Sin embargo, al ser yo quien encontró a Alendi, me convertí en una persona importante. Sobre todo entre los forjamundos.

33

Vin yacía boca abajo, cruzada de brazos, apoyando en ellos la cabeza mientras estudiaba una hoja de papel desplegada en el suelo. Considerando el caos de los últimos días, era sorprendente que volver a sus estudios le pareciera un alivio.

Un alivio pequeño, sin embargo, pues los estudios planteaban sus propios problemas. La Profundidad ha regresado, pensó. Aunque las brumas solo maten de vez en cuando, han empezado a volverse hostiles de nuevo. Eso significa que el Héroe de las Eras tiene que regresar también, ¿no?

¿Pensaba sinceramente que podría ser ella? Cuando lo consideraba, le parecía ridículo. Pero escuchaba el golpeteo en su cabeza, veía al espíritu en las brumas…

¿Y qué había de aquella noche, hacía más de un año, en que se había enfrentado al lord Legislador? Esa noche en que, de algún modo, atrajo las brumas hacia sí, quemándolas como si fueran metal.

No es suficiente, se dijo. Fue un hecho fortuito, un hecho que nunca he podido repetir no implica que yo sea una salvadora mítica. Ni siquiera conocía la mayoría de las profecías sobre el Héroe. El libro mencionaba que se suponía que sus orígenes eran humildes… pero eso describía a todo skaa del Imperio Final. Se suponía que tenía un linaje real desconocido, pero eso convertía a todos los mestizos de la ciudad en candidatos. De hecho, hubiese apostado a que la mayoría de los skaa tenían algún noble como progenitor.

Suspiró y sacudió la cabeza.

—¿Ama? —preguntó OreSeur, volviéndose. Estaba encima de una silla, con las patas apoyadas en la ventana, contemplando la ciudad.

—Profecías, leyendas, predicciones —dijo Vin, golpeando con la palma de la mano la hoja de notas—. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué creen los terrisanos en estas cosas? ¿No debería la religión enseñar algo práctico?

OreSeur se sentó en la silla.

—¿Qué puede ser más práctico que tener conocimiento acerca del futuro?

—Si dijeran algo útil, estaría de acuerdo. Pero incluso el libro reconoce que las profecías de Terris podían ser entendidas de muchas formas distintas. ¿Para qué sirven las promesas que pueden ser interpretadas tan libremente?

—No desprecies las creencias de nadie porque no las comprendas, ama.

Vin bufó.

—Hablas como Sazed. En parte empiezo a pensar que todas estas profecías y leyendas fueron creadas por sacerdotes que querían ganarse la vida.

—¿Solo en parte? —preguntó OreSeur, divertido.

Vin vaciló, luego asintió.

—La parte de mí que creció en las calles, la parte que siempre está esperando un engaño.

Esa parte no quería reconocer las otras cosas que sentía.

Los golpeteos se hacían cada vez más fuertes.

—Las profecías no tienen por qué ser un engaño, ama —dijo OreSeur—. Ni siquiera, realmente, una promesa para el futuro. Pueden ser simplemente una expresión de esperanza.

—¿Qué sabes tú de esas cosas? —preguntó Vin, despectiva, mientras apartaba la hoja.

Hubo un momento de silencio.

—Nada, por supuesto, ama —dijo OreSeur al cabo de un rato.

Vin se volvió hacia el perro.

—Lo siento, OreSeur. No pretendía… Bueno, he estado distraída últimamente…

Tump. Tump. Tump.

—No tienes que disculparte conmigo, ama. Solo soy un kandra.

—Sigues siendo una persona. Aunque tengas aliento de perro.

OreSeur sonrió.

—Tú escogiste estos huesos para mí, ama. Debes atenerte a las consecuencias.

—Los huesos puede que tengan algo que ver —dijo Vin, poniéndose en pie—. Pero me parece que esa carroña que comes no ayuda mucho. Sinceramente, vamos a tener que darte hojitas de menta para que las mastiques.

OreSeur alzó una ceja perruna.

—¿Y no crees que un perro con buen aliento llamaría la atención?

—Solo si besas a alguien en un futuro cercano —dijo Vin, devolviendo los papeles a la mesa.

OreSeur se rio en voz baja, a su estilo canino, y continuó contemplando la ciudad.

—¿Ha terminado ya la procesión? —preguntó Vin.

—Sí, ama. Es difícil de ver, incluso desde aquí arriba. Pero parece que lord Cett ha terminado de mudarse. Desde luego, ha traído un montón de carros.

—Es el padre de Allrianne —dijo Vin—. A pesar de lo mucho que se queja esa muchacha de las instalaciones del ejército, apuesto a que a Cett le gusta viajar con comodidad.

OreSeur asintió. Vin se volvió, se apoyó en la mesa y lo observó, pensando en lo que había dicho antes. Expresión de esperanza…

—Los kandra tenéis una religión, ¿verdad? —aventuró.

OreSeur se volvió bruscamente. Eso era suficiente confirmación.

—¿La conocen los guardadores?

OreSeur se alzó sobre sus patas traseras, apoyando las delanteras en el alféizar.

—No tendría que haber hablado.

—No tienes nada que temer. No revelaré tu secreto. Pero no veo por qué tiene que seguir siéndolo.

—Es un asunto kandra, ama. No sería de interés para nadie más.

—Pues claro que sí —dijo Vin—. ¿No lo ves, OreSeur? Los guardadores creen que la última religión independiente fue destruida por el lord Legislador hace siglos. Si los kandra consiguieron conservar una, eso sugiere que el control teológico del lord Legislador sobre el Imperio Final no era absoluto. Eso tiene que significar algo.

OreSeur vaciló, ladeando la cabeza, como si no hubiera reflexionado sobre ese asunto.

¿Su control teológico no era absoluto?, pensó Vin, un poco sorprendida de sus palabras. Lord Legislador… empiezo a hablar como Sazed y Elend. He estudiado demasiado últimamente.

—De todas formas, ama, preferiría que no mencionaras esto a tus amigos guardadores. Probablemente empezarían a hacer preguntas incómodas.

—Son así —asintió Vin—. ¿Acerca de qué tiene profecías tu pueblo, por cierto?

—No creo que quieras saberlo, ama.

Vin sonrió.

—Hablan de derrocarnos, ¿verdad?

OreSeur se sentó y ella casi pudo sentir que su rostro perruno se ruborizaba.

—Mi pueblo lleva mucho tiempo con el Contrato, ama. Sé que te resulta difícil comprender por qué vivimos con esta carga, pero nos parece necesaria. Sin embargo, soñamos con un día en que no lo sea.

—¿Cuando todos los humanos estén sometidos a vosotros?

OreSeur desvió la mirada.

—Cuando estén todos muertos, en realidad.

—Caramba.

—Las profecías no son literales, ama —dijo OreSeur—. Son metáforas…, expresiones de esperanza. O, al menos, así es como las he entendido siempre. Tal vez las profecías de Terris sean lo mismo. Manifestaciones de una creencia según la cual, si la gente corre peligro, los dioses envían a un Héroe a protegerla. En este caso, la vaguedad sería intencionada… y lógica. Las profecías nunca han pretendido significar algo concreto, sino más bien dar voz a un sentimiento general. Una esperanza compartida.

Si las profecías no eran concretas, ¿por qué solo ella percibía los tamborileos?

Basta, se dijo. Te apresuras a sacar conclusiones.

—Todos los humanos muertos. ¿Cómo morimos? ¿Nos matan los kandra?

—Pues claro que no —respondió OreSeur—. Nosotros somos fieles a nuestro Contrato, incluso en la religión. Las historias dicen que os matáis vosotros solos. Sois de Ruina, después de todo, mientras los kandra somos de Conservación. Se supone que vosotros… destruís el mundo, creo. Usando a los koloss como peones.

—Parece que lo sientes por ellos —comentó Vin, divertida.

—Los kandra tienen en buen concepto a los koloss, ama. Hay un lazo entre nosotros: ambos pueblos comprendemos lo que es ser esclavo, ambos somos ajenos a la cultura del Imperio Final, ambos… —calló.

—¿Qué? —preguntó Vin.

—¿Puedo no seguir hablando? Ya he dicho demasiado. Me incomodas, ama.

Vin se encogió de hombros.

—Todos necesitamos tener secretos. —Miró hacia la puerta—. Aunque hay uno que todavía tengo que desvelar.

OreSeur saltó de la silla y se unió a ella cuando iba hacia la puerta.

Todavía había un espía en algún lugar del palacio. Vin se había visto obligada a ignorar ese hecho demasiado tiempo.

Elend se asomó al pozo. La oscura boca, muy ancha para facilitar las idas y venidas de numerosos skaa, parecía unas grandes fauces abiertas con labios de piedra dispuestos a engullirlo. Miró hacia un lado, donde Ham hablaba con un grupo de sanadores.

—Nos dimos cuenta por primera vez cuando tanta gente empezaba a quejarse de diarrea y dolores abdominales —dijo el médico—. Los síntomas eran inusitadamente fuertes, mi señor. Ya hemos perdido a varios por la enfermedad.

Ham miró a Elend, el ceño fruncido.

—Todos los que enfermaron vivían en esta zona —continuó el médico—. Y sacaban el agua de este pozo o del que hay en la plaza cercana.

—¿Habéis avisado a lord Penrod y la Asamblea? —preguntó Elend.

—Hmm, no, mi señor. Pensamos que tú…

Ya no soy rey, pensó Elend. Sin embargo, no podía decirlo en voz alta, no a ese hombre que buscaba ayuda.

—Yo me encargaré —dijo, suspirando—. Puedes regresar con tus pacientes.

—Tenemos la clínica llena, mi señor.

—Entonces aprópiate de una de las mansiones vacías de los nobles —dijo Elend—. Hay de sobra. Ham, envíale a algunos guardias para que ayuden a trasladar a los enfermos y acondicionen el edificio.

Ham asintió, llamó a un soldado y le dijo que reuniera a veinte hombres del palacio para que se unieran al médico. Este sonrió aliviado y se inclinó ante Elend antes de marcharse.

Ham se acercó al pozo.

—¿Coincidencia?

—Difícilmente —respondió Elend, agarrándose al borde lleno de frustración—. La cuestión es, ¿quién lo ha envenenado?

—Cett acaba de llegar a la ciudad —dijo Ham, frotándose la barbilla—. Habría sido fácil enviar a algunos soldados para que echaran el veneno sin llamar la atención.

—Parece más bien cosa de mi padre. Para aumentar nuestra tensión, su manera de desquitarse por dejarlo en ridículo en su campamento. Además, tiene a ese nacido de la bruma que podría haber echado fácilmente el veneno.

Naturalmente, a Cett le habían hecho lo mismo: Brisa había envenenado su suministro de agua antes de llegar a la ciudad. Elend apretó los dientes. En realidad, no había forma de saber quién estaba detrás del ataque.

Fuera como fuese, los pozos envenenados significaban problemas. Había otros en la ciudad, por supuesto, pero eran igualmente vulnerables. La gente tal vez tuviera que empezar a sacar agua del río, mucho menos saludable puesto que estaba contaminada por los desperdicios de ambos campamentos y de la ciudad misma.

—Coloca guardias en estos pozos —añadió Elend, agitando una mano—. Ciérralos, cuelga advertencias y di a los médicos que vigilen con especial atención cualquier otro brote.

Cada vez las cosas se nos ponen más y más difíciles, pensó mientras Ham asentía. A este paso nos vendremos abajo antes de que termine el invierno.

Después de detenerse a tomar una cena fría, durante la cual el comentario acerca de que algunos criados habían enfermado la dejó preocupada, Vin fue a ver a Elend, que acababa de regresar de recorrer la ciudad con Ham. Después Vin y OreSeur continuaron su misión original: encontrar a Dockson.

Lo localizaron en la biblioteca del palacio. La habitación había sido en su momento el estudio personal de Straff; por algún motivo, a Elend parecía divertirle su nuevo uso.

Personalmente, a Vin no le parecía el emplazamiento de la biblioteca tan divertido como su contenido. O como su falta de contenido, más bien. Aunque la habitación estaba repleta de estanterías, casi todas mostraban signos de haber sido saqueadas por Elend. Las hileras de libros estaban llenas de huecos, pues sus compañeros habían sido retirados uno a uno, como si Elend fuera un depredador que abatiera lentamente una manada.

Vin sonrió. Probablemente no pasaría mucho tiempo antes de que Elend robara todos los libros de la pequeña biblioteca, se llevara los tomos a su estudio y luego los olvidara en uno de sus montones con la idea de devolverlos algún día. A pesar de todo quedaban muchos volúmenes: libros de contabilidad, balances y cuadernos de cuentas, cosas que Elend normalmente encontraba de poco interés.

Dockson estaba sentado al escritorio de la biblioteca, escribiendo en un libro de cuentas. Advirtió su llegada y le sonrió, pero volvió a sus anotaciones, pues al parecer no quería perder punto. Vin esperó a que terminara, con OreSeur a su lado.

De todos los miembros de la banda, Dockson era el que parecía haber cambiado más durante el año transcurrido. Recordaba la primera impresión que le había causado, allá en el cubil de Camon. Dockson era la mano derecha de Kelsier y el más «realista» de los dos. Y, sin embargo, Dockson siempre usaba un tono irónico y daba la sensación de que disfrutaba de su papel de hombre honrado. Más que contrastar con Kelsier, lo complementaba.

Kelsier estaba muerto. ¿En qué lugar dejaba eso a Dockson? Vestía como siempre un traje de noble y le sentaba mejor que a ningún miembro de la banda. De haberse afeitado la barba, hubiera podido pasar por noble; no un rico cortesano, sino un lord de mediana edad que hubiera vivido toda la vida comerciando con una gran casa.

Escribía en sus libros de cuentas, pero siempre lo había hecho. Seguía representando el papel de responsable de la banda. Entonces, ¿en qué era distinto? Era la misma persona, hacía las mismas cosas. Pero parecía diferente. La risa había desaparecido; el silencioso disfrute de la excentricidad de aquellos que lo rodeaban. Sin Kelsier, Dockson había pasado de ser templado a… aburrido.

Y eso hacía recelar a Vin.

Hay que hacerlo, pensó, sonriéndole a Dockson mientras él soltaba su pluma y le indicaba que tomara asiento.

Vin se sentó. OreSeur se acercó a su silla. Dockson miró al perro y sacudió levemente la cabeza.

—Es una bestia maravillosamente adiestrada, Vin —dijo—. Creo que nunca había visto un perro igual.

¿Lo sabe?, se preguntó Vin, alarmada. ¿Es posible que fuera un kandra capaz de reconocer a otro en el cuerpo de un perro? No, no podía ser. De lo contrario, OreSeur hubiese podido encontrar al impostor para ella. Así que simplemente sonrió y acarició la cabeza de OreSeur.

—Hay un adiestrador en el mercado. Enseña a los sabuesos a ser protectores…, a quedarse con niños pequeños y mantenerlos a salvo del peligro.

Dockson asintió.

—¿A qué debo esta visita?

Vin se encogió de hombros.

—Ya nunca charlamos, Dox.

Dockson se acomodó en su asiento.

—Puede que no sea el mejor momento para charlar. Tengo que preparar las finanzas reales para entregárselas a otro, por si la votación es desfavorable a Elend.

¿Podría un kandra encargarse de las cuentas?, se preguntó Vin. Sí. Lo habrían sabido…, se habrían preparado.

—Lo siento —dijo—. No pretendía molestarte, pero Elend ha estado muy ocupado últimamente y Sazed tiene ese proyecto…

—No importa —contestó Dockson—. Puedo dedicarte unos minutos. ¿Qué te ocurre?

—Bueno, ¿recuerdas aquella conversación que tuvimos antes del Colapso?

Dockson frunció el ceño.

—¿Cuál?

—Ya sabes…, la de tu infancia.

—Oh —dijo Dockson, asintiendo—. Sí, ¿qué pasa?

—Bueno, ¿sigues pensando igual?

Dockson reflexionó, tamborileando lentamente con los dedos sobre la mesa. Vin esperó, tratando de que no se notara su tensión. La conversación en cuestión había sido entre los dos y, durante la misma, Dockson le había contado cuánto odiaba a la nobleza.

—Supongo que no —dijo Dockson—. Ya no. Kell siempre decía que le dabas demasiada importancia a la nobleza, Vin. Pero empezaste a hacerle cambiar incluso a él al final. No, no creo que haya que destruir por completo a la sociedad noble. No todos son monstruos, como pensábamos antes.

Vin se relajó. Él no solo estaba al tanto de la conversación, sino de los detalles que habían discutido. Era la única que estaba con él. Eso tenía que significar que no era el kandra, ¿no?

—Se trata de Elend, ¿verdad? —preguntó Dockson.

Vin se encogió de hombros.

—Supongo.

—Sé que te gustaría que él y yo nos lleváramos mejor, Vin. Pero, considerándolo todo, creo que lo estamos haciendo bastante bien. Es un hombre decente: eso lo reconozco. Tiene algunos defectos como líder: le falta arrojo, presencia.

No es como Kelsier.

—Es una buena persona, Dox —dijo ella en voz baja.

Dockson apartó la mirada.

—Lo sé. Pero…, bueno, cada vez que hablo con él veo a Kelsier negando con la cabeza. ¿Sabes cuánto tiempo soñamos Kell y yo con derribar al lord Legislador? Los otros miembros de la banda pensaban que el plan de Kelsier era una pasión reciente, algo que se le había ocurrido en los Pozos. Pero era más antigua, Vin. Mucho más antigua.

»Siempre odiamos a los nobles, Kell y yo. Cuando éramos jóvenes y planeábamos nuestros primeros golpes queríamos ser ricos… pero también queríamos hacerles daño. Hacerles daño por quitarnos las cosas a las que no tenían derecho. Mi amor… La madre de Kelsier… Todas las monedas que robábamos, todos los nobles que dejábamos muertos en algún callejón. Era nuestra forma de hacer la guerra. Nuestra manera de castigarlos.

Vin no dijo nada. Eran ese tipo de historias, esos recuerdos de un pasado violento lo que siempre la había hecho sentirse un poco incómoda con Kelsier… y con la persona en que él pretendía que se convirtiera. Era este sentimiento lo que la hacía dudar, aunque su instinto le susurraba que debía ir a vengarse de Straff y Cett con cuchillos en la noche.

Dockson conservaba parte de aquella dureza. Kell y Dox no eran malvados, pero tenían una vena vengativa. La opresión los había cambiado de maneras que no podían ser remediadas por medio de la paz, ni de reformas ni de recompensas.

Dockson sacudió la cabeza.

—Y fuimos y lo pusimos en el trono. No puedo dejar de pensar que Kelsier se enfadaría conmigo por dejar gobernar a Elend, no importa lo buena persona que sea.

—Kelsier cambió al final —dijo Vin en voz baja—. Tú mismo lo has dicho, Dox. ¿Sabías que le salvó la vida a Elend?

Dockson se volvió, el ceño fruncido.

—¿Cuándo?

—El último día. Durante la lucha con el inquisidor. Kell protegió a Elend, que vino a buscarme.

—Debió de pensar que era uno de los prisioneros.

Vin negó con la cabeza.

—Sabía quién era Elend, y sabía que yo lo amaba. Al final, Kelsier estuvo dispuesto a admitir que merece la pena proteger a un buen hombre, no importa quiénes hayan sido sus padres.

—Me resulta difícil de aceptar, Vin.

—¿Por qué?

Dockson la miró a los ojos.

—Porque si admito que Elend no tiene ninguna culpa por lo que su gente le hizo a la mía, entonces debo admitir que soy un monstruo por las cosas que les hice a ellos.

Vin se estremeció. En aquellos ojos vio la verdad tras la transformación de Dockson. Vio la muerte de su risa. Vio la culpa. Los asesinatos.

Este hombre no es ningún impostor.

—Encuentro poca dicha en este gobierno, Vin —dijo Dockson en voz baja—, porque sé lo que hicimos para crearlo. La cuestión es que volvería a hacerlo. Me digo que es porque creo en la libertad de los skaa. Sin embargo, todavía me paso las noches en vela, satisfecho por lo que les hicimos a nuestros antiguos gobernantes. Su sociedad socavada, su dios muerto. Ahora lo saben.

Vin asintió. Dockson bajó la cabeza, como avergonzado, una emoción que ella rara vez le había visto expresar. No parecía haber nada más que decir. Dockson permaneció sentado en silencio mientras ella se marchaba, con la pluma y el libro olvidados sobre la mesa.

—No es él —dijo Vin, recorriendo un pasillo vacío, mientras trataba de apartar de su mente el sonido terrible de la voz de Dockson.

—¿Estás segura, ama? —preguntó OreSeur.

Vin asintió.

—Está al corriente de una conversación privada que tuvimos antes del Colapso.

OreSeur guardó silencio un instante.

—Ama —dijo por fin—, mis hermanos pueden ser muy concienzudos.

—Sí, pero ¿cómo pudo saber él una cosa así?

—A menudo interrogamos a la gente antes de tomar sus huesos, ama —explicó OreSeur—. Nos reunimos con ellos varias veces, en sitios distintos, y encontramos modos de hablar de su vida. También hablamos con sus amigos y conocidos. ¿Le has contado a alguien esa conversación que tuviste con Dockson?

Vin se detuvo y se apoyó en la pared de piedra del pasillo.

—Tal vez a Elend —admitió—. Creo que se lo mencioné también a Sazed, justo después de tenerla. Eso fue hace casi dos años.

—Pudo bastar, ama. No podemos aprenderlo todo sobre una persona, pero tratamos de descubrir cosas como estas: conversaciones privadas, secretos, información confidencial… para poder mencionarlas en los momentos adecuados y resultar más convincentes.

Vin frunció el ceño.

—Hay… otras cosas también, ama —dijo OreSeur—. Vacilo porque no quiero que imagines a tus amigos sufriendo. Sin embargo, es común que nuestro amo, el que se encarga de dar muerte, torture a su víctima para sacarle información.

Vin cerró los ojos. Dockson parecía tan real… Su conciencia de culpa, sus reacciones… Eso no podía ser falso, ¿no?

—Maldita sea —susurró, abriendo los ojos. Se dio media vuelta y suspiró mientras abría los postigos de una ventana. Fuera estaba oscuro y las brumas se enroscaron ante ella cuando se apoyó en el alféizar de piedra y contempló el patio, dos plantas más abajo.

—Dox no es alomántico —dijo—. ¿Cómo puedo averiguar con certeza si es el impostor o no?

—No lo sé, ama. Nunca es una tarea fácil.

Vin no dijo nada. Ausente, se quitó el pendiente de bronce, el pendiente de su madre, y jugueteó con él viendo cómo reflejaba la luz entre sus dedos. El repujado en plata se había gastado casi por completo.

—Odio esto —susurró por fin.

—¿Qué, ama?

—Esta… desconfianza —dijo—. Odio recelar de mis amigos. Creía que había acabado con todos esos recelos. Siento como si un cuchillo se retorciera en mi interior, y se me clava más profundamente cada vez que me enfrento a alguien de la banda.

OreSeur se sentó a su lado y ladeó la cabeza.

—Pero, ama, has conseguido descartar a varios de ellos como impostores.

—Sí —dijo Vin—. Pero eso solo estrecha el campo…, me acerca un paso más a descubrir cuál de ellos está muerto.

—¿Y eso no es bueno?

Vin sacudió la cabeza.

—No quiero que sea ninguno de ellos, OreSeur. No quiero recelar de ellos, no quiero descubrir que teníamos razón…

OreSeur no respondió al principio; la dejó mirar por la ventana, mientras las brumas lentamente caían al suelo a su alrededor.

—Eres sincera —dijo por fin.

Ella se dio la vuelta.

—Pues claro que lo soy.

—Lo siento, ama. No quería insultarte. Es que…, bueno, he sido kandra de muchos amos. Tantos recelan y odian a cuantos los rodean que había empezado a pensar que tu especie era incapaz de confiar.

—Eso es una tontería —dijo Vin, volviéndose de nuevo hacia la ventana.

—Lo sé —contestó OreSeur—. Pero la gente suele creer en tonterías, si le dan suficientes pruebas. Sea como sea, te pido disculpas. No sé cuál de tus amigos está muerto, pero lamento que uno de mi especie te haya causado este dolor.

—Sea quien sea, solo está cumpliendo su Contrato.

—Sí, ama. El Contrato.

Vin frunció el ceño.

—¿Hay algún modo de que puedas averiguar qué kandra tiene un Contrato en Luthadel?

—Lo siento, ama. Eso no es posible.

—Me lo figuraba. ¿Es posible que lo conozcas, sea quien sea?

—Los kandra son un grupo muy cerrado, ama —dijo OreSeur—. Y nuestro número es pequeño. Hay bastantes posibilidades de que lo conozca muy bien.

Vin dio un golpecito en el alféizar, frunciendo el ceño mientras intentaba decidir si esa información era útil.

—Sigo sin creer que sea Dockson —dijo por fin, y volvió a ponerse el pendiente—. Lo ignoraremos por ahora. Si no encuentro otras pistas, volveremos…

Guardó silencio porque algo llamó su atención. Una figura caminaba por el patio, sin ninguna luz.

Ham, pensó. Pero no andaba como él.

Empujó la pantalla de una lámpara que colgaba de la pared cerca de ella. Se cerró de golpe, la llama vaciló y el pasillo se sumió en la oscuridad.

—¿Ama? —preguntó OreSeur mientras Vin subía a la ventana, avivando estaño para escrutar en la noche.

Decididamente no es Ham, pensó.

Su primer pensamiento fue para Elend: la invadió el súbito terror de que los asesinos hubieran llegado mientras ella charlaba con Dockson. Pero era temprano y Elend estaría todavía hablando con sus consejeros. Era una hora improbable para asesinar a nadie.

¿Y solo un hombre? No era Zane, a juzgar por su altura.

Probablemente sea solo un guardia, pensó. ¿Por qué tengo que ser tan paranoica?

Sin embargo…, contempló la figura que paseaba por el patio y su instinto hizo el resto. El hombre se movía con precaución, como si se sintiera incómodo…, como si no quisiera ser visto.

—A mis brazos —le dijo a OreSeur, lanzando una moneda por la ventana.

El kandra obedeció y ella saltó por la ventana, cayó ocho metros y aterrizó con la moneda. Soltó a OreSeur e indicó las brumas. El kandra la siguió de cerca mientras ella se internaba en la oscuridad, encogida, escondida, tratando de echar un buen vistazo a la solitaria figura. El hombre caminaba a paso vivo hacia un lateral del palacio, donde estaba la entrada de los criados. Cuando pasó ante ella pudo por fin verle el rostro.

¿El capitán Demoux?, pensó.

Se sentó, agazapada, con OreSeur, junto a unas cajas de madera. ¿Qué sabía realmente de Demoux? Era uno de los rebeldes skaa reclutados por Kelsier hacía casi dos años. Había sido un buen soldado, y su ascenso fue rápido. Era uno de los hombres leales que se habían quedado atrás cuando el resto del ejército había seguido a Yeden a su perdición.

Después del Colapso, se había quedado con la banda hasta convertirse en el segundo de Ham, quien le había entrenado a conciencia… Lo cual podía explicar por qué salía de noche sin antorcha o sin linterna. Pero, incluso así…

Si yo fuera a sustituir a alguien de la banda, pensó Vin, no elegiría a un alomántico: eso haría que el impostor fuera demasiado fácil de localizar. Elegiría a una persona corriente, que no tuviera que tomar decisiones ni llamara la atención. Alguien cercano a la banda, pero no necesariamente miembro integrante de ella. Alguien que esté siempre cerca en las reuniones importantes, pero a quien los otros no conozcan demasiado bien

Sintió un ligero escalofrío. Si el impostor era Demoux, eso significaba que ninguno de sus buenos amigos había sido asesinado. Y significaba que el amo del kandra era aún más listo de lo que ella pensaba.

Demoux rodeó la fortaleza y ella lo siguió en silencio. Sin embargo, fuera lo que fuese que hacía esa noche, ya había terminado, porque se dirigió hacia una de las entradas en el lateral del edificio y saludó a los guardias allí apostados.

Vin permaneció en la oscuridad. Demoux les había hablado a los guardias, así que no había salido del palacio a escondidas. Y, sin embargo…, reconocía la postura sigilosa, los movimientos nerviosos. Estaba inquieto por algo.

Es él, pensó. Él es el espía.

Pero ¿qué podía hacer al respecto?