Hubo otras pruebas que relacionaban a Alendi con el Héroe de las Eras. Cosas más pequeñas, cosas que solo alguien entrenado en la tradición de la Anticipación hubiera advertido. La marca de nacimiento en su brazo. La manera en que su pelo se volvió gris cuando apenas tenía veinticinco años. La manera de hablar, la manera de tratar a la gente, la manera de gobernar.
Simplemente, parecía encajar.
29
—Dime, ama —preguntó OreSeur, tumbado perezosamente, la cabeza sobre las patas—, llevo con los humanos un buen montón de años. Tenía la impresión de que necesitaban dormir regularmente. Supongo que estaba equivocado.
Vin estaba sentada en un saliente de piedra de la muralla, con una pierna recogida contra el pecho, la otra colgando en el vacío. Las torres de la fortaleza Hasting eran sombras oscuras en las brumas a su derecha y a su izquierda.
—Yo duermo —dijo.
—Ocasionalmente. —OreSeur bostezó, sacando la lengua. ¿Estaba adoptando más modales caninos?
Vin miró hacia el este, sobre la ciudad dormida de Luthadel. Había fuego en la distancia, una luz creciente demasiado grande para ser producto del hombre. Había llegado el amanecer. Otra noche había pasado, casi una semana después de que Elend y ella visitaran el campamento de Straff. Zane todavía no había aparecido.
—Estás quemando peltre, ¿verdad? —preguntó OreSeur—. ¿Para permanecer despierta?
Vin asintió. Quemando un poco de peltre, su fatiga era solo una molestia menor. Podía sentirla en su interior, si se concentraba, pero no tenía ningún poder sobre ella. Sus sentidos eran agudos, su cuerpo seguía fuerte. Ni siquiera el frío de la noche le resultaba molesto. Sin embargo, en el momento en que apagara su peltre, sentiría todo el agotamiento de golpe.
—Eso no puede ser sano, ama. Apenas duermes tres o cuatro horas al día. Nadie, sea nacido de la bruma, hombre o kandra, puede vivir así mucho tiempo.
Vin agachó la cabeza. ¿Cómo podía explicar su extraño insomnio? Debía superarlo; ya no tenía que temer a los otros miembros de la banda que la rodeaban. Sin embargo, no importaba cuánto se agotara, cada vez le costaba más y más trabajo dormir. ¿Cómo podía hacerlo con aquel suave golpeteo en la distancia?
Por algún motivo, parecía estar acercándose. ¿O simplemente se hacía más fuerte? Oigo los sonidos rítmicos de las alturas, los pulsos de las montañas… Palabras del libro de viaje.
¿Cómo podía dormir sabiendo que el espíritu la observaba desde la bruma, ominoso y lleno de odio? ¿Cómo podía dormir cuando había ejércitos que amenazaban con masacrar a sus amigos, cuando a Elend le habían arrebatado su reino, cuando todo lo que creía conocer y amar se volvía confuso y oscuro?
Cuando, finalmente, me acuesto, el sueño me rehúye. Los mismos pensamientos que me perturban durante el día aumentan en la quietud de la noche…
OreSeur volvió a bostezar.
—No va a venir, ama.
Vin se volvió, frunciendo el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Este es el sitio donde te enfrentaste a Zane la última vez —dijo OreSeur—. Estás esperando a que venga.
Vin vaciló.
—Me vendría bien un poco de ejercicio —dijo por fin.
Las luces continuaron creciendo en el este, iluminando lentamente las brumas. Estas, sin embargo, persistieron, reacias a ceder ante el sol.
—No deberías permitir que ese hombre te influya tanto, ama. No creo que sea la persona que crees que es.
Vin frunció el ceño.
—Es mi enemigo. ¿Qué otra cosa puedo creer?
—No lo tratas como a un enemigo, ama.
—Bueno, no ha atacado a Elend —dijo Vin—. Tal vez Zane no esté totalmente bajo el control de Straff.
OreSeur permaneció en silencio, la cabeza sobre las patas. Luego volvió la mirada.
—¿Qué? —preguntó Vin.
—Nada, ama. Creeré lo que se me dice.
—Oh, no —dijo Vin, girándose en el saliente para mirarlo—. No me vengas otra vez con esa excusa. ¿Qué estabas pensando?
OreSeur suspiró.
—Estaba pensando, ama, que tu obsesión por Zane es desconcertante.
—¿Obsesión? Tan solo lo estoy vigilando. No me gusta tener otro nacido de la bruma, enemigo o no, correteando por mi ciudad. ¿Quién sabe qué podría estar tramando?
OreSeur frunció el ceño, pero no dijo nada.
—¡OreSeur, si tienes cosas que decir, habla!
—Pido disculpas, ama. No estoy acostumbrado a charlar con mis amos… sobre todo sinceramente.
—No pasa nada. Puedes hablar.
—Bueno, ama —dijo OreSeur, levantando la cabeza—. No me gusta ese Zane.
—¿Qué sabes de él?
—Lo mismo que tú —admitió OreSeur—. Sin embargo, la mayoría de los kandra son muy buenos jueces de carácter. Cuando practicas la imitación durante tanto tiempo como yo, aprendes a ver el corazón de los hombres. No me gusta lo que he visto de Zane. Parece demasiado satisfecho consigo mismo. Parece demasiado deliberada la forma en que se hizo amigo tuyo. Me hace sentir incómodo.
Vin se sentó en el saliente, con las piernas abiertas y las manos ante ellas con las palmas hacia abajo, descansando en la fría piedra. Puede que tenga razón.
Pero OreSeur no había volado con Zane, no se había entrenado en las brumas. Aunque no era culpa suya, OreSeur era igual que Elend. No era alomántico. Ninguno de los dos podía comprender qué era volar con un empujón de acero, avivar estaño y experimentar la súbita sacudida de cinco sentidos amplificados. No podían saberlo. No podían comprender.
Vin se echó hacia atrás. Observó al sabueso a la luz del amanecer. Había algo que quería mencionarle, y ese parecía un momento tan bueno como cualquier otro.
—OreSeur, puedes cambiar de cuerpo, si quieres.
El sabueso alzó una ceja.
—Tenemos esos huesos que encontramos en el palacio —dijo Vin—. Puedes usarlos, si estás cansado de ser un perro.
—No podría usarlos —contestó OreSeur—. No he digerido su cuerpo… no sabría la disposición adecuada de músculos y órganos para que la persona tuviera el aspecto correcto.
—Bueno, entonces podemos buscarte un criminal.
—Creía que te gustaban estos huesos.
—Me gustan. Pero no quiero que estés en un cuerpo que te hace infeliz.
OreSeur bufó.
—Mi felicidad no es importante.
—Para mí lo es. Podríamos…
—Ama —interrumpió OreSeur.
—¿Sí?
—Conservaré estos huesos. Me he acostumbrado a ellos. Es muy frustrante cambiar de forma a menudo.
Vin vaciló.
—Muy bien —dijo por fin.
OreSeur asintió.
—Aunque, hablando de cuerpos, ama, ¿estás pensando en volver al palacio? No todos tenemos la constitución de un nacido de la bruma…, algunos también necesitamos comer y dormir de vez en cuando.
Desde luego, ahora se queja mucho más, pensó Vin. Sin embargo, esa actitud le parecía un buen signo: significaba que OreSeur se sentía más cómodo con ella. Lo suficiente para decirle cuándo pensaba que se estaba comportando como una tonta.
¿Por qué pierdo el tiempo con Zane?, pensó, y se levantó y volvió la mirada hacia el norte. La bruma era todavía moderadamente densa y apenas pudo distinguir el ejército de Straff, todavía concentrado en el canal norte, manteniendo el asedio. Estaba allí como una araña, esperando el momento adecuado para saltar.
Se dijo que debía concentrarse más en Elend. Sus mociones para descartar la decisión de la Asamblea, o para forzar una nueva votación, habían fracasado todas. Y, testarudamente legal como siempre, Elend continuaba aceptando sus fracasos. Seguía pensando que tenía una posibilidad de convencer a la Asamblea para que lo eligiera rey… o al menos para que no optara por nadie más para el puesto.
Y por eso redactaba discursos y hacía planes con Brisa y Dockson. Esto le dejaba poco tiempo para Vin, y era bueno. Lo último que necesitaba era que ella lo distrajera. Era algo en lo que no podía ayudarlo, algo que no podía combatir ni espantar.
Su mundo es de papeles, libros, leyes y teorías, pensó. Cabalga las palabras como yo cabalgo las brumas. Siempre me preocupa que no pueda comprenderme… pero ¿puedo yo comprenderlo realmente a él?
OreSeur se levantó, se desperezó y apoyó las patas sobre la balaustrada para poder mirar al norte, como Vin.
Ella sacudió la cabeza.
—A veces, desearía que Elend no fuera tan… bueno, tan noble. La ciudad no necesita esta confusión ahora mismo.
—Hizo lo adecuado, ama.
—¿Eso crees?
—Naturalmente. Tenía un contrato. Su deber es cumplir ese contrato, no importa a qué precio. Debe servir a su amo…, en este caso la ciudad, aunque ese amo le obligue a hacer algo muy desagradable.
—Es una forma muy kandra de ver las cosas.
OreSeur la miró, alzando una ceja canina, como diciendo: «Bueno, ¿y qué esperabas?». Ella sonrió. Tenía que aguantarse la risa cada vez que veía aquella expresión en su cara de perro.
—Vamos —dijo—. Volvamos al palacio.
—Excelente —contestó OreSeur, incorporándose—. Esa carne que aparté debe de estar ya perfecta.
—A menos que las criadas hayan vuelto a encontrarla —dijo Vin con una sonrisa.
La expresión de OreSeur se ensombreció.
—Creía que ibas a advertírselo.
—¿Y qué podría decirles? —preguntó Vin, divertida—. Por favor, no tiréis esta carne rancia, a mi perro le gusta comérsela.
—¿Por qué no? Cuando imito a un humano casi nunca consigo comer bien, pero los perros comen carne añeja a veces, ¿no?
—Sinceramente, no lo sé.
—La carne añeja es deliciosa.
—Querrás decir podrida.
—Añeja —insistió OreSeur, mientras ella lo tomaba en brazos para llevarlo abajo. La cima de la fortaleza Hasting tenía sus buenos treinta metros de altura, demasiada para que OreSeur pudiera saltar, y el único camino para bajar era a través de la fortaleza abandonada. Era mejor llevarlo en brazos.
—La carne añeja es como el vino añejo o el queso añejo —continuó OreSeur—. Sabe mejor cuando tiene unas cuantas semanas.
Supongo que es uno de los efectos secundarios de ser pariente de los carroñeros, pensó Vin. Saltó de la muralla arrojando unas cuantas monedas. Sin embargo, cuando se disponía a impulsarse, con OreSeur convertido en una pesada carga en sus brazos, vaciló. Se volvió una vez más a contemplar el ejército de Straff. Ya era plenamente visible; el sol había rebasado por completo el horizonte. No obstante, unos cuantos jirones insistentes de bruma tintineaban en el aire, como intentando desafiar al sol, para continuar cubriendo la ciudad y repeler la luz del día.
¡Lord Legislador!, pensó Vin, golpeada por una repentina revelación. Había estado tanto tiempo dándole vueltas al problema que había empezado a sentirse frustrada. Y, sin embargo, cuando lo olvidaba se le presentaba la respuesta. Como si su subconsciente hubiera seguido desmenuzándolo.
—¿Ama? —preguntó OreSeur—. ¿Va todo bien?
Vin entreabrió la boca, ladeando la cabeza.
—Creo que acabo de comprender qué era la Profundidad.