Alendi cree lo mismo que ellos.

47

Una parte de ella ni siquiera se sentía molesta por la cantidad de gente que había matado. Era esta misma indiferencia lo que aterrorizaba a Vin.

Estaba sentada en su balcón, poco después de su visita al palacio, mientras la ciudad de Luthadel se sumía en la oscuridad. Estaba rodeada de brumas, pero sabía que no podía esperar encontrar solaz en sus cambiantes pautas. Ya nada era sencillo.

El espíritu de la bruma la observaba, como siempre. Estaba demasiado lejos para verlo, pero lo percibía. Y, aún más fuerte que el espíritu de la bruma, percibía algo más. Aquel poderoso redoble, cada vez más fuerte. Al principio le había parecido lejano, pero ya no.

El Pozo de la Ascensión.

Eso tenía que ser. Podía sentir su poder regresando, fluyendo de vuelta al mundo, exigiendo ser tomado y utilizado. Vin miraba una y otra vez hacia el norte, hacia Terris, esperando ver algo en el horizonte. Un estallido de luz, un fuego ardiente, una tempestad de vientos. Algo. Pero solo había bruma.

No tenía éxito en nada desde hacía algún tiempo. Amor, protección, deber. Me he distraído con demasiadas cosas.

Demasiadas cosas exigían su atención, y había tratado de ocuparse de todas. Como resultado, no había conseguido nada. Su investigación de la Profundidad y el Héroe de las Eras permanecía en punto muerto desde hacía días, todavía en montoncitos de papeles repartidos por todo el suelo. Casi no sabía nada del espíritu de bruma: solo que la vigilaba y que el autor del libro de viajes lo había considerado peligroso. No había resuelto el asunto del espía de su grupo; no sabía si las acusaciones de Zane de que era Demoux eran verdaderas.

Y Cett continuaba con vida. Ni siquiera había podido llevar a cabo una masacre hasta el final. Era culpa de Kelsier. La había entrenado para que ocupara su lugar, pero ¿cómo podía hacer eso nadie?

¿Por qué siempre tenemos que ser el cuchillo de otro?, susurró en su cabeza la voz de Zane.

Sus palabras parecían tener sentido en ocasiones, pero también un defecto. Elend. Vin no era su cuchillo. Él no quería que asesinara ni que matara. Pero sus ideales lo habían dejado a él sin trono y a su ciudad, rodeada de enemigos. Si realmente amaba a Elend (si realmente amaba al pueblo de Luthadel), ¿no tendría que haber hecho más?

Los latidos resonaron en ella como los martillazos de un tambor del tamaño del sol. Quemaba bronce casi de manera continua, escuchando el ritmo, dejando que la meciera…

—¿Ama? —preguntó OreSeur—. ¿En qué estás pensando?

—En el fin —dijo Vin en silencio, contemplando la ciudad.

Silencio.

—¿El fin de qué, ama?

—No lo sé.

OreSeur se acercó al balcón, se internó en las brumas y se sentó a su lado. Ella empezaba a conocerlo lo suficiente para ver preocupación en sus ojos perrunos.

Suspiró, sacudiendo la cabeza.

—Tengo que tomar decisiones. Y no importa qué opción elija, significará un final.

OreSeur siguió un momento con la cabeza ladeada, callado.

—Ama —dijo por fin—, eso me parece extremadamente dramático.

Vin se encogió de hombros.

—¿No tienes ningún consejo que darme, entonces?

—Solo que tomes tu decisión.

Vin permaneció en silencio, luego sonrió.

—Sazed hubiera dicho algo sabio y consolador.

OreSeur frunció el ceño.

—No comprendo qué pinta en esta conversación, ama.

—Era mi mayordomo —dijo Vin—. Antes de marcharse, y antes de que Kelsier me pasara tu Contrato.

—Ah. Bueno, nunca me han gustado mucho los terrisanos, ama. Su orgulloso sentido de la servidumbre es muy difícil de imitar…, por no mencionar que sus músculos son demasiado correosos para saber bien.

Vin alzó una ceja.

—¿Has imitado a terrisanos? No me había parecido que eso tuviera demasiado sentido…, no eran influyentes durante los días del lord Legislador.

—Ah —dijo OreSeur—. Pero siempre estaban cerca de gente influyente.

Vin asintió y se puso en pie. Entró en la habitación vacía y encendió una lámpara, apagando su estaño. Las brumas cubrían el suelo, fluyendo sobre los fajos de papeles, y sus pies levantaron volutas en el cuarto.

Se detuvo. Aquello era un poco extraño. Las brumas no permanecían mucho tiempo puertas adentro. Elend decía que tenía que ver con el calor y los espacios cerrados. Vin siempre lo había achacado a algo más místico. Frunció el ceño, observándolas.

Incluso sin estaño, oyó el crujido.

Se dio media vuelta. Zane estaba de pie en el balcón, su figura era una silueta negra en las brumas. Dio un paso adelante, seguido por las brumas, como hacían alrededor de quien quemaba metal. Y, sin embargo, también parecían alejarse levemente de él.

OreSeur rezongó en voz baja.

—Es la hora —dijo Zane.

—¿La hora de qué? —preguntó Vin, soltando la lámpara.

—De marcharnos. De dejar a estos hombres y sus ejércitos. De dejar la lucha. De ser libres.

Libres.

—Yo… no sé, Zane —dijo Vin, desviando la mirada.

Lo oyó avanzar un paso.

—¿Qué le debes, Vin? No te conoce. Te teme. La verdad es que nunca ha sido digno de ti.

—No —dijo Vin, sacudiendo la cabeza—. Eso no es todo, Zane. No lo comprendes. Soy yo quien no ha sido nunca digna de él. Elend se merece a alguien mejor. Se merece… alguien que comparta sus ideales. Alguien que piense que hizo bien al entregar su trono. Alguien que vea en eso más honor y menos necedad.

—Sea como sea, no puede comprenderte —dijo Zane, deteniéndose a poca distancia—. No puede comprendernos.

Vin no respondió.

—¿Adónde irías, Vin? —preguntó Zane—. Si no estuvieras atada a este lugar, atada a él. Si fueras libre y pudieras hacer lo que quisieras, ¿adónde irías?

Los martilleos se hicieron más fuertes. Ella miró a OreSeur, que estaba sentado en silencio junto a la pared, casi a oscuras. ¿Por qué se sentía culpable? ¿Qué tenía que demostrarle?

Se volvió hacia Zane.

—Al norte —dijo—. A Terris.

—Podemos ir allí. Donde tú quieras. El lugar me es indiferente, mientras no sea este lugar.

—No puedo abandonarlos.

—¿Aunque haciéndolo prives a Straff de su único nacido de la bruma? —preguntó Zane—. El cambio es bueno. Mi padre sabrá que he desaparecido, pero no se dará cuenta de que tú no estás ya en Luthadel. Tendrá aún más miedo de atacar. Al darte a ti misma libertad, estarás haciendo a tus aliados un precioso regalo.

Zane le agarró la mano, obligándola a mirarlo. Se parecía a Elend…, era como una versión dura de Elend. A Zane lo había roto la vida, igual que a ella, pero ambos habían sabido rehacerse. ¿Eso los había hecho más fuertes o más frágiles?

—Vamos —susurró Zane—. Puedes salvarme, Vin.

La guerra viene a esta ciudad, pensó Vin con un escalofrío. Si me quedo, tendré que volver a matar.

Y, lentamente, dejó que la apartara de su mesa y la llevara hacia las brumas y la reconfortante oscuridad. Con la otra mano sacó un frasco de metal para el viaje, y el movimiento hizo que Zane se girara, receloso.

Tiene buenos instintos, pensó Vin. Instintos como los míos. Instintos que no le permiten confiar, pero lo mantienen con vida.

Él se relajó al ver lo que ella hacía, y sonrió y se dio la vuelta. Vin lo siguió, pero sintió una súbita punzada de temor. Ya está, pensó. Desde ahora todo cambia. El tiempo de tomar decisiones ha pasado. Y he tomado la decisión equivocada. Elend no hubiese dado ese respingo cuando saqué el frasco.

Se detuvo. Zane tiró de su muñeca, pero ella no se movió. Él se volvió a mirarla, frunciendo el ceño desde el borde del balcón.

—Lo siento —susurró Vin, soltando su mano—. No puedo ir contigo.

—¿Qué? —preguntó Zane—. ¿Por qué no?

Vin sacudió la cabeza, se dio la vuelta y entró en la habitación.

—¡Dime qué es! —exigió saber Zane, levantando la voz—. ¿Qué tiene él que tanto te atrae? No es un gran líder. No es un guerrero. No es ningún alomántico ni ningún general. ¿Qué es lo que tiene?

La respuesta fue simple y sencilla. Toma tus decisiones: yo te apoyaré.

—Él confía en mí —susurró.

—¿Qué? —dijo Zane, incrédulo.

—Cuando ataqué a Cett, los demás opinaron que había actuado de forma irracional… y tenían razón. Pero Elend les dijo que yo tenía buenos motivos para haberlo hecho, aunque no sabía cuáles.

—Así que es un necio.

—Cuando hablamos, más tarde —continuó Vin sin mirar a Zane—, me mostré fría con él. Creo que sabía que estaba intentando decidir si quedarme con él o no. Y… me dijo que se fiaba de mi juicio. Me apoyaría si decidía dejarlo.

—Así que tampoco es capaz de apreciarte.

Vin negó con la cabeza.

—No. Simplemente me ama.

—Yo te amo.

Vin se detuvo a mirarlo. Zane parecía furioso. Incluso desesperado.

—Te creo. Pero no puedo irme contigo.

—Pero ¿por qué?

—Porque eso implicaría dejar a Elend. Aunque no pueda compartir sus ideales, puedo respetarlos. Aunque no me lo merezca, puedo estar cerca de él. Me quedo, Zane.

Zane guardó silencio un momento, la bruma cayendo alrededor de sus hombros.

—He fracasado, entonces.

Vin se apartó de él.

—No. No es que hayas fracasado. No has fracasado simplemente porque yo…

Él la empujó, arrojándola al suelo cubierto de bruma. Vin volvió la cabeza, sorprendida, mientras chocaba con el suelo de madera y se quedaba sin respiración.

Zane se cernió sobre ella, el rostro oscuro.

—Se suponía que tenías que salvarme —susurró.

Vin avivó todos los metales que tenía en una súbita descarga. Devolvió el empujón a Zane y se impulsó contra las bisagras de las puertas. Voló hacia atrás y golpeó con fuerza la puerta. La madera crujió, pero ella estaba demasiado tensa, demasiado aturdida, para sentir nada más que el golpe.

Zane se levantó despacio, alto, sombrío. Vin dio una voltereta atrás y se agazapó. Zane la atacaba. La atacaba en serio.

Pero… él…

—¡OreSeur! —dijo Vin, ignorando las objeciones de su mente y sacando las dagas—. ¡Escapa!

Dada la orden, atacó, tratando de distraer la atención de Zane del sabueso. El hombre esquivó sus ataques con indiferente elegancia. Vin le lanzó un tajo al cuello. Apenas lo alcanzó, pues Zane echó la cabeza atrás. Atacó el costado, el brazo, el pecho. Todos los golpes fallaron.

Sabía que estaría quemando atium. Lo esperaba. Se detuvo a mirarlo. Él ni siquiera se había molestado en sacar sus armas. Se alzó ante ella, el rostro ensombrecido, la bruma convertida en un creciente lago a sus pies.

—¿Por qué no me escuchaste, Vin? —preguntó—. ¿Por qué me obligaste a seguir siendo la herramienta de Straff? Los dos sabemos adónde iba a llevarnos eso.

Vin lo ignoró. Haciendo rechinar los dientes, se lanzó al ataque. Zane le propinó un revés indiferente, y ella se empujó contra las molduras de la mesa y se lanzó hacia atrás, como impulsada por la fuerza de su golpe. Chocó contra la pared, luego cayó al suelo.

Directamente junto al sobresaltado OreSeur.

No se había abierto el hombro para darle el atium. ¿No había comprendido el mensaje cifrado?

—El atium que te di —susurró—. Lo necesito. Ahora.

OreSeur la miró a los ojos, y ella vio en el fondo de los mismos… vergüenza. OreSeur apartó la mirada y echó a andar con la bruma hasta las rodillas, para reunirse con Zane en el centro de la habitación.

—No… —susurró Vin—. OreSeur…

—Ya no necesitas obedecer sus órdenes, TenSoon —dijo Zane.

OreSeur agachó la cabeza.

—¡El Contrato, OreSeur! —dijo Vin, poniéndose de rodillas—. ¡Tienes que obedecer mis órdenes!

—Mi sirviente, Vin —dijo Zane—. Mi Contrato. Mis órdenes.

Mi sirviente…

Y de repente todo encajó. Ella había sospechado de todo el mundo: de Dockson, de Brisa, incluso de Elend, pero nunca había relacionado al espía con la única persona que tenía sentido que lo fuera. Había habido un kandra en el palacio todo el tiempo. Y estaba a su lado.

—Lo siento, ama —susurró OreSeur.

—¿Desde cuándo? —preguntó Vin, inclinando la cabeza.

—Desde que le diste a mi predecesor, el verdadero OreSeur, el cuerpo del perro —respondió el kandra—. Lo maté ese día y ocupé su lugar, para llevar el cuerpo de un perro. Nunca lo viste convertido en sabueso.

¿Qué forma más sencilla podía haber de enmascarar la transformación?, pensó Vin.

—Pero los huesos que descubrimos en el palacio… Estabas conmigo en la muralla cuando aparecieron. No…

Había aceptado su palabra en cuanto a lo recientes que eran aquellos huesos; había aceptado su palabra respecto a cuándo habían sido producidos. Había supuesto todo el tiempo que el cambio se había producido ese día, cuando estaba con Elend en la muralla… pero lo había hecho principalmente por lo que había dicho OreSeur.

¡Idiota!, pensó. OreSeur (o TenSoon, como lo había llamado Zane) la había hecho sospechar de todo el mundo menos de sí mismo. ¿Qué le ocurría? Normalmente era buena descubriendo a los traidores y advirtiendo vacilaciones. ¿Cómo había pasado por alto a su propio kandra?

Zane dio un paso adelante. Vin esperó, de rodillas. Débil, se dijo. Tienes que parecer débil. Haz que te deje en paz. Intenta…

—Aplacarme no servirá de nada —dijo Zane tranquilamente, agarrándola por la camisa y alzándola para después volverla a soltar. La bruma se extendió bajo ella, formando una vaharada cuando chocó contra el suelo. Vin sofocó un grito de dolor.

Tengo que estar callada. Si vienen los guardias, los matará. Si viene Elend…

Tenía que permanecer callada, aunque Zane le diera patadas en el costado herido. Gimió, con los ojos llenos de lágrimas.

—Podrías haberme salvado —dijo Zane, mirándola—. Estaba dispuesto a irme contigo. Ahora, ¿qué me queda? Nada más que las órdenes de Straff.

Recalcó esa frase con una patada.

No reacciones, se dijo Vin a través del dolor. Te dejará en paz tarde o temprano…

Pero habían pasado años desde la última vez que se había dejado avasallar. Sus días de agachar la cabeza ante Camon y Reen eran casi sombras difusas, olvidadas ante la luz ofrecida por Elend y Kelsier. Cuando Zane volvió a darle una patada, Vin gimió de furia.

Él echó la pierna atrás apuntando a su cara, y Vin se movió. Cuando el pie inició el recorrido, se lanzó hacia atrás, empujando la aldaba de la ventana para atravesar las brumas. Avivó peltre y aterrizó de pie, levantando bruma del suelo, que ahora le llegaba por encima de las rodillas.

Miró a Zane, quien la observó con expresión sombría. Vin se lanzó hacia delante, pero Zane se movió más rápido (se movió antes), interponiéndose entre ella y el balcón. No es que llegar hasta allí le hubiera servido de nada: con atium, él podía perseguirla fácilmente.

Fue como cuando la había atacado con atium, solo que peor. Aquella vez ella podía creer, aunque fuera mínimamente, que solo estaban entrenando. No eran enemigos, aunque tampoco fueran amigos. Vin no creía realmente que quisiera matarla.

Esta vez no se hacía ilusiones. Los ojos de Zane eran sombríos, su expresión impertérrita igual que la noche, hacía unos cuantos días, que habían matado a los hombres de Cett.

Vin iba a morir.

No había sentido tanto miedo desde hacía mucho tiempo. Pero ahora lo vio, lo sintió, lo olió en sí misma mientras retrocedía. Sintió lo que era enfrentarse a un nacido de la bruma, cómo tenía que haber sido para aquellos soldados a los que había matado. No se podía luchar. No había ninguna posibilidad.

No, se dijo, sujetándose el costado. Elend no retrocedió ante Straff. No es un alomántico, pero se metió en el corazón del campamento koloss. Puedo enfrentarme a esto.

Con un grito, Vin se abalanzó hacia OreSeur. El perro retrocedió sorprendido, pero no tendría que haberse molestado. Zane apareció otra vez. Le dio un codazo a Vin y luego blandió su daga y le hizo un corte en la mejilla mientras ella caía. El corte fue preciso. Perfecto. Similar a la herida de la otra mejilla, la recibida durante su primera pelea con un nacido de la bruma, casi dos años antes.

Vin apretó los dientes, quemando hierro en su caída. Tiró de una bolsa que había sobre la mesa, agarrando las monedas con la mano. Golpeó el suelo de costado, con la otra mano en el suelo, y volvió a ponerse en pie. Dejó caer una lluvia de monedas de su mano y luego la alzó ante Zane.

La sangre le goteaba de la barbilla. Lanzó las monedas. Zane se dispuso a empujarlas.

Vin sonrió y quemó duralumín mientras empujaba. Las monedas se proyectaron hacia delante y la estela de su paso dividió las brumas del suelo, revelando la madera de debajo.

La habitación se estremeció.

Y, en un parpadeo, Vin se encontró golpeando la pared. Jadeó sorprendida, sin aliento, con los ojos nublados. Alzó la cabeza, desorientada, extrañada de hallarse de nuevo en el suelo.

—Duralumín —dijo Zane, todavía de pie con una mano abierta—. TenSoon me habló al respecto. Dedujimos que debías tener un nuevo metal por la forma en que puedes sentirme cuando tengo encendido mi cobre. A partir de ahí, un poco de investigación y encontró esa nota de tu metalúrgico, con las instrucciones para fabricar duralumín.

La mente sorprendida de Vin se esforzó por relacionar las ideas. Zane tenía duralumín. Había empleado el metal y había empujado una de las monedas que ella le había arrojado. Debía de haberse empujado él mismo hacia delante también, para no caer de espaldas cuando su peso chocara con el suyo.

Y el empujón de la propia Vin, ampliado por el duralumín, la había hecho chocar contra la pared. Le costaba pensar. Zane avanzó. Ella alzó la cabeza, deslumbrada, y luego se arrastró a cuatro patas reptando sobre las brumas. Las tenía a la altura de la cara, y el frío y silencioso caos le cosquilleó en las fosas.

Atium. Necesitaba atium. Pero la perla estaba en el hombro de TenSoon; no podía sacarla. El motivo de que él lo llevara era que la carne lo protegía de los alománticos. Como los clavos que perforaban el cuerpo de un inquisidor; igual que su pendiente. El metal dentro del cuerpo de una persona, aunque simplemente lo horadara, no podía recibir tirones ni empujones, excepto de las fuerzas alománticas más extremas.

Pero ella lo había hecho una vez. En su combate contra el lord Legislador. No había sido su propio poder, ni siquiera el duralumín, lo que le había permitido vencerlo. Había sido otra cosa. Las brumas.

Había recurrido a ellas.

Algo la golpeó en la espalda, empujándola de rodillas. Se dio la vuelta, pataleando, pero no llegó a alcanzar con el pie la cara de Zane por unas cuantas pulgadas ayudadas por el atium. Zane apartó su pie de un manotazo, y luego la cogió por los hombros y la aplastó contra el suelo.

Las brumas se revolvían a su alrededor mientras la contemplaban. A través del terror, Vin recurrió a las brumas, como había hecho un año antes cuando combatía al lord Legislador. Ese día, habían propulsado su alomancia, dándole una fuerza que no debería haber tenido. Recurrió a ellas, suplicando su ayuda.

Y no sucedió nada.

Por favor…

Zane volvió a golpearla. Las brumas siguieron ignorando sus súplicas.

Se retorció, tirando del marco de la ventana para equilibrarse, y empujó a Zane a un lado. Los dos rodaron, y Vin quedó encima.

De repente, los dos saltaron del suelo, dispersando las brumas y volando hacia el techo, impelidos hacia arriba porque Zane empujaba las monedas del suelo. Chocaron contra el techo, el cuerpo de Zane contra el suyo, clavándola a las tablas de madera. Volvió a quedar encima… o, más bien, quedó debajo, pero ese era ahora el punto de apoyo.

Vin jadeó. Él era tan fuerte… Más fuerte que ella. Sus dedos se le clavaban en la carne de los brazos a pesar del peltre, y el costado le dolía por las heridas anteriores. No estaba en condiciones de luchar…, no contra otro nacido de la bruma.

Sobre todo, si tenía atium.

Zane continuó empujándola contra el techo. El pelo de Vin le cayó encima, y las brumas se revolvieron en el suelo, como un remolino que se alzara lentamente.

Zane dejó de empujar y cayeron. Sin embargo, él seguía dominando. La hizo girar, colocándola debajo, mientras volvían a entrar en las brumas. Golpearon el suelo, y el impacto hizo que Vin volviera a perder el aliento. Zane se alzó sobre ella y le habló entre dientes.

—Tantos esfuerzos malgastados —susurró—. Ocultar a un alomántico entre los sicarios de Cett para que sospecharas que él te atacaba en la Asamblea. Obligarte a luchar delante de Elend para que se sintiera intimidado. Forzarte a explorar tus poderes y matar para que te dieras cuenta de lo poderosa que eres. ¡Todo en vano! —Se inclinó—. ¡Se suponía que tenías que salvarme! —dijo, con la cara a escasos centímetros de la suya, respirando entrecortadamente. Le inmovilizó un brazo con una rodilla, y luego, en un arrebato surrealista, la besó.

Al mismo tiempo, le clavó la daga al lado de un pecho. Vin trató de gritar, pero la boca de él se lo impedía mientras la daga le cortaba la carne.

—¡Cuidado, amo! —gritó de pronto OreSeur, TenSoon—. ¡Sabe mucho de los kandra!

Zane alzó la cabeza, la mano inmóvil. La voz, el dolor, devolvieron la lucidez a Vin. Avivó estaño, usando el dolor para despertarse y despejar su mente.

—¿Qué? —preguntó Zane, mirando al kandra.

—Lo sabe, amo —dijo TenSoon—. Sabe nuestro secreto. El motivo por el que servíamos al lord Legislador. El motivo por el que cumplimos el Contrato. Sabe por qué tememos tanto a los alománticos.

—Cállate —ordenó Zane—. Y no hables más.

TenSoon guardó silencio.

Nuestro secreto… pensó Vin, mirando al sabueso, sintiendo la ansiedad en su expresión canina. Está tratando de decirme algo. Está tratando de ayudarme.

Secreto. El secreto de los kandra. La última vez que había intentado aplacarlo había aullado de dolor. Sin embargo, ahora vio consentimiento en su expresión. Fue suficiente.

Golpeó a TenSoon con su poder aplacador. Él gritó, aullando, pero ella empujó con más fuerza. No sucedió nada. Apretando los dientes, quemó duralumín.

Algo se rompió. Vin estuvo en dos sitios a la vez. Con TenSoon de pie junto a la pared, y sin dejar de sentir su propio cuerpo aprisionado por Zane. TenSoon era suyo, total y absolutamente. De algún modo, sin saber cómo, le ordenó que avanzara, controlando su cuerpo.

El enorme cuerpo del sabueso chocó contra Zane, quitándoselo de encima. La daga cayó al suelo, y ella logró ponerse de rodillas y se llevó las manos al pecho, sintiendo allí la cálida sangre. Zane rodó, desconcertado, pero se puso en pie y descargó una patada a TenSoon.

Se le rompieron algunos huesos. El sabueso resbaló por el suelo, directo hacia Vin. Ella recogió la daga mientras se ponía en pie, y luego atacó a TenSoon, le cortó el hombro y palpó el músculo y los tejidos. Sacó las manos ensangrentadas con una perla de atium. La tragó sin pensarlo y se volvió hacia Zane.

—Veamos cómo lo haces ahora —susurró, quemando atium. Docenas de sombras de atium brotaron de Zane, mostrándole las posibles acciones que él podía tomar, todas ellas ambiguas. Ella mostraría a sus ojos la misma ambigua confusión. Estaban igualados.

Zane se volvió, mirándola a los ojos, y sus sombras de atium desaparecieron.

¡Imposible!, pensó ella. TenSoon gemía a sus pies mientras ella advertía que su reserva de atium había desaparecido. Consumida. Pero la perla era tan grande…

—¿Crees que iba a darte el arma que necesitabas para combatirme? —preguntó Zane tranquilamente—. ¿Crees que de verdad iba a darte mi atium?

—Pero…

—Un trozo de plomo —dijo Zane, dando un paso adelante—. Recubierto de una fina capa de atium. Oh, Vin. Tienes que cuidar más en quién confías.

Vin se tambaleó, retrocediendo, sintiendo que su confianza se marchitaba. ¡Hazle hablar!, pensó. Intenta agotar su atium.

—Mi hermano dijo que no debía confiar en nadie… —murmuró—. Decía que cualquiera podría traicionarme.

—Era un hombre sabio —dijo Zane tranquilamente, cubierto por las brumas hasta la altura del pecho.

—Era un necio paranoico —dijo Vin—. Me mantuvo con vida, pero me destruyó.

—Entonces te hizo un favor.

Vin miró la forma sangrante y derrotada de TenSoon. Sufría: ella lo veía en sus ojos. A lo lejos oyó… sonido de golpes. Encendió de nuevo su bronce. Alzó lentamente la cabeza. Zane avanzaba hacia ella. Confiado.

—Has estado jugando conmigo —dijo—. Sembraste cizaña entre Elend y yo. Me hiciste creer que me temía, me hiciste creer que me estaba utilizando.

—Lo estaba haciendo.

—Sí —dijo Vin—. Pero no importa…, no era del modo que tú hiciste que pareciera. Elend me usa. Kelsier me usaba. Nos usamos unos a otros, por amor, por apoyo, por confianza.

—La confianza te matará.

—Entonces es mejor morir.

—Confié en ti —dijo él, deteniéndose ante ella—. Y tú me traicionaste.

—No —dijo Vin, alzando su daga—. Voy a salvarte. Tal como quieres.

Se lanzó hacia delante y golpeó, pero su esperanza de que él hubiera agotado el atium era vana. La evitó indiferente; dejó que la daga se acercara, pero nunca corrió realmente peligro.

Vin giró para atacar, pero la hoja cortó el aire resbalando sobre las brumas que se alzaban.

Zane se movió adelantándose al siguiente ataque, esquivando incluso antes de que ella supiera lo que iba a hacer. La daga apuñaló el lugar donde él había estado de pie.

Es demasiado rápido, pensó Vin. El costado le ardía, la mente le martilleaba. O era el Pozo de la Ascensión lo que sonaba…

Zane se detuvo delante de ella.

No puedo alcanzarlo, pensó Vin, llena de frustración. ¡No cuando sabe dónde voy a golpear antes que yo misma!

Vin se detuvo.

Antes que yo…

Zane se situó en un lugar cerca del centro de la habitación, y entonces lanzó de una patada la daga al aire y la atrapó. Se volvió hacia ella, con la bruma desparramándose en su mano, la mandíbula firme y los ojos oscuros.

Sabe dónde voy a golpear antes que yo.

Vin alzó la daga. La sangre le manaba de la cara y el costado, los redobles resonaban ensordecedores en su cabeza. La bruma le llegaba casi a la barbilla.

Puso la mente en blanco. No planeó un ataque. No reaccionó a Zane cuando él echó a correr hacia ella con la daga alzada. Aflojó los músculos y cerró los ojos, escuchando sus pasos. Sintió la bruma alzarse a su alrededor, agitada por la llegada de Zane.

Abrió los ojos. Él blandía la daga; Vin se preparó para atacar, pero no pensó en el consiguiente golpe: simplemente, dejó que su cuerpo reaccionara.

Y observó a Zane con mucha, mucha atención.

Él se movió ligerísimamente a la izquierda, elevando la mano abierta como para agarrar algo.

¡Ahí!, pensó Vin, volviéndose de inmediato a un lado, desviando su ataque instintivo de su trayectoria natural. Torció el brazo, y la daga, a mitad del golpe. Estaba a punto de atacar por la izquierda, como el atium de Zane había anticipado.

Pero, al reaccionar, Zane le había mostrado lo que iba a hacer. Permitirle ver el futuro. Y, si podía verlo, podía cambiarlo.

Se encontraron. El arma de Zane la alcanzó en el hombro. Pero el cuchillo de Vin lo hirió en el cuello. Su mano izquierda se cerró en el aire, agarrando una sombra que debería haberle dicho dónde estaría el brazo de ella.

Zane trató de gemir, pero el cuchillo le había perforado la laringe. El aire borboteó con la sangre en torno a la hoja, y él retrocedió, con ojos de espanto. La miró, y luego se desplomó en la bruma, hasta que su cuerpo chocó contra el suelo de madera.

Zane la buscó a través de las brumas. Me estoy muriendo, pensó.

La sombra de atium de Vin se había dividido en el último momento. Dos sombras, dos posibilidades. Él había atacado la sombra equivocada. Vin lo había engañado, derrotándolo de algún modo. Y se estaba muriendo.

Por fin.

—¿Sabes por qué creí que ibas a salvarme? —trató de susurrarle, aunque sabía que sus labios no eran capaces de formar bien las palabras—. La voz. Fuiste la primera persona a la que no me dijo que matara. La única persona.

—Pues claro que no te dije que la mataras —dijo Dios.

Zane notó que se le escapaba la vida.

—¿Sabes lo que resulta verdaderamente gracioso, Zane? —preguntó Dios—. ¿Lo más divertido de todo esto? No estás loco.

»No lo has estado nunca.

Vin observó en silencio cómo Zane se ahogaba con la sangre que brotaba de sus labios. No bajó la guardia: un cuchillo en la garganta habría sido suficiente para matar incluso a un nacido de la bruma, pero a veces el peltre permitía hacer cosas asombrosas.

Zane murió. Ella le comprobó el pulso y luego sacó la daga. Después permaneció allí un momento sintiéndose… aturdida, mental y físicamente. Se llevó una mano al hombro herido y al hacerlo se rozó el pecho. Estaba sangrando demasiado y su mente volvía a nublarse.

Lo he matado.

Avivó peltre, obligándose a moverse. Se acercó a TenSoon y se arrodilló a su lado.

—Ama. Lo siento…

—Lo sé —dijo ella, mirando la terrible herida que había causado. Las patas del perro ya no se movían y tenía el cuerpo torcido en una postura antinatural—. ¿Cómo puedo ayudarte?

—¿Ayudarme? —dijo TenSoon—. ¡Ama, casi he conseguido que te mataran!

—Lo sé —repitió ella—. ¿Cómo puedo aliviarte el dolor? ¿Necesitas otro cuerpo?

TenSoon guardó silencio un instante.

—Sí.

—Toma el de Zane —dijo Vin—. Por el momento, al menos.

—¿Está muerto? —preguntó TenSoon, sorprendido.

No puede verlo, advirtió ella. Tiene el cuello roto.

—Sí —susurró.

—¿Cómo, ama? ¿Se quedó sin atium?

—No.

—Entonces, ¿cómo?

—El atium tiene una pega. Te permite ver el futuro.

—Eso… no me parece una pega, ama.

Vin suspiró, tambaleándose levemente. ¡Concéntrate!, pensó.

—Cuando quemas atium, ves unos instantes el futuro… y puedes cambiar lo que sucederá en ese futuro. Puedes atrapar una flecha que debería haber seguido volando. Puedes esquivar un golpe que debería haberte matado. Y puedes apartarte para bloquear un ataque antes de que se produzca.

TenSoon no dijo nada, confuso.

—Me mostró lo que yo iba a hacer —dijo Vin—. Yo no podía cambiar el futuro, pero Zane sí. Al reaccionar a mi ataque antes incluso de que yo supiera lo que iba a hacer, me mostró sin quererlo el futuro. Reaccioné contra él, y Zane trató de bloquear un golpe que nunca fue. Eso me permitió matarlo.

—Ama… —susurró TenSoon—. Eso es brillante.

—Estoy segura de que no soy la primera a la que se le ha ocurrido —dijo Vin, cansada—. Pero no es el tipo de secreto que se comparte. De todas formas, toma su cuerpo.

—Yo… preferiría no llevar los huesos de esa criatura —dijo TenSoon—. No sabes lo mal que estaba, ama.

Vin asintió, casi sin fuerzas.

—Podría encontrarte otro cuerpo de perro, si quieres.

—Eso no será necesario, ama. Todavía tengo los huesos del otro sabueso que me diste, y la mayoría está en buen estado. Si sustituyo algunos de ellos con los huesos buenos de este cuerpo, podría formar un esqueleto completo para usarlo.

—Hazlo, entonces. Vamos a tener que planear qué hacer a continuación.

TenSoon guardó silencio un instante. Finalmente, habló.

—Ama, ahora que mi amo ha muerto, mi Contrato ha terminado. Yo… tengo que regresar con mi gente para que me reasignen.

—Ah —dijo Vin, sintiendo un retortijón de tristeza—. Por supuesto.

—No quiero ir. Pero al menos debo informar a los míos. Por favor, perdóname.

—No hay nada que perdonar. Y te agradezco esa pista que me diste al final.

TenSoon no dijo nada. Ella vio el remordimiento en sus ojos. No tendría que haberme ayudado contra su verdadero amo.

—Ama, ahora conoces nuestro secreto. Un nacido de la bruma puede controlar con la alomancia el cuerpo de un kandra. No sé qué harás con eso, pero advierte que te he confiado un secreto que mi pueblo ha guardado durante mil años: el modo en que los alománticos podían tomar el control de nuestros cuerpos y esclavizarnos.

—Yo… ni siquiera comprendo lo que sucedió.

—Tal vez sea mejor así —dijo TenSoon—. Por favor, déjame. Tengo los huesos del otro perro en el armario. Cuando regreses, me habré ido.

Vin asintió y se incorporó. Se marchó abriéndose paso a través de las brumas y buscando el pasillo. Sus heridas necesitaban atención. Sabía que debía acudir a Sazed, pero por alguna razón no logró ir en esa dirección. Caminó más rápido hasta echar a correr por el pasillo.

Todo se desplomaba a su alrededor. No podía manejarlo todo, no podía enderezar las cosas. Pero sabía lo que quería.

Y por eso corrió hacia él.