Podía conversar con los mejores filósofos y tenía una memoria impresionante. Casi tan buena, incluso, como la mía. Sin embargo, no discutía.
22
Caos y estabilidad, la bruma era ambas cosas. En la tierra había un imperio, dentro de ese imperio había docenas de reinos fragmentados, dentro de esos reinos había ciudades, pueblos, aldeas, plantaciones. Y por encima de todos ellos, dentro de todos ellos, alrededor de todos ellos, estaba la bruma. Era más constante que el sol, pues las nubes no podían ocultarla. Era más poderosa que las tormentas, pues superaba la furia de cualquier elemento. Siempre estaba allí. Cambiante, pero eterna.
El día era un suspiro impaciente que esperaba la noche. Cuando la oscuridad llegó, sin embargo, Vin descubrió que las brumas ya no la calmaban como antes.
Nada parecía seguro. La noche había sido su refugio; ahora se encontraba mirando hacia atrás, buscando contornos fantasmales. Elend había sido su paz, pero estaba cambiando. Ella había podido proteger a los seres que amaba… pero cada vez tenía más miedo de que las fuerzas que actuaban contra Luthadel estuvieran más allá de su capacidad para detenerlas.
Nada la asustaba más que su propia impotencia. Durante su infancia había dado por hecho que no podía cambiar las cosas, pero Kelsier le había hecho sentirse orgullosa de sí misma.
Si no podía proteger a Elend, ¿de qué servía?
Todavía hay algunas cosas que puedo hacer, pensó con determinación. Se agazapó silenciosamente en un alféizar, con las borlas de la capa de bruma colgando, agitándose suavemente con el viento. Bajo ella, las antorchas chisporroteaban delante de la fortaleza Venture, iluminando a una pareja de guardias de Ham. Permanecían en alerta ante las cambiantes brumas, demostrando una diligencia impresionante.
Los guardias no podían verla allí arriba: apenas podían a seis metros de distancia con la densa bruma. No eran alománticos. Además del núcleo de la banda, Elend tenía acceso a apenas media docena de brumosos, cosa que hacía que fuera alománticamente débil comparado con la mayoría de los nuevos reyes del Imperio Final. Se suponía que Vin compensaba la diferencia.
Las llamas de las antorchas oscilaron cuando se abrieron las puertas, y una figura salió del palacio. La voz de Ham resonó tranquilamente en las brumas cuando saludó a los guardias. Un motivo, quizás el principal, por el que los guardias eran tan diligentes era la existencia de Ham. Podía ser un poco anarquista de corazón, pero era un líder muy bueno si se le daba un equipo pequeño. Aunque sus guardias no eran los soldados más disciplinados y acicalados que Vin hubiese visto, eran ferozmente leales.
Ham habló con los hombres un rato, luego se despidió y se internó en las brumas. El pequeño patio situado entre la fortaleza y su muralla albergaba un par de puestos de guardia y patrulla, y Ham los visitaba por turno. Caminó osadamente en la oscuridad, confiando en la tenue luz de las estrellas para guiarse en vez de cegarse con una antorcha. Una costumbre de ladrón.
Vin sonrió, saltó en silencio al suelo y echó a andar detrás de Ham. Él siguió caminando, ignorando su presencia. ¿Cómo sería tener solo un poder alomántico?, pensó Vin. Poder hacerte más fuerte, pero tener el oído tan poco fino como un hombre normal. Habían pasado solo dos años, pero ya había aprendido a confiar ciegamente en sus habilidades.
Ham continuó adelante y Vin lo siguió discretamente, hasta que se produjo la emboscada. Vin se tensó, avivando su bronce.
OreSeur aulló de repente, saltando de una pila de cajas. El kandra era una oscura silueta en la noche y su ladrido inhumano atemorizó incluso a Vin. Ham se dio media vuelta, maldiciendo en voz baja.
Y por instinto avivó peltre. Concentrada en su bronce, Vin confirmó que los pulsos procedían decididamente de él. Ham se giró, buscando en la noche, mientras OreSeur aterrizaba. Vin, sin embargo, se limitó a sonreír. La alomancia de Ham significaba que no era un impostor. Podía tachar otro nombre de la lista.
—No pasa nada, Ham —dijo, acercándose.
Ham vaciló y bajó su bastón de duelos.
—¿Vin? —preguntó, entornando los ojos.
—Soy yo. Lo siento, has asustado a mi perro. Se pone nervioso por la noche.
Ham se relajó.
—Nos pasa a todos, supongo. ¿Algo de particular esta noche?
—No que yo sepa. Te lo haré saber.
Ham asintió.
—Te lo agradeceré… aunque dudo que me necesites. Soy capitán de la guardia, pero eres tú quien hace todo el trabajo.
—Eres más valioso de lo que crees, Ham. Elend confía en ti. Desde que Jastes y los demás lo dejaron, necesita un amigo.
Ham asintió. Vin se volvió y contempló las brumas, mientras OreSeur se sentaba. Parecía sentirse cada vez más cómodo con su cuerpo de sabueso.
Ahora que sabía que Ham no era el impostor, había algo que necesitaba discutir con él.
—Ham —dijo—, que protejas a Elend es más importante de lo que crees.
—Estás hablando del impostor —respondió Ham tranquilamente—. Me ha hecho buscar a todo el personal de palacio para ver quién pudo haber desaparecido durante unas cuantas horas ese día. Pero es una tarea difícil.
Ella asintió.
—Hay algo más, Ham. Me he quedado sin atium.
Él guardó silencio un momento y luego ella lo oyó maldecir entre dientes.
—Moriré la próxima vez que me enfrente a un nacido de la bruma —dijo.
—No a menos que tenga atium —respondió Ham.
—¿Qué posibilidades hay de que alguien envíe a un nacido de la bruma sin atium a luchar contra mí?
Él vaciló.
—Ham, necesito encontrar un modo de luchar contra alguien que queme atium. Dime que conoces una manera.
Ham se encogió de hombros en la oscuridad.
—Hay montones de teorías, Vin. Una vez tuve una larga conversación con Brisa al respecto… aunque él se pasó todo el rato quejándose de que lo estaba molestando.
—¿Bien? —preguntó Vin—. ¿Qué puedo hacer?
Ham se frotó la barbilla.
—La mayoría de la gente coincide en que la mejor forma de matar a un nacido de la bruma que tenga atium es sorprenderlo.
—Eso no sirve de nada si me ataca él primero.
—Bueno, quitando la sorpresa, no hay mucho. Algunos piensan que se podría matar a un nacido de la bruma que utilice atium si lo pillas en una situación inevitable. Es como un juego de estrategia: a veces el único modo de tomar una pieza es acorralarla para que, no importa hacia dónde se mueva, muera.
»Pero conseguir eso con un nacido de la bruma es bastante difícil. La cosa es que el atium permite al nacido de la bruma ver el futuro… Sabe si un movimiento lo atrapará y por eso puede evitar la situación. Se supone que el metal amplía su mente de algún modo también.
—Así es. Cuando quemo atium, a menudo esquivo antes de advertir los ataques que vienen.
Ham asintió.
—Bien, ¿qué más?
—Eso es todo, Vin. Los violentos hablan mucho de este tema: todos tenemos miedo de enfrentarnos a un nacido de la bruma. Esas son tus dos opciones: sorprenderlo o acorralarlo. Lo siento.
Vin frunció el ceño. Ninguna opción le serviría de mucho si caía en una emboscada.
—Bueno, tengo que ponerme en marcha. Prometo que te informaré si dejo algún cadáver.
Ham se echó a reír.
—¿Y si tratas de evitar tener que dejar alguno, eh? Solo el lord Legislador sabe lo que haría este reino si te perdiéramos…
Vin asintió, aunque no estaba segura de cuánto podía verla Ham en la oscuridad. Le hizo un gesto a OreSeur y se dirigió hacia la muralla de la fortaleza, dejando al hombre en el camino empedrado.
—Ama —dijo OreSeur cuando hubieron subido a la muralla—, ¿puedo saber cuál era el propósito de sorprender así a maese Hammond? ¿Es que te gusta asustar a tus amigos?
—Era una prueba —dijo Vin, deteniéndose junto a una almena y contemplando la ciudad.
—¿Una prueba, ama?
—Para ver si usaba alomancia. De esa forma he confirmado que no es él el impostor.
—Ah —dijo el kandra—. Muy astuto, ama.
Vin sonrió.
—Gracias —contestó. Una patrulla de la guardia se les acercaba. Como no quería que los vieran, Vin señaló la caseta de piedra. Dio un salto, empujando una moneda, y aterrizó encima. OreSeur saltó tras ella, usando su extraña musculatura kandra para impulsarse tres metros.
Vin se sentó a pensar, con las piernas cruzadas, y OreSeur se tendió a su lado, asomando las patas por el borde del tejado. Mientras estaban allí, Vin advirtió un detalle. OreSeur me dijo que un kandra no conseguía poderes de alomancia si se comía a un alomántico… pero ¿puede un kandra ser alomántico por sí mismo? Nunca terminé esa conversación.
—Eso me indica si una persona es un kandra, ¿no? —preguntó, volviéndose hacia OreSeur—. Tu gente no tiene poderes alománticos, ¿verdad?
OreSeur no respondió.
—¿OreSeur?
—No estoy obligado a responder a esa pregunta, ama.
Sí, pensó Vin con un suspiro. El Contrato. ¿Cómo se supone que voy a capturar al otro kandra si OreSeur no quiere responder a ninguna de mis preguntas? Se echó hacia atrás, llena de frustración, y contempló las interminables brumas usando su capa como almohada.
—Tu plan funcionará, ama —dijo OreSeur tranquilamente.
Vin vaciló, volvió la cabeza hacia él. OreSeur yacía con la cabeza sobre las patas delanteras, contemplando la ciudad.
—Si sientes alomancia en alguien, entonces no será un kandra.
Vin sintió una vacilante reticencia en sus palabras, y OreSeur no la miró. Era como si hablara a regañadientes, dando información que hubiera preferido guardarse.
¡Qué lleno está de secretos!, pensó Vin.
—Gracias —dijo.
OreSeur encogió sus hombros caninos.
—Sé que preferirías no tener que tratar conmigo —dijo ella—. Los dos preferiríamos mantener las distancias. Pero tendremos que hacer que las cosas funcionen.
OreSeur volvió a asentir, y luego giró ligeramente la cabeza y la miró.
—¿Por qué me odias?
—Yo no te odio —respondió Vin.
OreSeur alzó una ceja perruna. Había una sabiduría en aquellos ojos, una comprensión, que sorprendieron a Vin. Nunca había visto tales cosas en él antes.
—Yo… —Vin apartó la mirada—. Es que no he superado el hecho de que te comieras el cuerpo de Kelsier.
—No es por eso —dijo OreSeur, volviendo a contemplar la ciudad—. Eres demasiado lista para que eso te moleste.
Vin frunció el ceño, indignada, pero el kandra no la estaba mirando. Se volvió a mirar las brumas.
¿Por qué ha sacado el tema?, pensó Vin. Estábamos empezando a llevarnos bien. Ella estaba dispuesta a olvidar.
¿De verdad quieres saberlo? Bien.
—Es porque lo sabías.
—¿Disculpa, ama?
—Lo sabías —dijo Vin, todavía contemplando las brumas—. Eras el único miembro de la banda que sabía que Kelsier iba a morir. ¿No consideraste decirnos que el idiota planeaba matarse? ¿No se te pasó por la cabeza que podríamos haber podido detenerlo, que podríamos haber encontrado otro modo?
—Estás siendo muy brusca, ama.
—Bueno, querías saberlo. Fue peor después de su muerte. Cuando te convertiste en mi sirviente, por orden suya. Ni siquiera hablaste nunca de lo que habías hecho.
—El Contrato, ama —dijo OreSeur—. No deseas oírlo, quizá, pero yo estaba atado. Kelsier no deseaba que conocierais sus planes, así que no podía decíroslos. Ódiame si es preciso, pero yo no lamento mis acciones.
—No te odio. —Lo he superado—. Pero, sinceramente, ¿no pudiste incumplir el Contrato por su propio bien? Serviste a Kelsier durante dos años. ¿No te dolía saber que iba a morir?
—¿Por qué debería importarme si muere un amo u otro? —dijo OreSeur—. Siempre hay otro amo que ocupa su lugar.
—Kelsier no era ese tipo de amo.
—¿Ah, no?
—No.
—Pido disculpas, ama —dijo OreSeur—. Creeré entonces lo que se me ordena.
Vin abrió la boca para responder, pero la cerró. Si él estaba decidido a seguir pensando como un necio, estaba en su derecho. Continuaría recelando de sus amos, igual que…
Igual que ella recelaba de él. Por mantener su palabra, por aferrarse a su Contrato.
Desde que lo conozco, no he hecho otra cosa que tratarlo mal, pensó Vin. Primero, cuando era Renoux, reaccioné contra su arrogante porte… pero ese porte no era suyo, formaba parte del papel que tenía que representar. Luego, como OreSeur, lo evité. Lo odié incluso, por haber dejado morir a Kelsier. Ahora lo he obligado a tomar el cuerpo de un animal.
Y, en dos años, las únicas veces que le he preguntado por su pasado ha sido para obtener más información sobre su pueblo y poder encontrar al impostor.
Vin contempló las brumas. De todos los miembros de la banda, solo OreSeur había sido un extraño. No lo invitaban a sus reuniones. No había obtenido un puesto en el gobierno. Había ayudado tanto como cualquiera de ellos, desempeñando un papel vital: el del «espíritu» de Kelsier, que había regresado de la tumba para incitar a los skaa a su rebelión definitiva. Sin embargo, mientras los demás tenían títulos, amistades y deberes, lo único que OreSeur había ganado por derrocar al Imperio Final era otra ama.
Un ama que lo odiaba.
No me extraña que reaccione como lo hace.
Las últimas palabras de Kelsier regresaron a su mente: Tienes mucho que aprender de la amistad, Vin… Kell y los demás la habían invitado a entrar en la banda, la habían tratado con dignidad y aprecio, aunque no se lo merecía.
—OreSeur, ¿cómo era tu vida antes de que te reclutara Kelsier?
—No comprendo qué tiene eso que ver con encontrar al impostor, ama.
—No es que tenga nada que ver, pero me parece que tal vez debería empezar a conocerte mejor.
—Mis disculpas, ama, pero no quiero que me conozcas.
Vin suspiró. Se acabó el intento.
Pero…, bueno, Kelsier y los demás no la habían rechazado cuando había sido antipática con ellos. Había algo familiar en las palabras de OreSeur. Algo que reconoció.
—Anonimato —dijo Vin en voz baja.
—¿Ama?
—Anonimato. Ocultarte, incluso cuando estás con otros. Permanecer callado sin molestar a nadie. Obligarte a permanecer apartado… emocionalmente, al menos. Es una forma de vida. Una protección.
OreSeur no dijo nada.
—Estás al servicio de unos amos —dijo Vin—. Hombres duros que temen tu competencia. El único modo de impedir que te odien es asegurarte de que no te presten atención. Así que te haces parecer pequeño y débil. No una amenaza. Pero a veces dices algo equivocado, o dejas que se note la rebeldía.
Se volvió hacia OreSeur. Él la estaba mirando en silencio.
—Sí —dijo por fin, volviéndose a mirar la ciudad.
—Ellos te odian —dijo Vin en voz baja—. Te odian a causa de tus poderes, porque no pueden obligarte a romper tu palabra, o porque les preocupa que seas demasiado fuerte para controlarte.
—Tienen miedo de ti —dijo OreSeur—. Están paranoicos, aterrados, aunque te utilicen con la idea de que ocupes su lugar. A pesar del Contrato, a pesar de saber que ningún kandra rompería su sagrado juramento, te temen. Y los hombres odian lo que temen.
—Y por eso encuentran excusas para golpearte —contestó Vin—. A veces, incluso tus esfuerzos por seguir siendo inofensivo parecen provocarlos. Odian tu habilidad, odian el hecho de no tener motivos para golpearte, así que te golpean.
OreSeur se volvió de nuevo hacia ella.
—¿Cómo sabes estas cosas?
Vin se encogió de hombros.
—No solo tratan así a sus kandra, OreSeur. De la misma manera trataban los jefes de bandas a una chica joven…, una anomalía en un mundo de ladrones lleno de hombres. Una niña que tenía una extraña habilidad para lograr que pasaran las cosas, para influir en la gente, para oír lo que no debía, para moverse de manera más silenciosa y rápida que los demás. Una herramienta y una amenaza al mismo tiempo.
—Yo… no me había dado cuenta, ama…
Vin frunció el ceño. ¿Cómo puede no conocer mi pasado? Sabía que yo era una ladrona callejera. ¿O no? Por primera vez, Vin advirtió cómo debía haberla visto OreSeur dos años antes, cuando la había conocido. Había llegado a la zona después de que la reclutaran; probablemente había supuesto que formaba parte del equipo de Kelsier desde hacía años, como los demás.
—Kelsier me reclutó unos días antes de que te conociera —dijo Vin—. Bueno, en realidad no me reclutó. Más bien me rescató. Me pasé la infancia sirviendo en una banda de ladrones tras otra, siempre trabajando para los hombres de peor reputación y más peligrosos, pues eran los únicos que aceptaban a un par de vagabundos como mi hermano y yo. Los líderes listos descubrieron que yo era una buena herramienta. No estoy segura de si descubrieron que era alomántica o no… Algunos probablemente lo hicieron, otros pensaron que tenía «suerte». Fuera como fuese, me necesitaban. Y eso me hizo odiarlos.
—¿Y por eso te pegaban?
Vin asintió.
—El último, especialmente. Fue entonces cuando empecé a comprender cómo usar la alomancia, aunque no sabía lo que era. Pero Camon lo sabía. Y me odiaba al mismo tiempo que me utilizaba. Creo que temía que descubriera cómo usar plenamente mis poderes. Y ese día tuvo miedo de que fuera a matarlo… —Vin volvió la cabeza y miró a OreSeur—. A matarlo y ocupar su lugar como jefe de la banda.
OreSeur permaneció en silencio, sentado ahora sobre sus cuartos traseros, observándola.
—Los kandra no son los únicos a quienes los humanos tratan mal —dijo Vin en voz baja—. Somos muy buenos maltratándonos también unos a otros.
OreSeur bufó.
—Contigo, al menos, tenían que contenerse por miedo a que los mataras. ¿Te ha pegado alguna vez un amo que sabe que, no importa lo fuerte que te golpee, no vas a morirte? Todo lo que tiene que hacer es conseguirte unos huesos nuevos y estarás listo para servirle otra vez al día siguiente. Somos el sirviente definitivo: puedes matarnos a golpes por la mañana y hacer que te sirvamos la cena esa misma noche. Todo el sadismo a ningún coste.
Vin cerró los ojos.
—Comprendo. Yo no era un kandra, pero tenía peltre. Creo que Camon sabía que podía golpearme mucho más fuerte de lo que debería haber hecho.
—¿Por qué no escapaste? —preguntó OreSeur—. No tenías ningún Contrato que te atara.
—Yo… no lo sé. Las personas son extrañas, OreSeur, y la lealtad a menudo es retorcida. Me quedé con Camon porque era familiar, y temía más dejarlo que marcharme. Esa banda era cuanto tenía. Mi hermano se había ido y me aterraba estar sola. Ahora que lo pienso, me resulta extraño.
—A veces una mala situación sigue siendo mejor que la alternativa. Hiciste lo necesario para sobrevivir.
—Quizá —dijo Vin—. Pero hay un modo mejor, OreSeur. Yo no lo supe hasta que Kelsier me encontró, pero la vida no tiene que ser así. No tienes que pasarte años enteros desconfiando, permaneciendo en las sombras y manteniéndote aparte.
—Si eres humano, tal vez. Yo soy un kandra.
—Puedes confiar. No tienes que odiar a tus amos.
—No los odio a todos, ama.
—Pero no confías en ellos.
—No es nada personal, ama.
—Sí que lo es. No confías en nosotros porque tienes miedo de que te hagamos daño. Eso lo comprendo: me pasé meses con Kelsier preguntándome cuándo iba a volver a sentirme herida. —Hizo una pausa—. Pero, OreSeur, no nos traicionó nadie. Kelsier tenía razón. Me parece increíble incluso ahora, pero los hombres de la banda (Ham, Dockson, Brisa) son buena gente. Y, aunque uno me traicionara, seguiría confiando en ellos. Puedo dormir por las noches, OreSeur. Puedo sentir paz, puedo reír. La vida es diferente. Mejor.
—Tú eres humana —insistió OreSeur, tozudo—. Puedes tener amigos porque no les preocupa que te los comas, ni ninguna otra tontería.
—No pienso eso de ti.
—¿No? Ama, acabas de admitir que recelas de mí porque me comí a Kelsier. Aparte de eso, odias el hecho de que cumpliera mi Contrato. Tú, al menos, has sido sincera.
»Los seres humanos nos encuentran preocupantes. Odian que nos comamos a los suyos, aunque solo tomemos cuerpos que ya están muertos. Os inquieta que tomemos vuestra forma. No me digas que no has oído las leyendas sobre mi pueblo. Espectros de la bruma, nos llaman: criaturas que roban la forma de los hombres que se internan en las brumas. ¿Crees que un monstruo así, una leyenda para asustar a los niños, podría ser aceptado jamás en vuestra sociedad?
Vin frunció el ceño.
—Esa es la razón del Contrato, ama —dijo OreSeur, la voz áspera al hablar a través de los labios del perro—. ¿Te preguntas por qué simplemente no escapamos? ¿Por qué no nos mezclamos con vuestra sociedad y pasamos inadvertidos? Lo intentamos. Hace mucho tiempo, cuando el Imperio Final era nuevo. Tu gente nos encontró y empezaron a destruirnos. Usaron a nacidos de la bruma para cazarnos, pues había muchos más alománticos en aquellos días. Tu gente nos odiaba porque temía que pudiéramos sustituirla. Fuimos casi por completo aniquilados… y entonces ideamos lo del Contrato.
—Pero ¿qué diferencia hay? —preguntó Vin—. Seguís haciendo las mismas cosas, ¿no?
—Sí, pero ahora las hacemos por orden vuestra —respondió OreSeur—. A los hombres les gusta el poder, y les encanta controlar algo poderoso. Nuestro pueblo se ofreció a servir e ideamos un férreo contrato, un contrato que todos los kandra juraron cumplir. No mataremos a los hombres. Tomaremos los huesos solo cuando se nos ordene. Serviremos a nuestros amos con obediencia absoluta.
»Empezamos a hacer esas cosas, y los hombres dejaron de matarnos. Siguieron odiándonos y temiéndonos… pero también supieron que podían darnos órdenes.
»Nos convertimos en sus herramientas. Mientras seguimos estando sometidos, ama, sobrevivimos. Y por eso obedezco. Romper el Contrato sería traicionar a mi pueblo. No podemos combatiros, no mientras tengáis a nacidos de la bruma, y por eso debemos serviros.
Nacidos de la bruma. ¿Por qué son tan importantes los nacidos de la bruma? OreSeur estaba dando a entender que podían encontrar a los kandra…
Vin no hizo ningún comentario al respecto; comprendió que, si señalaba ese detalle, OreSeur volvería a encerrarse en sí mismo. Así que, en cambio, se incorporó y lo miró a los ojos en la oscuridad.
—Si lo deseas, te liberaré de tu Contrato.
—¿Y qué cambiaría eso? —preguntó OreSeur—. Solo encontraría otro Contrato. Según nuestras leyes, debo esperar otra década antes de tener libertad… y solo dos años, y durante ese tiempo no podré salir de la patria kandra. Hacer lo contrario sería correr peligro.
—Entonces, acepta al menos mis disculpas. Fui una idiota al desconfiar de ti por haber cumplido tu Contrato.
OreSeur vaciló.
—Eso sigue sin arreglar las cosas, ama. Aún tengo que llevar este maldito cuerpo de perro… ¡No tengo ninguna personalidad ni huesos que imitar!
—Yo pensaba que agradecerías la oportunidad para ser simplemente tú mismo.
—Me siento desnudo —dijo OreSeur. Permaneció en silencio un instante; luego agachó la cabeza—. Pero… tengo que admitir que hay ventajas en estos huesos. No había advertido lo poco sospechoso que me harían ser.
Vin asintió.
—Ha habido momentos en mi vida en que hubiese dado cualquier cosa por tomar la forma de un perro y seguir viviendo ignorada.
—Pero ¿ya no?
Vin negó con la cabeza.
—No. Casi nunca, al menos. Antes pensaba que todo el mundo era como tú dices: lleno de odio, capaz de causar dolor. Pero hay buena gente en el mundo, OreSeur. Ojalá pudiera demostrártelo.
—Hablas de ese rey tuyo —dijo OreSeur, mirando hacia la fortaleza.
—Sí. Y de otros.
—¿De ti?
Vin sacudió la cabeza.
—No, de mí no. No soy una buena persona, ni una mala persona. Solo estoy aquí para matar.
OreSeur la observó un instante, luego volvió a acomodarse.
—De todas formas —dijo—, no eres el peor amo que he tenido. Esto es, tal vez, un cumplido entre nuestra gente.
Vin sonrió, pero sus propias palabras la habían dejado un poco inquieta: Solo estoy aquí para matar.
Contempló las hogueras de los ejércitos ante la ciudad. Una parte de Vin, la parte que había sido entrenada por Reen, la parte que de vez en cuando usaba su voz en el fondo de su mente, susurró que había otro modo de combatir a esos ejércitos. En vez de confiar en políticas y parlamentos, la banda podría usarla a ella. Enviarla en una silenciosa visita por la noche para dejar muertos a su paso a reyes y generales de los ejércitos.
Pero sabía que Elend no aprobaría una cosa así. Estaría en contra de utilizar el miedo para motivar, ni siquiera a sus enemigos. Señalaría que, si mataba a Straff o a Cett, estos serían sustituidos por otros hombres, aún más hostiles hacia la ciudad.
A pesar de todo, parecía una respuesta brutalmente lógica. Vin anhelaba hacerlo, aunque fuera por hacer algo distinto a esperar y hablar. No era una persona capaz de aguantar un asedio.
No, pensó. Yo no soy así. No quiero ser como era Kelsier. Dura. Implacable. Puedo ser mejor. Alguien capaz de confiar como confía Elend.
Descartó la parte de sí misma que quería asesinar a Straff y Cett y centró su atención en otras cosas. Se concentró en su bronce, buscando signos de alomancia. Aunque le gustaba ir de «patrulla» por la zona, lo cierto era que permaneciendo en un mismo sitio resultaba igualmente eficaz. Los asesinos probablemente estarían vigilando las puertas principales, pues era allí donde empezaban las patrullas y esperaba la mayor concentración de soldados.
De todas formas, le pareció que divagaba. Había fuerzas moviéndose en el mundo, y Vin no estaba segura de querer formar parte de ellas.
¿Cuál es mi lugar?, pensó. No creía haberlo descubierto, no cuando empezó a hacerse pasar por Valette Renoux, ni actuando como guardaespaldas del hombre al que amaba. Nada encajaba del todo.
Cerró los ojos, quemando estaño y bronce, sintiendo el contacto de la bruma impulsada por el viento sobre su piel. Y, extrañamente, sintió algo más, algo muy leve. Detectó en la distancia pulsos alománticos. Eran tan tenues que casi los pasó por alto.
Eran como los pulsos del espíritu de bruma. También a él lo percibía, mucho más cerca. En el tejado de un edificio de la ciudad. Se estaba acostumbrando a su presencia, aunque no tenía más remedio. Mientras solo estuviera observando…
Una vez trató de matar a uno de los compañeros del Héroe, pensó Vin. Lo apuñaló, de algún modo. O eso decía el libro de viajes.
Pero ¿qué era ese pulso distante? Era suave… aunque poderoso. Como un tambor lejano. Vin apretó los párpados, concentrándose.
—¿Ama? —dijo OreSeur, irguiéndose de repente.
Vin abrió los ojos.
—¿Qué?
—¿No has oído eso?
Vin se enderezó.
—¿Qué…?
Entonces lo captó. Pisadas ante la muralla, no muy lejos. Se asomó y advirtió una oscura figura caminando por la calle hacia la fortaleza. Estaba tan concentrada en su bronce que había apagado por completo los sonidos reales.
—Buen trabajo —dijo, acercándose al borde del tejado de la caseta de los guardias. Solo entonces advirtió algo importante: OreSeur había tomado la iniciativa. La había alertado del peligro sin que le hubiera ordenado específicamente que escuchara.
Era poca cosa, pero parecía un gran paso.
—¿Qué te parece? —preguntó en voz baja, observando la figura. No llevaba antorcha y parecía muy cómodo en la bruma.
—¿Un alomántico? —preguntó OreSeur, agazapado junto a ella.
Vin negó con la cabeza.
—No hay pulso alomántico.
—Entonces puede ser un nacido de la bruma —dijo OreSeur. Todavía no sabía que ella era capaz de perforar las nubes de cobre—. Es demasiado alto para ser tu amigo Zane. Ten cuidado, ama.
Vin asintió, lanzó una moneda y se zambulló en las brumas. OreSeur saltó de la caseta detrás de ella, y luego de la muralla, cubriendo los seis metros hasta el suelo.
Desde luego le gusta probar los límites de esos huesos, pensó Vin. Naturalmente, si una caída no lo mataba, tal vez comprendiera su valor.
Se guio tirando de los clavos de un tejado de madera y aterrizó a corta distancia de la oscura figura. Sacó sus cuchillos y preparó sus metales, asegurándose de que tenía duralumín. Entonces cruzó en silencio la calle.
Sorpresa, pensó. La sugerencia de Ham todavía la ponía nerviosa. No podía depender siempre de la sorpresa. Siguió al hombre, estudiándolo. Era alto, muy alto. De hecho, esa túnica…
Vin se detuvo.
—¿Sazed? —preguntó, desconcertada.
El terrisano se volvió, su rostro ahora visible a sus ojos amplificados por el estaño. Sonrió.
—Ah, lady Vin —dijo con su voz sabia y familiar—. Estaba empezando a preguntarme cuánto tardarías en encontrarme. Eres…
Se interrumpió cuando ella lo envolvió en un emotivo abrazo.
—¡No pensaba que fueras a regresar tan pronto!
—No planeaba regresar, lady Vin —dijo Sazed—. Pero los acontecimientos no me permiten evitar este lugar. Ven, tenemos que hablar con Su Majestad. Tengo noticias de naturaleza muy desconcertante.
Vin se apartó, miró su amable rostro y advirtió el cansancio en sus ojos. Estaba agotado. Llevaba la túnica sucia y olía a ceniza y sudor. Sazed solía ser muy meticuloso, incluso cuando viajaba.
—¿Qué ocurre?
—Problemas, lady Vin —respondió él en voz baja—. Problemas y preocupaciones.