No empecé a advertir los signos hasta unos años más tarde. Conocía las profecías: soy, después de todo, un forjamundo de Terris. Y, sin embargo, no todos nosotros somos religiosos; algunos, como yo mismo, están más interesados en otros temas. No obstante, durante el tiempo que pasé con Alendi, no pude dejar de interesarme más en la Anticipación. Parecía encajar tan bien con los signos…
20
—Esto va a ser peligroso, Majestad —dijo Dockson.
—Es nuestra única opción —contestó Elend. Se encontraba de pie detrás de su mesa, como de costumbre repleta de libros. La ventana del estudio recortaba su silueta, y sus colores le caían sobre la espalda del blanco uniforme tiñéndolo de granate.
Sí que está más imponente con ese atuendo, pensó Vin, sentada en el cómodo sillón de lectura de Elend, con OreSeur tumbado pacientemente en el suelo, a sus pies. Todavía no sabía qué pensar de los cambios de Elend. Las diferencias eran sobre todo de imagen (otra ropa, otro corte de pelo), pero él parecía estar cambiando también. Se erguía más al hablar y era más autoritario. Incluso se estaba entrenando con la espada y el bastón.
Vin miró a Tindwyl. La madura terrisana estaba sentada en una silla al fondo de la sala, observando. Mantenía una postura perfecta, y parecía una dama con su pintoresca falda y su blusa. No se sentaba sobre los talones, como hacía Vin ahora, y nunca llevaba pantalones.
¿Qué es lo que tiene?, pensó Vin. Me pasé un año intentando convencer a Elend para que practicara esgrima. Tindwyl lleva aquí menos de un mes, y ya lo tiene entrenando.
¿Por qué sentía amargura Vin? Elend no cambiaría tanto, después de todo. Trató de controlar la preocupación que sentía por aquel nuevo rey guerrero bien vestido y confiado…, la preocupación de que resultara ser distinto al hombre que amaba.
¿Y si dejaba de necesitarla?
Se hundió un poco más en el sillón mientras Elend continuaba hablando con Ham, Dox, Clubs y Brisa.
—El —dijo Ham—, ¿te das cuenta de que si entras en territorio enemigo no podemos protegerte?
—No estoy seguro de que podáis protegerme aquí, Ham. No con dos ejércitos acampados literalmente contra las murallas.
—Cierto —dijo Dockson—, pero me preocupa que, si entras en ese campamento, no salgas jamás.
—Solo si fracaso —dijo Elend—. Si sigo el plan y convenzo a mi padre de que somos sus aliados, me dejará regresar. No me pasé mucho tiempo haciendo política en la corte cuando era más joven. Sin embargo, una cosa que aprendí fue a manipular a mi padre. Conozco a Straff Venture… y sé que puedo derrotarlo. Además, no me quiere muerto.
—¿Podemos estar seguros de eso? —preguntó Ham, frotándose la barbilla.
—Sí. Después de todo, Straff no ha enviado asesinos por mí, mientras que Cett sí lo ha hecho. Tiene sentido. ¿Qué mejor persona puede encontrar Straff para dejarla al mando de Luthadel que su propio hijo? Cree que puede controlarme… Está seguro de que podrá conseguir que le entregue Luthadel. Si juego con eso, debería conseguir que ataque a Cett.
—Tiene su lógica… —dijo Ham.
—Sí —respondió Dockson—, pero ¿qué le impide tomarte como rehén y abrirse paso hasta Luthadel por la fuerza?
—Seguirá teniendo a Cett a su espalda —dijo Elend—. Si nos combate, perderá hombres, muchos hombres, y se expondrá a que lo ataquen por la retaguardia.
—Pero te tendrá a ti, mi querido muchacho —dijo Brisa—. No tendría que atacar Luthadel: podría obligarnos a entregarla.
—Tendréis órdenes de dejarme morir antes que hacer eso. Por eso creé la Asamblea. Tiene poder para elegir a un nuevo rey.
—Pero ¿por qué? —preguntó Ham—. ¿Por qué correr el riesgo, El? Esperemos un poco más y veamos si podemos conseguir que Straff se reúna contigo en un sitio más neutral.
Elend suspiró.
—Tienes que escucharme, Ham. Con asedio o sin asedio, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Si lo hacemos, moriremos de hambre o uno de esos ejércitos decidirá romper el asedio y atacarnos, con la esperanza de tomar nuestras murallas y luego volverse y defenderse inmediatamente contra sus enemigos. No lo harán fácilmente, pero podría suceder. Sucederá, si no empezamos a engañar a los reyes para que se vuelvan el uno contra el otro.
La habitación se quedó en silencio. Los otros se volvieron lentamente hacia Clubs, quien asintió. Estaba de acuerdo.
Buen trabajo, Elend, pensó Vin.
—Alguien tiene que reunirse con mi padre —dijo Elend—. Y yo tengo que ser esa persona. Straff me considera un necio, así que podré convencerle de que no supongo ninguna amenaza para él. Luego, iré y persuadiré a Cett de que estoy de su parte. Cuando, finalmente, se ataquen entre sí, cada uno pensando que estamos de su parte, nos retiraremos y los obligaremos a luchar. ¡El vencedor no tendrá fuerzas suficientes para arrebatarnos la ciudad!
Ham y Brisa asintieron. Dockson, sin embargo, negó con la cabeza.
—El plan es bueno en teoría, pero ¿entrar sin guardias en el campamento enemigo? Eso es una locura.
—Veamos —dijo Elend—, creo que eso juega a nuestro favor. Mi padre cree firmemente en el control y el dominio. Si voy a su campamento, le estaré diciendo en esencia que reconozco que tiene autoridad sobre mí. Pareceré débil, y él dará por hecho que podrá conmigo cuando se le antoje. Es un riesgo, pero si no lo hago, moriremos todos.
Los hombres se miraron.
Elend se enderezó un poco y cerró los puños, manteniéndolos a los costados. Siempre hacía eso cuando estaba nervioso.
—Me temo que esto no es un debate —dijo Elend—. He tomado mi decisión.
No van a aceptar una declaración como esa, pensó Vin. La banda era muy independiente.
Sin embargo, sorprendentemente, nadie puso objeciones.
Dockson acabó por asentir.
—Muy bien, Majestad. Vas a tener que caminar por una línea peligrosa…, hacer que Straff crea que puede contar con nuestro apoyo, pero también convencerlo de que puede traicionarnos a placer. Tienes que hacer que quiera nuestra fuerza bélica al mismo tiempo que desprecia nuestra fuerza de voluntad.
—Y —añadió Brisa— tienes que hacerlo sin que se dé cuenta de que estás jugando a dos bandas.
—¿Puedes hacerlo? —preguntó Ham—. Sinceramente, Elend.
Elend asintió.
—Puedo hacerlo, Ham. He mejorado mucho en política en este último año —lo dijo con aplomo, aunque Vin advirtió que todavía tenía cerrados los puños. Tendrá que aprender a no hacer eso.
—Puede que entiendas de política —dijo Brisa—, pero esto es un timo. Acéptalo, amigo mío. Eres demasiado honrado…, siempre hablando de defender los derechos de los skaa y todo eso.
—Eh, estás siendo injusto —dijo Elend—. La honradez y las buenas intenciones son cosas completamente diferentes. Bueno, puedo ser igual de deshonesto que… —Hizo una pausa—. ¿Por qué estoy discutiendo esto? Hemos admitido que hay que hacerlo, y sabemos que quien tiene que hacerlo soy yo. Dox, ¿quieres escribirle una carta a mi padre? Dile que me alegrará visitarlo. De hecho… —Elend calló, mirando a Vin. Luego continuó—: De hecho, dile que quiero discutir el futuro de Luthadel y que quiero presentarle a alguien especial.
Ham se echó a reír.
—Ah, no hay nada como llevar a una chica a casa para presentársela a papá.
—Sobre todo cuando esa chica es casualmente la alomántica más peligrosa de todo el Dominio Central.
—¿Crees que accederá a que ella vaya? —preguntó Dockson.
—Si no lo hace, no hay trato. Asegúrate de que lo sepa. De todas formas, creo que accederá. Straff tiene la costumbre de subestimarme… probablemente por buenos motivos. No obstante, apuesto que ese sentimiento se extiende también a Vin. Seguramente está convencido de que no es tan buena como dice todo el mundo.
—Straff tiene su propio nacido de la bruma para protegerlo —terció Vin—. Será justo que Elend me lleve consigo. Y, si estoy allí, podré sacarlo si algo va mal.
Ham volvió a echarse a reír.
—Probablemente no sea una retirada muy digna… transportado a un lugar seguro a hombros de Vin.
—Será mejor que morir —dijo Elend, tratando obviamente de no darle importancia, pero ruborizándose un poco al mismo tiempo.
Me ama, pero sigue siendo un hombre, pensó Vin. ¿Cuántas veces he herido su orgullo por ser una nacida de la bruma mientras que él es simplemente una persona normal? Un hombre inferior nunca se habría enamorado de mí. Pero ¿no se merece una mujer a la que piense que puede proteger? Una mujer que parezca más… ¿una mujer?
Vin se acomodó de nuevo en su sillón, buscando el calor de su comodidad. Sin embargo, era el sillón del estudio de Elend, donde él leía. ¿No se merecía también una mujer que compartiera sus intereses, a quien leer no le pareciera un suplicio? ¿Una mujer con la que pudiera hablar sobre sus brillantes teorías políticas?
¿Por qué estoy pensando tanto en nuestra relación últimamente?, pensó Vin.
No pertenecemos a su mundo, había dicho Zane. Nuestro lugar está aquí, entre las brumas. Tu lugar no está con ellos…
—Hay algo más que quería mencionar, Majestad —dijo Dockson—. Deberías reunir la Asamblea. Están impacientes por hablar contigo… de algo sobre monedas falsas que se han introducido en Luthadel.
—Ahora mismo no tengo tiempo para asuntos ciudadanos —respondió Elend—. El principal motivo por el que creé la Asamblea fue para que se ocupara de estos temas. Envíales un mensaje diciéndoles que confío en su juicio. Pide disculpas en mi nombre y explícales que me estoy encargando de la defensa de la ciudad. Intentaré comparecer en la reunión de la Asamblea la semana que viene.
Dockson asintió y garabateó una nota para sí.
—Aunque hay algo más que deberíamos tener en cuenta —advirtió—. Al reunirte con Straff, perderás tu poder sobre la Asamblea.
—No es un parlamento oficial —dijo Elend—, solo una reunión informal. La resolución anterior seguirá siendo firme.
—Sinceramente, Majestad, dudo que ellos lo vean de esa forma. Sabes lo enfadados que están por no poder hacer nada hasta que decidas parlamentar.
—Lo sé. Pero el riesgo merece la pena. Necesitamos reunirnos con Straff. Una vez hecho eso, podré regresar con buenas noticias para la Asamblea, o eso espero. En ese sentido, puedo argumentar que la resolución no se ha cumplido. Por ahora, la reunión sigue adelante.
Muy decidido, en efecto, pensó Vin. Está cambiando…
Tenía que dejar de pensar en ese tipo de cosas. Se concentró en otro asunto. La conversación derivó hacia el modo concreto en que Elend podía manipular a Straff, y cada uno de los miembros de la banda le dio consejos para llevar a cabo el timo de manera eficaz. Vin, sin embargo, los observaba buscando discrepancias en sus personalidades, tratando de decidir si alguno de ellos podía ser un espía kandra.
¿Se comportaba Clubs de manera más silenciosa que de costumbre? ¿El cambio de forma de hablar de Fantasma se debía a la madurez, o a que el kandra tenía problemas para remedar su argot? ¿Era Ham, tal vez, demasiado jovial? También parecía dedicarse menos que antes a sus jueguecitos filosóficos. ¿Era debido a que se había vuelto más serio o a que el kandra no sabía imitarlo adecuadamente?
Aquello era inútil. Si le daba demasiadas vueltas encontraría discrepancias en cualquiera. Sin embargo, al mismo tiempo, todos parecían ser ellos mismos. La gente era demasiado compleja para reducirla a simples tendencias de personalidad. Además, el kandra tenía que ser bueno… muy bueno, con toda una vida de entrenamiento en el arte de imitar a los demás, y probablemente llevaba planeando su intrusión mucho tiempo.
Todo quedaba entonces en manos de la alomancia. Con todas las actividades relacionadas con el asedio y sus estudios de la Profundidad, no obstante, Vin no había tenido oportunidad de sondear a sus amigos. Mientras lo pensaba, admitió que la excusa de la falta de tiempo era pobre. La verdad era que probablemente se estaba distrayendo porque la idea de que uno de la banda, de su primer grupo de amigos, fuera un traidor le resultaba demasiado inquietante.
Tenía que superarlo. Si de verdad había un espía en el grupo, sería el final. Si los reyes enemigos descubrían los trucos que Elend estaba planeando…
Quemó bronce de prueba. Inmediatamente sintió un pulso alomántico de Brisa, el querido e incorregible Brisa. Era tan bueno con la alomancia que ni siquiera Vin podía detectar su contacto la mayor parte de las veces, pero también era compulsivo respecto al uso de su poder.
En aquel momento no lo estaba usando con ella. Vin cerró los ojos, concentrándose. Una vez, hacía mucho tiempo, Marsh había intentado entrenarla en el delicado arte de usar bronce para leer los pulsos alománticos. Entonces ella no había comprendido la magnitud de la tarea que había emprendido.
Cuando un alomántico quemaba un metal desprendía un latido invisible, como un tamborileo que solo captaba otro alomántico que quemara bronce. El ritmo de esos pulsos (la rapidez de los latidos, la manera en que «sonaban») indicaba exactamente qué metal se estaba quemando.
Hacía falta práctica, y era difícil, pero Vin estaba mejorando en la lectura de los pulsos. Se concentró. Brisa estaba quemando latón, el metal de empuje interno mental. Y…
Vin se concentró más. Una pauta la barría, un doble latido en cada pulso orientado hacia su derecha. Los pulsos iban dirigidos hacia alguien más que los absorbía.
Elend. Brisa estaba concentrado en Elend. No era sorprendente, dada la actual discusión. Brisa siempre empujaba a la gente con la que interactuaba.
Satisfecha, Vin se acomodó en su asiento. Pero, entonces, vaciló. Marsh dio a entender que había mucho más en el bronce de lo que la gente pensaba. Me pregunto…
Cerró los ojos, ignorando el hecho de que cualquiera de los otros pudiera considerar sus acciones extrañas, y se concentró de nuevo en los pulsos alománticos. Avivó bronce, concentrándose tanto que sintió que iba a darle dolor de cabeza. Había una… vibración en los pulsos. Pero no estaba segura de qué podía significar eso.
¡Concéntrate!, se dijo. Sin embargo, los pulsos se negaban tozudamente a dar más información.
Bien, pensó. Haré trampas. Apagó su estaño (casi siempre lo tenía encendido un poquito) y luego buscó en su interior y quemó el Decimocuarto Elemento. El duralumín.
Los pulsos alománticos se volvieron tan fuertes, tan potentes, que podría haber jurado que sentía las vibraciones haciéndola pedazos. Sonaban como golpes de un tambor enorme justo a su lado. Pero recibió algo de ellos.
Ansiedad, nerviosismo, preocupación, inseguridad, ansiedad, nerviosismo, preocupación…
Desapareció, el bronce gastado en una enorme llamarada de poder. Vin abrió los ojos; nadie de la sala la estaba mirando excepto OreSeur.
Se sentía agotada. El dolor de cabeza que había predicho la asaltó con toda su potencia, resonando en su cabeza como el hermano pequeño del tambor que había desterrado. Sin embargo, se aferró a la información que había entrevisto. No se había producido con palabras, sino con sensaciones… y su primer temor fue que Brisa estuviera haciendo aparecer esas emociones. Ansiedad, nerviosismo, preocupación. De todas formas, inmediatamente advirtió que Brisa era un aplacador. Si se concentraba en las emociones, serían las que estaba aligerando. Las que aplacaba con sus poderes.
Miró entonces a Elend. ¡Vaya…, está haciendo que Elend se sienta más confiado! Si Elend se erguía un poco más, era porque Brisa lo estaba ayudando en silencio. Aplacando la ansiedad y la preocupación. Y Brisa lo lograba mientras discutía y hacía sus habituales comentarios burlones.
Vin estudió al hombre gordezuelo, ignorando su dolor de cabeza, experimentando una nueva sensación de admiración. Siempre le había intrigado un poco la situación de Brisa en la banda. Los otros hombres eran, hasta cierto punto, idealistas. Incluso Clubs, bajo su fachada refunfuñona, siempre le había parecido un hombre sólidamente bueno.
Brisa era diferente. Manipulador, un poco egoísta…, parecía que se había unido a la banda por el desafío, no porque quisiera realmente ayudar a los skaa. Pero Kelsier siempre había dicho que había elegido con cuidado a su grupo, escogiendo a los hombres por su integridad, no solo por su habilidad.
Tal vez Brisa no era ninguna excepción después de todo. Vin lo vio apuntar con su bastón a Ham mientras decía algo vanidoso. Y, sin embargo, por dentro era completamente diferente.
Eres un buen hombre, Brisa, pensó, sonriendo para sí. E intentas ocultarlo con todas tus fuerzas.
Y además no era el impostor. Ella lo sabía desde el principio, naturalmente: Brisa no estaba en la ciudad cuando el kandra había hecho el cambio. Sin embargo, tener una segunda confirmación alivió un poco su carga.
Si podía eliminar a algunos de los demás…
Elend se despidió de la banda después de la reunión. Dockson fue a escribir las cartas requeridas, Ham a seguridad, Clubs de vuelta a entrenar a los soldados, y Brisa a intentar aplacar a la Asamblea por la falta de asistencia de Elend.
Vin salió del estudio, tras dirigirle una mirada, y luego observó a Tindwyl. Todavía recelas de ella, ¿eh?, pensó Elend divertido. Le asintió para tranquilizarla y Vin frunció el ceño, un poco molesta. Él la habría dejado quedarse, pero…, bueno, enfrentarse a Tindwyl era ya bastante embarazoso.
Vin salió de la habitación, con el sabueso kandra a su lado. Parece que cada vez está más unida a esa criatura, pensó Elend con satisfacción. Era bueno saber que alguien la vigilaba.
Vin cerró la puerta y Elend suspiró, frotándose el hombro. Varias semanas de entrenamiento con la espada y el bastón estaban pasándole factura, y tenía todo el cuerpo magullado. Trató de impedir que se notara que le dolía… o, más bien, que Tindwyl lo viera demostrarlo. Al menos he demostrado que estoy aprendiendo, pensó. Ella ha tenido que ver lo bien que me ha ido hoy.
—¿Bien? —preguntó.
—Ha sido una vergüenza —dijo Tindwyl, de pie ante su silla.
—Eso te gusta decir —contestó Elend, y se dispuso a recoger una pila de libros. Tindwyl decía que tenía que dejar que los criados limpiaran el estudio, algo a lo que él siempre se había resistido. El desorden de libros y papeles le parecía adecuado, y no quería que nadie más los tocara.
Sin embargo, con ella allí de pie mirándolo, era difícil no ser consciente del desorden. Puso otro libro en el montón.
—Te habrás dado cuenta de lo bien que me ha ido —dijo Elend—. He conseguido que me dejen ir al campamento de Straff.
—Eres el rey, Elend Venture —dijo Tindwyl, los brazos cruzados—. Nadie te «deja» hacer nada. El primer cambio de actitud tiene que ser el tuyo: tienes que dejar de pensar que necesitas el permiso o el acuerdo de los que te siguen.
—Un rey debería gobernar por consentimiento de sus ciudadanos —dijo Elend—. No seré otro lord Legislador.
—Un rey debería ser fuerte —respondió Tindwyl con firmeza—. Acepta un consejo, pero solo cuando lo pide. Deja claro que la decisión final es suya, no de sus consejeros. Tienes que controlar mejor a tus asesores. Si ellos no te respetan, entonces tus enemigos no lo harán tampoco… y las masas no lo harán nunca.
—Ham y los demás me respetan.
Tindwyl alzó una ceja.
—¡Sí que lo hacen!
—¿Cómo te llaman?
Elend se encogió de hombros.
—Son mis amigos. Usan mi nombre.
—O una aproximación. ¿No es cierto, «El»?
Elend se ruborizó y amontonó un último libro.
—¿Quieres que obligue a mis amigos a dirigirse a mí por mi título?
—Sí —dijo Tindwyl—. Sobre todo en público. Deben dirigirse a ti como «Majestad», o al menos como «mi señor».
—Dudo que Ham lo encaje bien. Tiene algunos problemas con la autoridad.
—Los superará —dijo Tindwyl, pasando el dedo por una estantería. No necesitó enseñárselo a Elend para que este supiera que había polvo en la yema.
—¿Y tú? —la desafió Elend.
—¿Yo?
—Me llamas «Elend Venture», no «Majestad».
—Yo soy diferente.
—Bueno, no veo por qué. Puedes llamarme «Majestad» a partir de ahora.
Tindwyl sonrió taimadamente.
—Muy bien, Majestad. Ya puedes abrir los puños. Vas a tener que trabajar eso: un hombre de Estado no debería dar pistas visuales de su nerviosismo.
Elend bajó la cabeza y relajó las manos.
—Muy bien.
—Además —continuó Tindwyl—, sigues dando demasiados rodeos al hablar. Hace que parezcas tímido y vacilante.
—Estoy esforzándome en eso.
—No pidas disculpas a menos que vaya en serio. Y no pongas excusas. No las necesitas. A menudo se juzga a los líderes por cómo soportan la responsabilidad. Como rey, todo lo que suceda en tu reino, no importa quién cometa el hecho, es culpa tuya. Eres incluso responsable de hechos inevitables como terremotos y tormentas.
—O ejércitos —dijo Elend.
Tindwyl asintió.
—O ejércitos. Tu responsabilidad es encargarte de estas cosas y, si algo sale mal, es culpa tuya. Simplemente, tienes que aceptarlo.
Elend asintió y tomó un libro.
—Y ahora, hablemos de culpas —dijo Tindwyl, sentándose—. Deja de limpiar. Ese no es trabajo para un rey.
Elend suspiró y soltó el libro.
—La culpa no es propia de un rey —dijo Tindwyl—. Tienes que dejar de sentir lástima de ti mismo.
—¡Acabas de decirme que todo lo que sucede en el reino es culpa mía!
—Lo es.
—¿Cómo puedo entonces no sentirme culpable?
—Tienes que confiar en que tus acciones son las más convenientes —explicó Tindwyl—. Tienes que saber que no importa lo mal que se pongan las cosas, serían peor sin ti. Cuando sucedan desastres, acepta la responsabilidad, pero no te revuelques en el fango ni te compadezcas de ti mismo. No se te permite ese lujo. La culpa es para gente inferior. Tú simplemente tienes que hacer lo que se espera de ti.
—¿Y es…?
—Hacer que todo mejore.
—Magnífico —dijo Elend llanamente—. ¿Y si fracaso?
—Entonces acepta la responsabilidad, y haz que todo sea mejor al segundo intento.
Elend puso los ojos en blanco.
—¿Y si no consigo que las cosas mejoren? ¿Y si en realidad no soy el mejor hombre para el cargo de rey?
—Entonces abandona —dijo Tindwyl—. El suicido es el método preferible…, suponiendo, claro, que tengas un heredero. Un buen rey sabe que no hay que romper la sucesión.
—Por supuesto. Así que estás diciendo que debería matarme.
—No. Te estoy diciendo que te enorgullezcas de ti mismo, Majestad.
—Pues no lo parece. ¡Todos los días me dices lo mal rey que soy, y cómo sufrirá la gente por eso! Tindwyl, no soy el mejor hombre para este cargo. El mejor se hizo matar por el lord Legislador.
—¡Ya basta! —replicó Tindwyl—. Lo creas o no, Majestad, eres la mejor persona para este puesto.
Elend hizo una mueca.
—Eres el mejor porque ocupas el trono. Si hay algo peor que un rey mediocre, es el caos…, que es lo que habría en el reino si tú no estuvieras en el trono. Nobles y campesinos te aceptan. Puede que no crean en ti, pero te aceptan. Retírate ahora, o incluso muere accidentalmente, y habrá confusión, colapso y destrucción. Pobremente entrenado o no, débil de carácter o no, blanco de burlas o no, eres todo lo que tiene este país. Eres el rey, Elend Venture.
Elend vaciló.
—Yo… no estoy seguro de que estés consiguiendo que me sienta mejor, Tindwyl.
—No…
Elend alzó una mano.
—Sí, lo sé. No se trata de lo que yo sienta.
—No cabe la culpa. Acepta que eres rey, acepta que no puedes hacer nada constructivo para cambiarlo, y acepta la responsabilidad. Hagas lo que hagas, demuestra confianza; porque si no estuvieras aquí, sería el caos.
Elend asintió.
—Arrogancia, Majestad —dijo Tindwyl—. Los líderes de éxito comparten una tendencia común: creen que pueden hacer mejor el trabajo que nadie. La humildad está bien cuando consideras tu responsabilidad y tu deber, pero cuando llega el momento de tomar una decisión, no debes cuestionarte a ti mismo.
—Lo intentaré.
—Bien. Ahora quizá deberíamos pasar a otro tema. Dime, ¿por qué no te has casado con esa joven?
Elend frunció el ceño. No me esperaba esto…
—Es una pregunta muy personal, Tindwyl.
—Bien.
Elend frunció el ceño aún más, pero ella continuó sentada, expectante, clavando en él una de sus implacables miradas.
—No lo sé —dijo Elend por fin, sentándose en su sillón y suspirando—. Vin no es… como las otras mujeres.
Tindwyl alzó una ceja, y su voz se suavizó levemente.
—Creo que cuantas más mujeres conozcas, Majestad, más comprobarás que eso es aplicable a todas ellas.
Elend asintió con tristeza.
—Sea como sea, las cosas no están bien así —dijo Tindwyl—. No me entrometeré más en vuestra relación, pero, como hemos discutido, las apariencias son muy importantes para un rey. No es adecuado que vean que tienes una amante. Soy consciente de que estas cosas eran comunes en la nobleza imperial. Los skaa, sin embargo, quieren ver algo mejor en ti. Tal vez porque muchas nobles eran muy casquivanas, los skaa siempre han valorado la monogamia. Desean desesperadamente que tú respetes sus valores.
—Tendrán que ser pacientes con nosotros —dijo Elend—. La verdad es que yo quiero casarme, pero es ella quien no quiere.
—¿Sabes por qué?
Elend negó con la cabeza.
—Ella… No logro entenderla muchas veces.
—Tal vez no sea adecuada para un hombre de tu posición.
Elend levantó bruscamente la cabeza.
—¿Qué significa eso?
—Tal vez necesites a una persona más refinada —dijo Tindwyl—. Estoy segura de que es buena guardaespaldas, pero como dama resulta…
—¡Basta! —replicó Elend—. Vin está bien tal como es.
Tindwyl sonrió.
—¿Qué? —exigió Elend.
—Te he estado insultando toda la tarde, Majestad, y apenas te has molestado. Pero menciono a tu nacida de la bruma de manera ligeramente despreciativa y estás dispuesto a expulsarme.
—¿Y?
—Así que la amas.
—Naturalmente. No la comprendo, pero sí: la amo.
Tindwyl asintió.
—Te pido disculpas, entonces, Majestad. Tenía que asegurarme.
Elend frunció el ceño y se relajó un poco en su asiento.
—Entonces, ¿esto ha sido una especie de prueba? ¿Querías ver cómo reaccionaría a lo que dijeras sobre Vin?
—Siempre te pondrán a prueba aquellos a quienes conozcas, Majestad. Ya podrías ir acostumbrándote.
—Pero ¿por qué te preocupa mi relación con Vin?
—El amor no es fácil para los reyes, Majestad —dijo Tindwyl con voz extrañamente amable—. Descubrirás que tu afecto por la muchacha puede causar muchos más problemas que ninguna de las otras cosas que hemos comentado.
—¿Y eso es un motivo para renunciar a ella? —preguntó Elend, envarado.
—No. No lo creo.
Elend vaciló y estudió a la recia terrisana con sus rasgos cuadrados y su postura estirada.
—Eso… me resulta extraño, viniendo de ti. ¿Qué hay del deber real y las apariencias?
—Debemos hacer concesiones, excepcionalmente.
Interesante, pensó Elend. No la había considerado del tipo de las que ceden ni siquiera excepcionalmente. Tal vez es un poco más profunda de lo que creía.
—Bueno, ¿cómo van tus sesiones de entrenamiento?
Elend se frotó el brazo dolorido.
—Bien, supongo, pero…
Lo interrumpió un golpe en la puerta. El capitán Demoux entró un momento después.
—Majestad, ha llegado una visita del ejército de lord Cett.
—¿Un mensajero? —se extrañó Elend, poniéndose en pie.
Demoux vaciló, y pareció un poco cohibido.
—Bueno… más o menos. Dice que es la hija de lord Cett, y viene buscando a Brisa.