, amenacé con matar a Carlos si volvía a ponerle una mano encima.

—¿No ha pensado denunciarlo? —quiso saber Raúl—. Puedo asesorarla como abogado.

—Creo que es algo que ni siquiera se ha planteado —dijo Jorge.

El teléfono del despacho sonó. Jorge lo cogió.

—Señor Montenegro, he reservado un vuelo a las siete en la compañía de Air Europa.

—Perfecto.

—Me ha sido imposible que fuera en primera clase, pero le he conseguido una plaza en pasillo en clase turista.

—Muchas gracias, Estela. Recuérdame que te suba el suelo —bromeó Jorge—. Tengo que premiar tu eficiencia de alguna manera.

—No es necesario —rio Estela—. Sabe que lo hago con gusto. Es mi trabajo.

—Arreglado —anunció Jorge mientras colgaba el teléfono.

—¿Cuánto tiempo vas  a estar fuera? —preguntó Adrián.

—Algo más de una semana. Vuelvo el próximo viernes. —Apretó los labios. No quería separarse tanto tiempo de Sofía. No quería dejarla tanto tiempo sola.

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
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