… pues no debe liberar lo que está prisionero allí.
59
Vin yacía en el suelo, llorando en silencio.
La caverna estaba tranquila, pasada la tempestad. La criatura se había ido y los golpes habían enmudecido por fin en su cabeza. Sollozó, abrazada a Elend, mientras él agonizaba. Había gritado pidiendo ayuda, llamando a Ham y Fantasma, pero no había recibido ninguna respuesta. Estaban demasiado lejos.
Sentía frío. Vacío. Después de contener tanto poder, y de haber experimentado cómo se lo arrancaban, sentía que no era nada. Y, cuando Elend muriera, nada sería.
¿Qué sentido tendría?, pensó. La vida no tiene sentido. He traicionado a Elend. He traicionado al mundo.
No estaba segura de lo que había sucedido, pero de algún modo había cometido un error terrible, espantoso. Lo peor de todo era que había intentado hacer lo adecuado, aunque le doliera.
Algo se alzó sobre ella. Miró al espíritu de la bruma, pero en realidad no podía sentir ni siquiera ira. En aquel momento le costaba sentir nada.
El espíritu alzó un brazo, señalando.
—Se acabó —susurró ella.
El espíritu señaló con más insistencia.
—No llegaré a ellos a tiempo —dijo—. Además, he visto la gravedad de la herida. Lo vi con el poder. No hay nada que puedan hacer, ni siquiera Sazed. Así que puedes estar contento. Tienes lo que querías…
Se calló. ¿Por qué el espíritu había apuñalado a Elend?
Para obligarme a curarlo, pensó. Para impedirme… liberar el poder.
Parpadeó. El espíritu agitó el brazo.
Lentamente, aturdida, se puso en pie. Vio al espíritu que flotaba unos cuantos pasos y señalaba algo en el suelo. La caverna estaba oscura desde que el estanque se había vaciado, iluminada solo por la linterna de Elend. Tuvo que avivar estaño para ver qué señalaba el espíritu.
Un trozo de cerámica. El disco que Elend había sacado del estante del fondo, el que sostenía en la mano y se había roto cuando él se había desplomado.
El espíritu de la bruma lo señaló, impaciente. Vin se acercó y se agachó, tanteando hasta que sus dedos hallaron la pequeña pepita de metal que el disco tenía en el centro.
—¿Qué es? —susurró.
El espíritu se dio la vuelta y flotó hasta Elend. Vin se acercó en silencio.
Elend seguía vivo. Parecía más débil y temblaba menos. Curiosamente, a medida que se acercaba la muerte, parecía más centrado. La miró mientras ella se arrodillaba, y Vin vio que movía los labios.
—Vin… —susurró.
Ella se arrodilló a su lado, miró la perla de metal y luego al espíritu, que permanecía inmóvil. Hizo rodar la perla entre sus dedos y se dispuso a tragársela.
El espíritu se movió frenético, agitando las manos. Vin se detuvo, y el espíritu señaló a Elend.
¿Qué?, pensó ella. Sin embargo, no era capaz de razonar. Le acercó la pepita a Elend.
—Elend —susurró—. Tienes que tragar esto.
No estaba segura de que la hubiera entendido, aunque pareció asentir. Le metió el trocito de metal en la boca. Los labios de Elend se movieron, pero se atragantó.
Tengo que darle algo de beber, pensó. Lo único que tenía era uno de sus frasquitos de metales. Buscó en el pozo vacío y recuperó el pendiente y el cinturón. Sacó una de las diminutas redomas y le vertió el contenido en la boca.
Elend continuó tosiendo débilmente, pero el líquido hizo bien su trabajo y le ayudó a tragar la perla de metal. Vin se arrodilló, sintiéndose indefensa, en profundo contraste con unos momentos antes. Elend cerró los ojos.
Entonces, extrañamente, el color pareció regresar a sus mejillas. Vin, confusa, lo miró. La expresión de su rostro, la forma en que yacía tendido, el color de su piel…
Quemó bronce y, con sorpresa, sintió pulsos procedentes de Elend.
Él estaba quemando peltre.
FIN DE LA SEXTA PARTE