Pero dejadme comenzar por el principio. Conocí a Alendi en Khlennium; entonces era un muchachito y aún no había sido deformado por una década como caudillo de ejércitos.

9

Marsh había cambiado. Había algo más… duro en el antiguo buscador. Algo en el modo en que siempre parecía estar mirando cosas que Sazed no podía ver, algo en sus hoscas respuestas y su tenso lenguaje.

Naturalmente, Marsh había sido siempre un hombre directo. Sazed miró a su amigo mientras los dos recorrían el polvoriento camino. No tenían caballos; aunque Sazed hubiera poseído uno, la mayoría de las bestias no consentían en acercarse a un inquisidor.

¿Cuál dijo Fantasma que era el apodo de Marsh?, pensó Sazed mientras caminaban. Antes de su transformación, solían llamarlo… Ojos de Hierro. El nombre había resultado profético. La mayoría consideraba inquietante la transformación de Marsh y le había dejado de lado. Aunque a Marsh no había parecido importarle que lo trataran de aquel modo, Sazed había hecho un esfuerzo para hacerse amigo suyo.

Seguía sin saber si Marsh había agradecido el gesto o no. Parecían llevarse bien: ambos compartían el interés por la erudición y la historia, y a ambos les interesaba el clima religioso del Imperio Final.

Y ha venido a buscarme, pensó Sazed. Naturalmente, ha dicho que necesitaba ayuda por si no todos los inquisidores se habían marchado del convento de Seran. Era una excusa pobre. A pesar de sus poderes ferruquimistas, Sazed no era un soldado.

—Deberías estar en Luthadel —dijo Marsh.

Sazed alzó la cabeza. Marsh había hablado bruscamente, como de costumbre, sin preámbulos.

—¿Por qué dices eso?

—Te necesitan allí.

—El resto del Imperio Final me necesita también, Marsh. Soy un guardador. Un solo grupo de personas no debería monopolizar todo mi tiempo.

Marsh sacudió la cabeza.

—Esos campesinos olvidarán tu presencia. Nadie olvidará las cosas que sucederán pronto en el Dominio Central.

—Creo que te sorprendería lo que pueden olvidar los hombres. Las guerras y los reinos pueden parecer importantes ahora, pero incluso el Imperio Final resultó perecedero. Ahora que ha caído, los guardadores no tienen nada que hacer en política.

La mayoría diría que nunca tuvimos nada que hacer en política.

Marsh se volvió hacia él. Aquellos ojos, con las cuencas completamente rellenas de acero… Sazed no tembló, pero se sintió muy incómodo.

—¿Y tus amigos? —preguntó Marsh.

Esto era más personal. Sazed apartó la mirada, pensando en Vin y en su juramento a Kelsier de que la protegería. Necesita poca protección ahora, pensó. Se ha vuelto más diestra en la alomancia que el propio Kelsier. Y, sin embargo, Sazed sabía que había modos de protección que no tenían nada que ver con combatir. Estas cosas (apoyo, consuelo, amabilidad) eran vitales para todo el mundo, y especialmente para Vin. La pobre muchacha cargaba con demasiadas responsabilidades.

—Yo… he enviado ayuda —dijo Sazed—. La ayuda que puedo.

—No es suficiente —respondió Marsh—. Las cosas que suceden en Luthadel son demasiado importantes para ignorarlas.

—No las estoy ignorando, Marsh. Simplemente, cumplo con mi deber lo mejor que puedo.

Marsh, finalmente, se volvió.

—Con el deber equivocado. Regresarás a Luthadel cuando hayamos terminado aquí.

Sazed abrió la boca para discutir, pero no dijo nada. ¿Qué había que decir? Marsh tenía razón. Aunque no tuviera prueba alguna, Sazed sabía que estaban sucediendo cosas importantes en Luthadel…, cosas que requerirían su ayuda para combatir. Cosas que probablemente afectarían al futuro de toda la tierra antaño conocida como el Imperio Final.

Así pues, cerró la boca y caminó detrás de Marsh. Regresaría a Luthadel para demostrar que era un rebelde, una vez más. Tal vez, al final, comprendiera que no había ninguna amenaza fantasmal para el mundo, que simplemente había regresado por su propio deseo egoísta de estar con sus amigos.

De hecho, esperaba que eso resultara ser la verdad. La alternativa le hacía sentirse muy incómodo.