No era un simple soldado. Era un caudillo encarnado, un hombre a quien el destino mismo parecía apoyar.

27

Muy bien —dijo Straff, soltando el tenedor—. Seamos sinceros, muchacho. Estoy decidido a hacerte matar.

—¿Ejecutarías a tu único hijo? —preguntó Elend.

Straff se encogió de hombros.

—Me necesitas —dijo Elend—. Para ayudarte a combatir a Cett. Puedes matarme, pero no ganarías nada. Seguirías teniendo que tomar Luthadel por la fuerza y Cett seguiría en disposición de atacarte, y de derrotarte, puesto que estarías debilitado.

Straff sonrió, cruzándose de brazos e inclinándose hacia delante, de forma que dominó la mesa.

—Te equivocas en ambas cosas, muchacho. Primero, creo que, si te matara, el siguiente líder de Luthadel sería más comprensivo. Tengo ciertos intereses en la ciudad que indican que es así. Segundo, no necesito tu ayuda para combatir a Cett. Él y yo ya tenemos un trato.

Elend vaciló.

—¿Qué?

—¿Qué crees que he estado haciendo estas últimas semanas? ¿Sentarme y esperar a merced de tus caprichos? Cett y yo hemos intercambiado amabilidades. No le interesa la ciudad: solo quiere el atium. Accedimos a dividir lo que encontráramos en Luthadel, y luego trabajar juntos para tomar el resto del Imperio Final. Él conquistará el norte y el oeste, y yo, el este y el sur. Un hombre muy comprensivo, Cett.

Es un farol, pensó Elend con razonable certeza. Aquello no era propio de Straff: no querría aliarse con alguien tan similar a él en fuerza. Straff temía demasiado la traición.

—¿Piensas que voy a creérmelo? —dijo Elend.

—Cree lo que quieras.

—¿Y los koloss que vienen de camino? —preguntó Elend, sacándose un as de la manga.

Esto hizo vacilar a Straff.

—Si deseas tomar Luthadel antes de que lleguen los koloss, padre —dijo Elend—, entonces pienso que te conviene ser un poco más comprensivo con el hombre que ha venido a ofrecerte todo lo que anhelas. Solo pido una cosa: déjame tener una victoria. Déjame combatir a Cett, asegurar mi legado. Luego podrás quedarte con la ciudad.

Straff se lo pensó, durante tanto tiempo que Elend se atrevió a esperar haber ganado. No obstante, su padre acabó por negar con la cabeza.

—No, creo que no. Correré el riesgo con Cett. No sé por qué está dispuesto a dejar que me quede con Luthadel, pero no parece preocuparle mucho.

—¿Y a ti sí? —dijo Elend—. Sabes que no tenemos el atium. ¿Qué te importa ahora la ciudad?

Straff se inclinó un poco más hacia delante. Elend olió en su aliento las especias de la cena.

—Ahí es donde te equivocas conmigo, muchacho. Por eso, aunque hubieras podido prometerme ese atium, nunca habrías salido de este campamento esta noche. Cometí un error hace un año. Si me hubiera quedado en Luthadel, sería yo quien estaría sentado en ese trono. En cambio, eres tú. No me imagino por qué… Supongo que un Venture débil seguía siendo la mejor alternativa.

Straff era todo lo que Elend siempre había odiado del antiguo imperio. Presuntuoso. Cruel. Arrogante.

Debilidad, pensó Elend, calmándose. No puedo mostrarme amenazador. Se encogió de hombros.

—Es solo una ciudad, padre. Desde mi posición, no importa ni la mitad que tu ejército.

—Es más que una ciudad. Es la ciudad del lord Legislador… y allí está mi hogar. Mi fortaleza. Comprendo que la utilices como palacio.

—No tenía ningún otro sitio al que ir.

Straff volvió a su comida.

—Muy bien —dijo, entre bocados de carne—. Al principio pensé que eras un idiota por venir esta noche, pero ahora no estoy tan seguro. Tienes que haber comprendido lo inevitable.

—Eres más fuerte —dijo Elend—. No puedo enfrentarme a ti.

Straff asintió.

—Me has impresionado, muchacho. Vestido de manera adecuada, con una amante nacida de la bruma, manteniendo el control de la ciudad… Voy a dejarte vivir.

—Gracias.

—Y, a cambio, tú vas a entregarme Luthadel.

—En cuanto nos encarguemos de Cett.

Straff se echó a reír.

—No, no es así como funcionan las cosas, muchacho. No estamos negociando. Tú acatas mis órdenes. Mañana, cabalgaremos juntos hasta la ciudad y ordenarás que abran las puertas. Mi ejército marchará y tomará el mando, y Luthadel se convertirá en la nueva capital de mi reino. Si no molestas y haces lo que yo diga, te volveré a nombrar heredero.

—No podemos hacer eso —contestó Elend—. He ordenado que no se te abran las puertas bajo ningún concepto.

Straff vaciló.

—Mis consejeros pensaron que podrías intentar usar a Vin como rehén para obligarme a entregar la ciudad —dijo Elend—. Si vamos juntos, darán por hecho que me estás amenazando.

El ánimo de Straff se ensombreció.

—Más vale que no lo hagan.

—Lo harán. Conozco a esos hombres, padre. Estarán ansiosos por encontrar una excusa para quitarme la ciudad.

—Entonces, ¿por qué has venido aquí?

—Para lo que te he dicho. Para negociar una alianza contra Cett. Puedo entregarte Luthadel… pero sigo necesitando tiempo. Antes, eliminemos a Cett.

Straff empuñó el cuchillo de la cena por el mango y lo estampó contra la mesa.

—¡He dicho que esto no es una negociación! Nada de exigencias, muchacho. ¡Podría mandarte matar!

—Solo estoy aclarando las cosas, padre —dijo Elend rápidamente—. No quiero…

—Te has vuelto sibilino —dijo Straff, entornando los ojos—. ¿Qué esperabas conseguir con este juego? Al venir a mi campamento sin traer nada que ofrecer… —Hizo una pausa, luego continuó—: Nada que ofrecer excepto esa muchacha. Es bonita, sí.

Elend se ruborizó.

—Eso no te dará la llave de la ciudad. Recuerda, mis consejeros pensaron que podrías intentar amenazarla.

—Bien —exclamó Straff—. Morirás, y yo tomaré la ciudad por la fuerza.

—Y Cett te atacará por la retaguardia. Te atrapará contra nuestra muralla y te obligará a luchar rodeado.

—Sufriría cuantiosas pérdidas —dijo Straff—. No podría tomar la ciudad y mantenerla después de eso.

—Incluso debilitado tendría más posibilidades de arrebatárnosla que si esperara y luego intentara quitártela a ti.

Straff se puso en pie.

—Tendré que correr ese riesgo. Te dejé atrás una vez. No volverás a escapar, muchacho. Esos malditos skaa tenían que haberte matado y haberme librado de ti.

Elend se puso en pie también. Sin embargo, pudo ver la decisión en los ojos de Straff.

No está funcionando, pensó, y empezó a sentir pánico.

Aquel plan había sido una maniobra, pero no esperaba fallar él. De hecho, había jugado bien sus cartas. Pero algo iba mal… algo inesperado que seguía sin comprender. ¿Por qué se resistía tanto Straff?

Soy demasiado nuevo en esto, pensó Elend. Irónicamente, de haber dejado que su padre le instruyera mejor de niño, habría sabido cuál era el fallo. De pronto advirtió la gravedad de su situación. Rodeado de un ejército hostil. Separado de Vin.

Iba a morir.

—¡Espera! —dijo a la desesperada.

—Ah —sonrió Straff—. ¿Por fin comprendes dónde te has metido?

Había deleite en la sonrisa de Straff. Ansiedad. Siempre había disfrutado haciendo daño a los demás, aunque a Elend rara vez se lo había hecho. El decoro siempre lo había detenido.

El decoro potenciado por el lord Legislador. En aquel momento Elend vio la muerte en los ojos de su padre.

—No has tenido nunca intención de dejarme vivir —dijo Elend—. Aunque te hubiera dado el atium, aunque te hubiera entregado la ciudad…

—Ya estabas muerto en el momento en que decidiste venir, muchacho idiota. Pero te doy las gracias por haberme traído a esa chica. La poseeré esta noche. Veremos si grita tu nombre o el mío cuando la…

Elend se echó a reír.

Se reía de desesperación, por la ridícula situación en la que se había metido, se reía de preocupación y temor… pero sobre todo se reía de la idea de Straff intentando forzar a Vin.

—No tienes ni idea de lo necio que pareces —dijo Elend.

Straff se ruborizó.

—Por eso, muchacho, seré el doble de duro con ella.

—Eres un cerdo, padre. Un hombre repulsivo y enfermizo. Creías que eras un líder brillante, pero apenas eres competente. Casi conseguiste que destruyeran nuestra casa. ¡Solo la muerte del lord Legislador te salvó!

Straff llamó a sus guardias.

—¡Puede que tomes Luthadel, pero la perderás! Puede que yo haya sido un mal rey, pero tú serás un rey terrible. El lord Legislador era un tirano, pero también era un genio. Tú no eres ni una cosa ni la otra. Solo eres un pobre egoísta que agotará sus propios recursos y acabará muerto de una puñalada por la espalda.

Straff señaló a Elend a los soldados que entraban. Elend no se movió. Había crecido con aquel hombre, había sido criado por él, torturado por él. Y, a pesar de todo, Elend nunca le había abierto su mente. Se había rebelado con la timidez de un adolescente, pero nunca había dicho la verdad.

Y hacerlo le hizo sentirse bien.

Tal vez hacerme el débil ha sido el error con Straff. Siempre le ha gustado aplastar cosas.

Y de repente Elend supo lo que tenía que hacer. Sonrió y miró a Straff a los ojos.

—Mátame, padre —dijo—, y tú también morirás.

—Mátame, padre —dijo Elend—, y tú también morirás.

Vin vaciló. Estaba ante la tienda, en la oscuridad de la noche recién llegada. Se hallaba junto a los soldados de Straff, pero estos habían acudido a su orden. Se había movido en la oscuridad y se encontraba al lado de la cara norte de la tienda, viendo las sombras moverse en su interior.

Estaba a punto de irrumpir. Elend no lo había estado haciendo muy bien, y no porque fuera mal negociador. Simplemente, era demasiado honrado por naturaleza. No era difícil notar cuándo iba de farol, sobre todo si lo conocías.

Pero aquello era diferente. No era que Elend se las intentara dar de listo, ni un estallido furioso como el de unos momentos antes. De repente, parecía tranquilo y lleno de aplomo.

Vin esperó en silencio, las dagas en la mano, tensa en las brumas junto a la tienda. Algo le decía que tenía que concederle a Elend unos momentos más.

Straff se rio de la amenaza de su hijo.

—Eres un necio, padre. ¿Crees que he venido aquí a negociar? ¿Crees que trataría voluntariamente con alguien como tú? No. Me conoces y sabes que no. Sabes que nunca me sometería a ti.

—Entonces, ¿a qué has venido? —preguntó Straff.

Vin casi podía ver la sonrisa de Elend.

—Para acercarme a ti, padre…, y para traer a mi nacida de la bruma al mismo corazón de tu campamento.

Silencio.

Finalmente, Straff se echó a reír.

—¿Me amenazas con esa chiquilla famélica? Si esa es la gran nacida de la bruma de Luthadel de la que he oído hablar, entonces me siento enormemente decepcionado.

—Eso es porque ella quiere que te sientas así —dijo Elend—. Piensa, padre. Te mostraste receloso, y la chica confirmó esos recelos. Pero, si es tan buena como dicen los rumores, y sé que has oído los rumores, ¿cómo es que advertiste su contacto sobre tus emociones?

»La has pillado aplacándote, y lo has dicho. Luego no has vuelto a sentir su contacto, así que has dado por hecho que se había acobardado. Pero a partir de ese momento te has sentido confiado. Cómodo. Has descartado a Vin como amenaza… pero ¿despreciaría ningún hombre sensato a una nacida de la bruma, por pequeña o silenciosa que sea? De hecho, cabría pensar que es a los asesinos pequeños a los que hay que prestar más atención.

Vin sonrió. Astuto, pensó. Recurrió a su poder, encendiendo las emociones de Straff mientras avivaba metal y sacudía su ira. Straff jadeó, súbitamente aturdido. Píllalo, Elend.

—Miedo —dijo Elend.

Ella aplacó la furia de Straff y la convirtió en miedo.

—Pasión.

Vin obedeció.

—Calma.

Lo aplacó todo. Dentro de la tienda, vio la sombra envarada de Straff. Un alomántico no podía forzar a una persona a hacer nada, y normalmente los fuertes empujones o tirones sobre una emoción eran menos efectivos, ya que alertaban al objetivo de que algo iba mal. En ese caso, sin embargo, Vin quería que Straff supiera con toda seguridad que ella estaba vigilando.

Vin sonrió, apagando su estaño. Entonces quemó duralumín y aplacó las emociones de Straff con explosiva presión, borrando toda capacidad de sensación dentro de él. Su sombra se tambaleó.

Vin se quedó sin latón un momento después, y volvió a encender su estaño mientras contemplaba las siluetas negras recortadas en la tela de la tienda.

—Es poderosa, padre —dijo Elend—. Es más poderosa que ningún alomántico que hayas conocido. Mató al lord Legislador. Fue entrenada por el Superviviente de Hathsin. Y si tú me matas, ella te matará a ti.

Straff se enderezó y la tienda quedó en silencio de nuevo.

Sonaron pisadas. Vin se volvió, agazapándose, alzando su daga.

Una figura familiar se dibujaba en las brumas nocturnas.

—¿Por qué no puedo sorprenderte nunca? —preguntó tranquilamente Zane.

Vin se encogió de hombros y se volvió hacia la tienda, pero se situó de manera que no perdía a Zane de vista. Él se acercó y se agazapó a su lado, contemplando las sombras.

—No es una amenaza muy útil —dijo por fin Straff en el interior—. Morirás, aunque tu nacida de la bruma se me lleve por delante.

—Ah, padre —dijo Elend—. Me equivocaba respecto a tu interés por Luthadel. Sin embargo, tú también te equivocas conmigo: siempre te has equivocado conmigo. No me importa morir, no si eso trae seguridad a mi pueblo.

—Cett se encargará de la ciudad si yo muero —dijo Straff.

—Creo que mi pueblo podrá contra él —dijo Elend—. Después de todo, su ejército es menor.

—¡Esto es una tontería! —exclamó Straff. Sin embargo, ordenó a sus soldados que siguieran avanzando.

—Mátame, y morirás tú también —dijo Elend—. Y no solo tú. Tus generales. Tus capitanes. Incluso tus obligadores. Ella tiene orden de mataros a todos.

Zane se acercó a Vin, y sus pies hicieron crujir levemente la hierba aplastada del suelo del campamento.

—Ah —susurró—. Qué astuto. No importa lo fuerte que sea tu enemigo, no puede atacarte si le pones un cuchillo en la garganta.

Zane se acercó aún más y Vin lo miró, sus rostros separados apenas por unos centímetros. Él sacudió la cabeza.

—Pero, dime, ¿por qué la gente como tú y como yo tenemos que ser siempre los cuchillos?

Dentro de la tienda, Straff empezaba a preocuparse.

—Nadie es tan poderoso, muchacho —dijo—. Ni siquiera un nacido de la bruma. Puede que ella consiga matar a algunos de mis generales, pero nunca llegaría hasta mí. Tengo a mi propio nacido de la bruma.

—¿Sí? —dijo Elend—. ¿Y por qué no la ha matado? ¿Porque tiene miedo de atacar? Si me matas, padre, si haces un amago de avanzar hacia mi ciudad, entonces ella dará comienzo a la masacre. Morirán hombres como los prisioneros ante las fuentes en un día de ejecución.

—Creía que habías dicho que él estaba por encima de estas cosas —susurró Zane—. Dijiste que no eras su herramienta. Dijiste que no te usaría como asesina…

Vin se agitó, incómoda.

—Es un farol, Zane. Nunca haría algo así.

—Es una alomántica como nunca has visto, padre —dijo Elend, la voz apagada por la tienda—. La he visto luchar contra otros alománticos…; ninguno de ellos puede tocarla siquiera.

—¿Es eso cierto? —preguntó Zane.

Vin vaciló. Elend no la había visto atacar a otros alománticos.

—Me vio atacar a algunos soldados una vez, y le he contado mis batallas con otros alománticos.

—Ah —dijo Zane en voz baja—. Así que entonces es solo una pequeña mentira. Están bien cuando uno es rey. Muchas cosas lo están. ¿Explotar a una persona para salvar a todo un reino? ¿Qué líder no pagaría un precio tan bajo? Tu libertad a cambio de su victoria.

—No me está utilizando —dijo Vin.

Zane se levantó. Vin se giró levemente, observando con atención cómo se perdía en las brumas, alejándose de las tiendas, las antorchas y los soldados. Zane se detuvo un poco más allá y miró al cielo. Incluso con la luz de las tiendas y las hogueras, el campamento estaba rodeado de brumas. Giraban alrededor de todos ellos. Entre ellas, la luz de las antorchas y las hogueras parecía insignificante. Eran como brasas moribundas.

—¿Qué es esto para él? —dijo Zane, abarcando con una mano su alrededor—. ¿Puede acaso comprender las brumas? ¿Puede acaso comprenderte?

—Me ama —dijo Vin, mirando de nuevo las siluetas recortadas. Habían guardado silencio durante un momento. Straff estaba obviamente considerando las amenazas de Elend.

—¿Te ama o le encanta tenerte? —preguntó Zane.

—Elend no es así. Es un buen hombre.

—Bueno o no, tú no eres como él —dijo Zane, y su voz resonó en sus oídos amplificados por el estaño—. ¿Puede comprender cómo es ser uno de nosotros? ¿Puede saber las cosas que nosotros sabemos, amar las cosas que amamos? ¿Ha visto esto alguna vez?

Señaló al cielo. Más allá de las brumas brillaban luces como motas diminutas. Estrellas invisibles al ojo normal. Solo una persona que quemara estaño podía atravesar las brumas y verlas brillar.

Vin recordó la primera vez que se las había mostrado Kelsier. Recordó lo aturdida que se había quedado al enterarse de que las estrellas estaban allí siempre, invisibles, más allá de las brumas…

Zane continuó señalando hacia arriba.

—¡Lord Legislador! —susurró Vin, apartándose de la tienda. A través del remolino de brumas, a la luz de la tienda, vio algo en el brazo de Zane.

Tenía la piel llena de marcas blancas. Cicatrices.

Zane bajó inmediatamente el brazo, ocultando dentro de la manga la carne marcada.

—Estuviste en los Pozos de Hathsin —dijo Vin en voz baja—. Como Kelsier.

Zane apartó la mirada.

—Lo siento —dijo Vin.

Zane se volvió, sonriendo en la noche. Era una sonrisa firme, confiada. Avanzó un paso.

—Yo te comprendo, Vin. —Le hizo una leve reverencia y se marchó de un salto, desapareciendo en las brumas.

Dentro de la habitación, Straff le habló a Elend.

—Vete. Márchate de aquí.

El carruaje se marchó. Straff estaba de pie ante la tienda, ajeno a las brumas, todavía un poco desconcertado.

Lo he dejado marchar. ¿Por qué lo he dejado marchar?

Sin embargo, todavía notaba el contacto de la muchacha martilleándolo. Una emoción tras otra como un remolino traicionero en su interior, y luego… nada. Como una mano enorme que agarrara su alma y apretara para someterla dolorosamente. Le había hecho sentirse como pensaba que debían sentirse los muertos.

Ningún alomántico podía ser tan poderoso.

Zane la respeta, pensó Straff. Y todo el mundo dice que ella mató al lord Legislador. Esa criatura diminuta. No puede ser.

Parecía imposible. Y así era como ella quería que pareciese.

Todo iba muy bien. La información proporcionada por el espía kandra de Zane era acertada: Elend intentaba firmar una alianza. Lo aterrador era que Straff podría haber seguido adelante, convencido de que Elend no tenía ninguna importancia, si el espía no hubiera enviado el aviso.

Incluso así, Elend lo había vencido. Straff estaba preparado incluso para su treta de mostrarse débil, pero había fallado de todas formas.

Ella es tan poderosa…

Una figura vestida de negro surgió de las brumas y se acercó a Straff.

—Parece que hayas visto un fantasma, padre —dijo Zane con una sonrisa—. ¿El tuyo, tal vez?

—¿Había alguien más ahí fuera, Zane? —preguntó Straff, demasiado aturdido para replicar—. ¿Otra pareja de nacidos de la bruma, tal vez, ayudándola?

Zane negó con la cabeza.

—No. Ella es así de fuerte. —Se volvió para regresar a las brumas.

—¡Zane! —llamó Straff, haciendo que se detuviera—. Vamos a cambiar de planes. Quiero que la mates.

Zane se dio media vuelta.

—Pero…

—Es demasiado peligrosa. Además, ahora tenemos la información que queríamos. No tienen el atium.

—¿Los crees? —preguntó Zane.

Straff vaciló. Después de lo concienzudamente que había sido manipulado esa noche, no podía confiar en nada de lo que hubiera descubierto.

—No —decidió—. Pero lo encontraremos de otra manera. Quiero muerta a esa chica, Zane.

—¿Vamos a atacar en serio la ciudad, entonces?

Straff estuvo a punto de dar inmediatamente la orden de que sus soldados se prepararan para un asalto a la mañana siguiente. El ataque preliminar había salido bien, demostrando que las defensas no eran gran cosa. Straff podría tomar esa muralla, y luego usarla contra Cett.

Sin embargo, las últimas palabras de Elend antes de marcharse aquella noche lo hacían dudar. Envía a tus ejércitos contra mi ciudad, padre, había dicho el muchacho, y morirás. Has sentido su poder: sabes lo que puede hacer. Puedes tratar de esconderte, puedes incluso conquistar mi ciudad. Pero ella te encontrará. Y te matará. Tu única opción es esperar. Me pondré en contacto contigo cuando mis ejércitos estén preparados para atacar a Cett. Actuaremos juntos, como dije antes.

Straff no podía depender de eso. El muchacho había cambiado; de algún modo, se había vuelto más fuerte. Si Elend y él atacaban juntos, Straff no se hacía ninguna ilusión de lo rápidamente que sería traicionado. Pero Straff no podía atacar Luthadel mientras la chica estuviera viva. No conociendo su fuerza, tras haber sentido su contacto en sus emociones.

—No —respondió finalmente a la pregunta de Zane—. No atacaremos. No hasta que la mates.

—Eso podría resultar más difícil de lo que parece, padre —dijo Zane—. Necesitaré ayuda.

—¿Qué clase de ayuda?

—Un equipo de asalto. Alománticos que no puedan ser rastreados.

Zane estaba hablando de un grupo concreto. La mayoría de los alománticos eran fáciles de identificar a causa de su noble linaje. Straff, sin embargo, tenía acceso a algunos recursos especiales. Había un motivo por el que tenía tantas amantes: docenas y docenas de ellas. Algunos pensaban que era debido a su carácter lujurioso.

Pero eso no era todo. Más amantes significaban más hijos. Y más hijos nacidos de un linaje noble como el suyo significaban más alománticos. Solo había engendrado a un nacido de la bruma, pero había engendrado a muchos brumosos.

—Así se hará —dijo Straff.

—Es posible que no sobrevivan al encuentro, padre —le advirtió Zane, todavía envuelto en las brumas.

Aquella horrible sensación regresó. La sensación de vacío, el horrible conocimiento de que alguien tenía el absoluto control de sus emociones. Nadie debía tener tanto control sobre él. Especialmente Elend.

Tendría que estar muerto. Vino derecho a mí. Y lo dejé marchar.

—Deshazte de ella —dijo Straff—. Haz lo que sea necesario, Zane. Lo que sea.

Zane asintió. Luego se marchó con paso satisfecho.

Straff regresó a su tienda y mandó llamar a Hoselle de nuevo. Se parecía bastante a la chica de Elend. Le haría bien recordarse a sí mismo que la mayoría de las veces tenía el control.

Sentado en el carruaje, Elend se sentía un poco aturdido. ¡Sigo vivo!, pensó, con creciente excitación. ¡Lo conseguí! Convencí a Straff para que dejara en paz la ciudad. Al menos temporalmente. La seguridad de Luthadel dependía de que Straff siguiera temiendo a Vin. Pero… bueno, cualquier victoria era enorme para Elend. No le había fallado a su pueblo. Era su rey, y su plan, por alocado que pudiera haber parecido, había funcionado. La pequeña corona que llevaba en la cabeza de pronto no le parecía tan pesada como antes.

Vin estaba sentada frente a él. No parecía tan contenta.

—¡Lo hemos conseguido, Vin! —dijo Elend—. No ha sido como planeamos, pero ha funcionado. Straff no se atreverá a atacar la ciudad.

Ella asintió en silencio.

Elend frunció el ceño.

—Hmm, es gracias a ti que la ciudad estará a salvo. Lo sabes, ¿verdad? Si no hubieras estado allí…, bueno, claro que, de no ser por ti, todo el Imperio Final seguiría esclavizado.

—Porque maté al lord Legislador —dijo ella en voz baja.

Elend asintió.

—Pero fue gracias al plan de Kelsier, a las habilidades de la banda, a la fuerza de voluntad del pueblo que se liberó el imperio. Yo solo empuñé el cuchillo.

—Haces que parezca una cosa sin importancia, Vin. ¡Y no lo es! Eres una alomántica fantástica. Ham siempre dice que ya ni siquiera puede derrotarte en una pelea sucia, y has mantenido el palacio a salvo de los asesinos. ¡No hay nadie como tú en todo el Imperio Final!

Curiosamente sus palabras hicieron que ella se encogiera un poco más en el rincón. Se volvió a mirar por la ventana y contempló las brumas.

—Gracias —dijo en voz baja.

Elend arrugó el entrecejo. Cada vez que empiezo a pensar que sé lo que pasa por su cabeza… Se cambió de asiento y la rodeó con un brazo.

—Vin, ¿qué ocurre?

Ella guardó silencio, hasta que por fin sacudió la cabeza y forzó una sonrisa.

—No es nada, Elend. Tienes derecho a estar entusiasmado. Has estado brillante allí dentro… Dudo que incluso Kelsier pudiera haber manipulado tan bien a Straff.

Elend sonrió y la atrajo hacia sí, impaciente, mientras el carruaje avanzaba hacia la ciudad oscura. Las puertas se abrieron vacilantes, y Elend vio a un grupo de hombres en el patio. Ham alzó una linterna en las brumas.

Elend no esperó a que el carruaje se detuviera. Abrió la portezuela y saltó en marcha. Sus amigos empezaron a sonreír ansiosamente. Las puertas se cerraron de golpe.

—¿Ha funcionado? —preguntó Ham, vacilante, mientras Elend se acercaba—. ¿Lo has logrado?

—Más o menos —respondió Elend con una sonrisa, entrechocando las manos con Ham, Brisa, Dockson y, por último, con Fantasma. Incluso el kandra, OreSeur, estaba allí. Se acercó al carruaje, esperando a Vin—. La finta inicial no ha salido muy bien… Mi padre no ha picado con lo de la alianza. ¡Pero entonces le he dicho que lo mataría!

—Espera. ¿Y eso ha sido una buena idea? —preguntó Ham.

—Pasamos por alto uno de nuestros más grandes recursos, amigos —dijo Elend mientras Vin bajaba del carruaje. Se volvió y la señaló agitando una mano—. ¡Tenemos un arma que no pueden igualar! Straff esperaba que yo le suplicara, y estaba preparado para controlar la situación. Sin embargo, cuando mencioné lo que les sucedería a él y a su ejército si despertaba la furia de Vin…

—Mi querido amigo —dijo Brisa—. ¿Entraste en el campamento del rey más fuerte del Imperio Final, y lo amenazaste?

—¡Sí que lo hice!

—¡Brillante!

—¡Lo sé! —dijo Elend—. Le dije a mi padre que iba a permitirme salir de su campamento y que iba a dejar Luthadel en paz, o de lo contrario haría que Vin los matara a él y a todos los generales de su ejército.

Rodeó a Vin con un brazo. Ella sonrió al grupo, pero Elend notó que algo seguía preocupándola.

No cree que yo haya hecho un buen trabajo. Ha visto un modo mejor de manipular a Straff, pero no quiere que me desanime.

—Bueno, supongo que no necesitaremos un nuevo rey —dijo Fantasma con una sonrisa—. Y yo que esperaba ocupar el puesto…

Elend se echó a reír.

—No pretendo dejar el sitio vacante de momento. Haremos saber a la gente que Straff se ha echado atrás, al menos temporalmente. Eso debería levantar un poco la moral. Luego, trataremos con la Asamblea. Es de esperar que aprueben una resolución que me permita reunirme con Cett como acabo de hacer con Straff.

—¿Por qué no vamos a celebrarlo al palacio? —preguntó Brisa—. Por muy aficionado que sea a las brumas, dudo que el patio sea un lugar adecuado para discutir de estos temas.

Elend le dio una palmada en la espalda y asintió. Ham y Dockson se reunieron con Vin y con él mientras los demás subían al carruaje en el que habían llegado. Elend miró extrañado a Dockson. Normalmente, el hombre hubiese elegido otro vehículo: aquel que no ocupara Elend.

—Sinceramente, Elend —dijo Ham mientras ocupaba su asiento—. Estoy impresionado. Casi esperaba tener que asaltar ese campamento para rescatarte.

Elend sonrió, mirando a Dockson, que se sentó cuando el carruaje inició la marcha. Abrió la mochila y sacó un sobre sellado. Alzó la cabeza y miró a Elend a los ojos.

—Esto ha llegado para ti de parte de los miembros de la Asamblea hace un rato, Majestad.

Elend vaciló. Luego tomó el sobre y rompió el sello.

—¿Qué es?

—No estoy seguro —dijo Dockson—. Pero… ya he empezado a oír rumores.

Vin se inclinó hacia delante y leyó por encima del brazo de Elend mientras él escrutaba la hoja de papel, que decía:

Majestad:

Esta nota es para informaros de que, por unanimidad, la Asamblea ha decidido acogernos al artículo de la Carta Magna para retiraros la confianza. Agradecemos vuestros esfuerzos en beneficio de la ciudad, pero la situación actual exige un tipo diferente de liderazgo al que Su Majestad puede proporcionar. Damos este paso sin ninguna hostilidad, pero con resignación. No vemos otra alternativa, y debemos actuar por el bien de Luthadel. Lamentamos informaros de esto por carta.

Seguía la firma de los veintitrés miembros de la Asamblea.

Elend bajó el papel, anonadado.

—¿Qué? —preguntó Ham.

—Acabo de ser depuesto —dijo Elend en voz baja.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE