Curiosamente fue la sencilla ingenuidad de Alendi lo que me llevó al principio a hacerme amigo suyo. Lo empleé como ayudante durante sus primeros meses en la gran ciudad.

11

Por segunda vez en dos días Elend se encaramó a las murallas de Luthadel para estudiar a un ejército que quería invadir su reino. Entornó los ojos contra el rojo sol de la tarde, pero no era un ojo de estaño: no pudo distinguir detalles de los recién llegados.

—¿Hay alguna posibilidad de que estén aquí para ayudarnos? —preguntó esperanzado mirando a Clubs, que estaba de pie a su lado.

Clubs frunció el ceño.

—Ondea el estandarte de Cett. ¿Lo recuerdas? El que envió a ocho asesinos alománticos a matarte hace dos días.

Elend se estremeció en el frío de otoño y contempló el segundo ejército. Estaba acampando a buena distancia de las tropas de Straff, cerca del canal Luth-Davn, que se extendía al oeste del río Channerel. Vin se encontraba junto a Elend, aunque era Ham quien organizaba la guardia de la ciudad. OreSeur, con el cuerpo del perro, estaba sentado pacientemente en la muralla a los pies de Vin.

—¿Cómo no los hemos visto llegar? —preguntó Elend.

—Por Straff —respondió Clubs—. Este Cett vino de la misma dirección que él y nuestros exploradores estaban concentrados en su ejército. Straff probablemente supo de su existencia hace unos cuantos días, pero nosotros no hemos podido verlos.

Elend asintió.

—Straff está emplazando soldados para vigilar al ejército enemigo —dijo Vin—. Dudo que sean amigos entre sí.

Estaba encima de una almena, con los pies peligrosamente cerca del borde de la muralla.

—Tal vez se ataquen —deseó Elend.

Clubs hizo una mueca.

—Lo dudo. Están demasiado igualados, aunque Straff podría ser un poco más fuerte. Dudo que Cett corra el riesgo de atacarlo.

—¿Por qué viene, entonces? —preguntó Elend.

Clubs se encogió de hombros.

—Tal vez esperaba llegar antes que Venture a Luthadel, y tomarla primero.

Hablaba del hecho, la toma de Luthadel, como si fuera algo seguro. A Elend le dio un vuelco el estómago mientras se apoyaba contra el parapeto y se asomaba. Vin y los demás eran ladrones y alománticos skaa, parias perseguidos durante casi toda la vida. Tal vez estaban acostumbrados a tratar con esa presión, con ese miedo, pero Elend no.

¿Cómo vivían con la falta de control, con la sensación de inevitabilidad? Elend se sentía carente de poder. ¿Qué podía hacer? ¿Huir y dejar que la ciudad se defendiera sola? Esa, por supuesto, no era una opción. Pero, enfrentado no a uno sino a dos ejércitos que se preparaban para destruir su ciudad y arrebatarle el trono, a Elend le resultaba difícil mantener las manos firmes mientras se aferraba al parapeto de piedra.

Kelsier habría encontrado un modo para salir de esta, pensó.

—¡Allí! —La voz de Vin sacó a Elend de su ensimismamiento—. ¿Qué es eso?

Elend se volvió. Vin, con los ojos entornados, miraba hacia el ejército de Cett y usaba estaño para ver cosas que resultaban invisibles para los mundanos ojos del rey.

—Alguien viene a caballo —dijo.

—¿Un mensajero? —preguntó Clubs.

—Tal vez. Cabalga muy rápido…

Vin empezó a correr de un diente de piedra al siguiente, moviéndose por la muralla. Su kandra la siguió de inmediato, correteando en silencio tras ella.

Elend miró a Clubs, que se encogió de hombros, y la siguieron también. La alcanzaron cerca de una de las torres, desde donde ella contemplaba al jinete. O, al menos, Elend suponía que eso hacía: todavía no podía ver lo que veía ella.

Alomancia, pensó Elend, sacudiendo la cabeza. ¿Por qué no podía tener él al menos un poder… aunque fuera uno de los más débiles, como el cobre o el hierro?

Vin maldijo de repente y se enderezó.

—¡Elend, ese es Brisa!

—¿Qué? ¿Estás segura?

—¡Sí! Lo persiguen. Arqueros a caballo.

Clubs maldijo y llamó rápidamente a un mensajero.

—¡Enviad jinetes! ¡Interrumpid la persecución!

El mensajero echó a correr. Vin, sin embargo, sacudió la cabeza.

—No lo lograrán a tiempo —dijo, casi para sí—. Los arqueros lo alcanzarán, o al menos le dispararán. Ni siquiera yo podría llegar lo bastante rápido, no corriendo. Pero, tal vez…

Elend frunció el ceño.

—Vin, está demasiado lejos para saltar… incluso para ti.

Ella lo miró, sonrió y saltó de la muralla.

Vin preparó el Decimocuarto Elemento, el duralumín. Tenía una reserva, pero no lo quemó… no todavía. Espero que esto funcione, pensó, buscando un anclaje adecuado. La torre que había a su lado tenía un baluarte reforzado de hierro: eso serviría.

Tiró del baluarte, izándose hasta la cima de la torre. Saltó de nuevo inmediatamente, empujándose hacia arriba y hacia fuera, apartándose de la muralla en el aire. Quemó todos sus metales excepto el acero y el peltre.

Entonces, todavía empujando el baluarte, quemó duralumín.

Una súbita fuerza chocó contra ella, tan potente que estuvo segura de que solo un destello de peltre igualmente poderoso mantenía entero su cuerpo. Dejó atrás la fortaleza, recorriendo el cielo como si la hubiera empujado un dios gigantesco e invisible. El aire pasaba tan rápido que rugía y con la presión de la súbita aceleración le costaba pensar.

Dio una voltereta, tratando de recuperar el control. Por fortuna, había elegido bien su trayectoria: volaba hacia Brisa y sus perseguidores. Fuera lo que fuese lo que hubiera hecho Brisa, había sido suficiente para enfurecer a alguien, pues dos docenas de hombres lo perseguían con las flechas preparadas.

Vin cayó, su acero y su peltre completamente consumidos en aquel destello de poder potenciado por el duralumín. Sacó un frasco de su cinturón y apuró el contenido metálico. Sin embargo, mientras arrojaba el frasco, experimentó una profunda sensación de vértigo. No estaba acostumbrada a saltar de día. Era extraño ver el suelo precipitándose hacia ella, era extraño no tener una capa de bruma aleteando a su espalda, era extraño no tener la bruma alrededor…

El primer jinete bajó su arco, apuntando a Brisa. Ninguno parecía haber reparado en Vin, que se cernía sobre ellos como un ave de presa.

Bueno, no se cernía exactamente. Caía como una piedra.

Recuperándose rápidamente, Vin quemó peltre y lanzó una moneda hacia el suelo que tan veloz se acercaba. Empujó la moneda, usándola para frenar su caída y desviarse a un lado. Se situó entre Brisa y los arqueros, aterrizando con estrépito y levantando polvo y tierra.

El arquero disparó.

Mientras rebotaba en una nube de arena, Vin extendió la mano y se impulsó de nuevo hacia arriba, directa hacia la flecha. La empujó. La punta de la flecha se dobló, el astil se partió en el aire y golpeó directamente la frente del arquero que la había disparado.

El hombre se cayó del caballo. Vin aterrizó de nuevo. Empujó contra los cascos de los dos caballos que seguían al líder, haciendo tropezar a los animales. El empujón volvió a lanzar a Vin por los aires, y los relinchos de dolor se mezclaron con el clamor de cuerpos que golpeaban el suelo.

Vin continuó empujando, volando por el camino a unos palmos del suelo hasta que alcanzó a Brisa. El hombretón se volvió asombrado, claramente desconcertado de ver a Vin flotando en el aire tras su caballo al galope, con la ropa aleteando. Ella le hizo un guiño y luego usó su poder y se empujó contra la armadura de otro jinete.

Saltó inmediatamente al aire. Su cuerpo protestó por el súbito cambio de impulso, pero ignoró el latigazo de dolor. El hombre del que tiró consiguió permanecer en su silla… hasta que Vin lo golpeó con los dos pies, derribándolo de espaldas.

Aterrizó en la negra tierra. El jinete se revolcaba junto a ella. No muy lejos, los otros jinetes finalmente detuvieron sus monturas bruscamente a escasos metros de distancia.

Kelsier probablemente hubiese atacado. Eran muchos, cierto, pero llevaban armadura y sus caballos estaban herrados. Vin, sin embargo, no era Kelsier. Había retrasado a los jinetes lo suficiente para que Brisa pudiera escapar. Eso era suficiente.

Se empujó contra un soldado hacia atrás y dejó que los jinetes recogieran a sus heridos. Los soldados, no obstante, rápidamente sacaron flechas con punta de piedra y prepararon sus arcos.

Vin resopló frustrada mientras el grupo apuntaba. Bueno, amigos, pensó, os sugiero que os agarréis fuerte.

Empujó levemente contra todos ellos y quemó duralumín. El súbito choque de fuerzas era de esperar: la opresión en el pecho, el aleteo en su estómago, el viento ululante. Lo que no esperaba era el efecto que tendría en sus anclajes. El estallido de poder dispersó a hombres y caballos por el aire como hojas al viento.

Voy a tener que ser muy cuidadosa con esto, pensó Vin, apretando la mandíbula y girando en el aire. Peltre y acero se habían consumido de nuevo, así que se vio obligada a tomarse el último frasco de metal. Tendría que acostumbrarse a llevar más.

Golpeó el suelo a la carrera. El peltre impidió que tropezara a pesar de su terrible velocidad. Frenó levemente, dejando que Brisa, a caballo, la alcanzara, y luego aceleró para seguirlo, dejando que el poder y el equilibrio del peltre la mantuvieran erguida detrás del agotado caballo. El animal la miró mientras corrían, con un atisbo de frustración porque una humana lo igualaba.

Llegaron a la ciudad unos instantes más tarde. Brisa frenó cuando la Puerta de Hierro empezó a abrirse, pero, en vez de esperar, Vin simplemente lanzó una moneda y se impulsó contra ella hasta las murallas. Cuando las puertas se abrieron empujó las bisagras y este segundo impulso la envió volando hacia arriba. Rebasó las almenas, pasando entre una pareja de asombrados soldados, antes de caer al otro lado. Aterrizó en el patio, apoyándose con una mano en las frías piedras al mismo tiempo que Brisa cruzaba la puerta.

Vin se levantó. Brisa se secó la frente con un pañuelo, acercándose al trote. Se había dejado crecer el pelo desde la última vez que Vin lo había visto, y lo llevaba liso y peinado hacia atrás, con las puntas rozando el cuello de la camisa. No llevaba sombrero (probablemente lo había perdido), pero sí uno de sus trajes lujosos y un chaleco de seda, salpicados por la ceniza negra de su veloz cabalgada.

—Ah, Vin, querida —dijo, respirando casi tan entrecortadamente como su caballo—. Debo decir que ha sido una intervención muy oportuna por tu parte. Más que llamativa también. Odio que tengan que rescatarme… pero, bueno, si no queda más remedio entonces mejor que sea con estilo.

Vin sonrió mientras él desmontaba, probando que no era ni con mucho el hombre más diestro de la plaza, y los mozos de establo llegaron para encargarse del animal. Brisa volvió a secarse la frente mientras Elend, Clubs y OreSeur bajaban al patio. Uno de los ayudantes debía de haber encontrado por fin a Ham, pues llegó corriendo.

—¡Brisa! —exclamó Elend, acercándose, y le estrechó el brazo.

—Majestad. Gozas de buena salud y buen humor, supongo.

—De salud, sí —respondió Elend—. De humor…, bueno, hay un ejército acampado ante mi ciudad.

—Dos ejércitos, en realidad —rezongó Clubs, que se acercaba cojeando.

Brisa se guardó su pañuelo.

—Ah, querido maestro Cladent, tan optimista como siempre, ya veo.

Clubs bufó. OreSeur se sentó junto a Vin.

—Y Hammond —dijo Brisa, viendo que Ham sonreía de oreja a oreja—. Casi había conseguido engañarme para olvidar que estarías aquí cuando regresara.

—Admítelo —dijo Ham—. Te alegras de verme.

—De verte, tal vez. De escucharte, nunca. Me había acostumbrado en todo ese tiempo que he estado lejos de tu perpetua cháchara seudofilosófica.

Ham sonrió aún más.

—Me alegro de verte, Brisa —dijo Elend—. Pero podrías haber escogido mejor momento. Esperaba que pudieras detener a alguno de esos ejércitos que marchan contra nosotros.

—¿Detenerlos? ¿Y por qué querría yo hacer eso, amigo mío? Después de todo, me he pasado tres meses convenciendo a Cett para que marche con su ejército hacia aquí.

—¿Entonces… Cett está de nuestra parte? —preguntó Elend, esperanzado.

—Por supuesto que no —dijo Brisa—. Viene a saquear la ciudad y robar tu supuesto suministro de atium.

—Tú —dijo Vin—. Tú eres quien ha estado propagando los rumores que corren entre la gente sobre el depósito de atium del lord Legislador, ¿verdad?

—Naturalmente —dijo Brisa, mirando a Fantasma, que acababa de llegar a las puertas.

Elend frunció el ceño.

—Pero… ¿por qué?

—Mira más allá de tus murallas, muchacho —dijo Brisa—. Sabía que tu padre marcharía contra Luthadel tarde o temprano… Ni siquiera mis poderes de persuasión hubieran sido suficientes para disuadirlo. Así que empecé a difundir rumores en el Dominio Occidental, y luego me convertí en uno de los consejeros de lord Cett.

Clubs rezongó.

—Buen plan. Demencial, pero bueno.

—¿Demencial? —dijo Brisa—. Mi estabilidad mental no es la cuestión, Clubs. La maniobra no fue de locos, sino brillante.

Elend parecía confuso.

—No pretendo insultar tu inteligencia, Brisa, pero… ¿por qué es exactamente una buena idea traer un ejército hostil a nuestra ciudad?

—Es una estrategia negociadora básica, amigo mío —explicó Brisa mientras un mozo le entregaba su bastón de duelo, caído del caballo. Brisa lo utilizó para señalar hacia el este, hacia el ejército de lord Cett—. Cuando solo hay dos participantes en una negociación, uno es generalmente más fuerte que el otro. Eso pone las cosas muy difíciles a la parte más débil… que, en este caso, seríamos nosotros.

—Sí —dijo Elend—, pero con tres ejércitos, seguimos siendo los más débiles.

—Ah —dijo Brisa, alzando el bastón—, pero esos otros dos ejércitos están muy igualados en fuerzas. Straff probablemente sea el más fuerte, pero Cett tiene un ejército muy grande. Si uno de esos señores de la guerra se arriesga a atacar Luthadel, su ejército sufrirá pérdidas… suficientes pérdidas para no poder defenderse del tercer ejército. Atacarnos es exponerse.

—Y eso deja la situación en tablas —dijo Clubs.

—Exactamente. Confía en mí, Elend, muchacho. En este caso, dos grandes ejércitos enemigos son mucho mejor que un único y gran ejército enemigo. En una negociación a tres bandas, la parte más débil suele tener más poder… porque su alianza con cualquiera de las otras dos decide quién será el vencedor al final.

Elend frunció el ceño.

—Brisa, nosotros no queremos aliarnos con ninguno de ellos.

—Lo sé —dijo Brisa—. Sin embargo, nuestros oponentes no. Traer un segundo ejército nos da tiempo para pensar. Ambos señores de la guerra pensaban que podrían llegar aquí antes que el otro. Ya que han llegado al mismo tiempo, tendrán que reevaluar la situación. Deduzco que acabaremos con un asedio prolongado. De un par de meses, al menos.

—Eso no aclara cómo vamos a deshacernos de ellos.

Brisa se encogió de hombros.

—Yo los he traído aquí… Tú tienes que decidir qué hacer con ellos. Y te digo que no fue tarea fácil conseguir que Cett llegara a tiempo. Tendría que haber llegado cinco días antes que Venture. Por fortuna, cierta… enfermedad se extendió por el campamento hace unas cuantas jornadas. Al parecer, alguien envenenó el principal suministro de agua y todo el campamento sufrió diarrea.

Fantasma, detrás de Clubs, se echó a reír.

—Sí —dijo Brisa, mirando al muchacho—. Ya pensaba que lo apreciarías. ¿Sigues siendo una molestia incomprensible, chico?

—Desiendo el endonde de no —dijo Fantasma, sonriendo, en su antiguo argot callejero.

Brisa bufó.

—Sigues teniendo más sentido común que Hammond, la mitad de las veces —murmuró, volviéndose hacia Elend—. Bueno, ¿nadie va a mandar llamar un carruaje que me lleve a palacio? ¡Os llevo tranquilizando a todos, pandilla de desagradecidos, durante casi cinco minutos, con el aspecto patético que tengo y lo cansado que estoy, y ninguno de vosotros ha tenido el detalle de compadecerse de mí!

—Debes estar perdiendo tu toque —dijo Vin con una sonrisa. Brisa era un aplacador, un alomántico que podía quemar latón para calmar las emociones de otra persona. Un aplacador muy habilidoso (y Vin no conocía a nadie más habilidoso que Brisa) podía manipular todas las emociones de una persona menos una para lograr que sintiera exactamente lo que quería.

—Lo cierto es que pensaba volver a la muralla y estudiar un poco más a esos ejércitos —dijo Elend, volviéndose a mirarla—. Si estuviste con las fuerzas de lord Cett, podrás contarnos un montón de cosas sobre ellas.

—Puedo. Lo haré. No voy a subir esos escalones. ¿No ves lo cansado que estoy, hombre?

Ham bufó, le dio a Brisa una palmada en el hombro… y levantó una nube de polvo.

—¿Cómo puedes estar cansado? Era tu pobre caballo el que corría.

—Ha sido emocionalmente agotador, Hammond —dijo Brisa, golpeando con su bastón la mano del hombretón—. Mi partida fue un poco desagradable.

—¿Qué sucedió, por cierto? —preguntó Vin—. ¿Descubrió Cett que eras un espía?

Brisa pareció cohibido.

—Digamos que lord Cett y yo tuvimos un… desencuentro.

—Te pilló en la cama con su hija, ¿eh? —dijo Ham, arrancando una carcajada al grupo. Brisa era cualquier cosa menos un conquistador de damas. A pesar de su habilidad para jugar con las emociones, nunca se había mostrado interesado por nadie desde que Vin lo conocía. Dockson había recalcado una vez que Brisa era demasiado engreído para considerar tal posibilidad.

Brisa reaccionó al comentario poniendo los ojos en blanco.

—Sinceramente, Hammond, creo que tus chistes son cada vez peores a medida que te haces viejo. Demasiados golpes en la cabeza mientras entrenas, sospecho.

Ham sonrió, y Elend mandó pedir un par de carruajes. Mientras esperaban, Brisa se lanzó a relatar sus viajes. Vin miró a OreSeur. Todavía no había encontrado un buen momento para contar al resto de la banda el cambio. Tal vez ahora que Brisa había vuelto Elend celebraría una reunión con su círculo interno. Ese sería un buen momento. Tenía que ser prudente al respecto, pues quería que el personal de palacio creyera que había enviado a OreSeur a cumplir alguna misión.

Brisa continuó con su historia, y Vin lo miró, sonriendo. No era solo un orador nato, sino que tenía un toque muy sutil con la alomancia. Ella apenas notaba su tacto en sus emociones. Antaño hubiese encontrado ofensivas sus intrusiones, pero estaba empezando a comprender que influir en las emociones de la gente era simplemente la naturaleza de Brisa. Igual que una mujer hermosa atrae la atención en virtud de su rostro y su figura, Brisa lo hacía usando casi sin darse cuenta sus poderes.

Naturalmente, no por eso era menos pícaro. Conseguir que los demás hicieran lo que él quería era una de las principales ocupaciones de Brisa. Vin ya no desconfiaba de él por utilizar la alomancia para conseguirlo.

Finalmente, llegó el carruaje, y Brisa suspiró aliviado. Mientras el vehículo se detenía, miró a Vin y luego señaló a OreSeur.

—¿Qué es eso?

—Un perro —dijo Vin.

—Ah, tan hosca como siempre, por lo que veo —dijo Brisa—. ¿Y cómo es que ahora tienes un perro?

—Yo se lo regalé —dijo Elend—. Quería un perro, así que se lo di.

—¿Y elegiste un sabueso? —preguntó Ham, divertido.

—Has luchado con ella, Ham —dijo Elend, riendo—. ¿Qué le habrías regalado? ¿Un caniche?

Ham se echó a reír.

—No, supongo que no. La verdad es que le pega.

—Aunque es casi tan grande como ella —añadió Clubs, mirándola con los párpados entornados.

Vin posó la mano en la cabeza de OreSeur. Clubs tenía razón: había elegido un animal grande. Medía más de metro y medio… y Vin sabía por experiencia lo pesado que era.

—Se comporta de manera notablemente tranquila para ser un sabueso —asintió Ham—. Elegiste bien, El.

—Da igual —dijo Brisa—. ¿Podemos por favor regresar al palacio? Los ejércitos y los sabuesos están muy bien, pero creo que en este momento cenar es más importante.

—¿Por qué no le contamos lo de OreSeur? —preguntó Elend mientras su carruaje regresaba dando tumbos hacia la fortaleza Venture. Los tres iban solos en un carruaje y los otros cuatro los seguían en el otro vehículo.

Vin se encogió de hombros. OreSeur estaba sentado frente a ellos, escuchando en silencio la conversación.

—Se lo diré más adelante —dijo Vin—. Una plaza abarrotada de gente no me parecía el lugar más adecuado para revelarlo.

Elend sonrió.

—Guardar secretos es una costumbre difícil de perder, ¿eh?

Vin se ruborizó.

—No es por mantenerlo en secreto, es que… —Guardó silencio y agachó la cabeza.

—No te sientas mal, Vin —dijo Elend—. Viviste mucho tiempo sola, sin nadie en quien confiar. Nadie espera que cambies de la noche a la mañana.

—No ha pasado una noche, Elend. Han sido dos años.

Elend le puso una mano en la rodilla.

—Estás mejorando. Los otros comentan lo mucho que has cambiado.

Vin asintió. Otro hombre temería que le estuviera guardando secretos también a él. Elend tan solo intenta hacer que me sienta menos culpable. Era mejor hombre de lo que ella merecía.

—Kandra —dijo Elend—. Vin dice que te comportaste muy bien anoche al seguirla.

—Sí, Majestad —respondió OreSeur—. Estos huesos, aunque desagradables, están bien dotados para rastrear y moverse rápido.

—¿Y si ella resulta herida? ¿Podrás traerla de vuelta a un lugar seguro?

—No velozmente, Majestad. Sin embargo, podré ir a buscar ayuda. Estos huesos tienen muchas limitaciones, pero haré todo lo posible por cumplir el Contrato.

Elend debió de pillar a Vin alzando una ceja, porque se echó a reír.

—Hará lo que dice, Vin.

—El Contrato lo es todo, ama —dijo OreSeur—. Exige más que dar un simple servicio. Requiere diligencia y devoción. Es el kandra. Al servirlo, servimos a nuestro pueblo.

Vin se encogió de hombros. Guardaron silencio y Elend se sacó un libro del bolsillo. Vin se apoyó en él. OreSeur se tumbó, ocupando todo el asiento frente a los humanos. Al cabo de un rato, el carruaje entró en el patio Venture y Vin se dio cuenta de que anhelaba un baño caliente. Sin embargo, mientras bajaban del carruaje, un guardia llegó a la carrera. El estaño le permitió a Vin escuchar lo que el hombre le decía a Elend, aunque habló antes de que ella pudiera acercarse.

—Majestad —susurró el guardia—, ¿ha llegado nuestro mensajero?

—No —respondió Elend con el ceño fruncido mientras Vin se acercaba. El soldado la miró receloso, pero continuó hablando; todos los soldados sabían que Vin era la principal guardaespaldas y confidente de Elend. No obstante, el hombre pareció extrañamente preocupado al verla.

—Nosotros…, ah, no queremos molestar —dijo el soldado—. Por eso no lo hemos dicho. Nos preguntábamos si… todo iba bien. —Miró a Vin mientras hablaba.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Elend.

El guardia se volvió hacia el rey.

—Hay un cadáver en la habitación de lady Vin.

El «cadáver» era en realidad un esqueleto mondo, sin rastro de sangre, ni de tejido en su brillante superficie blanca. Sin embargo, tenía un montón de huesos rotos.

—Lo siento, ama —dijo OreSeur, hablando en voz tan baja que solo ella pudo oírlo—. Supuse que ibas a deshacerte de esto.

Vin asintió. El esqueleto, naturalmente, era el que OreSeur había estado utilizando antes de que ella le diera el cuerpo del animal. Al ver la puerta sin el cerrojo echado, el signo habitual de Vin para indicar que quería que limpiaran la habitación, las criadas habían entrado. Vin había guardado los huesos en una cesta con la intención de encargarse de ellos más tarde. Al parecer, las criadas habían decidido comprobar qué había dentro de la cesta y se habían llevado una buena sorpresa.

—No pasa nada, capitán —le dijo Elend al joven guardia, el capitán Demoux, segundo al mando de la guardia de palacio. A pesar de que Ham despreciaba los uniformes, aquel hombre parecía orgulloso de mantener el suyo pulcro y reluciente.

—Habéis hecho bien en no comentarlo —dijo Elend—. Ya sabíamos lo de esos huesos. No son motivo de preocupación.

Demoux asintió.

—Supusimos que era algo intencionado. —No miró a Vin mientras hablaba.

Intencionado, pensó Vin. Magnífico. Me pregunto qué pensará este hombre que he hecho. Pocos skaa sabían qué eran los kandra, y Demoux no sabía cómo interpretar la presencia de aquellos huesos.

—¿Podrías desembarazarte de ellos discretamente por mí, capitán? —preguntó Elend, indicando la osamenta.

—Naturalmente, Majestad.

Probablemente cree que me he comido a alguien, pensó Vin con un suspiro. Que le arranqué la carne directamente de los huesos.

Cosa que, por cierto, no andaba muy lejos de la verdad.

—Majestad —dijo Demoux—. ¿Quieres que nos encarguemos también del otro cadáver?

Vin se quedó helada.

—¿Otro? —preguntó Elend lentamente.

El guardia asintió.

—Cuando encontramos este esqueleto, trajimos unos perros para olfatear. Los perros no encontraron a ningún asesino, pero encontraron otro esqueleto como este: un puñado de huesos pelados.

Vin y Elend compartieron una mirada.

—Enséñanoslo —dijo Elend.

Demoux asintió y los guio después de dar unas cuantas órdenes entre susurros a uno de sus hombres. Los cuatro (tres humanos y un kandra) recorrieron el pasillo del palacio hacia la zona, menos utilizada, de las habitaciones de invitados. Demoux despidió a un soldado que montaba guardia ante una puerta y los hizo entrar.

—Este cuerpo no estaba dentro de ninguna cesta, Majestad —dijo Demoux—. Estaba guardado en el fondo de un armario. Probablemente nunca lo hubiésemos encontrado sin los perros: captaron fácilmente el olor, aunque no comprendo cómo. Estos esqueletos están completamente pelados.

Y allí estaba. Otro esqueleto, como el primero, dentro de un armario. Elend miró a Vin, luego se volvió hacia Demoux.

—¿Quieres disculparnos, capitán?

El joven guardia asintió, salió de la habitación y cerró la puerta.

—¿Bien? —dijo Elend, volviéndose hacia OreSeur.

—No sé de dónde ha salido esto —dijo el kandra.

—Pero es otro cadáver devorado por un kandra —dijo Vin.

—Indudablemente, ama. Los perros lo encontraron por el olor particular que dejan nuestros jugos digestivos sobre los huesos recién excretados.

Elend y Vin se miraron.

—Sin embargo, probablemente no es lo que pensáis —dijo OreSeur—. A este hombre lo matarían lejos de aquí.

—¿Qué quieres decir?

—Son huesos descartados, Majestad —dijo OreSeur—. Los huesos que un kandra deja…

—Después de encontrar un cuerpo nuevo —terminó por él Vin.

—Sí, ama.

Vin miró a Elend, que frunció el ceño.

—¿Hace cuánto tiempo? —preguntó él—. Tal vez dejaron los huesos aquí hace un año. El kandra de mi padre.

—Tal vez, Majestad —dijo OreSeur, pero parecía inseguro. Se acercó a olfatear los huesos. Vin tomó uno y se lo llevó a la nariz. Usando estaño, captó fácilmente un fuerte olor que le recordó el de la bilis.

—Es muy fuerte —dijo, mirando a OreSeur.

Él asintió.

—Estos huesos no llevan aquí mucho tiempo, Majestad. Unas cuantas horas como mucho. Tal vez incluso menos.

—Lo cual significa que tenemos otro kandra en algún lugar del palacio —dijo Elend, con aspecto asqueado—. Uno de los miembros de mi servicio ha sido… devorado y sustituido.

—Sí, Majestad —dijo OreSeur—. Es imposible saber de quién eran estos huesos, pues son descartes. El kandra habría tomado los huesos nuevos, tras comer su carne y vestir su ropa.

Elend asintió y se puso en pie. Miró a Vin a los ojos, y ella supo que estaba pensando lo mismo. Era posible que un miembro del personal de palacio hubiera sido sustituido, lo que significaba que había una brecha en la seguridad. Sin embargo, había una posibilidad mucho más peligrosa.

Los kandra eran actores inigualables: OreSeur había imitado a lord Renoux tan a la perfección que incluso la gente que lo conocía había caído en el engaño. Podría haber utilizado ese talento para imitar a un criado o una criada. Sin embargo, si un enemigo había querido colar un espía en las reuniones a puerta cerrada de Elend, tenía que haber sustituido necesariamente a una persona mucho más importante.

Tiene que ser alguien a quien no hemos visto durante las últimas horas, pensó Vin, soltando el hueso. Elend, OreSeur y ella habían pasado en la muralla casi toda la tarde, desde el final de la reunión de la Asamblea, pero la ciudad y el palacio habían sido un caos desde la llegada del segundo ejército. Los mensajeros habían tenido problemas para encontrar a Ham, y ella seguía sin saber dónde estaba Dockson. De hecho, no había visto a Docks hasta que se había reunido con Elend y con ella en la muralla, un rato antes. Y Fantasma había sido el último en llegar.

Vin contempló el montón de huesos, experimentando una mareante sensación de inseguridad. Había muchas posibilidades de que alguien de su grupo, un miembro de la antigua banda de Kelsier, fuera ahora un impostor.

FIN DE LA PRIMERA PARTE