Sé lo que he memorizado. Sé lo que ahora repiten los otros forjamundos.

45

El Héroe de las Eras no será de Terris —dijo Tindwyl, garabateando una nota al pie de su lista.

—Eso ya lo sabíamos —respondió Sazed—. Por el libro.

—Sí, pero el relato de Alendi era solo una referencia… una mención de tercera mano de los efectos de una profecía. He encontrado a alguien citando directamente la profecía.

—¿De verdad? —preguntó Sazed mostrando su entusiasmo—. ¿Dónde?

—En la biografía de Helenntion. Uno de los últimos supervivientes del Consejo de Khlennium.

—Escríbelo para mí —dijo Sazed, acercando su silla un poco más. Tuvo que parpadear varias veces mientras ella escribía, la cabeza nublada por un momento de fatiga.

¡No bajes la guardia!, se dijo. No queda mucho tiempo. No queda mucho…

Tindwyl lo soportaba un poco mejor que él, pero empezaba a agotarse porque daba cabezadas. Él había dormido un poco esa noche, acurrucado en el suelo, pero ella había continuado. Por lo que Sazed sabía, llevaba más de una semana sin dormir.

Se habló mucho del Rabzeen durante aquellos días, escribió Tindwyl. Algunos decían que vendría a luchar contra el Conquistador. Otros decían que era el Conquistador. Helenntion no me hizo saber qué pensaba al respecto. Se dice que el Rabzeen es «el que no es de su pueblo, pero cumple todos sus deseos». Si es este el caso, entonces quizá sea el Conquistador. Se dice que era de Khlennium.

Se detuvo ahí. Sazed frunció el ceño y releyó el texto. El último testimonio de Kwaan, el calco que Sazed había hecho en el convento de Seran, había demostrado ser útil en más de un sentido. Había proporcionado una clave.

No me convencí hasta años más tarde de que Alendi era el Héroe de las Eras, había escrito Kwaan. El Héroe de las Eras: al que llamaban Rabzeen en Khlennium, el Anamnesor.

El calco era una clave de traducción, no entre idiomas sino entre sinónimos. Tenía sentido que hubiera otros nombres para el Héroe de las Eras; una figura tan importante, tan legendaria, tenía que tener muchos títulos. Sin embargo, se habían perdido muchas cosas de aquellos tiempos. El Rabzeen y el Anamnesor eran figuras mitológicas que a Sazed le resultaban vagamente familiares… pero solo eran dos entre decenas. Hasta el descubrimiento del calco, no había tenido forma de relacionar esos nombres con el Héroe de las Eras.

Ahora Tindwyl y él podían escrutar sus mentes de metal con los ojos abiertos. Tal vez, en el pasado, Sazed había leído este mismo párrafo de la biografía de Helenntion; se había saltado muchos de los antiguos archivos buscando referencias religiosas. Sin embargo, nunca hubiera podido darse cuenta de que el párrafo se refería al Héroe de las Eras, una figura de la cultura de Terris que el pueblo de los khlenni había rebautizado en su propia lengua.

—Sí… —dijo lentamente—. Esto es bueno, Tindwyl. Muy bueno.

Apoyó la mano sobre la de ella.

—Tal vez —respondió Tindwyl—, aunque esto no nos dice nada nuevo.

—Ah, pero la forma de expresión puede ser importante —dijo Sazed—. Las religiones a menudo son cuidadosas en la redacción de sus textos.

—Sobre todo con las profecías —contestó ella, frunciendo un poco el ceño. No le gustaba nada que oliera a superstición ni a profecía.

—Pensaba que ya no tenías ese prejuicio, teniendo en cuenta nuestra actual empresa.

—Recopilo información, Sazed. Por lo que dice de la gente y por lo que el pasado puede enseñarnos. Sin embargo, hay un motivo por el que estudié historia y no teología. No apruebo la perpetuación de las mentiras.

—¿Eso es lo que crees que yo hago cuando enseño religiones? —preguntó él, divertido.

Tindwyl se volvió a mirarlo.

—Un poco —admitió—. ¿Cómo puedes enseñar a la gente que recurra a los dioses de los muertos, Sazed? Esas religiones hicieron poco bien a su gente, y ahora sus profecías son polvo.

—Las religiones son una expresión de esperanza —dijo Sazed—. Esa esperanza le da fuerza a la gente.

—Entonces, ¿no crees? ¿Solo le das a la gente algo en lo que confiar, algo para engañarse?

—Yo no lo llamaría así.

—Entonces crees que los dioses que enseñas existen.

—Yo… creo que merecen ser recordados.

—¿Y sus profecías? —dijo Tindwyl—. Veo el valor erudito de lo que hacemos: sacar a relucir hechos del pasado podría darnos información sobre nuestros problemas actuales. Sin embargo, esto de predecir el futuro es, en principio, una tontería.

—Yo no diría eso. Las religiones son promesas…, promesas de que hay alguien observándonos, guiándonos. Las profecías, por tanto, son extensiones naturales de las esperanzas y los deseos de la gente. No son ninguna tontería.

—¿Tu interés es puramente académico, entonces? —preguntó Tindwyl.

—Yo no diría eso.

Tindwyl lo estudió, observando sus ojos. Hizo una leve mueca.

—Lo crees, ¿verdad? —preguntó—. Crees que esa chica es el Héroe de las Eras.

—Aún no lo he decidido.

—¿Cómo puedes considerar una cosa así, Sazed? —preguntó Tindwyl—. ¿No lo ves? La esperanza es una cosa buena, una cosa maravillosa, pero hay que tener esperanza en lo adecuado. Si perpetúas los sueños del pasado, entonces sofocas tus sueños del futuro.

—¿Y si los sueños del pasado son dignos de ser recordados?

Tindwyl sacudió la cabeza.

—Mira las probabilidades, Sazed. ¿Qué probabilidades existían de que acabáramos donde estamos, estudiando este calco, en la misma casa que el Héroe de las Eras?

—Las probabilidades son irrelevantes cuando se trata de predicciones.

Tindwyl cerró los ojos.

—Sazed… creo que la religión es una buena cosa y que la fe es una buena cosa, pero es una tontería buscar una guía en unas cuantas frases ambiguas. Mira lo que sucedió la última vez que encontraron a ese Héroe. El resultado fue el lord Legislador, el Imperio Final.

—De todas formas, no perderé la esperanza. Si tú no crees en las profecías, ¿por qué te esfuerzas tanto en descubrir información sobre la Profundidad y el Héroe?

—Es sencillo —dijo Tindwyl—. Obviamente nos enfrentamos a un peligro que se ha presentado antes, a un problema recurrente, como una epidemia que pasa solo para volver a declararse siglos más tarde. Los antiguos conocían este peligro y tenían información al respecto. Esa información, naturalmente, se desdibujó y se convirtió en leyendas, profecías e incluso en religiones. Por tanto, habrá pistas acerca de nuestra situación ocultas en el pasado. No es cuestión de predicciones, sino de investigación.

Sazed puso una mano sobre la suya.

—Creo que es algo en lo que tal vez no podamos ponernos de acuerdo. Vamos, regresemos a nuestros estudios. No podemos malgastar el tiempo que nos queda.

—No tendríamos que tener problemas —dijo Tindwyl, suspirando y arreglándose con la mano un mechón de pelo del rodete—. Al parecer, tu Héroe asustó a lord Cett anoche. La criada que ha traído el desayuno lo estaba diciendo.

—Lo sé.

—Entonces las cosas mejoran para Luthadel.

—Sí —dijo Sazed—. Tal vez.

Ella frunció el ceño.

—No pareces convencido.

—No sé —dijo él, bajando la mirada—. No me parece que la marcha de Cett sea buena cosa, Tindwyl. Algo va muy mal. Tenemos que terminar este estudio.

Tindwyl ladeó la cabeza.

—¿Cuándo?

—Creo que deberíamos intentar tenerlo terminado para esta noche —dijo Sazed, mirando el montón de hojas desencuadernadas y amontonadas sobre la mesa. El montón contenía todas las notas tomadas, las ideas barajadas y las conexiones establecidas durante su maratón de estudio. Era una especie de libro, una guía acerca del Héroe de las Eras y la Profundidad. Un buen documento, fantástico incluso considerando el tiempo que habían tenido. No era definitivo, pero sí lo más importante que habían escrito.

Aunque no estuviera seguro de por qué.

—¿Sazed? —preguntó Tindwyl, frunciendo el ceño—. ¿Qué es esto?

Sacó del montón una hoja de borde ligeramente torcido. Cuando se la tendió, Sazed se sorprendió de que le faltara un trozo de la esquina inferior derecha.

—¿Lo has hecho tú? —preguntó ella.

—No —respondió Sazed. Tomó el papel. Era una de las transcripciones del calco; el trozo roto había eliminado la última frase. No había ni rastro del pedazo que faltaba.

Sazed alzó la cabeza y miró a Tindwyl a los ojos. Ella se volvió y empezó a rebuscar en los papeles. Sacó otra copia de la transcripción y la alzó.

Sazed sintió un escalofrío. Le faltaba la esquina.

—Lo referencié ayer —dijo Tindwyl en voz baja—. No he salido de la habitación más que unos minutos, y tú has estado siempre aquí.

—¿Saliste anoche? —preguntó Sazed—. Para ir al lavabo, mientras yo dormía.

—Tal vez. No lo recuerdo.

Sazed se quedó callado un momento, contemplando el papel. El pedazo que faltaba se parecía mucho al pedazo que también faltaba en el papel del primer montón. Tindwyl, al parecer con la misma idea, hizo coincidir ambas hojas. Encajaban a la perfección. Ni aunque las hubieran colocado una encima de la otra la coincidencia hubiese sido tan perfecta.

Ambos permanecieron en silencio, reflexionando. Luego se pusieron en marcha, rebuscando en sus fajos de papeles. Sazed tenía cuatro copias de la transcripción. A todas les faltaba exactamente el mismo pedazo.

—Sazed… —A Tindwyl le temblaba la voz. Alzó una hoja de papel con media transcripción, que terminaba a mitad de página. Habían abierto un agujero exactamente en el centro, eliminando exactamente la misma frase.

—¡El calco! —dijo Tindwyl. Pero Sazed ya se había puesto en movimiento. Saltó de la silla y corrió al arcón donde almacenaba sus mentes de metal. Con dedos temblorosos buscó la llave que llevaba al cuello, la arrancó de un tirón y abrió el arcón. Sacó el calco, lo desplegó delicadamente en el suelo. Apartó los dedos de pronto, como si lo hubieran mordido, al ver el desgarrón en la parte inferior. La misma frase, eliminada.

—¿Cómo es posible? —susurró Tindwyl—. ¿Cómo puede saber nadie tanto de nuestro trabajo… de nosotros?

—Y, sin embargo, ¿cómo pueden saber tan poco de nuestras habilidades? —repuso Sazed—. Tengo toda la transcripción almacenada en mi mente de metal. Puedo recordarla.

—¿Qué dice la frase que falta?

—«Alendi no debe alcanzar el Pozo de la Ascensión. No debe hacerse con el poder».

—¿Por qué eliminar la frase? —preguntó Tindwyl.

Sazed miró el calco. Parece imposible

Sonó un ruido en la ventana. Sazed se dio media vuelta y recurrió instintivamente a su mentepeltre para incrementar su fuerza. Sus músculos se hincharon, la túnica le quedó estrecha.

Los postigos se abrieron de golpe. Vin estaba agazapada en el alféizar. Se detuvo al ver a Sazed y Tindwyl, quien al parecer también había decantado fuerza y había crecido hasta adquirir una constitución casi masculina.

—¿He hecho algo mal? —preguntó Vin.

Sazed sonrió, liberando su mentepeltre.

—No, niña —dijo—. Simplemente nos has asustado.

Miró a Tindwyl a los ojos, y ella empezó a recoger los pedazos de papel. Sazed plegó el calco; seguirían discutiendo más tarde.

—¿Has visto a alguien rondando cerca de mi habitación, lady Vin? —preguntó Sazed mientras guardaba el calco—. ¿Algún extraño… o incluso algún guardia?

—No —respondió Vin, entrando en la habitación. Iba descalza, como de costumbre, y no llevaba capa de bruma; rara vez lo hacía de día. Si había combatido la noche anterior, se había cambiado de ropa, porque no había manchas de sangre en sus prendas, ni siquiera de sudor—. ¿Quieres que busque a alguien sospechoso?

—Sí, por favor —dijo Sazed, cerrando el arcón—. Tememos que alguien ha estado fisgoneando en nuestro trabajo, aunque el motivo se nos escapa.

Vin asintió con la cabeza y se quedó donde estaba mientras Sazed regresaba a su asiento. Lo miró primero a él y luego a Tindwyl, brevemente.

—Tengo que hablar contigo, Sazed.

—Creo que puedo dedicarte unos momentos. Pero he de advertirte de que mis estudios corren mucha prisa.

Vin asintió y miró a Tindwyl. Finalmente, ella suspiró y se levantó.

—Supongo que iré a ver cómo va el almuerzo.

Vin se relajó un poco cuando la puerta se cerró; luego se acercó a la mesa y se sentó en la silla de Tindwyl, con las piernas dobladas sobre el asiento.

—Sazed, ¿cómo sabes si estás enamorado?

Sazed parpadeó.

—Yo… creo que no soy la persona más indicada para hablar de este tema, lady Vin. Sé muy poco al respecto.

—Siempre dices esas cosas. Pero en realidad eres un experto en casi todo.

Sazed se echó a reír.

—En este caso, puedo asegurarte de que mi incompetencia es manifiesta, lady Vin.

—Con todo, tienes que saber algo.

—Un poquito, tal vez. Dime, ¿cómo te sientes cuando estás con el joven lord Venture?

—Quiero que me abrace —dijo Vin en voz baja, volviéndose hacia un lado y mirando por la ventana—. Quiero que me hable, aunque no comprenda lo que me dice. Cualquier cosa para que permanezca allí, a mi lado. Quiero ser mejor por su causa.

—Eso me parece una muy buena señal, lady Vin.

—Pero… —Vin agachó la cabeza—. No es bueno para él, Sazed. Me tiene miedo.

—¿Miedo?

—Bueno, al menos se siente incómodo conmigo. Vi la expresión de sus ojos cuando me vio luchar el otro día en el ataque a la Asamblea. Se apartó de mí, Sazed, horrorizado.

—Solo vio matar a un hombre —dijo Sazed—. Lord Venture es algo inocente en estos asuntos, lady Vin. No fuiste tú la causa, creo: fue simplemente una reacción natural al horror de la muerte.

—Sea como sea, no quiero que me vea de esa forma —contestó Vin, mirando de nuevo por la ventana—. Quiero ser la chica que necesita: la chica que apoya sus planes políticos. La chica que puede ser hermosa cuando necesita llevarla del brazo, capaz de consolarlo cuando se siente frustrado. Pero yo no soy esa chica. Fuiste tú quien me instruyó para que actuara como una mujer de la corte, Sazed, pero los dos sabemos que no era nada buena.

—Y lord Venture se enamoró de ti porque no actuabas como las demás mujeres. A pesar de la intromisión de lord Kelsier, a pesar de que sabías que todos los nobles eran nuestros enemigos, Elend se enamoró de ti.

—No tendría que habérselo permitido —dijo Vin en voz baja—. Tengo que mantenerme apartada de él, Sazed, por su propio bien. De esa forma, podrá enamorarse de otra. De alguien que le convenga más. De alguien que no vaya por ahí matando a cien personas por frustración. Alguien que merezca su amor.

Sazed se levantó y se desperezó mientras se acercaba a la silla de Vin. Se agachó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los de ella, y puso una mano sobre su hombro.

—Oh, niña. ¿Cuándo dejarás de preocuparte y te dejarás amar sin más?

Vin negó con la cabeza.

—No es tan fácil.

—Pocas cosas lo son. Sin embargo, te digo una cosa, Vin. Hay que permitir que el amor fluya en ambos sentidos: si no, entonces no es verdadero amor. Es otra cosa. Capricho, tal vez. Sea como sea, algunos nos convertimos demasiado rápidamente en mártires de nosotros mismos. Nos quedamos a un lado, observando, pensando que hacemos lo adecuado al no hacer nada. Tememos el dolor… el nuestro y el del otro. —Le apretó el hombro—. Pero… ¿es eso amor? ¿Es amor tomar por Elend la decisión de que no tiene sitio para ti? ¿O es amor permitirle que tome su propia decisión?

—¿Y si no soy buena para él?

—Debes amarlo lo suficiente para confiar en sus deseos, aunque no estés de acuerdo con ellos. Debes respetarlo…, no importa hasta qué punto creas que está equivocado, no importa lo poco que te gusten sus decisiones, debes respetar su deseo de tomarlas. Aunque una de ellas sea amarte.

Vin sonrió levemente, pero seguía pareciendo preocupada.

—Y… —dijo muy despacio—. ¿Y si hay alguien más? Para mí.

Ah…

Vin se envaró de inmediato.

—No debes decirle a Elend que he dicho eso.

—No lo haré —prometió Sazed—. ¿Quién es ese otro hombre?

Vin se encogió de hombros.

—Alguien… que se parece más a mí. El tipo de hombre con el que debería estar.

—¿Lo amas?

—Es fuerte —dijo Vin—. Me recuerda a Kelsier.

Así que hay otro nacido de la bruma, pensó Sazed. En aquel asunto, sabía que no debía tomar partido. No conocía lo suficiente a ese otro hombre para emitir un juicio… y se suponía que los guardadores proporcionaban información, pero evitaban dar consejos específicos.

Sin embargo, Sazed nunca había sido muy bueno siguiendo esa regla. No conocía al otro nacido de la bruma, cierto, pero conocía a Elend Venture.

—Niña, Elend es el mejor de los hombres, y tú has sido mucho más feliz desde que estás con él.

—Pero en realidad es el primer hombre al que he amado —dijo Vin con voz queda—. ¿Cómo sé que me conviene? ¿No debería prestar atención a un hombre más adecuado para mí?

—No lo sé, lady Vin. Sinceramente, no lo sé. Te he advertido lo ignorante que soy en esta cuestión. Pero ¿de verdad crees que vas a encontrar a un hombre mejor que lord Elend?

Ella suspiró.

—¡Es tan frustrante! ¡Debería preocuparme por la ciudad y la Profundidad, no por con qué hombre pasar las noches!

—Es difícil defender a los demás cuando nuestra propia vida es un caos.

—Tengo que decidirme —dijo Vin, poniéndose en pie y acercándose a la ventana—. Gracias, Sazed. Gracias por escucharme… Gracias por volver a la ciudad.

Sazed asintió, sonriendo. Vin se lanzó por la ventana abierta, empujándose contra un trozo de metal. Sazed suspiró, se frotó los ojos y se acercó a la puerta de la habitación y la abrió.

Tindwyl estaba al otro lado, cruzada de brazos.

—Creo que me sentiría más cómoda en la ciudad si no supiera que nuestra nacida de la bruma tiene las volátiles emociones de una adolescente —dijo.

—Lady Vin es más sensata de lo que crees.

—Sazed, he criado a quince hijas —dijo Tindwyl, entrando en la habitación—. Ninguna adolescente es sensata. Algunas lo ocultan mejor que otras.

—Entonces alégrate de que no te oyera espiándonos —respondió Sazed—. Normalmente es muy quisquillosa con esas cosas.

—Vin tiene un punto débil en lo que a la gente de Terris concierne —dijo Tindwyl, agitando la mano—. Posiblemente gracias a ti. Por lo visto aprecia mucho tu consejo.

—Eso parece.

—Creo que lo que le has dicho es muy sabio, Sazed —dijo Tindwyl, sentándose—. Habrías sido un padre excelente.

Azorado, Sazed inclinó la cabeza. Luego se dispuso a sentarse también.

—Deberíamos…

Llamaron a la puerta.

—¿Y ahora qué? —preguntó Tindwyl.

—¿No has pedido el almuerzo?

Tindwyl negó con la cabeza.

—Ni siquiera he dejado el pasillo.

Un segundo después Elend asomó la cabeza en la habitación.

—¿Sazed? ¿Podría hablar contigo un momentito?

—Naturalmente, lord Elend —dijo el terrisano, levantándose.

—Magnífico. —Elend entró en la habitación—. Tindwyl, puedes marcharte.

Ella puso los ojos en blanco y luego dirigió una mirada de exasperación a Sazed, pero acabó por levantarse y salir de la habitación.

—Gracias —dijo Elend mientras ella cerraba la puerta—. Por favor, siéntate.

Sazed así lo hizo, y Elend tomó aire, de pie, con las manos a la espalda. Había vuelto a ponerse el uniforme blanco y, a pesar de su evidente frustración, tenía un aspecto imponente.

Alguien me ha robado a mi amigo el erudito y lo ha sustituido por un rey, pensó Sazed.

—Supongo que se trata de lady Vin, ¿no, lord Elend?

—Sí —dijo Elend, echando a andar y gesticulando con una mano mientras hablaba—. No tiene sentido, Sazed. Lo espero…, demonios, cuento con ello. No es solo una mujer, es Vin. Pero no estoy seguro de cómo reaccionar. A ratos es cálida conmigo, como antes de que la ciudad estuviera en estos apuros, y de repente se envara y se muestra distante.

—Tal vez esté confundida ella misma.

—Tal vez —reconoció Elend—. Pero ¿no debería saber, al menos uno de nosotros, qué pasa con nuestra relación? Sinceramente, a veces pienso que somos demasiado diferentes para estar juntos.

Sazed sonrió.

—Oh, no sé, lord Elend. Te sorprendería lo parecido que pensáis los dos.

—Lo dudo —dijo Elend, caminando de nuevo—. Es una nacida de la bruma; yo solo un hombre normal. Ella creció en las calles; yo crecí en una mansión. Ella es lista y astuta; yo soy docto.

—Ella es enormemente competente, igual que tú —dijo Sazed—. Ella sufrió la opresión de su hermano, tú la de tu padre. Ambos odiabais el Imperio Final y lo combatisteis. Y ambos pensáis demasiado en lo que debería ser, en vez de en lo que es.

Elend vaciló y miró a Sazed.

—¿Qué significa eso?

—Significa que creo que estáis hechos el uno para el otro. No soy quién para hacer juicios, y, sinceramente, es solo la opinión de un hombre que no os ha visto mucho en los últimos meses. Pero creo que es la verdad.

—¿Y nuestras diferencias?

—A primera vista, la llave y la cerradura en la que encaja pueden parecer muy distintas —dijo Sazed—. Diferentes en su forma, diferentes en su función, diferentes en su diseño. El hombre que las mira sin conocer su verdadera naturaleza puede pensar que son opuestas, pues una sirve para abrir y la otra para mantener cerrado. Sin embargo, examinándolas con atención, se ve que sin una la otra no sirve para nada. El hombre sabio ve que la cerradura y la llave fueron creadas para el mismo propósito.

Elend sonrió.

—Tienes que escribir un libro alguna vez, Sazed. Esto es tan profundo como muchas otras cosas que he leído.

Sazed se ruborizó, pero miró el montón de papeles que había sobre la mesa. ¿Serían su legado? No estaba seguro de que sus escritos fueran profundos, pero constituían el intento más coherente que había hecho de escribir algo original. Cierto, la mayoría de las páginas contenían citas o referencias, pero buena parte del texto incluía también sus pensamientos y comentarios.

—Bueno, ¿qué debo hacer?

—¿Sobre lady Vin? Sugeriría que le des, y que te des, un poco más de tiempo.

—El tiempo es un tesoro en estos días, Sazed.

—¿Cuándo no lo es?

—Cuando tu ciudad no está asediada por dos ejércitos, uno de ellos dirigido por un tirano megalómano y el otro por un necio intrépido.

—Sí —dijo Sazed—. Sí, puede que tengas razón. He de volver a mis estudios.

Elend frunció el ceño.

—¿En qué estás trabajando, por cierto?

—En algo poco relevante para tu problema actual, me temo. Tindwyl y yo estamos recopilando referencias sobre la Profundidad y el Héroe de las Eras.

—La Profundidad… Vin la mencionó también. ¿De verdad piensas que podría regresar?

—Creo que ya ha regresado, lord Elend. Nunca se marchó, en realidad. Creo que la Profundidad era… es las brumas.

—Pero, por qué… —dijo Elend, y entonces alzó una mano—. Leeré tus conclusiones cuando hayas terminado. No pudo permitirme distracciones en este momento. Gracias, Sazed, por tu consejo.

Sí, un rey, en efecto, pensó Sazed.

—Tindwyl, ya puedes entrar —dijo Elend—. Buenos días, Sazed.

Elend se volvió hacia la puerta y la abrió lentamente. Tindwyl entró, ocultando su rubor.

—¿Cómo sabías que estaba ahí fuera?

—Lo he supuesto —dijo Elend—. Eres tan mala como Vin. De cualquier forma, buenos días a ambos.

Tindwyl frunció el ceño mientras Elend se marchaba. Luego, miró a Sazed.

—Has hecho un buen trabajo con él —dijo Sazed.

—Demasiado bueno —respondió Tindwyl, sentándose—. Creo que si el pueblo le hubiera dejado al mando habría encontrado un modo de salvar la ciudad. Vamos, hay que regresar al trabajo… Esta vez he pedido el almuerzo, así que deberíamos avanzar lo máximo posible antes de que llegue.

Sazed asintió, se sentó y empuñó la pluma. Sin embargo, le resultó difícil concentrarse en el trabajo. Su mente regresaba una y otra vez a Vin y Elend. No estaba seguro de por qué le parecía tan importante que su relación funcionara. Tal vez fuese simplemente porque los dos eran amigos suyos y deseaba verles felices.

O tal vez era por otra cosa. Esos dos eran lo mejor que Luthadel tenía que ofrecer. La nacida de la bruma más poderosa de los bajos fondos skaa y el más noble líder de la cultura aristocrática. Se necesitaban mutuamente y el Imperio Final los necesitaba a ambos.

Además, estaba el trabajo que lo ocupaba. El pronombre usado en gran parte del lenguaje profético de Terris era neutro. Aunque se traducía en las lenguas modernas como «él», cada vez que aparecía en el libro podría haber sido traducido igualmente como «ella». ¿Y si Vin era realmente el Héroe de las Eras?

Tengo que encontrar un modo de sacarlos de la ciudad, pensó Sazed, asaltado por una súbita idea. Esos dos no deben estar aquí cuando caiga Luthadel.

Apartó sus notas y de inmediato empezó a escribir una rápida serie de cartas.