Las dos cosas no son lo mismo.

46

Brisa olía la intriga a dos calles de distancia. Al contrario que muchos de sus compañeros ladrones, él no había nacido pobre ni se había visto forzado a vivir en los bajos fondos. Había crecido en un lugar mucho más peligroso: una corte aristocrática. Por fortuna, los otros miembros de la banda no lo trataban de manera distinta por su origen noble.

Era, por supuesto, porque no lo sabían.

Su educación le permitía comprender ciertas cosas. Cosas que dudaba que conociera ningún ladrón skaa, por competente que fuese. Las intrigas skaa eran brutales: cuestión de vida o muerte. Traicionabas a tus aliados por dinero, por poder, o por protegerte.

En las cortes nobles, la intriga era más abstracta. Las traiciones a menudo no terminaban con cada facción muerta, pero las ramificaciones podían extenderse durante generaciones. Era un juego; tanto, que al joven Brisa le había parecido refrescante la abierta brutalidad de los bajos fondos skaa.

Tomó un sorbo de su cálida jarra de vino especiado, mirando la nota que tenía entre los dedos. Había llegado a pensar que no tendría que preocuparse más por las conspiraciones de bandas: el grupo de Kelsier era un equipo casi enfermizamente unido, y Brisa hacía todo lo que sus poderes alománticos le permitían para que así fuera. Había visto lo que las luchas internas podían hacerle a una familia.

Por eso le sorprendió tanto recibir esa carta. A pesar de su burlona inocencia, captó fácilmente los signos. La prisa con que había sido redactada, emborronada en algunos puntos y sin pasar a limpio. Frases como «no hace falta contar esto a los demás» o «no deseo causar alarma». Las gotas sobrantes de cera, extendidas gratuitamente en la solapa del sobre, como para dar más protección contra ojos curiosos.

No había error en el tono de la misiva. Brisa había sido invitado a una reunión para conspirar. Pero ¿por qué, en nombre del lord Legislador, nada menos que Sazed quería que se reunieran en secreto?

Brisa suspiró, echó mano de su bastón de duelo y lo usó para sostenerse. A veces se mareaba un poco al levantarse; era un malestar menor que siempre había tenido, aunque parecía haber empeorado durante los últimos años. Miró por encima del hombro mientras su visión se despejaba. Allrianne seguía dormida en su cama.

Debería sentirme más culpable por ella, pensó, sonriendo a su pesar, mientras se ponía el chaleco y la casaca. Pero…, bueno, todos vamos a estar muertos dentro de unos días, de todas formas. Pasar una tarde charlando con Clubs ayudaba a dar perspectiva a la vida de uno.

Brisa salió al pasillo y se internó por los sombríos pasillos inadecuadamente iluminados de la fortaleza Venture. Sinceramente, entiendo la necesidad de ahorrar en lámparas de aceite, pero las cosas ya son bastante deprimentes ahora mismo sin que los pasillos estén oscuros.

El punto de reunión estaba cerca. Brisa lo localizó fácilmente por los dos soldados que montaban guardia ante la puerta. Hombres de Demoux, soldados que informaban al capitán religiosamente.

Interesante, pensó Brisa, oculto en el pasillo lateral. Indagó con sus poderes alománticos y aplacó a los hombres, sustituyendo su relajación y aplomo por ansiedad y nerviosismo. Los guardias empezaron a inquietarse y a moverse. Finalmente, uno se volvió y abrió la puerta, comprobando el interior de la habitación. El movimiento permitió a Brisa ver que dentro solo había un hombre: Sazed.

Brisa esperó en silencio, tratando de decidir su siguiente movimiento. No había nada incriminatorio en la carta. ¿Podía tratarse simplemente de una treta de Elend? ¿Era un intento de descubrir qué miembros de la banda podían traicionarlo y cuáles no? Demasiado recelo para un chico de buena voluntad. Además, de ser aquel el caso, Sazed habría intentado que Brisa hiciera algo más que reunirse en un lugar clandestino.

La puerta se cerró y el soldado volvió a ocupar su puesto. Puedo fiarme de Sazed, ¿no? De haber sido otro, Brisa habría acudido directamente a Elend. Pero Sazed…

Brisa suspiró, y luego se aproximó por el pasillo, dando golpes con el bastón contra el suelo. Bien puedo ver qué tiene que decir. Además, si está planeando algo raro, casi merece la pena el riesgo de verlo. A pesar de la carta, a pesar de las extrañas circunstancias, a Brisa le costaba imaginar al terrisano implicado en algo que no fuera completamente honrado.

Tal vez el lord Legislador había tenido el mismo problema.

Brisa saludó a los soldados, aplacando su ansiedad y devolviéndolos a un humor más templado. Había otro motivo por el que estaba dispuesto a arriesgarse a acudir a la reunión. Brisa empezaba a darse cuenta de lo peligrosa que era su situación. Luthadel caería pronto. Todos los instintos que había cultivado durante treinta años en los bajos fondos le decían que saliera corriendo.

Esa sensación lo predisponía a correr riesgos. El Brisa de unos cuantos años antes ya hubiese abandonado la ciudad. Maldito seas, Kelsier, pensó mientras abría la puerta.

Sazed alzó la cabeza, sorprendido. La habitación era espartana, con varias sillas y solo dos lámparas.

—Llegas temprano, lord Brisa —dijo Sazed, poniéndose rápidamente en pie.

—Pues claro —replicó Brisa—. Tenía que asegurarme de que esto no fuera algún tipo de trampa. —Hizo una pausa—. Esto no es ninguna trampa, ¿no?

—¿Trampa? ¿De qué estás hablando?

—Oh, no te escandalices tanto. Esto no es una simple reunión.

Sazed se achantó un poco.

—¿Tan… obvio es?

Brisa se sentó con el bastón cruzado sobre el regazo y miró de manera elocuente a Sazed, aplacándolo para hacerlo sentir un poco más cohibido.

—Puede que ayudaras a derrocar al lord Legislador, querido amigo… pero tienes mucho que aprender a la hora de ser sibilino.

—Pido disculpas —dijo Sazed, sentándose—. Simplemente quería que nos reuniéramos rápido, para discutir ciertos… temas delicados.

—Bueno, yo recomendaría que te deshagas de esos guardias —dijo Brisa—. Llaman la atención. Luego, enciende unas cuantas lámparas más y tráenos algo de comer y beber. Si entra Elend… Supongo que nos estamos escondiendo de Elend, ¿no?

—Sí.

—Bueno, si entra y nos ve sentados aquí a oscuras, mirándonos unos a otros de manera insidiosa, sabrá que se cuece algo. Cuanto menos natural es la ocasión, más natural hay que aparecer.

—Ah, comprendo. Gracias.

La puerta se abrió y Clubs entró cojeando. Miró a Brisa, luego a Sazed y después se acercó a una silla. Brisa miró a Sazed: no era ninguna sorpresa. Clubs estaba también obviamente invitado.

—Despide a esos guardias —ordenó Clubs.

—Inmediatamente, lord Cladent —dijo Sazed, y se levantó y corrió a la puerta. Habló brevemente con los guardias y regresó. Cuando se sentaba, Ham asomó la cabeza, receloso.

—Espera un momento —dijo Brisa—. ¿Cuánta gente va a venir a esta reunión secreta?

Sazed le indicó a Ham que se sentara.

—Todos los… miembros más experimentados de la banda.

—Quieres decir todos menos Elend y Vin —dijo Brisa.

—Tampoco he convocado a lord Lestibournes.

Sí, pero no es de Fantasma de quien nos estamos escondiendo.

Ham se sentó dubitativo, dirigiendo una mirada interrogativa a Brisa.

—Bien… ¿por qué exactamente nos reunimos a espaldas de nuestra nacida de la bruma y nuestro rey?

—Ya no es rey —advirtió una voz desde la puerta. Dockson entró y se sentó—. De hecho, podría argumentarse que Elend ya no es líder de la banda. Ocupó ese puesto por casualidad… igual que el trono.

Ham se ruborizó.

—Sé que no te cae bien, Doc, pero no estoy aquí para hablar de traición.

—No hay traición ninguna si no hay trono que traicionar —dijo Dockson, sentándose—. ¿Qué vamos a hacer…, quedarnos aquí y ser criados de su casa? Elend no nos necesita. Tal vez sea hora de ofrecer nuestros servicios a lord Penrod.

—Penrod también es noble —dijo Ham—. No me vayas a decir que te cae mejor que Elend.

Dockson golpeó la mesa con un puño.

—No se trata de quién me caiga bien, Ham. ¡Se trata de encargarnos de que este maldito reino que Kelsier nos puso encima no caiga! Hemos pasado año y medio limpiando su basura. ¿Quieres ver desperdiciado ese trabajo?

—Por favor, caballeros —dijo Sazed, tratando, sin éxito, de intervenir en la conversación.

—¿Trabajo, Dox? —dijo Ham, colorado—. ¿Qué trabajo has hecho tú? No te he visto hacer mucho aparte de sentarte y quejarte cada vez que alguien propone un plan.

—¿Quejarme? —replicó Dockson—. ¿Tienes idea de cuánto trabajo administrativo ha hecho falta para impedir que esta ciudad se desplome sola? ¿Qué has hecho tú, Ham? Te negaste a tomar el mando del ejército. ¡Lo único que haces es beber y pelear con tus amigos!

Ya basta, pensó Brisa, aplacándolos. A este paso, nos estrangularemos unos a otros antes de que Straff pueda mandarnos ejecutar. Dockson se acomodó en su asiento, agitando una mano despectiva ante Ham, que continuaba con el rostro congestionado. Sazed esperó, claramente preocupado por el arrebato. Brisa aplacó su inseguridad. Estás al mando aquí, Sazed. Dinos qué ocurre.

—Por favor —dijo Sazed—. No he pedido que nos reuniéramos aquí para discutir. Entiendo que todos estéis tensos…, es comprensible, dadas las circunstancias.

—Penrod va a entregarle nuestra ciudad a Straff —dijo Ham.

—Eso es mejor que dejarle que nos masacre —replicó Dockson.

—De hecho, no creo que tengamos que preocuparnos de que Straff nos masacre —dijo Brisa.

—¿No? —preguntó Dockson, frunciendo el ceño—. ¿Tienes información que no hayas compartido con nosotros, Brisa?

—Oh, venga ya, Dox —exclamó Ham—. Nunca te ha gustado no haber acabado al mando cuando Kell murió. Ese es el verdadero motivo por el que no te agrada Elend, ¿verdad?

Dockson se ruborizó, y Brisa suspiró y los abofeteó a ambos con un poderoso aplacamiento. Los dos dieron un leve respingo, como si los hubiera picado una avispa, aunque la sensación fue todo lo contrario. Sus emociones, antes volátiles, quedaron entumecidas y pasivas.

Ambos miraron a Brisa.

—Sí, por supuesto que os estoy aplacando. Sinceramente, sé que Hammond es un poco inmaduro… Pero ¿tú, Dockson?

Dockson se arrellanó, frotándose la frente.

—Puedes dejarlo, Brisa —dijo al cabo de un momento—. Me morderé la lengua.

Ham se limitó a rezongar con una mano sobre la mesa. Sazed observaba la conversación, algo desconcertado.

Así son los hombres acorralados, mi querido terrisano, pensó Brisa. Esto es lo que pasa cuando pierden la esperanza. Pueden guardar las apariencias delante de los soldados, pero cuando están a solas con sus amigos

Sazed era terrisano; toda su vida había sido de opresión y pérdida. Pero esos hombres, Brisa incluido, estaban acostumbrados al éxito. Incluso si las probabilidades en su contra eran abrumadoras, se mostraban confiados. Eran del tipo de hombres capaces de enfrentarse a un dios con la esperanza de vencer. No aceptarían bien la derrota. Naturalmente, cuando perder significaba la muerte, ¿quién lo hacía?

—Los ejércitos de Straff se disponen a levantar el campamento —dijo Clubs por fin—. Lo hace con sutileza, pero los signos están ahí.

—Así que viene por la ciudad —dijo Dockson—. Mi hombre en el palacio de Penrod dice que la Asamblea ha enviado a Straff misiva tras misiva, todas suplicándole que venga a ocupar Luthadel.

—No va a tomar la ciudad —dijo Clubs—. Al menos, no si es listo.

—Vin sigue siendo una amenaza —dijo Brisa—. Y no parece que Straff tenga un nacido de la bruma para protegerlo. Si entrara en Luthadel, dudo que haya nada que pueda hacer para impedir que ella le corte la garganta. Así que hará otra cosa.

Dockson frunció el ceño, y miró a Ham, que se encogió de hombros.

—En realidad es muy sencillo —dijo Brisa, dando un golpecito en la mesa con su bastón—. Incluso yo lo he comprendido. —Clubs hizo una mueca al oír estas palabras—. Si Straff hace creer que se retira, los koloss probablemente atacarán Luthadel por él. Son demasiado obtusos para comprender la amenaza de un ejército oculto.

—Si Straff se retira —dijo Clubs—, Jastes no podrá impedirles que tomen la ciudad.

Dockson parpadeó.

—Pero ellos…

—¿Sería una masacre? —preguntó Clubs—. Sí. Saquearían los barrios más ricos de la ciudad… y probablemente acabarían matando a la mayoría de los nobles.

—Eliminarían a los hombres con quienes Straff (contra su voluntad, conociendo su orgullo) se ha visto obligado a trabajar —añadió Brisa—. De hecho, hay muchas posibilidades de que esas criaturas maten a Vin. ¿Podéis imaginar que no se una a la lucha si los koloss nos invaden?

Todos guardaron silencio.

—Pero eso no ayudará realmente a Straff a conseguir la ciudad —dijo Dockson—. Seguirá teniendo que combatir contra los koloss.

—Sí —dijo Clubs, con el ceño fruncido—. Pero probablemente derribarán algunas puertas de la ciudad, por no mencionar que arrasarán las casas. Eso dejará a Straff con el campo despejado para atacar a un enemigo debilitado. Además, los koloss no son estrategas: para ellos, las murallas de la ciudad no tienen valor. Straff no podría pedir un escenario mejor.

—Lo considerarán un libertador —dijo Brisa en voz baja—. Si regresa en el momento oportuno, después de que los koloss hayan irrumpido en la ciudad y combatido a los soldados, pero antes de que hayan causado serios daños a los barrios skaa. Podría liberar al pueblo y establecerse como su protector, no su conquistador. Sabiendo cómo se siente la gente, creo que lo recibirían con los brazos abiertos. Ahora mismo, un líder fuerte significaría más para ellos que monedas en los bolsillos y derechos en la Asamblea.

Mientras el grupo reflexionaba sobre esto, Brisa miró a Sazed, que permanecía en silencio. Había dicho muy poco; ¿cuál era su juego? ¿Por qué convocar a la banda? ¿Era lo bastante sutil para saber que simplemente necesitaban tener una discusión sincera como aquella, sin la moral de Elend que los frenara?

—Podríamos dejar que Straff se la quedara —dijo Dockson por fin—. La ciudad, quiero decir. Podríamos prometerle controlar a Vin. Si las cosas van a acabar así…

—Dox —dijo Ham tranquilamente—, ¿qué pensaría Kell si te oyera hablar así?

—Podríamos entregarle la ciudad a Jastes Lekal —propuso Brisa—. Tal vez a él sí que podríamos persuadirlo para que tratara a los skaa con dignidad.

—¿Y dejar entrar a veinte mil koloss? —preguntó Ham—. Brisa, ¿has visto alguna vez de lo que esas criaturas son capaces?

Dox dio un puñetazo en la mesa.

—Solo estoy planteando opciones, Ham. ¿Qué más vamos a hacer?

—Luchar —dijo Clubs—. Y morir.

La habitación volvió a quedar en silencio.

—Desde luego, sabes cómo acabar una conversación, amigo mío —dijo Brisa por fin.

—Hacía falta decirlo —murmuró Clubs—. No tiene sentido que sigamos engañándonos. No podemos vencer en la batalla, y siempre nos hemos dirigido a ella. Van a atacar la ciudad. Vamos a defenderla. Y perderemos.

»Os preguntáis si deberíamos rendirnos. Bueno, no vamos a hacerlo. Kell no nos lo hubiese permitido, así que nosotros tampoco nos lo permitiremos. Lucharemos, y moriremos con dignidad. Luego, la ciudad arderá… pero habremos dicho algo. El lord Legislador nos sometió durante mil años, pero ahora los skaa tenemos orgullo. Combatimos. Resistimos. Y morimos.

—¿Para qué ha merecido entonces la pena? —dijo Ham con frustración—. ¿Por qué derrocar el Imperio Final? ¿Por qué matar al lord Legislador? ¿Por qué hacer nada si iba a acabar así? Con tiranos gobernando cada dominio; Luthadel, arrasada; los de nuestra banda, muertos.

—Porque alguien tenía que empezar —dijo Sazed suavemente—. Mientras el lord Legislador gobernaba, la sociedad no podía progresar. Mantenía una mano estabilizadora sobre el imperio, pero era también una mano opresora. La moda no cambió durante mil años, los nobles siempre trataron de cumplir los ideales del lord Legislador. La arquitectura y la ciencia no progresaron, pues el lord Legislador rechazaba los cambios y los inventos.

»Y los skaa no pudieron ser libres, pues él no lo permitía. Sin embargo, matarlo no liberó a nuestros pueblos, amigos míos. Solo el tiempo lo hará. Harán falta siglos, tal vez…, siglos de lucha, aprendizaje y crecimiento. Al principio, desgraciada e inevitablemente, las cosas serán muy difíciles. Peor aún que bajo el yugo del lord Legislador.

—Y nosotros moriremos por nada —dijo Ham, con el ceño fruncido.

—No —replicó Sazed—. Por nada no, lord Hammond. Moriremos para demostrar que hay skaa que no se someten, que no dan un paso atrás. Es un precedente importante, me parece. En las historias y leyendas, es un comportamiento inspirador. Si los skaa van a autogobernarse alguna vez, necesitarán sacrificios en los que puedan encontrar motivación. Sacrificios como el del mismo Superviviente.

Los hombres guardaron silencio.

—Brisa —dijo Ham—. Me vendría bien un poco más de confianza, ahora mismo.

—Naturalmente —respondió Brisa, y aplacó con cuidado la ansiedad y el miedo del hombre. El rostro de Ham perdió parte de su palidez y se sentó un poco más derecho. Por si acaso, Brisa dio al resto de la banda el mismo tratamiento.

—¿Desde cuándo lo sabes? —le preguntó Dockson a Sazed.

—Desde hace algún tiempo, lord Dockson.

—Pero no podías saber que Straff se retiraría y nos entregaría a los koloss. Solo Clubs lo dedujo.

—Mi conocimiento era general, lord Brisa —dijo Sazed, con voz tranquila—. No se refería específicamente a los koloss. Hace tiempo que pienso que esta ciudad caerá. Con toda sinceridad, me impresiona vuestro trabajo. Este pueblo tendría que haber sido derrotado hace tiempo. Habéis hecho algo grandioso…, algo que será recordado durante siglos.

—Suponiendo que alguien sobreviva para contarlo —puntualizó Clubs.

Sazed asintió.

—Por eso, precisamente, he convocado esta reunión. Hay pocas posibilidades de que quienes nos quedemos en la ciudad sobrevivamos: seremos necesarios para ayudar en la defensa y, si sobrevivimos al ataque koloss, Straff intentará ejecutarnos. Sin embargo, no es necesario que todos nos quedemos en la caída de Luthadel… Tal vez tendríamos que enviar a alguien a organizar futuras resistencias contra los señores de la guerra.

—Yo no dejaré a mis hombres —protestó Clubs.

—Ni yo —dijo Ham—. Aunque envié a mi familia bajo tierra ayer.

Eso significaba que los había obligado a marcharse, tal vez a ocultarse en las catacumbas de la ciudad, tal vez a huir por alguno de los pasos de la muralla. Ham no lo sabía… y así no podría dar a nadie su paradero. Las viejas costumbres eran difíciles de erradicar.

—Si esta ciudad cae, yo estaré aquí —dijo Dockson—. Es lo que Kell hubiese esperado. No me marcho.

—Yo me iré —dijo Brisa, mirando a Sazed—. ¿Es demasiado pronto para ofrecerme voluntario?

—Hmm, la verdad, lord Brisa, yo no…

Brisa alzó una mano.

—Tranquilo, Sazed. Creo que está claro quiénes piensas que deben marcharse. No los has invitado a la reunión.

Dockson frunció el ceño.

—¿Vamos a defender Luthadel hasta la muerte y quieres que nuestra única nacida de la bruma se marche?

Sazed asintió.

—Mis señores —dijo en voz baja—, los hombres de esta ciudad necesitarán nuestro liderazgo. Les dimos esta ciudad y los pusimos en esta situación. No podemos abandonarlos ahora. Pero… hay grandes cosas en juego en el mundo. Cosas superiores a nosotros, creo. Estoy convencido de que lady Vin forma parte de ellas.

»Aunque puedan ser desvaríos míos, no podemos permitir que lady Vin muera en esta ciudad. Es el eslabón más personal y fuerte del pueblo con el Superviviente. Se ha convertido en un símbolo para ellos, y con sus habilidades de nacida de la bruma tiene más probabilidades de poder escapar, y luego de sobrevivir a los ataques que sin duda enviará Straff contra ella. Será de gran valor en la futura lucha: puede moverse de manera rápida y sigilosa, y luchar sola causando mucho daño, como demostró anoche. —Sazed inclinó la cabeza—. Señores, os he convocado aquí hoy para que decidamos cómo convencerla de que escape cuando los demás nos quedemos a luchar. No será tarea fácil, me temo.

—Vin no dejará a Elend —dijo Ham—. Él tendrá que irse también.

—Justo lo que yo pensaba, lord Hammond.

Clubs se mordió los labios, pensativo.

—No será fácil convencer al muchacho para que huya. Sigue pensando que podemos ganar esta batalla.

—Y es posible que lo hagamos —dijo Sazed—. Señores, mi intención no es dejaros sin esperanza. Pero, dadas las circunstancias, la posibilidad de tener éxito…

—Lo sabemos, Sazed —dijo Brisa—. Comprendemos.

—Tiene que haber otros de la banda que puedan marcharse —dijo Ham, agachando la cabeza—. Aparte de ellos dos.

—Yo enviaría a Tindwyl con ellos —dijo Sazed—. Llevará a mi pueblo muchos descubrimientos de gran importancia. También pienso enviar a lord Lestibournes. Servirá de poco en la batalla, y sus habilidades como espía podrían servir de ayuda a lady Vin y lord Elend cuando traten de organizar la resistencia entre los skaa.

»Sin embargo, esos cuatro no serán los únicos que sobrevivan. La mayoría de los skaa deberían quedar a salvo: Jastes Lekal parece controlar a sus koloss de algún modo. Aunque no pueda, Straff debería llegar a tiempo para proteger a los habitantes de la ciudad.

—Suponiendo que Straff esté planeando lo que cree Clubs —dijo Ham—. Podría tratarse de una retirada de verdad, para reducir sus pérdidas.

—Sea como sea, no muchos podrán salir —dijo Clubs—. Ni Straff ni Jastes permitirán que grandes grupos de personas abandonen la ciudad. Ahora mismo, la confusión y el miedo en las calles servirán a sus propósitos mejor que la despoblación. Puede que consigamos que algunos jinetes escapen, sobre todo si uno de esos jinetes es Vin. Los demás tendrán que correr el riesgo con los koloss.

Brisa sintió un nudo en el estómago. Clubs hablaba de manera tan brusca… tan cruel. Pero así era Clubs. Ni siquiera era pesimista; solo decía las cosas que pensaba que los demás no querían reconocer.

Algunos skaa sobrevivirán para convertirse en esclavos de Straff Venture, pensó Brisa. Pero los que luchen, y los que han dirigido la ciudad este último año, están condenados. Eso me incluye a mí. Es cierto. Esta vez no hay salida.

—¿Bien? —preguntó Sazed—. ¿Estamos de acuerdo en que esos cuatro deben marcharse?

Los miembros del grupo asintieron.

—Entonces, tracemos un plan para enviarlos fuera.

—Podríamos hacer creer a Elend que el peligro no es tan grande —añadió Dockson—. Si cree que a la ciudad le espera un asedio largo, podría estar dispuesto a ir con Vin a una misión, a alguna parte. No se darían cuenta de lo que sucediera aquí hasta que fuera demasiado tarde.

—Una buena sugerencia, lord Dockson —dijo Sazed—. Creo que también podríamos trabajar con el concepto de Vin del Pozo de la Ascensión.

La discusión continuó, y Brisa permaneció al margen, satisfecho. Vin, Elend y Fantasma sobrevivirán, pensó. Tengo que convencer a Sazed de que permita a Allrianne ir con ellos. Contempló la habitación, advirtiendo una liberación de la tensión en las posturas de los demás. Dockson y Ham parecían en paz, e incluso Clubs asentía en silencio para sí, con aspecto satisfecho, mientras discutían las sugerencias.

El desastre estaba al caer. Pero, de algún modo, la posibilidad de que algunos escaparan (los miembros más jóvenes del grupo, los que aún eran lo bastante inexpertos para tener esperanza) hacía que todo fuera un poco más fácil de aceptar.

Envuelta en las brumas, Vin contemplaba las oscuras torres, columnas y torres de Kredik Shaw. En su cabeza resonaban dos sonidos. El espíritu de bruma y el otro sonido, más grande, más atronador.

Cada vez se volvía más acuciante.

Continuó su camino, ignorando los ritmos a medida que se acercaba a Kredik Shaw, la Colina de las Mil Torres, antigua morada del lord Legislador. Llevaba abandonada más de un año, pero ningún vagabundo se había instalado en ella. Era demasiado ominosa. Demasiado terrible. Recordaba demasiado a su antiguo dueño.

El lord Legislador había sido un monstruo. Vin recordaba bien la noche, más de un año antes, en que había ido a ese palacio con la intención de matarlo. De hacer el trabajo para el que Kelsier la había entrenado sin que se diera cuenta. Había atravesado este mismo patio, había pasado ante los guardias de la puerta.

Y los había dejado vivir. Kelsier hubiese entrado luchando. Pero Vin los convenció para que se marcharan, para que se unieran a la rebelión. El acto le salvó la vida cuando uno de aquellos mismos hombres, Goradel, condujo a Elend a los calabozos del palacio para ayudarlo a rescatarla.

En cierto modo, el Imperio Final había sido derrocado porque ella no había actuado como Kelsier.

Y, sin embargo, ¿podía basar futuras decisiones en una coincidencia como esa? Al mirar atrás, todo parecía alegórico. Como un bonito cuento infantil con moraleja.

Vin nunca había escuchado esos cuentos de niña. Y había sobrevivido cuando otros muchos habían muerto. Por cada lección como la de Goradel, una docena terminaban en tragedia.

Y luego estaba Kelsier. Al final, había tenido razón. Su lección era muy distinta de la que enseñaban los cuentos infantiles. Kelsier ejecutaba sin ningún reparo a aquellos que se interponían en su camino. Implacable. Buscaba el bien mayor; siempre había tenido la mirada puesta en la caída del imperio y en la proclamación de un reino como el de Elend.

Lo había conseguido. ¿Por qué no podía ella matar como él lo hacía, sabiendo que cumplía con su deber, sin remordimientos? Siempre la había asustado el gusto por el peligro de Kelsier. Sin embargo, ¿no era eso mismo lo que le había permitido tener éxito?

Se internó en los pasillos del palacio, dejando con los pies y las borlas de su capa huellas en el polvo. Las brumas, como siempre, se quedaron atrás. No entraban en los edificios… o, si lo hacían, no permanecían allí mucho tiempo. Con ellas, dejó atrás el espíritu de bruma.

Tuvo que tomar una decisión. No le gustaba, pero estaba acostumbrada a hacer cosas que no le gustaban. Así era la vida. No había querido combatir al lord Legislador, pero lo había hecho.

Pronto la oscuridad fue demasiado densa incluso para sus ojos de nacida de la bruma y tuvo que encender una linterna. Cuando lo hizo, le sorprendió ver que alguien más había transitado por esos pasillos. Sin embargo, fuera quien fuese, no se lo encontró mientras los recorría.

Entró en la cámara unos momentos más tarde. No estaba segura de qué la había atraído a Kredik Shaw, mucho menos a la cámara oculta de su centro. De todas maneras, había estado sintiendo desde hacía algún tiempo una especie de identificación con el lord Legislador. Sus paseos la habían traído hasta allí, a un lugar que no había visitado desde la noche en que matara al único dios que había conocido.

El lord Legislador se pasaba mucho tiempo en esa cámara oculta, un lugar que al parecer había construido para que le recordara su tierra natal. La cámara tenía una cúpula por techo. Las paredes estaban llenas de murales plateados y el suelo de insertos metálicos. Vin los ignoró y se acercó al elemento característico del centro de la sala, un pequeño edificio de piedra construido dentro de la cámara principal.

Allí Kelsier y su esposa habían sido encerrados muchos años antes, durante el primer intento de Kelsier de robar al lord Legislador. Mare había sido asesinada en los Pozos. Pero Kelsier había sobrevivido.

En aquella cámara Vin se había enfrentado por primera vez a un inquisidor y había estado a punto de morir. También a ese lugar había regresado meses más tarde en su primer intento de matar al lord Legislador. También en aquella ocasión había sido derrotada.

Entró en el pequeño edificio dentro del edificio. Solo constaba de una habitación. El suelo había sido levantado por los equipos de trabajo de Elend que buscaban el atium. Las paredes, sin embargo, estaban todavía en pie, con los recuerdos que el lord Legislador había dejado atrás. Alzó la linterna para mirarlas.

Alfombras. Pieles. Una pequeña flauta de madera. Las cosas de su pueblo, el pueblo de Terris, de mil años de antigüedad. ¿Por qué había construido su nueva ciudad de Luthadel, en el sur, cuando su tierra, el Pozo de la Ascensión mismo, estaban en el norte? Vin nunca lo había comprendido.

Tal vez había tenido que tomar una decisión. Rashek, el lord Legislador, se había visto obligado a tomar una decisión también. Podría haber continuado siendo lo que era, un pastor. Probablemente habría sido feliz con su gente.

Pero había decidido convertirse en algo más. Para hacerlo había cometido terribles atrocidades. Sin embargo, ¿podía ella reprocharle su decisión? Se había convertido en lo que consideraba necesario.

La decisión de Vin parecía más mundana, pero sabía que otras cosas (el Pozo de la Ascensión, la protección de Luthadel) no podrían ser tenidas en cuenta hasta que estuviera segura de lo que quería y de quién era. Y, sin embargo, en esa habitación donde Rashek había pasado gran parte de su tiempo, pensando en el Pozo, los exigentes golpeteos en su cabeza parecían más fuertes que nunca.

Tenía que decidirse. Era con Elend con quien quería estar. Representaba la paz. La Felicidad. Zane, sin embargo, representaba aquello en lo que consideraba que tenía que convertirse. Por el bien de todos los implicados.

En el palacio del lord Legislador no había pistas ni respuestas. Unos momentos después, frustrada y molesta por haber ido allí, volvió a las brumas.

Zane despertó con el sonido de una piqueta de la tienda golpeada a intervalos específicos. Su reacción fue inmediata.

Quemó acero y peltre. Siempre tragaba un poco antes de dormir. Sabía que la costumbre probablemente lo mataría algún día: los metales eran venenosos si permanecían en el organismo mucho tiempo.

Morir en algún día futuro era mejor, en opinión de Zane, que morir ese mismo día.

Saltó de su jergón, arrojando la manta hacia la abertura de la tienda. Apenas podía ver en la oscuridad de la noche. Mientras saltaba, oyó que algo se rasgaba. Estaban rompiendo las paredes de la tienda.

—¡Mátalos! —gritó Dios.

Zane cayó al suelo y agarró un puñado de monedas del cuenco que tenía junto a la cama. Oyó gritos de sorpresa mientras giraba y arrojaba las monedas a su alrededor.

Empujó. Las monedas alcanzaron la lona y, con un ruido sordo, continuaron su camino.

Y los hombres empezaron a gritar.

Zane se agazapó, esperando en silencio mientras la tienda se desplomaba a su alrededor. Alguien estaba rasgando la lona, a su derecha. Lanzó unas cuantas monedas y oyó un gruñido de dolor que lo satisfizo. En el silencio, con la lona extendida a su alrededor como una manta, oyó pasos huyendo.

Suspiró, se relajó y usó una daga para abrir la tienda. Salió a la noche brumosa. Aquel día se había acostado más tarde que de costumbre; probablemente era cerca de medianoche. Tal vez fuese hora de despertar, de todas maneras.

Caminó sobre la tienda desplomada, moviéndose sobre el jergón, ahora cubierto por la lona, y abrió un agujero para poder meter la mano y sacar un frasco de metal que había guardado debajo. Se bebió los metales, y el estaño iluminó sus inmediaciones. Cuatro hombres yacían muertos o moribundos en torno a la tienda. Eran soldados, naturalmente: soldados de Straff. El ataque se había producido más tarde de lo que Zane esperaba.

Straff se fía más de mí de lo que creía. Pasó por encima del cuerpo caído de un asesino y se acercó a un arcón del que sacó su ropa. Se cambió tranquilamente y luego sacó del cofre una bolsita de monedas. Debe de haber sido por el ataque a la fortaleza de Cett, pensó. Al final Straff se ha convencido de que soy demasiado peligroso para dejarme con vida.

Zane encontró a su hombre trabajando en silencio en una tienda cercana, supuestamente comprobando la tensión de uno de los vientos. Vigilaba cada noche, y cobraba por golpear una piqueta si veía que alguien se acercaba a la tienda de Zane. El nacido de la bruma le arrojó al hombre una bolsa de monedas y se internó en la oscuridad camino de la tienda de Straff, dejando atrás los canales con sus barcazas de suministros.

Su padre tenía algunas limitaciones. Straff era bueno haciendo planes a largo plazo, pero los detalles, las sutilezas, a menudo se le escapaban. Podía organizar un ejército y aplastar a sus enemigos. Sin embargo, le gustaba jugar con herramientas peligrosas. Como el atium de los Pozos de Hathsin. Como Zane.

Esas herramientas a menudo acababan hiriéndolo.

Zane se acercó a la tienda de Straff por uno de sus lados, abrió un agujero en la lona y entró. Straff lo estaba esperando. Zane tuvo que reconocerle el valor: esperaba la muerte con una mirada de desafío en los ojos. Zane se detuvo en el centro de la habitación, delante de su padre, que estaba sentado en su silla de madera.

—Mátalo —ordenó Dios.

Las lámparas ardían en los rincones, iluminando la lona. Los cojines y las mantas del fondo estaban arrugados; Straff había pasado una última noche con sus amantes favoritas antes de enviar a sus asesinos. El rey tenía su característico aspecto retador, pero Zane vio más. Vio un rostro demasiado húmedo de sudor, y unas manos temblando, como por alguna enfermedad.

—Tengo atium para ti —dijo Straff—. Enterrado en un sitio que solo yo conozco.

Zane permaneció en silencio, observando a su padre.

—Te proclamaré abiertamente mi heredero —dijo Straff—. Mañana, si quieres.

Zane no respondió. Straff continuó sudando.

—La ciudad es tuya —dijo Zane por fin, volviéndose.

Fue recompensado por un jadeo de sorpresa.

Zane miró hacia atrás. Nunca había visto una expresión de conmoción tan grande en el rostro de su padre. Casi valía la pena por todo lo demás.

—Retira a tus hombres, como tienes planeado —dijo Zane—, pero no regreses al Dominio Septentrional. Espera a que esos koloss invadan la ciudad, a que inutilicen las defensas y maten a los defensores. Luego podrás venir a rescatar Luthadel.

—Pero la nacida de la bruma de Elend…

—No estará —dijo Zane—. Se marcha conmigo esta noche. Adiós, padre.

Se dio media vuelta y se abrió paso por la abertura que había practicado.

—¿Zane? —llamó Straff.

Zane volvió a detenerse.

—¿Por qué? —preguntó Straff, mirando por la raja—. He enviado asesinos a matarte. ¿Por qué me dejas vivir?

—Porque eres mi padre —dijo Zane. Se volvió a mirar las brumas—. Un hombre no debe matar a su padre.

Con eso, Zane se despidió del hombre que lo había creado. Un hombre a quien él, a pesar de su locura, a pesar de los abusos que había sufrido durante años, amaba.

En las oscuras brumas lanzó una moneda y revoloteó sobre el campamento. Una vez fuera, aterrizó y localizó fácilmente la curva del canal que usaba como guía. Sacó un hatillo de tela del hueco de un árbol. Una capa de bruma, el primer regalo que le había hecho Straff, años antes, cuando Zane había abierto su conciencia. Para él, era demasiado preciosa para llevarla, para mancharla y gastarla.

Sabía que era un necio. Sin embargo, no podía evitar sentirse como se sentía. No se podía usar la alomancia emocional con uno mismo.

Desenvolvió la capa de bruma y sacó las cosas que esta envolvía: varios frascos de metal y una bolsa llena de perlas. Atium.

Permaneció arrodillado un buen rato. Luego, se llevó la mano al pecho, palpando por encima de las costillas. Donde latía su corazón.

Tenía un bulto grande allí. Siempre lo había tenido. No solía pensar en él: su mente divagaba cuando lo hacía. Sin embargo, era el verdadero motivo por el que no usaba capa.

No le gustaba la manera en que las capas rozaban la punta de la lanza que asomaba por su espalda, justo entre los omóplatos. La cabeza chocaba con su esternón y no se veía debajo de la ropa.

—Es hora de irse —dijo Dios.

Zane se incorporó, dejando atrás la capa de bruma. Se alejó del campamento de su padre, abandonando lo que había conocido, buscando en cambio a la mujer que habría de salvarlo.