*
EPÍLOGO
Dos semanas más tarde, una figura solitaria llegó al convento de Seran.
Sazed había salido en silencio de Luthadel, atormentado por sus pensamientos y por la pérdida de Tindwyl. Había dejado una nota. No podía quedarse en la ciudad. No en ese momento.
Las brumas seguían matando. Atacaban al azar a gente que salía por la noche, sin seguir ninguna pauta discernible. Muchos no morían, solo enfermaban. A otros las brumas los asesinaban. Sazed no sabía cómo interpretar las muertes. Ni siquiera estaba seguro de que le importara. Vin hablaba de algo terrible que había liberado en el Pozo de la Ascensión. Esperaba que Sazed quisiera estudiar y dejar constancia de la experiencia.
Él, en cambio, se había marchado.
Se abrió paso por las majestuosas salas forradas de acero. Casi esperaba enfrentarse con algún inquisidor. Tal vez Marsh tratara de matarlo de nuevo. Cuando Ham y él habían regresado a la caverna de almacenamiento, bajo Luthadel, Marsh había vuelto a desvanecerse. Su trabajo, al parecer, estaba hecho. Había retrasado a Sazed lo suficiente para impedirle detener a Vin.
Sazed bajó los escalones, atravesó la cámara de torturas y, finalmente, llegó a la pequeña habitación de piedra que había visitado en su primer viaje al convento, tantas semanas antes. Dejó caer al suelo su mochila, la abrió con dedos cansados y contempló la gran placa de acero.
Las palabras finales de Kwaan lo miraron. Sazed se arrodilló y sacó de la mochila una carpeta cuidadosamente atada. Soltó la cinta y sacó el calco original, hecho en esa misma sala meses antes. Reconoció sus huellas en el papel, y que los trazos de tiza eran propios. Reconoció los borrones que había hecho.
Con nerviosismo creciente, alzó el calco y lo superpuso a la placa de acero de la pared.
No casaban.
Sazed dio un paso atrás, sin saber qué pensar ahora que sus recelos se habían visto confirmados. El calco le resbaló de los dedos y sus ojos encontraron la última frase de la placa. La última frase, la que el espíritu de la bruma había eliminado una y otra vez. La original de la placa no era la que Sazed había escrito y estudiado.
Alendi no debe alcanzar el Pozo de la Ascensión, decían las antiguas palabras de Kwaan, pues no debe permitirse que libere lo que allí está prisionero.
Sazed se sentó en silencio. Todo era mentira, pensó, anonadado. La religión del pueblo de Terris…, lo que los guardadores pasaron milenios estudiando, tratando de comprender, era una mentira. El supuesto Héroe de las Eras… era una invención. Un truco.
¿Qué mejor forma podría haber de que una criatura semejante obtuviera la libertad? Los hombres morían en nombre de las profecías. Querían creer, tener esperanza. Si alguien, si algo podía dominar esa energía, tergiversarla, qué cosas tan sorprendentes lograría…
Sazed alzó la mirada, leyó las palabras de la pared, leyó la parte final una vez más. Contenía párrafos que no coincidían con su calco.
O, más bien, su calco había sido cambiado de algún modo. Cambiado para que reflejara lo que la cosa había querido que Sazed leyera. Escribo estas palabras en acero pues todo lo que no esté grabado en metal es indigno de confianza, eran las primeras palabras de Kwaan.
Sazed sacudió la cabeza. Tendrían que haber prestado atención a esa frase. Todo lo que había estudiado después había sido, al parecer, una mentira. Miró la placa, escrutando su contenido, hasta el final.
Y así, llego al meollo de mi argumento. Pido disculpas. Incluso grabando mis palabras en acero, aquí sentado y arañando en esta cueva helada, tiendo a divagar.
Este es el problema. Aunque al principio creí en Alendi, más tarde recelé. Parecía que encajaba con los signos, cierto. Pero, bueno, ¿cómo puedo explicarlo? ¿Podía ser que encajara demasiado bien?
Sé lo que argumentaréis. Estamos hablando de la Anticipación, de predicciones, de promesas hechas por nuestros grandes profetas de antaño. Por supuesto que el Héroe de las Eras encajará en las profecías. Encajará a la perfección. Esa es la idea.
Y, sin embargo…, algo en todo esto resultaba muy conveniente. Parecía como si hubiéramos construido un héroe a la medida de nuestras profecías en vez de permitir que surgiera uno de manera natural. Esta era mi inquietud, lo que me hubiese hecho vacilar cuando mis hermanos finalmente acudieron a mí, dispuestos a creer por fin.
Después empecé a ver otros problemas. Algunos de vosotros tal vez conozcáis mi fabulosa memoria. Es cierto: no necesito la mente de metal de un ferruquimista para memorizar una hoja de texto en un instante. Y os digo, me llamáis loco, pero las palabras de las profecías están cambiando.
Las alteraciones son leves. Astutas, incluso. Una palabra aquí, un ligero toque allá. Pero las palabras de las páginas son distintas a las palabras de mi memoria. Los otros forjamundos me desprecian, pues tienen sus mentes de metal para demostrarles que los libros y las profecías no han cambiado.
Esta es pues la importante declaración que debo hacer. Hay algo, alguna fuerza, que quiere que creamos que el Héroe de las Eras ha llegado y que debe viajar al Pozo de la Ascensión. Algo está haciendo cambiar las profecías para que coincidan más perfectamente con Alendi.
Y sea cual sea este poder, puede cambiar las palabras de la mente de metal de un ferruquimista.
Los otros me llaman loco. Como he dicho, puede que sea cierto. Pero ¿no debe incluso un loco confiar en su propia mente, su propia experiencia, en vez de en la de los demás? Sé lo que he memorizado. Sé lo que ahora repiten los otros forjamundos. Las dos cosas no son lo mismo.
Percibo la astucia de estos cambios, es una manipulación sutil y brillante. He pasado los dos últimos años en el exilio, tratando de descifrar lo que pueden significar las alteraciones. He llegado a una única conclusión. Algo ha tomado el control de nuestra religión, algo vil, algo que no es de fiar. Engaña y ensombrece. Usa a Alendi para destruir, conduciéndolo por un camino de muerte y pesar. Lo atrae hacia el Pozo de la Ascensión, donde se ha congregado el poder milenario. Deduzco que ha enviado a la Profundidad como método para que la humanidad se desespere todavía más, para empujarnos a hacer su voluntad.
Las profecías han cambiado. Ahora dicen que Alendi debe renunciar al poder cuando lo tome. Eso no es lo que antes implicaban los textos: eran más vagos. Y, sin embargo, la nueva versión parece convertirlo en un imperativo moral. El texto plantea ahora que habrá una consecuencia terrible si el Héroe de las Eras se hace con el poder.
Alendi cree lo que ellos creen. Es un buen hombre; a pesar de todo, es un buen hombre. Un hombre sacrificado. En realidad, la muerte, la destrucción y el dolor que ha causado lo han herido profundamente. Todas esas cosas fueron de hecho una especie de sacrificio para él. Está acostumbrado a renunciar a su propia voluntad por el bien común, tal como él lo entiende.
No me cabe duda de que, si Alendi llega al Pozo de la Ascensión, tomará el poder y entonces, en nombre de un supuesto bien mayor, renunciará a él. Lo dará a esta misma fuerza que ha cambiado los textos. Lo dará a esta fuerza de destrucción que lo ha llevado a la guerra, que lo ha tentado para que mate, que lo ha llevado arteramente al norte.
Esta cosa quiere el poder que contiene el Pozo y ha violado los más sagrados principios de nuestra religión para conseguirlo.
Así que he hecho un último movimiento. Mis súplicas, mis enseñanzas, mis objeciones, ni siquiera mis traiciones han servido de nada. Alendi tiene ahora otros consejeros que le dicen lo que quiere oír.
Tengo un joven sobrino llamado Rashek. Odia a todo Khlennium con la pasión de la envidiosa juventud. Odia a Alendi aún más profundamente, a pesar de que no se conocen, porque Rashek se siente traicionado debido a que uno de nuestros opresores ha sido elegido Héroe de las Eras.
Alendi necesitará guías para cruzar las montañas de Terris. He encargado a Rashek que se asegure de que él y sus amigos de confianza son los guías elegidos. Rashek debe intentar guiar a Alendi en la dirección equivocada, para desanimarlo o, de lo contrario, hacerlo fallar en su búsqueda. Alendi no sabe que ha sido engañado, que todos hemos sido engañados, y ahora no quiere escucharme.
Si Rashek no consigue desviar a Alendi, he instruido al muchacho para que mate a mi antiguo amigo. Es una esperanza remota. Alendi ha sobrevivido a asesinos y catástrofes. Y, sin embargo, espero que en las montañas heladas de Terris pueda finalmente ser detenido. Espero un milagro.
Alendi no debe alcanzar el Pozo de la Ascensión, pues no debe liberar lo que está prisionero allí.
Sazed retrocedió. Era el golpe final, el último hachazo a lo que quedaba de su fe.
Supo en ese momento que nunca volvería a creer.
Vin encontró a Elend en la muralla, contemplando la ciudad de Luthadel. Vestía un uniforme blanco, uno de los que Tindwyl le había mandado hacer. Parecía… más duro que unas semanas antes.
—Estás despierto —dijo, poniéndose a su lado.
Elend asintió. No la miró, sino que continuó contemplando la ciudad, rebosante de gente. Había pasado algún tiempo delirando en cama, a pesar del poder curador de su recién hallada alomancia. Incluso con peltre, los médicos no estaban seguros de que fuera a sobrevivir.
Lo había hecho. Y, como un auténtico alomántico, estaba en pie y trabajando el primer día que recuperaba la lucidez.
—¿Qué ocurrió? —preguntó.
Ella sacudió la cabeza y se apoyó en las piedras del parapeto. Seguía oyendo aquella voz terrible y vibrante. Soy libre…
—Soy alomántico —dijo Elend.
Ella asintió.
—Un nacido de la bruma, al parecer —continuó él.
—Creo… que ahora sabemos de dónde procedían —dijo Vin— los primeros alománticos.
—¿Qué pasó con el poder? Ham no me dio una respuesta directa, y todo lo que saben los demás son rumores.
—Liberé algo —susurró ella—. Algo que no debería haber sido liberado; algo que me condujo al Pozo. Nunca tendría que haber ido a buscarlo, Elend.
Elend guardó silencio, todavía contemplando la ciudad.
Ella se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho.
—Era terrible —dijo—. Pude sentirlo. Y lo liberé.
Finalmente, Elend la rodeó con sus brazos.
—Lo hiciste lo mejor que pudiste, Vin —dijo—. De hecho, hiciste lo adecuado. ¿Cómo podías saber que todo lo que te han enseñado, que todo para lo que has sido entrenada y preparada estaba equivocado?
Vin sacudió la cabeza.
—Soy peor que el lord Legislador. Al final, tal vez se dio cuenta de que lo habían engañado y supo que tenía que tomar el poder en vez de liberarlo.
—Si hubiera sido un buen hombre —respondió Elend—, no habría hecho las cosas que le hizo a esta tierra.
—Puede que yo lo haya hecho aún peor —admitió Vin—. Esa cosa que liberé… Las brumas matan a la gente y salen de día… Elend, ¿qué vamos a hacer?
Él la miró un momento y luego se volvió hacia la ciudad y su pueblo.
—Vamos a hacer lo que Kelsier nos enseñó, Vin. Vamos a sobrevivir.
FIN DEL LIBRO SEGUNDO