Y, sin embargo, todo el que me conozca comprenderá que no había ninguna posibilidad de que me rindiera tan fácilmente. Cuando encuentro algo que investigar, soy tenaz en mi empeño.

14

La terrisana rompió sus ligaduras y las cuerdas cayeron al suelo.

—Uh, ¿Vin? —dijo Elend, que empezaba a preguntarse si era razonable conversar con aquella mujer—. Tal vez sea el momento de que entres.

—No está aquí —dijo la terrisana, avanzando—. Se ha marchado hace unos minutos a hacer su ronda. Por eso me dejé capturar.

—Hmm, ya veo —dijo Elend—. Entonces voy a llamar a la guardia.

—No seas necio. Si quisiera matarte, podría hacerlo antes de que los demás volvieran. Ahora estate callado un momento.

Elend permaneció incómodamente en pie mientras la alta mujer rodeaba la mesa muy despacio, estudiándolo como un mercader inspecciona un mueble para una subasta. Finalmente, se detuvo, con los brazos en jarras.

—Yérguete —ordenó.

—¿Disculpa?

—Te encorvas —dijo la mujer—. Un rey debe tener un porte digno en todo momento, incluso estando con sus amigos.

Elend frunció el ceño.

—Bueno, aunque aprecio el consejo, yo no…

—No —dijo la mujer—. No vaciles. Ordena.

—¿Disculpa? —repitió Elend.

La mujer avanzó un paso, le puso una mano en el hombro y le empujó la espalda con la otra para hacerle mejorar la postura. Dio un paso atrás, y luego asintió levemente para sí.

—Bueno, verás —dijo Elend—. Yo no…

—No —interrumpió la mujer—. Debes ser más enérgico en tu forma de hablar. La presentación, las palabras, las acciones, las posturas determinan cómo te juzga la gente y cómo reacciona ante ti. Si empiezas cada frase con suavidad e incertidumbre, parecerás blando e inseguro. ¡Tienes que ser fuerte!

—¿Qué demonios es esto? —preguntó Elend, exasperado.

—Eso es —dijo la mujer—. Por fin.

—Dices que conoces a Sazed. —Elend resistía las ganas de volver a encogerse en su postura anterior.

—Es un conocido mío —dijo la mujer—. Me llamo Tindwyl. Soy, como bien has deducido, una guardadora de Terris. —Dio una patadita en el suelo y sacudió la cabeza—. Sazed me advirtió acerca de tu aspecto desaliñado, pero sinceramente no creía que ningún rey pudiera tener tan poco sentido de la importancia del aspecto.

—¿Desaliñado? —preguntó Elend—. ¿Disculpa?

—Deja de decir eso —replicó Tindwyl—. No hagas preguntas: di lo que quieres decir. Si objetas, objeta: no dejes tus palabras a mi interpretación.

—Sí, bueno, aunque todo esto es fascinante —dijo Elend yendo hacia la puerta—, prefiero evitar más insultos esta noche. Si me disculpas…

—Tu pueblo te considera un necio, Elend Venture —dijo Tindwyl tranquilamente.

Elend vaciló.

—La Asamblea, que tú mismo creaste, ignora tu autoridad. Los skaa están convencidos de que no podrás protegerlos. Incluso tu propio consejo de amigos hace planes en tu ausencia, en el convencimiento de que tu participación no será gran cosa.

Elend cerró los ojos y tomó aire lentamente.

—Tienes buenas ideas, Elend Venture —dijo Tindwyl—. Ideas regias. Sin embargo, no eres un rey. Un hombre solo puede liderar cuando los demás lo aceptan como líder, y tiene solo la autoridad que le dan sus súbditos. Las ideas más brillantes del mundo no podrán salvar tu reino si nadie las escucha.

Elend se volvió.

—Este año pasado he leído todos los libros referidos al liderazgo y el gobierno de las cuatro bibliotecas.

Tindwyl alzó una ceja.

—Entonces, sospecho que has pasado en tu habitación mucho tiempo que tendrías que haber pasado fuera, dejándote ver por tu pueblo y aprendiendo a ser gobernante.

—Los libros tienen gran valor.

—Las acciones tienen más.

—¿Y dónde voy a aprender las acciones adecuadas?

—De mí.

Elend vaciló.

—Puede que sepas que cada guardador tiene un área de interés especial —dijo Tindwyl—. Aunque todos memorizamos las mismas fuentes de información, una persona solo puede estudiar y comprender un número limitado de fuentes. Nuestro mutuo amigo Sazed dedica su tiempo a las religiones.

—¿Y tu especialidad son…?

—Las biografías. He estudiado las vidas de generales, reyes y emperadores cuyos nombres ni siquiera has oído jamás. Comprender teorías políticas y de liderazgo, Elend Venture, no es lo mismo que comprender las vidas de los hombres que vivieron según esos principios.

—Y… ¿tú puedes enseñarme a emular a esos hombres?

—Tal vez —dijo Tindwyl—. Aún no he decidido si eres o no un caso perdido. Pero estoy aquí, así que haré lo que pueda. Hace unos cuantos meses recibí una carta de Sazed en la que me explicaba tu situación. No me pidió que viniera a enseñarte… pero claro, Sazed es tal vez otro hombre que podría aprender a ser más decidido.

Elend asintió lentamente, mirando a los ojos de la terrisana.

—¿Aceptarás mi instrucción, entonces? —preguntó ella.

Elend pensó un momento. Si es tan útil como Sazed, entonces…, bueno, desde luego me vendrá bien algo de ayuda.

—La aceptaré —dijo.

Tindwyl asintió.

—Sazed también mencionó tu humildad. Podría ser una ventaja… suponiendo que no dejes que te detenga. Creo que tu nacida de la bruma ha regresado ya.

Elend se volvió hacia la ventanita. El postigo se abrió, dejando que la bruma entrara en la habitación y revelando una forma agazapada y embozada.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó Vin con un susurro.

Tindwyl sonrió, la primera expresión que Elend veía en su rostro.

—Sazed te mencionó también a ti, niña. Tú y yo deberíamos hablar pronto en privado.

Vin entró en la habitación, arrastrando consigo la bruma, y cerró el postigo. No se molestó en ocultar su hostilidad ni su desconfianza mientras se interponía entre Elend y Tindwyl.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó.

Tindwyl sonrió de nuevo.

—Tu rey tardó varios minutos en formular esa pregunta y tú la haces de entrada. Creo que sois una pareja interesante.

Vin entornó los ojos.

—De todas formas, debería retirarme —dijo Tindwyl—. Supongo que volveremos a hablar, Majestad.

—Sí, por supuesto —dijo Elend—. Hmm… ¿Hay algo que debiera empezar a practicar?

—Sí —respondió Tindwyl, dirigiéndose hacia la puerta—. Deja de decir «hmm».

—Bien.

Ham asomó la cabeza por la puerta en cuanto Tindwyl la abrió. Inmediatamente advirtió las cuerdas en el suelo. No obstante, no dijo nada: probablemente supuso que Elend la había soltado.

—Creo que todos hemos tenido suficiente por hoy —dijo Elend—. Ham, ¿quieres encargarte de que den alojamiento a la señora Tindwyl en el palacio? Es amiga de Sazed.

Ham se encogió de hombros.

—Muy bien.

Saludó con un gesto a Vin, y luego se retiró. Tindwyl no dio las buenas noches al marcharse.

Vin frunció el ceño y miró a Elend. Él parecía… distraído.

—No me gusta —dijo.

Elend sonrió mientras colocaba los libros en la mesa.

—No te gusta nadie de entrada, Vin.

—Tú sí me gustaste.

—Lo cual demuestra que eres una pésima jueza de personalidades.

Vin vaciló, luego sonrió. Se acercó y empezó a examinar los libros. No eran la típica lectura de Elend, sino sobre temas más prácticos que los de costumbre.

—¿Cómo te ha ido esta noche? —preguntó—. No he tenido mucho tiempo para escuchar.

Elend suspiró. Se volvió, sentándose en la mesa, y miró el enorme rosetón situado al fondo de la habitación. Estaba oscuro, sus colores apenas esbozados como reflejos en el cristal negro.

—Supongo que ha ido bien.

—Te dije que les gustaría tu plan. Es el tipo de acción que les parece un desafío.

—Supongo.

Vin frunció el ceño.

—Muy bien —dijo, saltando a la mesa. Se sentó junto a él—. ¿Qué ocurre? ¿Qué quería esa mujer, por cierto?

—Solo transmitirme algunos conocimientos. Ya sabes cómo son los guardadores, siempre buscando un oído que escuche sus lecciones.

—Supongo —dijo Vin lentamente.

Nunca había visto a Elend deprimido, pero se desanimaba. Tenía tantas ideas, tantos planes y esperanzas, que a veces ella se preguntaba cómo los llevaba adelante. Hubiese dicho que le faltaba concentración. Reen siempre decía que la concentración mantenía al ladrón con vida. Los sueños de Elend, sin embargo, formaban parte de su personalidad. Vin dudaba que pudiese abandonarlos. No creía tampoco que ella misma quisiera que así fuese, pues formaban parte de lo que amaba de él.

—Han estado de acuerdo con el plan, Vin —dijo Elend, contemplando la ventana—. Incluso se han entusiasmado, como dijiste que harían. Es que… no puedo dejar de pensar que su propuesta era más racional que la mía. Querían aliarse con uno de los ejércitos, y darle nuestro apoyo a cambio de dejarme como gobernador provisional de Luthadel.

—Eso sería rendirse —dijo Vin.

—A veces, rendirse es mejor que fracasar. Acabo de condenar a mi ciudad a un asedio prolongado. Eso significará hambre, tal vez hambruna, antes de que esto se termine.

Vin le puso una mano en el hombro y lo miró con incertidumbre. Normalmente, era él quien la tranquilizaba.

—Sigue siendo un modo mejor —dijo—. Los demás probablemente sugirieron un plan menos arriesgado porque pensaban que no seguirías uno más osado.

—No —dijo Elend—. No han sido condescendientes conmigo, Vin. Pensaban de verdad que una alianza estratégica era un plan bueno y seguro. —Hizo una pausa y la miró—. ¿Desde cuándo ese grupo es el sector razonable de mi gobierno?

—Han tenido que madurar —dijo Vin—. No pueden ser los hombres que una vez fueron, no teniendo tanta responsabilidad.

Elend se volvió hacia la ventana.

—Te diré qué me preocupa, Vin. Me preocupa que su plan no fuera razonable…, que quizá fuera un poco arriesgado. Tal vez una alianza habría sido una tarea bastante difícil ya. Si ese es el caso, lo que yo estoy proponiendo es completamente ridículo.

Vin le apretó el hombro.

—Nosotros combatimos al lord Legislador.

—Entonces teníais a Kelsier.

—No empecemos otra vez con eso.

—Lo siento —dijo Elend—. Pero de verdad, Vin, tal vez mi plan de intentar aferrarme al gobierno sea solo arrogancia. ¿Qué fue lo que me contaste de tu infancia? Cuando estabas en las bandas de ladrones y todo el mundo era más grande, más fuerte y más duro que tú, ¿qué hacías? ¿Te enfrentabas a los líderes?

Los recuerdos destellaron en la mente de Vin. Recuerdos de ocultarse, de agachar la mirada, de debilidad.

—Eso fue entonces —dijo—. No puedes dejar que los otros te golpeen eternamente. Eso es lo que me enseñó Kelsier…, por eso combatimos al lord Legislador. Por eso la rebelión skaa combatió al Imperio Final durante tantos años, incluso cuando no había ninguna posibilidad de ganar. Reen me enseñó que los rebeldes eran unos necios. Pero Reen está muerto… igual que el Imperio Final. Y…

Se agachó, mirando a Elend a los ojos.

—No puedes entregar la ciudad, Elend —dijo en voz baja—. Creo que no me gustarían las consecuencias que eso tendría para ti.

Elend vaciló, luego sonrió lentamente.

—A veces eres muy sabia, Vin.

—¿Eso crees?

Él asintió.

—Bueno, entonces eres obviamente tan mal juez de personalidades como yo.

Elend se echó a reír, la rodeó con sus brazos y la apretó contra su costado.

—Bien, ¿he de asumir que no hubo ningún incidente en la patrulla de esta noche?

El espíritu de la bruma. Su caída. El frío que aún podía sentir, aunque levemente, en el antebrazo.

—Ninguno —dijo. La última vez que le había hablado del espíritu de la bruma, él de inmediato había creído que imaginaba cosas.

—Tendrías que haber venido a la reunión: me habría gustado que estuvieras presente.

Ella no dijo nada.

Permanecieron sentados unos minutos, contemplando la oscura ventana. Había una extraña belleza en ella; los colores no eran visibles a causa de la falta de contraluz, así que Vin se concentró en los dibujos del cristal. Todo parecía entretejido en un entramado de metal.

—¿Elend? —dijo ella por fin—. Estoy preocupada.

—Yo estaría preocupado si no lo estuvieras —respondió él—. Esos ejércitos me tienen tan obsesionado que apenas puedo pensar con claridad.

—No. No por eso. Estoy preocupada por otras cosas.

—¿Como cuáles?

—Bueno… he estado pensando en lo que dijo el lord Legislador justo antes de que lo matara. ¿Recuerdas?

Elend asintió. No había estado presente, pero ella se lo había contado.

—Habló de lo que hizo por la humanidad —dijo Vin—. Nos salvó, dicen las historias. De la Profundidad.

Elend asintió.

—Pero ¿qué era la Profundidad? —preguntó Vin—. Como noble, la religión no te estaba prohibida. ¿Qué enseñaba el Ministerio sobre la Profundidad y el lord Legislador?

Elend se encogió de hombros.

—No mucho, en realidad. La religión no estaba prohibida, pero tampoco se alentaba. El Ministerio era un poco como su propietario, lo que implicaba que ellos se encargaban de los asuntos religiosos… que nosotros no teníamos que preocuparnos de ellos.

—Pero os enseñaban algunas cosas, ¿no?

Elend asintió.

—Sobre todo, hablaban de por qué la nobleza tenía privilegios y los skaa estaban malditos. Supongo que querían que comprendiéramos lo afortunados que éramos… aunque, sinceramente, sus enseñanzas siempre me parecieron un poco preocupantes. Verás, decían que nosotros éramos nobles porque nuestros antepasados apoyaron al lord Legislador antes de la Ascensión. Pero eso significaba que teníamos privilegios por lo que había hecho otra gente. No es muy justo, ¿no?

Vin se encogió de hombros.

—Tan justo como cualquier otra cosa, supongo.

—Pero ¿no te enfurecía? —preguntó Elend—. ¿No te frustraba que la nobleza tuviera tanto cuando vosotros teníais tan poco?

—No lo pensaba —dijo Vin—. La nobleza tenía mucho, así que podíamos quitárselo. ¿Por qué iba a importarme cómo lo conseguían? A veces, cuando tenía comida, otros ladrones me pegaban y me la quitaban. ¿Qué importaba cómo hubiese conseguido yo mi comida? Seguían quitándomela.

Elend vaciló.

—¿Sabes? A veces me pregunto qué dirían los teóricos políticos que he leído si te conocieran. Tengo la sensación de que se sentirían muy frustrados.

Ella le dio un codazo en el costado.

—Ya basta de política. Háblame de la Profundidad.

—Bueno, creo que era una especie de criatura…, un ente oscuro y maligno que estuvo a punto de destruir el mundo. El lord Legislador viajó hasta el Pozo de la Ascensión, donde se le dio poder para derrotar a la Profundidad y unir a la humanidad. Hay varias estatuas en la ciudad que representan ese hecho.

Vin frunció el ceño.

—Sí, pero ninguna retrata el aspecto de la Profundidad. La representan como un bulto retorcido a los pies del lord Legislador.

—Bueno, la última persona que vio a la Profundidad murió hace un año, así que supongo que tendremos que contentarnos con las estatuas.

—A no ser que vuelva —dijo Vin en voz baja.

Elend frunció el ceño y volvió a mirarla.

—¿De eso se trata, Vin? —Su rostro se suavizó levemente—. ¿Con dos ejércitos no te basta? ¿Tienes que preocuparte también por el destino del mundo?

Vin agachó la cabeza con timidez, y Elend se echó a reír antes de atraerla hacia sí.

—Ah, Vin, sé que eres un poco paranoica…, sinceramente, considerando nuestra situación, empiezo a sentirme igual. Pero creo que este es el único problema del que no hay que preocuparse. No he oído ningún informe de encarnaciones monstruosas del mal campando a sus anchas por la tierra.

Vin asintió, y Elend se relajó un poco, evidentemente convencido de que había respondido a su pregunta.

El Héroe de las Eras viajó hasta el Pozo de la Ascensión para derrotar a la Profundidad, pensó Vin. Pero según todas las profecías el Héroe no debería hacerse con el poder del Pozo. Se suponía que debía darlo, confiar en el poder mismo para destruir a la Profundidad. Rashek no hizo tal cosa: se apoderó del poder. ¿No significa eso que la Profundidad no fue derrotada nunca? ¿Por qué, entonces, no ha sido destruido el mundo?

—El sol, rojo, y las plantas, marrones —dijo Vin—. ¿Hizo eso la Profundidad?

—¿Todavía estás pensando en eso? —Elend frunció el ceño—. ¿El sol, rojo, y las plantas, marrones? ¿De qué otro color tendrían que ser?

—Kelsier dijo que el sol antes era amarillo y que las plantas eran verdes.

—Es una imagen extraña.

—Sazed está de acuerdo con Kelsier. Todas las leyendas dicen que durante los primeros días del lord Legislador el sol cambió de color y empezó a caer ceniza del cielo.

—Bueno, supongo que la Profundidad podría tener algo que ver con eso. No lo sé, sinceramente. —Elend permaneció sentado unos momentos, divertido—. ¿Plantas verdes? ¿Por qué no púrpura, o azules? Es tan raro…

El Héroe de las Eras viajó hasta el norte, al Pozo de la Ascensión, pensó de nuevo Vin. Se volvió levemente, atraída su mirada hacia las lejanas montañas de Terris. ¿Seguía allí arriba el Pozo de la Ascensión?

—¿Tuviste suerte y le sonsacaste algo de información a OreSeur? —preguntó Elend—. ¿Algo que nos ayude a encontrar al espía?

Vin se encogió de hombros.

—Me dijo que los kandra no pueden usar la alomancia.

—Entonces, ¿puedes encontrar a nuestro impostor de esa forma? —dijo Elend, alzando la cabeza.

—Tal vez. Puedo sondear a Fantasma y Ham, al menos. La gente corriente será más difícil… aunque los kandra no pueden ser aplacados, así que tal vez eso me permita encontrar al espía.

—Parece prometedor.

Vin asintió. El ladrón que había en ella, la muchachita paranoica de la que Elend se burlaba siempre, ansiaba usar la alomancia con él, para sondearlo y ver si reaccionaba a sus empujones y tirones. Se contuvo. Debía confiar en aquel hombre. Pondría a prueba a los demás, pero no dudaría de Elend. En cierto modo, prefería confiar en él y equivocarse que soportar la preocupación de la desconfianza.

Finalmente, lo comprendo, pensó con un sobresalto. Kelsier. Comprendo cómo fue para ti con Mare. No cometeré tu mismo error.

Elend la estaba mirando.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Estás sonriendo. ¿Me puedo enterar del chiste?

Ella lo abrazó.

—No —contestó simplemente.

Elend sonrió.

—Muy bien. Puedes sondear a Fantasma y Ham, pero estoy seguro de que el impostor no es uno de los miembros de la banda: he hablado hoy con todos ellos y se comportan como de costumbre. Necesitamos investigar al personal de palacio.

No sabe lo buenos que pueden ser los kandra. El kandra enemigo probablemente había estudiado a su víctima durante meses y meses, aprendiendo y memorizando todos sus modales.

—He hablado con Ham y Demoux —dijo Elend—. Como miembros de la guardia de palacio, saben lo de los huesos…, y Ham ha deducido lo que pasa. Es de esperar que pueda investigar al personal sin armar un revuelo, y localizar al impostor.

Todos los sentidos de Vin se pusieron en alerta por lo confiado que era Elend. No, pensó. Que asuma lo mejor. Ya tiene bastantes preocupaciones. Además, tal vez el kandra esté imitando a alguien de fuera de nuestro círculo. Elend puede investigar por esa vía. Y si el impostor es un miembro del grupo… Bueno, es el tipo de situación en la que mi paranoia nunca viene mal.

—Bueno —dijo Elend, poniéndose en pie—. Tengo que comprobar unas cuantas cosas antes de que sea demasiado tarde.

Vin asintió. Le dio un largo beso, y Elend se marchó. Ella se quedó sentada en la mesa unos instantes más, sin mirar la enorme vidriera, sino a la ventana pequeña de al lado, que había dejado entreabierta. Era una puerta a la noche. La bruma se agitaba en la oscuridad, enviando tentáculos vacilantes hacia la habitación, que se evaporaban con el calor.

—No te tendré miedo —susurró Vin—. Y descubriré tu secreto.

Se levantó de la mesa y salió por la ventana, dispuesta a reunirse con OreSeur y registrar una vez más el palacio.