Dejó ruinas a su paso, pero fue olvidado. Creó reinos y luego los destruyó, mientras creaba el mundo de nuevo.
28
—A ver si lo entiendo correctamente —dijo Tindwyl, tranquila y con amabilidad a la vez que severa y con desaprobación—. ¿Hay un artículo en la Constitución del reino que permite a la Asamblea derrocar a su rey?
Elend se achantó un poco.
—Sí.
—¿Y tú mismo lo redactaste? —preguntó Tindwyl.
—En su mayor parte —admitió Elend.
—¿Escribiste en tu propia ley que podías ser depuesto? —repitió Tindwyl. Su grupo, al que se habían unido en los carruajes Clubs, Tindwyl y el capitán Demoux, estaba reunido en el estudio de Elend. Eran tantos que faltaban sillas, y Vin se había sentado en silencio, apartada, sobre un montón de libros, tras haberse vuelto a poner pantalones y camisa. Tindwyl y Elend estaban de pie, pero los demás estaban sentados: Brisa tenso, Ham relajado y Fantasma tratando de equilibrarse en su silla mientras la apoyaba sobre dos patas.
—Introduje ese artículo adrede —dijo Elend. Se encontraba en el centro de la habitación, con un brazo apoyado contra el cristal de su enorme vidriera, contemplando sus oscuros fragmentos—. Esta tierra se marchitó bajo la mano de un gobernante opresivo durante mil años. Durante ese tiempo, los filósofos y pensadores soñaron con un gobierno donde un mal legislador pudiera ser depuesto sin derramamiento de sangre. Yo ocupé su trono a través de una serie de acontecimientos impredecibles e insospechados, y no me pareció justo imponer de manera unilateral mi voluntad, o la voluntad de mis descendientes, sobre el pueblo. Quise iniciar un modo de gobierno cuyos monarcas fueran responsables ante sus súbditos.
A veces habla como uno de esos libros que lee, pensó Vin. No como un hombre normal, sino como si recitara el texto de una página.
Recordó las palabras de Zane como un susurro en su mente. No eres como él. Rechazó la idea.
—Con respeto, Majestad —dijo Tindwyl—, esta es una de las tonterías más grandes que he visto hacer a un líder.
—Fue por el bien del reino.
—Fue una idiotez —replicó Tindwyl—. Un rey no se somete a los caprichos de otro órgano de gobierno. ¡Es valioso para su pueblo porque es la autoridad absoluta!
Vin rara vez había visto a Elend tan apenado, y lamentó la tristeza de sus ojos. Sin embargo, se sentía en parte rebelde y feliz. Ya no era rey. Ahora tal vez no se esforzaran tanto en matarlo. Tal vez pudiera ser de nuevo tan solo Elend y pudieran marcharse. Irse a alguna parte. A un lugar donde las cosas no fueran tan complicadas.
—De todas formas, hay que hacer algo —dijo Dockson en medio del silencio—. Discutir la sensatez de decisiones pasadas tiene poca relevancia ahora mismo.
—De acuerdo —dijo Ham—. Así que la Asamblea ha intentado darte la patada. ¿Qué vamos a hacer al respecto?
—Obviamente, no podemos permitir que se salgan con la suya —dijo Brisa—. ¡Vaya, el pueblo derrocó a un gobierno hace un año! Es una mala costumbre.
—Tenemos que preparar una respuesta, Majestad —dijo Dockson—. Algo que desenmascare esta maniobra engañosa, realizada mientras negociabas por la seguridad de la ciudad. Ahora que lo pienso, está claro que prepararon esa reunión para que tú no pudieras asistir y defenderte.
Elend asintió, contemplando todavía el oscuro cristal.
—Probablemente ya no hay ninguna necesidad de llamarme Majestad, Dox.
—Tonterías —dijo Tindwyl, los brazos cruzados, de pie junto a una estantería—. Sigues siendo el rey.
—He perdido el mandato del pueblo.
—Sí, pero todavía tienes el mandato de los ejércitos —dijo Clubs—. Eso te convierte en rey; no importa lo que diga la Asamblea.
—Exactamente —dijo Tindwyl—. Leyes idiotas aparte, sigues conservando una posición de poder. Necesitamos declarar la ley marcial, restringir los movimientos dentro de la ciudad. Tomar el control de los puntos clave y secuestrar a los miembros de la Asamblea para que tus enemigos no puedan organizar la resistencia contra ti.
—Pondré a mis hombres en la calle antes del amanecer —dijo Clubs.
—No —dijo Elend tranquilamente.
Hubo una pausa.
—¿Majestad? —preguntó Dockson—. Es lo mejor que podemos hacer. No podemos permitir que esta facción contraria a ti gane impulso.
—No es una facción, Dox. Son los representantes electos de la Asamblea.
—Una Asamblea que tú fundaste, mi querido amigo —dijo Brisa—. Tienen poder porque tú se lo diste.
—La ley les da poder, Brisa —respondió Elend—. Y todos estamos sometidos a ella.
—Tonterías —dijo Tindwyl—. Como rey, tú eres la ley. Una vez aseguremos la ciudad, podrás convocar la Asamblea y explicar a sus miembros que necesitas su apoyo. Los que no estén de acuerdo pueden ser retenidos hasta que pase la crisis.
—No —dijo Elend, con algo más de firmeza—. No haremos nada de eso.
—¿Eso es todo, entonces? —preguntó Ham—. ¿Te rindes?
—No voy a rendirme, Ham —dijo Elend, volviéndose por fin para mirar al grupo—. Pero no voy a usar los ejércitos de la ciudad para presionar a la Asamblea.
—Perderás el trono —dijo Brisa.
—Sé razonable, Elend —insistió Ham.
—¡No seré la excepción a mis propias leyes!
—No seas necio —dijo Tindwyl—. Deberías…
—Tindwyl, responde a mis ideas como desees, pero no me vuelvas a llamar necio. ¡No consentiré que me menosprecies porque expreso mi opinión!
Tindwyl vaciló, la boca entreabierta. Entonces frunció los labios y tomó asiento. Vin sintió un silencioso arrebato de satisfacción. Tú lo entrenaste, Tindwyl, pensó con una sonrisa. ¿Vas a quejarte si te planta cara?
Elend avanzó unos pasos y apoyó las manos sobre la mesa mientras contemplaba al grupo.
—Sí, responderemos. Dox, escribe una carta informando a la Asamblea de nuestra decepción y nuestra sensación de haber sido traicionados…; infórmales de nuestro éxito con Straff y carga las tintas de su culpa lo más que puedas.
»Los demás haremos planes. Recuperaremos el trono. Como se ha dicho, conozco la ley. Yo la redacté. Hay modos de salir de esta. Esos modos, sin embargo, no incluyen enviar nuestros ejércitos para asegurar la ciudad. ¡No seré como los tiranos que están dispuestos a quitarnos Luthadel! No obligaré al pueblo a hacer mi voluntad, aunque sepa que es lo mejor para ellos.
—Majestad —dijo Tindwyl con cuidado—, no hay nada inmoral en asegurar el poder durante un tiempo de caos. La gente reacciona de forma irracional durante esos períodos. Es uno de los motivos por los que necesitan líderes fuertes. Te necesitan a ti.
—Solo si me quieren, Tindwyl.
—Perdóname, Majestad, pero esa declaración me parece un poco ingenua.
Elend sonrió.
—Tal vez lo sea. Puedes hacer que cambie de modo de vestir y de aspecto, pero no puedes cambiarme el alma. Haré lo que considere correcto… y eso incluye dejar que la Asamblea me deponga, si así lo decide.
Tindwyl frunció el ceño.
—¿Y si no puedes recuperar el trono por medios legítimos?
—Entonces aceptaré el hecho. Y haré lo que pueda para ayudar al reino de todas formas.
Se acabó lo de marcharnos, pensó Vin. Sin embargo, no pudo dejar de sonreír. Parte de lo que amaba de Elend era su sinceridad. Su sencillo amor por el pueblo de Luthadel, su determinación por hacer lo que fuera bueno para ellos era lo que lo diferenciaba de Kelsier. Incluso en el martirio, Kelsier mostró una pizca de arrogancia. Se aseguró de ser recordado como pocos hombres que hubieran vivido jamás.
Pero Elend…, para él, gobernar el Dominio Central no era cuestión de fama ni de gloria. Por primera vez, completa y sinceramente, Vin decidió algo: Elend era mucho mejor rey de lo que habría sido Kelsier nunca.
—Yo… no estoy seguro de qué pensar de esta experiencia, ama —susurró una voz junto a ella. Vin titubeó y agachó la cabeza al darse cuenta de que había empezado a acariciar, distraída, las orejas de OreSeur.
Apartó la mano con un sobresalto.
—Lo siento.
OreSeur se encogió de hombros y volvió a apoyar la cabeza sobre las patas.
—Bueno, dices que hay un modo legal de volver a recuperar el trono —dijo Ham—. ¿Cómo lo hacemos?
—La Asamblea tiene un mes para elegir un nuevo rey —contestó Elend—. No hay nada en la ley que diga que el nuevo rey no pueda ser el anteriormente depuesto. Y, si no toman una decisión por mayoría concluido ese plazo, el trono vuelve a mí durante un mínimo de un año.
—Complicado —dijo Ham, frotándose la barbilla.
—¿Qué esperabas? —dijo Brisa—. Es la ley.
—No me refería a la ley en sí —contestó Ham—. Me refería a conseguir que la Asamblea elija a Elend o no elija a nadie. No lo habrían depuesto si no tuvieran ya a otra persona en mente para el trono.
—No necesariamente —dijo Dockson—. Tal vez simplemente lo han hecho como advertencia.
—Tal vez —dijo Elend—. Caballeros, creo que es una señal. He estado ignorando a la Asamblea… Pensamos que nos habíamos encargado de ellos, pues había conseguido que firmaran la propuesta que me permitía parlamentar. Sin embargo, no nos dimos cuenta de que una manera que tenían de librarse de esa propuesta era elegir un nuevo rey, y luego lograr que haga lo que desean. —Suspiró y sacudió la cabeza—. He de admitir que nunca he sido muy bueno manejando la Asamblea. No me considera un rey sino un colega… y por eso no les cuesta verse ocupando mi lugar. Apuesto a que uno de los miembros ha convencido a los demás para que lo pongan en el trono.
—Entonces hagámosle desaparecer —dijo Ham—. Estoy seguro de que Vin podría…
Elend frunció el ceño.
—Estaba bromeando, El.
—¿Sabes, Ham? —le advirtió Brisa—. Lo único gracioso de tus chistes es que carecen de sentido del humor.
—Lo dices solo porque normalmente apareces tú al final.
Brisa puso los ojos en blanco.
—Me parece que estas reuniones serían más productivas si alguien se olvidara de invitar a esos dos —murmuró OreSeur en voz baja, obviamente contando con que el estaño permitiera a Vin escucharlo.
Ella sonrió.
—No son tan malos —susurró.
OreSeur alzó una ceja.
—Vale —dijo Vin—. Nos distraen un poco.
—Siempre podría comerme a uno si lo deseas —dijo OreSeur—. Eso podría acelerar las cosas.
Vin vaciló. OreSeur, sin embargo, tenía una extraña sonrisa en los labios.
—Humor kandra, ama. Mis disculpas. Podemos ser un poquito torvos.
Vin sonrió.
—Probablemente no sabrían muy bien de todas formas. Ham es demasiado delgado y no quieras saber las cosas que Brisa se pasa el tiempo comiendo…
—No estoy tan seguro —dijo OreSeur—. Después de todo, «Ham» tiene nombre de jamón. Y en cuanto al otro… —Señaló la copa de vino que Brisa tenía en la mano—. Parece muy aficionado a marinarse por su cuenta.
Elend estuvo rebuscando entre sus libros hasta que encontró varios volúmenes relevantes de leyes… incluido el de leyes para Luthadel que él mismo había escrito.
—Majestad —dijo Tindwyl, recalcando el término—. Tienes dos ejércitos a las puertas, y un grupo de koloss viene de camino hacia el Dominio Central. ¿De verdad crees que tienes tiempo para una batalla legal?
Elend soltó los libros y acercó su silla a la mesa.
—Tindwyl, tengo dos ejércitos a las puertas, los koloss vienen a presionarlos y yo mismo soy el principal obstáculo para impedir que los líderes de esta ciudad entreguen el reino a uno de los invasores. ¿De verdad crees que es una coincidencia que me hayan depuesto ahora?
Varios miembros del grupo alzaron la cabeza, y Vin ladeó la suya al escuchar estas palabras.
—¿Crees que uno de los invasores podría estar detrás de esto? —preguntó Ham, frotándose la barbilla.
—¿Qué haríais, si fuerais ellos? —dijo Elend, abriendo un libro—. No podéis atacar la ciudad porque os costará demasiados soldados. El asedio ya ha durado semanas, vuestras tropas tienen frío y los hombres que Dockson contrató han estado atacando las barcazas de suministros del canal, amenazando vuestra intendencia. Añadamos que sabéis que un gran contingente de koloss viene de camino… y, bueno, tiene sentido. Si los espías de Straff y Cett sirven de algo, sabrán que la Asamblea capituló y decidió entregar la ciudad al primer ejército que llegue. Los asesinos no han conseguido matarme, pero si hubiera otra manera de eliminarme…
—Sí —dijo Brisa—. Parece propio de Cett. Volver la Asamblea contra ti, poner a un simpatizante en el trono y luego hacer que abra las puertas.
Elend asintió.
—Y mi padre parecía reacio a aliarse conmigo esta noche, como si tuviera algún otro plan para hacerse con la ciudad. No puedo estar seguro de cuál de los dos monarcas está detrás de este movimiento, Tindwyl, pero desde luego no podemos pasar por alto la posibilidad. Esto no es una distracción: es parte de la misma estrategia de asedios que hemos estado combatiendo desde que llegaron esos ejércitos. Si puedo recuperar el trono, entonces Straff y Cett sabrán que soy el único con el que pueden trabajar… y es de esperar que eso los predisponga a aliarse conmigo a la desesperada, sobre todo ya que los koloss se acercan. —Dicho eso, Elend empezó a hojear un montón de libros. Su depresión parecía remitir ante aquel nuevo reto teórico—. Podría haber otros artículos relevantes en la ley —murmuró—. Necesito estudiarlos. Fantasma, ¿invitaste a Sazed a esta reunión?
Fantasma se encogió de hombros.
—No conseguí despertarlo.
—Se está recuperando del viaje hasta aquí —dijo Tindwyl, volviéndose—. Es propio de los guardadores.
—¿Necesita rellenar una de sus mentes de metal? —preguntó Ham.
Tindwyl vaciló, y su expresión se ensombreció.
—¿Os lo ha explicado, entonces?
Ham y Brisa asintieron.
—Ya veo —dijo Tindwyl—. De todas formas, no podría ayudarte en este asunto, Majestad. Yo te he ayudado un poco en cuestiones de gobierno porque es mi deber entrenar a los líderes en el conocimiento del pasado. Sin embargo, los guardadores viajeros como Sazed no participan en asuntos políticos.
—¿Asuntos políticos? —preguntó Brisa—. ¿Te refieres, tal vez, a derrocar al Imperio Final?
Tindwyl cerró la boca y apretó los labios.
—No deberías animarlo a romper sus votos —dijo por fin—. Si fuerais sus amigos, os daríais cuenta.
—¿Sí? —preguntó Brisa, señalándola con su copa de vino—. Personalmente, creo que estáis molestos porque os ha desobedecido, pero al final acabó liberando a vuestro pueblo.
Tindwyl miró a Brisa con frialdad, los párpados entornados, tiesa. Permanecieron así lo que pareció una eternidad.
—Empuja mis emociones todo lo que quieras, aplacador —dijo Tindwyl—. Mis sentimientos son míos. No tendrás ningún éxito.
Brisa volvió a beber, murmurando algo sobre los «malditos terrisanos».
Elend, sin embargo, no prestaba atención a la discusión. Ya tenía cuatro libros abiertos sobre la mesa y estaba hojeando un quinto. Vin sonrió, recordando los días, no muy lejanos, en que la cortejaba tumbándose en un sillón cercano y abriendo un libro.
Es el mismo hombre, pensó. Y el alma de este hombre me amó antes de saber que yo era una nacida de la bruma. Me amó incluso después de descubrir que yo era una ladrona e intentaba robarle. Tengo que recordar eso.
—Vamos —le susurró a OreSeur, y se puso en pie mientras Brisa y Ham se enzarzaban en otra discusión. Necesitaba tiempo para pensar y las brumas estaban todavía recientes.
Esto sería mucho más fácil si yo no fuera tan hábil, pensó Elend divertido, rebuscando entre sus libros. Redacté demasiado bien la ley.
Siguió con el dedo un párrafo concreto, releyéndolo mientras el grupo se marchaba lentamente. No podía recordar si les había dicho que se marcharan o no. Tindwyl probablemente lo reprendería por eso.
Aquí, pensó, dando un golpecito con el dedo a la página. Podría tener base para pedir una nueva votación si alguno de los miembros de la Asamblea llegó tarde a la reunión, o si votaron los ausentes. El voto para deponerlo tenía que ser unánime… a excepción, claro, del suyo.
Se detuvo al advertir movimiento. Tindwyl era la única persona que quedaba en la habitación. Elend alzó la cabeza con resignación. Probablemente me lo tengo merecido…
—Pido disculpas por mi falta de respeto, Majestad —dijo ella.
Elend frunció el ceño. Eso no me lo esperaba.
—Tengo la costumbre de tratar a la gente como si fueran niños —continuó Tindwyl—. Supongo que no es algo de lo que deba sentirme orgullosa.
—Es…
Elend se detuvo. Tindwyl le había enseñado a no excusar nunca los defectos de la gente. Podía aceptar que la gente fallara, incluso perdonarla, pero si perdonaba los defectos entonces nunca cambiaría.
—Acepto tu disculpa —dijo.
—Has aprendido rápido, Majestad.
—No he tenido elección —dijo Elend con una sonrisa—. Naturalmente, no cambié lo bastante rápido para la Asamblea.
—¿Cómo has dejado que sucediera algo así? —preguntó ella en voz baja—. Incluso considerando nuestro desacuerdo acerca de cómo hay que llevar el gobierno, yo pensaba que esos miembros de la Asamblea tendrían que estar a tu favor. Te deben su poder.
—Los ignoré, Tindwyl. A los hombres poderosos, amigos o no, no les gusta ser ignorados.
Ella asintió.
—Aunque tal vez deberíamos detenernos a reflexionar sobre tus éxitos, en vez de concentrarnos simplemente en tus fracasos. Vin me ha dicho que la reunión con tu padre salió bastante bien.
Elend sonrió.
—Lo asustamos y se sometió. Me encantó hacerle algo así a Straff. Pero creo que puedo haber ofendido a Vin de algún modo.
Tindwyl alzó una ceja.
Elend soltó su libro y se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas sobre la mesa.
—Se ha comportado de un modo extraño en el camino de vuelta. Apenas he podido conseguir que hablara conmigo. No estoy seguro del porqué.
—Tal vez estaba cansada, nada más.
—No creo que Vin se canse jamás —dijo Elend—. Siempre está en movimiento, siempre está haciendo algo. A veces me preocupa que piense que soy perezoso. Tal vez por eso… —Se calló, y luego sacudió la cabeza.
—Ella no piensa que seas perezoso, Majestad —dijo Tindwyl—. Se negó a casarse contigo porque no se considera digna de ti.
—Tonterías. Vin es una nacida de la bruma, Tindwyl. Sabe que vale por diez hombres como yo.
Tindwyl volvió a alzar una ceja.
—Entiendes muy poco de mujeres, Elend Venture…, sobre todo de mujeres jóvenes. Para ellas, su competencia tiene poquísimo que ver con lo que piensan de sí mismas. Vin es insegura. Cree que no merece estar contigo…, no porque no crea merecerte como persona, sino más bien porque no está convencida de que merezca ser feliz. Ha llevado una vida muy confusa y difícil.
—¿Cómo estás tan segura de esto?
—He criado a varias hijas, Majestad —dijo Tindwyl—. Sé de lo que hablo.
—¿Hijas? —preguntó Elend—. ¿Tienes hijos?
—Naturalmente.
—Yo no…
Los terrisanos que había conocido eran eunucos, como Sazed. Una mujer como Tindwyl, por supuesto, no podía pertenecer a esa categoría, pero había supuesto que los programas de reproducción del lord Legislador la habrían afectado de algún modo.
—De todas formas, debes tomar algunas decisiones, Majestad. Tu relación con Vin va a ser difícil. Ella tiene ciertos asuntos que causarán más problemas de los que te causaría una mujer más convencional.
—Ya hemos discutido esto —dijo Elend—. No estoy buscando una mujer más convencional. Amo a Vin.
—No estoy dando a entender que tengas que buscarte a otra —contestó Tindwyl tranquilamente—. Simplemente te instruyo, como me han pedido que haga. Tienes que decidir hasta qué punto vas a dejar que la chica, y tu relación con ella, te distraigan.
—¿Qué te hace pensar que estoy distraído?
Tindwyl alzó una ceja.
—Te he preguntado por tu éxito con lord Venture esta noche, y de lo único que has querido hablar es de lo que sintió Vin durante el regreso a casa.
Elend vaciló.
—¿Qué es más importante para ti, Majestad? —preguntó Tindwyl—. ¿El amor de esta chica o el bien de tu pueblo?
—No voy a responder a una pregunta como esa.
—Con el tiempo, puede que no tengas elección —dijo Tindwyl—. Es una cuestión a la que se enfrentan todos los reyes, tarde o temprano.
—No —respondió Elend—. No hay motivos para que no pueda amar a Vin y proteger a mi pueblo. He estudiado demasiados dilemas hipotéticos para dejarme enredar en una trampa como esta.
Tindwyl se encogió de hombros y se puso en pie.
—Cree lo que quieras, Majestad. Sin embargo, yo veo ya un dilema, y no me parece que sea hipotético.
Inclinó la cabeza levemente en gesto de deferencia, y se marchó de la habitación, dejándolo con sus libros.