En el fondo, puede que mi orgullo nos haya condenado a todos.
31
Philen Frandeu no era skaa. Nunca había sido un skaa. Los skaa fabricaban cosas o las cultivaban. Philen las vendía. Había una enorme diferencia.
Oh, algunas personas lo llamaban skaa. Incluso podía ver esa palabra en los ojos de algunos otros miembros de la Asamblea. Miraban a Philen y sus compañeros mercaderes con el mismo desdén que a los ocho obreros skaa. ¿No se daban cuenta de que los dos grupos eran completamente diferentes?
Philen se rebulló un poco en el banco. ¿No debería el salón de la Asamblea tener al menos unos asientos cómodos? Estaban esperando a algunos miembros; el reloj del rincón decía que todavía faltaban quince minutos para que empezara la reunión. Extrañamente, uno de los que todavía no habían llegado era el propio Venture. El rey Elend solía llegar temprano.
Ya no es rey, pensó Philen con una sonrisa. Solamente el joven Elend Venture. Naturalmente, él se llamaba simplemente «Lin» hacía apenas un año y medio. Philen Frandeu era el nombre que se había puesto después del Colapso. Le encantaba que los otros hubieran aprendido a llamarlo así sin vacilar. Pero ¿por qué no iba a tener un nombre grandioso? Un nombre de alcurnia. ¿No era Philen tan bueno como cualquiera de los «nobles» que estaban sentados allí en sus sitios?
Oh, era igual de bueno. Mejor, incluso. Sí, lo habían llamado skaa… pero durante aquellos años habían acudido a él en momentos de necesidad, y por eso sus arrogantes miradas despectivas carecían de poder. Había visto su inseguridad. Lo necesitaban. A un hombre al que llamaban skaa. Pero también era mercader. Un mercader que no era noble. Algo que se suponía que no tenía que existir en el perfecto imperio del lord Legislador.
Los mercaderes nobles tenían que trabajar con los obligadores y, donde había obligadores, no podía hacerse nada ilegalmente. Y ahí entraba Philen. Había sido una especie de… intermediario. Un hombre capaz de concertar acuerdos entre partes interesadas que, por diversos motivos, querían evitar los ojos vigilantes de los obligadores del lord Legislador. Philen no había formado parte de ninguna banda de ladrones…, no, eso era demasiado peligroso. Y demasiado mundano.
Había nacido con un ojo para las finanzas y el comercio. Le dabas dos piedras y tenía una cantera al final de la semana. Le dabas el radio de una rueda y lo convertía en un bello carruaje tirado por caballos. Dos mazorcas de maíz, y acababa con un enorme cargamento de grano dirigido a los mercados del Dominio Lejano. Los nobles eran quienes se encargaban del comercio, naturalmente, pero era Philen quien estaba detrás de todo. Tenía un enorme imperio propio.
Y, sin embargo, seguían sin verlo. Llevaba un traje tan bueno como el que más; ahora que podía comerciar abiertamente, se había convertido en uno de los hombres más ricos de Luthadel. Pero los nobles lo ignoraban, solo porque carecía de pedigrí.
Bien, ya verían. Después de la reunión de aquel día…, sí, ya verían. Philen contempló la multitud, buscando ansiosamente a la persona que había ocultado entre ella. Más tranquilo, miró a los nobles de la Asamblea, que charlaban a cierta distancia, en sus asientos. Uno de sus últimos miembros, lord Ferson Penrod, acababa de llegar. El anciano se acercó al estrado, pasando junto a los demás y saludando a cada uno de ellos.
—Philen —dijo Penrod, al reparar en él—. Un nuevo traje, ya veo. El chaleco rojo te sienta bien.
—¡Lord Penrod! Vaya, tiene usted buen aspecto. ¿Se ha recuperado de la indisposición de anoche?
—Sí, se me pasó rápido —dijo Penrod, asintiendo con su cabeza coronada de pelo plateado—. Solo era una ligera afección estomacal.
Lástima, pensó Philen, sonriendo.
—Bueno, será mejor que nos sentemos. Aunque veo que el joven Venture no ha llegado…
—Sí —dijo Penrod, frunciendo el ceño. Había sido el más difícil de convencer para que votara contra Venture; parecía apreciar al muchacho. Había cedido al final. Todos lo habían hecho.
Penrod continuó su camino y se reunió con los demás nobles. El viejo idiota probablemente pensaba que iba a acabar siendo rey. Bueno, Philen tenía otros planes para ese trono. No era el trasero de Philen el que se sentaría en él, por supuesto: no tenía ningún interés en gobernar un país. Parecía una manera terrible de ganar dinero. Vender cosas. Eso era mucho mejor, más estable, y era menos probable perder la cabeza.
Oh, pero Philen tenía planes. Los había tenido siempre. Tenía que tratar de no mirar de nuevo la multitud. Así que se volvió a estudiar la Asamblea. Habían llegado todos menos Venture. Siete nobles, ocho comerciantes y ocho obreros skaa: veinticuatro, con Venture. La división en tres grupos se suponía que daba a los villanos más poder, ya que superaban en número a los nobles. Ni siquiera Venture había comprendido que los comerciantes no eran skaa.
Philen arrugó la nariz. Aunque los miembros skaa de la Asamblea normalmente se lavaban antes de ir a las reuniones, notaba en ellos el hedor de las fraguas, las fábricas y las tiendas. Hombres que hacían cosas. Philen tendría que asegurarse de que volvieran a ser puestos en su sitio cuando aquello terminara. Una Asamblea era una idea interesante, pero debía estar compuesta solo por aquellos que se lo merecían. Hombres como Philen.
Lord Philen, pensó. Dentro de poco.
Con suerte, Elend llegaría tarde. Así tal vez se ahorrarían su discurso. Philen podía imaginar cómo iba a ser de todas formas.
Hmm, esto…, bueno, veamos, esto no ha sido justo. Yo debería ser rey. Dejadme leeros un libro para explicar por qué. Hmm, esto… ¿podéis por favor dar más dinero para los skaa?
Philen sonrió.
El hombre que estaba a su lado, Getrue, le dio un codazo.
—¿Crees que aparecerá? —susurró.
—Probablemente, no. Debe saber que no lo queremos. Lo echamos a patadas, ¿no?
Getrue se encogió de hombros. Había ganado peso desde el Colapso…, un montón.
—No sé, Lin. Quiero decir… no lo encarcelamos. Es que él era… Los ejércitos… Tenemos que tener un rey fuerte, ¿no? Alguien que impida que la ciudad caiga.
—Naturalmente. Y no me llamo Lin.
Getrue se ruborizó.
—Lo siento.
—Hicimos lo adecuado —continuó Philen—. Venture es un hombre débil. Un necio.
—Yo no diría eso. Tiene buenas ideas… —Getrue agachó la cabeza, incómodo.
Philen bufó, mirando el reloj. Era la hora, aunque no podía oír las campanadas por el ruido de la muchedumbre.
Las reuniones de la Asamblea eran multitudinarias desde la caída de Venture. Había bancos ante el estrado, repletos de gente, sobre todo skaa. Philen no estaba seguro de por qué les permitían asistir. No podían votar ni nada.
Más tonterías de Venture, pensó, sacudiendo la cabeza. Al fondo de la sala, detrás de la multitud, frente al estrado, había dos grandes puertas que dejaban pasar la roja luz del sol. Philen hizo un gesto con la cabeza y unos hombres las cerraron. La multitud guardó silencio.
Philen se levantó para dirigirse a la Asamblea.
—Bueno, puesto que…
Las puertas de la sala se abrieron de golpe. Un hombre vestido de blanco apareció en el umbral, acompañado de un grupito de personas, recortado por la luz roja. Elend Venture. Philen ladeó la cabeza, frunciendo el ceño.
El ex rey avanzó, con la blanca capa ondeando. Su nacida de la bruma iba a su lado, como de costumbre, pero llevaba vestido. Por las pocas veces que Philen había hablado con ella, había esperado verla comportarse con torpeza con un atuendo de noble. Sin embargo, parecía llevarlo bien, y caminaba con gracia. De hecho, le pareció bastante atractiva.
Al menos hasta que Philen la miró a los ojos. No miraba con aprecio a los miembros de la Asamblea, y Philen desvió la mirada. Venture había traído a todos sus alománticos: los antiguos hampones de la banda del Superviviente. Al parecer, quería recordar a todo el mundo quiénes eran sus amigos. Hombres poderosos. Hombres aterradores.
Hombres que mataban dioses.
Y Elend tenía no a uno, sino a dos terrisanos con él. Uno era solo una mujer (Philen nunca había visto a una terrisana hasta entonces), pero no por eso era menos impresionante. Todos habían oído hablar de cómo los mayordomos habían dejado a sus señores después del Colapso: se habían negado a seguir siendo sirvientes. ¿Dónde había encontrado Venture no a uno, sino a dos mayordomos de túnica pintoresca para servirle?
La multitud permaneció en silencio, observando a Venture. Algunos parecían incómodos. ¿Cómo iban a tratar a ese hombre? Otros parecían… ¿asombrados? ¿Era eso? ¿A quién podía asombrar Elend Venture aunque fuera bien afeitado, bien peinado, llevara ropa nueva y…? Philen frunció el ceño. ¿Era eso que llevaba un bastón de duelos? ¿Y un sabueso a su lado?
¡Ya no es rey!, volvió a recordarse Philen.
Venture se acercó al estrado. Se volvió e indicó a los suyos, a los ocho, que se sentaran con los guardias. Venture entonces se dio la vuelta y miró a Philen.
—Philen, ¿querías decir algo?
Philen se dio cuenta de que todavía estaba de pie.
—Yo… tan solo…
—¿Eres el canciller de la Asamblea? —preguntó Elend.
Philen vaciló.
—¿Canciller?
—El rey preside las reuniones de la Asamblea —dijo Elend—. Ahora no tenemos rey… y por eso, según la ley, la Asamblea debería haber elegido un canciller que llame a los oradores, adjudique los tiempos de intervención y cuyo voto pueda deshacer los empates. —Calló, mirando a Philen—. Alguien tiene que liderar. De lo contrario, será el caos.
A su pesar, Philen se puso nervioso. ¿Sabía Venture que había organizado la votación contra él? No, no lo sabía, no podía saberlo. Miraba a cada uno de los miembros de la Asamblea por turno, a los ojos. No había en él ni rastro del muchacho jovial y ridículo que había asistido a esas reuniones hasta entonces. Allí de pie, con el uniforme militar, firme en vez de vacilante…, casi parecía una persona distinta.
Por lo visto has encontrado un asesor, pensó Philen. Un poco tarde. Espera…
Philen se sentó.
—Lo cierto es que no hemos tenido oportunidad de elegir a un canciller —dijo—. Íbamos a hacerlo.
Elend asintió, mientras una docena de instrucciones diferentes resonaban en su cabeza. Mantén contacto visual. Usa expresiones sutiles, pero firmes. Que no parezca que tienes prisa, pero tampoco vaciles. Siéntate sin agitarte, no arrastres los pies, mantén una postura recta, no cierres los puños cuando estés nervioso…
Dirigió una rápida mirada a Tindwyl. Ella asintió con la cabeza.
Adelante, El, se dijo. Que noten las diferencias que hay en ti.
Se dispuso a tomar asiento y saludó con la cabeza a los otros siete nobles de la Asamblea.
—Muy bien —dijo, tomando la palabra—. Entonces, ¿puedo proponer a un canciller?
—¿Tú mismo? —preguntó Dridel, uno de los nobles; su mueca de desdén era permanente, según recordaba Elend. Era una expresión pasablemente apropiada para alguien con un rostro afilado y un cabello oscuro como los suyos.
—No —respondió Elend—. No soy imparcial en el protocolo de hoy. Por tanto, propongo a lord Penrod. Es un hombre honrado como no hay otro, y creo que podemos confiar en que medie en nuestras discusiones.
El grupo permaneció en silencio durante un momento.
—Parece lógico —dijo por fin Hettel, un forjador.
—¿Todos a favor? —preguntó Elend, levantando la mano. Contó dieciocho manos: todos los skaa, la mayoría de los nobles, solo uno de los comerciantes. No obstante, eran la mayoría.
Elend se volvió hacia lord Penrod.
—Creo que eso significa que estás al cargo, Ferson.
El anciano asintió apreciativamente y se puso en pie para inaugurar formalmente la sesión, algo que Elend había hecho una vez. Los modales de Penrod eran cultivados, su postura fuerte, iba ataviado con su elegante traje. Elend no pudo evitar sentir un poco de envidia al ver a Penrod hacer con tanta naturalidad las cosas que él se estaba esforzando por aprender.
Tal vez sería mejor rey que yo. Tal vez… No, se dijo con firmeza. Tengo que tener confianza. Penrod es un hombre decente y un noble impecable, pero esas cosas no crean un líder. No ha leído lo que he leído yo, y no comprende la teoría legal como yo lo hago. Es un buen hombre, pero sigue siendo producto de su sociedad. No considera animales a los skaa, pero nunca podrá considerarlos sus iguales.
Penrod terminó y se volvió hacia Elend.
—Lord Venture, tú convocaste esta reunión. Creo que la ley te concede la oportunidad de dirigirte el primero a la Asamblea.
Elend asintió, agradecido, y se puso en pie.
—¿Serán veinte minutos suficiente tiempo? —preguntó Penrod.
—Deberían serlo —dijo Elend, cambiando de sitio con Penrod. Se detuvo junto al atril. A su derecha, la sala estaba repleta de gente que se agitaba, tosía, susurraba. Había tensión: era la primera vez que Elend se enfrentaba al grupo que lo había traicionado.
»Como muchos de vosotros sabéis —dijo a los veintitrés miembros de la Asamblea—, regresé hace poco de una reunión con Straff Venture, el señor de la guerra, que, desgraciadamente, es mi padre. Me gustaría informar de ese encuentro. Como se trata de una reunión a puertas abiertas, evitaré en mi informe mencionar asuntos delicados para la seguridad nacional.
Hizo una breve pausa y vio las miradas de confusión que ya esperaba. Finalmente, Philen el mercader se aclaró la garganta.
—¿Sí, Philen? —preguntó.
—Todo esto está muy bien, Elend. Pero ¿no vas a referirte al asunto que nos ha traído aquí?
—El motivo por el que nos reunimos es para discutir cómo mantener a Luthadel a salvo y próspera —dijo Elend—. Creo que la gente está más preocupada por esos ejércitos… y deberíamos, principalmente, dirigirnos a sus preocupaciones. Los asuntos del liderazgo de la Asamblea pueden esperar.
—Yo… comprendo —dijo Philen, claramente confuso.
—El tiempo es tuyo, lord Venture —dijo Penrod—. Procede como quieras.
—Gracias, canciller —dijo Elend—. Deseo dejar muy claro que mi padre no va a atacar la ciudad. Puedo comprender la preocupación de la gente, sobre todo después del ataque preliminar de la semana pasada contra nuestras murallas. Eso, sin embargo, fue solo una prueba: Straff teme que atacar demasiado en serio comprometa todos sus recursos.
»Durante nuestra reunión, Straff me dijo que había hecho una alianza con Cett. Sin embargo, creo que se trataba de un farol…, aunque, desgraciadamente, sea un farol con mordiente. Sospecho que, en efecto, planeaba atacarnos, a pesar de la presencia de Cett. Ese ataque ha sido suspendido.
—¿Por qué? —preguntó uno de los obreros representantes—. ¿Porque eres su hijo?
—En realidad, no. Straff no es de los que dejan que las relaciones familiares interfieran en sus decisiones. —Elend hizo una pausa y miró a Vin. Estaba empezando a comprender que a ella no le gustaba ser la que amenazara con el cuchillo la garganta de Straff, pero le había dado permiso para mencionarla en su discurso.
Sin embargo…
Dijo que no importaba. ¡No voy a elegir mi deber por encima de ella!
—Vamos, Elend —dijo Philen—. Basta de comedia. ¿Qué le prometiste a Straff para que mantuviera a su ejército fuera de la ciudad?
—Lo amenacé. Compañeros miembros de la Asamblea, cuando me enfrenté a mi padre me di cuenta de que nosotros, como grupo, hemos ignorado uno de nuestros mayores recursos. Nos consideramos un cuerpo honorable, creado por el mandato del pueblo. Sin embargo, no estamos aquí por nada que hayamos hecho ninguno de nosotros. Solo hay un motivo por el que tenemos el puesto que ocupamos… y ese motivo es el Superviviente de Hathsin. —Elend miró a los ojos a los miembros de la Asamblea mientras continuaba—. En ocasiones he pensado lo mismo que vosotros. El Superviviente es ya una leyenda, y no podemos esperar emularlo. Tiene poder sobre este pueblo, un poder mayor que el nuestro, aunque esté muerto. Nos sentimos celosos. Incluso inseguros. Son sentimientos humanos y naturales. Los líderes los tienen como cualquier otra persona…, quizás incluso más.
»Caballeros, no podemos permitirnos seguir pensando así. El legado del Superviviente no pertenece a un grupo, ni a esta ciudad sola. Es nuestro progenitor, el padre de todo el que es libre en esta tierra. Aceptemos o no su autoridad religiosa, tenemos que admitir que sin su valentía y sacrificio no disfrutaríamos de nuestra libertad actual.
—¿Qué tiene eso que ver con Straff? —replicó Philen.
—Todo —contestó Elend—. Pues, aunque el Superviviente ya no está, su legado permanece. Sobre todo, en su aprendiz. —Elend indicó a Vin—. Es la nacida de la bruma más poderosa que existe…, algo que Straff sabe ahora por propia experiencia. Caballeros, conozco el temperamento de mi padre. No atacará esta ciudad mientras tema la venganza de una fuente que no puede detener. Ahora comprende que, si ataca, incurrirá en la ira de la heredera del Superviviente…, una ira que ni siquiera el mismísimo lord Legislador pudo soportar.
Elend guardó silencio y prestó atención a las conversaciones en susurros que tenían lugar entre la multitud. La noticia de lo que acababa de decir llegaría al populacho, y le daría fuerzas. Tal vez, incluso llegaría al ejército de Straff a través de los espías que Elend sabía que tenía que tener entre el público. Ya había visto al alomántico de su padre sentado entre el público, el llamado Zane.
Y cuando la noticia llegara al ejército de Straff, los hombres tal vez se lo pensaran dos veces antes de obedecer ninguna orden para atacar. ¿Quién querría enfrentarse a la misma fuerza que había destruido al lord Legislador? Era una esperanza débil (los hombres del ejército de Straff probablemente no creían todas las historias que se contaban sobre Luthadel), pero cada pequeño esfuerzo por debilitar la moral sería valioso.
Tampoco le venía mal a Elend que lo asociaran un poco más con el Superviviente. Iba a tener que superar su inseguridad: Kelsier había sido un gran hombre, pero estaba muerto. Elend tendría que hacer cuanto estuviera en su mano para encargarse de que el legado del Superviviente continuara.
Pues eso sería lo mejor para su pueblo.
Vin escuchaba el discurso de Elend con un nudo en el estómago.
—¿Estás de acuerdo con esto? —susurró Ham, inclinándose hacia ella, mientras Elend daba un informe más detallado de su visita a Straff.
Vin se encogió de hombros.
—Lo que sea que ayude al reino.
—Nunca te sentiste cómoda con la forma en que Kell se estableció entre los skaa…, ninguno de nosotros lo estuvo.
—Es lo que Elend necesita.
Tindwyl, que estaba sentada en la fila de delante, se volvió y les dirigió una dura mirada. Vin esperaba alguna recriminación por susurrar durante la sesión de la Asamblea, pero al parecer la terrisana tenía un tipo diferente de reproche en mente.
—El rey necesita este eslabón con el Superviviente. Elend tiene muy poca autoridad en la que apoyarse, y Kelsier es ahora mismo el hombre más amado y celebrado de todo el Dominio Central. Al dar a entender que el gobierno fue fundado por el Superviviente, el rey consigue que la gente se lo piense dos veces antes de entrometerse.
Ham asintió, pensativo. Vin, sin embargo, agachó la cabeza. ¿Cuál es el problema? Hace poco empezaba a preguntarme si yo era el Héroe de las Eras, ¿y ahora me preocupa la notoriedad que me está dando Elend?
Quemó bronce, incómoda, sintiendo el pulso lejano. Se volvía cada vez más fuerte…
¡Basta!, se dijo. Sazed no cree que el Héroe vaya a regresar, y conoce las historias mejor que nadie. Fue una tontería, de todas formas. Necesito concentrarme en lo que está pasando aquí.
Después de todo, Zane estaba entre el público.
Vin buscó su rostro cerca del fondo de la sala, y una suave luz de estaño (no lo suficiente para cegarla) le permitió estudiar sus rasgos. Zane no la estaba mirando a ella, sino a la Asamblea. ¿Trabajaba siguiendo órdenes de Straff o esa asistencia era cosa suya? Straff y Cett sin duda tenían espías entre el público… y, naturalmente, Ham había mezclado también guardias entre la gente. Zane la irritó, sin embargo. ¿Por qué no se volvía hacia ella? ¿No estaba…?
Zane la miró a los ojos. Sonrió levemente y luego volvió a estudiar a Elend.
Vin sintió un escalofrío a su pesar. ¿Significaba eso que no la estaba evitando? ¡Concéntrate!, se dijo. Tienes que prestar atención a lo que está diciendo Elend.
Sin embargo, él casi había terminado. Concluyó su discurso con unos cuantos comentarios sobre cómo pensaba que podían mantener desequilibrado a Straff. Una vez más, no pudo entrar demasiado en detalles: no sin revelar secretos. Miró el gran reloj del rincón: había terminado tres minutos antes de lo previsto. Se dispuso a abandonar el atril.
Lord Penrod se aclaró la garganta.
—Elend, ¿no te olvidas de algo?
Elend se detuvo, y luego se volvió a mirar a la Asamblea.
—¿Qué quieres que diga?
—¿No tienes ninguna opinión? —preguntó uno de los obreros skaa—. ¿Sobre… lo que pasó en la última reunión?
—Recibisteis mi misiva —dijo Elend—. Sabéis lo que siento respecto al asunto. No obstante, este foro público no es lugar para hacer acusaciones ni denuncias. La Asamblea es un cuerpo demasiado noble para ese tipo de cosas. Desearía que la Asamblea no hubiera escogido un momento de peligro para dar voz a sus preocupaciones, pero no podemos alterar lo que ha sucedido.
Se dispuso de nuevo a sentarse.
—¿Eso es todo? —preguntó uno de los skaa—. ¿Ni siquiera vas a argumentar en tu favor, a intentar persuadirnos para que volvamos a nombrarte?
Elend volvió a detenerse.
—No —dijo—. No, creo que no. Me habéis hecho saber vuestra opinión y estoy decepcionado. Sin embargo, sois los representantes elegidos por el pueblo. Creo en el poder que se os ha concedido.
»Si tenéis preguntas, o desafíos, gustosamente me defenderé. No obstante, no voy a ponerme a predicar mis virtudes. Todos me conocéis. Sabéis lo que puedo hacer, y lo que pretendo hacer, por esta ciudad y por las poblaciones aledañas. Que ese sea mi argumento.
Regresó a su asiento. Vin pudo ver que Tindwyl empezaba a fruncir el ceño. Elend no había dado el discurso que habían preparado entre ambos, que ofrecía a la Asamblea los argumentos que obviamente estaba esperando.
¿Por qué el cambio?, se preguntó Vin. Estaba claro que Tindwyl no consideraba que fuera una buena idea. Y, sin embargo, extrañamente, Vin confiaba más en el instinto de Elend que en el de Tindwyl.
—Bien —dijo lord Penrod, acercándose de nuevo al atril—. Gracias por ese informe, lord Venture. No estoy seguro de que tengamos otros asuntos del día…
—¿Lord Penrod? —preguntó Elend.
—¿Sí?
—¿No deberías tal vez iniciar las candidaturas?
Lord Penrod frunció el ceño.
—Las candidaturas a rey, Penrod —replicó Philen.
Vin vaciló, observando al comerciante. Parece muy al tanto de todo, advirtió.
—Sí —dijo Elend, mirando también a Philen—. Para que la Asamblea escoja un nuevo rey hay que presentar a los candidatos al menos tres días antes de la votación. Sugiero que hagamos ahora las nominaciones, para poder votar lo más pronto posible. La ciudad sufre cada día sin un líder. —Elend calló, luego sonrió—. A menos, naturalmente, que pretendáis dejar pasar el mes sin elegir a un nuevo rey…
Es bueno confirmar que sigue queriendo la corona, pensó Vin.
—Gracias, lord Venture —dijo Penrod—. Lo haremos ahora, pues… Y, ¿cómo lo hacemos exactamente?
—Cada miembro de la Asamblea puede hacer una nominación, si lo desea —dijo Elend—. Para que no nos sobrecarguemos con opciones, yo recomendaría que todos hagamos uso de la moderación y elijamos solamente a alguien que honrada y sinceramente creamos que será el mejor rey. Si tenéis una nominación que hacer, podéis levantaros y anunciarlo al resto del grupo.
Penrod asintió y regresó a su asiento. Sin embargo, no había acabado de sentarse cuando uno de los skaa se levantó.
—Yo propongo a lord Penrod.
Elend tendría que haberlo esperado, pensó Vin, después de proponer a Penrod como canciller. ¿Por qué darle semejante autoridad a un hombre que sabía que iba a ser su mayor competidor por el trono?
La respuesta era sencilla. Porque Elend sabía que lord Penrod era la mejor opción para canciller. A veces es incluso demasiado honrado, pensó Vin, no por primera vez. Se volvió a estudiar al skaa que había nominado a Penrod. ¿Por qué los skaa se unían tan rápidamente detrás de un noble?
Sospechaba que seguía siendo demasiado pronto. Los skaa estaban acostumbrados a ser dirigidos por los nobles, e incluso a pesar de su libertad eran tradicionalistas…, más tradicionalistas, de hecho, que los nobles. Un hombre como Penrod (tranquilo, imponente) parecía mejor dotado para ser rey que un skaa.
Con el tiempo, tendrán que superarlo, pensó Vin. Al menos, lo harán si alguna vez se convierten en las personas que Elend quiere que sean.
La sala permaneció en silencio, sin que se hiciera ninguna otra nominación. Unas cuantas personas del público tosieron, e incluso los susurros se habían apagado ya. Finalmente, lord Penrod se levantó.
—Yo propongo a lord Venture —dijo.
—Ah… —susurró alguien detrás de Vin.
Se volvió y vio a Brisa.
—¿Qué? —susurró.
—Brillante —contestó Brisa—. ¿No lo ves? Penrod es un hombre de honor. O al menos tanto como lo son los nobles…, lo que significa que insiste en que se le considere un hombre de honor. Elend ha propuesto a Penrod como canciller.
Esperando, a cambio, que Penrod se sintiera obligado a proponer a Elend para rey, se dijo Vin. Miró a Elend y advirtió una leve sonrisa en sus labios. ¿Había preparado de verdad esa jugada? Parecía un movimiento sutil digno del propio Brisa.
Brisa sacudió la cabeza apreciativamente.
—No solo Elend no ha tenido que nominarse a sí mismo, cosa que le habría hecho parecer desesperado, sino que ahora todos en la Asamblea piensan que el hombre al que respetan, el hombre que probablemente elegirían como rey, preferiría que Elend tenga ese título. Brillante.
Penrod se sentó, y la sala permaneció en silencio. Vin sospechaba que también había hecho la nominación para no acceder al trono sin oposición. Probablemente toda la Asamblea pensaba que Elend merecía una oportunidad para recuperar su título; simplemente, Penrod era lo suficientemente honrado para expresarlo en voz alta.
Pero ¿qué hay de los comerciantes? Tienen que tener su propio plan. Elend pensaba que probablemente Philen era quien había organizado la votación contra él. Querían a uno de los suyos en el trono, alguien que pudiera abrir las puertas de la ciudad a cualquiera de los dos reyes que los estaban manipulando… o al que pagara mejor.
Vin estudió al grupo de ocho hombres vestidos con trajes incluso más elegantes que los de los nobles. Todos parecían estarse sometiendo a los caprichos de un solo hombre. ¿Qué planeaba Philen?
Uno de los comerciantes hizo amago de levantarse, pero Philen le dirigió una dura mirada. El hombre no se levantó. Philen permaneció sentado, en silencio, con un bastón de duelos cruzado sobre el regazo. Finalmente, cuando la mayoría hubo advertido que el comerciante miraba a los reunidos, se puso lentamente en pie.
—Yo tengo mi propuesta —dijo.
Alguno de los skaa bufó.
—¿Quién está siendo ahora melodramático, Philen? —dijo uno de los asamblearios—. Adelante, hazlo: nomínate a ti mismo.
Philen alzó una ceja.
—No, no voy a nominarme a mí mismo.
Vin frunció el ceño y vio confusión en los ojos de Elend.
—Aunque me halaga —continuó Philen—, no soy más que un simple comerciante. No, creo que el rey debe ser alguien más especializado. Dime, lord Venture, ¿solo podemos proponer a miembros de la Asamblea?
—No —contestó Elend—. El rey no tiene que pertenecer a la Asamblea: yo acepté el puesto después. El principal deber del rey es crear la ley, y luego hacerla cumplir. La Asamblea es solo un consejo asesor con cierto poder compensatorio. El rey puede ser cualquiera… Lo cierto es que esperaba que el título fuera hereditario. No esperaba… que ciertos artículos fueran invocados tan rápidamente.
—Ah, sí —dijo Philen—. Bien, pues. Creo que el título deber ser para alguien que tenga práctica con él. Alguien que se haya mostrado hábil en el liderazgo. ¡Por tanto, propongo a lord Ashweather Cett para ser nuestro rey!
¿Qué?, pensó Vin, incrédula, mientras Philen se volvía y señalaba al público. Un hombre allí sentado se despojó de su capa de skaa y reveló un traje y un rostro barbudo.
—Oh, cielos… —dijo Brisa.
—¿Es él de verdad? —preguntó Vin mientras un murmullo recorría la sala.
Brisa asintió.
—Oh, es él. Lord Cett en persona. —Calló y la miró—. Creo que tenemos problemas.