Todo vuelve al pobre Alendi. Me siento mal por él y por todas las cosas que se ha visto obligado a soportar. Por aquello en lo que ha sido obligado a convertirse.
8
Vin se lanzó a las brumas. Surcó el aire nocturno, pasando por encima de las casas y las calles oscuras. Una ocasional y furtiva gota de luz brillaba en las brumas: una patrulla de guardia, o tal vez un desafortunado viajero nocturno.
Empezó a descender e inmediatamente lanzó una moneda por delante. La empujó y su peso la precipitó hacia las silenciosas profundidades. En cuanto alcanzó la calle, su empujón la lanzó hacia arriba y volvió a saltar al aire. Los impulsos suaves eran muy difíciles, así que cada moneda contra la que empujaba, cada salto que daba, la lanzaba por los aires a una velocidad tremenda. Los saltos de un nacido de la bruma no eran como el vuelo de un pájaro. Eran más bien como el camino de una flecha que rebotaba.
Y, sin embargo, había gracia en sus movimientos. Vin inspiró profundamente mientras sobrevolaba la ciudad, saboreando el aire húmedo y frío. De día, Luthadel olía a fraguas ardientes, a residuos calentados por el sol y a ceniza caída. De noche, sin embargo, las brumas daban al aire un brillo hermoso y frío, casi limpio.
Vin llegó al punto más alto de su salto y flotó un breve instante mientras cambiaba su impulso. Entonces empezó a caer hacia la ciudad. Las borlas de su capa de bruma se agitaban a su alrededor, mezclándose con su pelo. Cayó con los ojos cerrados, recordando las primeras semanas en la bruma, entrenándose bajo la relajada aunque vigilante tutela de Kelsier. Él le había dado aquello. Libertad. A pesar de sus dos años como nacida de la bruma, Vin nunca había dejado de tener la sensación de embriagador asombro cuando surcaba las brumas.
Quemó acero con los ojos cerrados; las líneas aparecieron, visibles como un chorro de hilillos azules contra la negrura de sus párpados. Escogió dos, apuntando hacia abajo, y se impulsó de nuevo.
¿Qué hacía antes sin esto?, pensó Vin, abriendo los ojos, echando atrás la capa de bruma con un gesto del brazo.
Al cabo de un rato, empezó a caer de nuevo, y esta vez no arrojó ninguna moneda. Quemó peltre para reforzar sus miembros y aterrizó de golpe en la muralla que rodeaba los terrenos de la fortaleza Venture. Su bronce no mostró signos de actividad alomántica próxima ni su acero reveló pautas desacostumbradas de metal moviéndose hacia la fortaleza.
Vin permaneció agazapada en la oscura muralla un momento, justo en el borde, con los dedos de los pies agarrados a la arista de piedra. La roca estaba fría bajo sus plantas y el estaño hacía que su piel fuera mucho más sensible de lo normal. Notó que la muralla necesitaba una limpieza: empezaban a crecer líquenes en la superficie, animados por la humedad de la noche, protegidos del sol diurno por una torre cercana.
Vin permaneció en silencio, contemplando cómo una suave brisa empujaba y agitaba las brumas. Oyó el movimiento en la calle de abajo antes de verlo. Se tensó, comprobando sus reservas antes de discernir la forma de un sabueso en la oscuridad.
Lanzó una moneda y saltó. OreSeur la esperaba cuando aterrizó sin hacer ruido a su lado, dando un rápido empujón a la moneda para frenar su descenso.
—Te mueves rápido —apreció Vin.
—Todo lo que tuve que hacer fue rodear los terrenos del palacio, ama.
—Con todo, esta vez te has mantenido más cerca de mí que antes. Ese cuerpo de perro es más rápido que un cuerpo humano.
OreSeur vaciló.
—Supongo —admitió.
Vin se volvió y echó a correr por una calle lateral. OreSeur la siguió en silencio.
Veamos cómo se comporta en una persecución más exigente, pensó, quemando peltre y acelerando. Corrió por el frío empedrado, descalza como siempre. Un hombre normal no hubiese podido correr nunca a tal velocidad. Ni siquiera un corredor entrenado hubiera aguantado el ritmo, pues se habría cansado rápidamente.
Con peltre, sin embargo, Vin podía correr durante horas a velocidades de vértigo. Le proporcionaba fuerza y una sobrehumana sensación de equilibrio mientras corría por la oscura calle dominada por las brumas, convertida en un remolino de borlas y pies descalzos.
OreSeur mantuvo el ritmo. Saltó junto a ella en la noche, respirando entrecortadamente, concentrado en la carrera.
Impresionante, pensó Vin, y enfiló un callejón. Saltó fácilmente la valla de dos metros que había al fondo y que daba al jardín de la mansión de algún noble menor. Giró, deslizándose por la hierba húmeda, y esperó.
OreSeur saltó la valla de madera y su oscura forma canina atravesó las brumas para aterrizar en el jardín, junto a Vin. Se detuvo, se posó sobre sus cuartos traseros y esperó en silencio, jadeando. Había una expresión de desafío en sus ojos.
Muy bien, pensó Vin, sacando un puñado de monedas. Sigue esto.
Lanzó una y volvió a impulsarse hacia arriba. Giró en las brumas y luego se empujó de lado contra el brocal de un pozo. Aterrizó en un tejado y saltó, usando otra moneda para impulsarse por encima de las calles.
Continuó su avance, saltando de tejado en tejado, usando monedas cuando era necesario. De vez en cuando miraba hacia atrás y veía una forma oscura esforzándose por seguir su ritmo. OreSeur rara vez la había seguido siendo humano; normalmente, quedaba con él en lugares convenidos. Moverse en la noche, saltar a través de las brumas… eso era el verdadero dominio del nacido de la bruma. ¿Comprendía Elend lo que le pedía cuando le decía que llevara consigo a OreSeur? Si ella se quedaba abajo, en la calle, estaría al descubierto.
Aterrizó en un tejado y se detuvo tras agarrarse al borde de piedra del edificio. Se asomó a la calle, tres pisos más abajo. Mantuvo el equilibrio, rodeada por las brumas. Todo estaba en silencio.
Bueno, no he tardado mucho, pensó. Tendré que explicarle a Elend que…
La forma canina de OreSeur saltó al tejado, no muy lejos de ella. Se acercó y se sentó sobre sus cuartos traseros, esperando expectante.
Vin frunció el ceño. Había viajado sus buenos diez minutos, corriendo por encima de los tejados a la velocidad de una nacida de la bruma.
—¿Cómo… cómo has llegado hasta aquí arriba? —preguntó.
—Salté a un edificio más bajo, y luego lo usé para llegar a estas casas, ama —respondió OreSeur—. Después te seguí por los tejados. Están tan cerca unos de otros que no me resultó difícil ir saltando.
La confusión de Vin debió notársele, porque OreSeur continuó:
—Puede que me haya… apresurado al juzgar estos huesos, ama. Desde luego tiene un impresionante sentido del olfato. De hecho, todos sus sentidos son bastante agudos. Ha sido sorprendentemente fácil seguirte, incluso en la oscuridad.
—Ya veo… Bueno, está bien.
—¿Puedo preguntarte, ama, el sentido de esta persecución?
Vin se encogió de hombros.
—Hago esto todas las noches.
—Me ha parecido que intentabas despistarme. Me será muy difícil protegerte si no me dejas estar cerca de ti.
—¿Protegerme? —preguntó Vin—. Ni siquiera puedes pelear.
—El Contrato me prohíbe matar a humanos —dijo OreSeur—. Podría, sin embargo, buscar ayuda en caso necesario.
O arrojarme un poco de atium en un momento de peligro, admitió Vin. Tiene razón… podría serme útil. ¿Por qué estoy tan decidida a dejarlo atrás?
Miró a OreSeur, que estaba sentado pacientemente, el pecho agitado por el cansancio. Ella ni siquiera había advertido que los kandra necesitaran respirar.
Se comió a Kelsier.
—Vamos —dijo Vin. Saltó del edificio y se impulsó con una moneda. No se detuvo a ver si OreSeur la seguía.
Al caer, echó mano a otra moneda, pero decidió no usarla. Empujó, en cambio, contra el marco de una ventana. Como la mayoría de los nacidos de la bruma, a menudo usaba clips, la moneda más pequeña, para saltar. Era muy conveniente que la economía proporcionara un trocito de metal de tamaño y peso ideal para empujar y saltar. Para la mayoría de los nacidos de la bruma, el coste de lanzar un clip, o incluso un puñado de ellos, era mínimo.
Pero Vin no era como la mayoría de los nacidos de la bruma. En su infancia, un puñado de calderilla le parecía un tesoro increíble. Ese dinero significaba comida para semanas, si lo estiraba. También podía significar dolor, e incluso muerte, si los otros ladrones descubrían que tenía semejante fortuna.
Hacía mucho tiempo que no pasaba hambre. Aunque todavía tenía una bolsa con alimentos secos en sus habitaciones, lo hacía más por costumbre que por ansiedad. Sinceramente, no estaba segura de lo que pensaba de los cambios que había experimentado. Era agradable no tener que preocuparse por las necesidades básicas… y, sin embargo, esas preocupaciones habían sido sustituidas por otras mucho más acuciantes. Preocupaciones acerca del futuro de toda una nación.
El futuro de… un pueblo. Aterrizó en la muralla de la ciudad, una estructura mucho más alta y mucho mejor fortificada que el pequeño muro que rodeaba la fortaleza Venture. Saltó a las almenas, buscando con los dedos un asidero en uno de los parapetos mientras se asomaba por el borde de la muralla y contemplaba las hogueras del enemigo.
No conocía personalmente a Straff Venture, pero había oído a Elend hablar de él lo suficiente para estar preocupada.
Suspiró, se apartó de la almena y saltó al interior del parapeto. Allí, se apoyó en uno de los farallones. OreSeur llegó trotando por las escaleras de la muralla y se acercó. Una vez más, se sentó sobre sus cuartos traseros, esperando pacientemente.
Para bien o para mal, la sencilla vida de hambre y palizas de Vin había desaparecido. El frágil reino de Elend corría serio peligro y ella había quemado sus últimos restos de atium para conservar la vida. Lo había dejado indefenso… no solo ante los ejércitos, sino ante cualquier nacido de la bruma que intentara asesinarlo.
¿Un asesino como el Acechante, tal vez? La misteriosa figura que había interferido en su lucha contra el nacido de la bruma de Cett. ¿Qué quería? ¿Por qué la vigilaba a ella en vez de a Elend?
Vin suspiró, buscó en su bolsa y sacó la barra de duralumín. Todavía tenía la reserva en su interior, el trocito que había tragado antes.
Durante siglos, se había dado por hecho que solo había diez metales alománticos: los cuatro metales básicos y sus aleaciones. Sin embargo, cada metal alomántico tenía su pareja: un metal básico y una aleación. A Vin siempre le había molestado que el atium y el oro fueran considerados una pareja, cuando ninguno de los dos era aleación del otro. Una aleación (el malatium, el llamado Undécimo Elemento) le había dado a Vin la pista necesaria para derrotar al lord Legislador.
De algún modo, Kelsier había descubierto la existencia del malatium. Sazed no había podido aún localizar las «leyendas» que Kelsier supuestamente había descubierto, las que hablaban sobre el Undécimo Elemento y su poder para derrotar al lord Legislador.
Vin pasó el dedo por la pulida superficie de la barra de duralumín. La última vez que había visto a Sazed, este parecía frustrado… o al menos todo lo frustrado que Sazed podía parecer, porque no lograba encontrar ni siquiera atisbos de las supuestas leyendas de Kelsier. Aunque Sazed decía que se había marchado de Luthadel para enseñar a la gente del Imperio Final, como era su deber como guardador, Vin no había dejado de advertir que Sazed se había dirigido al sur. La zona en la que Kelsier decía haber descubierto el Undécimo Elemento.
¿Hay también rumores sobre este metal?, se preguntó Vin, acariciando el duralumín. ¿Rumores que puedan indicarme para qué sirve?
Cada uno de los metales producía un efecto inmediato y visible; solo el cobre, con su habilidad para crear una nube que enmascaraba los poderes de un alomántico a los otros, no tenía una respuesta sensorial obvia a su propósito. Tal vez el duralumín fuera similar. ¿Podía su efecto ser advertido solo por otro alomántico que intentara usar sus poderes contra Vin? Era el opuesto del aluminio, que hacía desaparecer los metales. ¿Significaba eso que el duralumín podía hacer que otros metales duraran más?
Movimiento.
Vin apenas captó un movimiento en la oscuridad. Al principio, un arrebato de temor primario se apoderó de ella. ¿Era la forma brumosa, el espectro de oscuridad que había visto la noche anterior?
Estabas imaginando cosas, se reprendió. Estabas demasiado cansada. Y, en efecto, el atisbo de movimiento resultó ser demasiado oscuro, demasiado real para ser la misma imagen espectral.
Era él.
Se encontraba en lo alto de una de las torres de vigilancia, de pie, no agazapado, sin molestarse siquiera en esconderse. ¿Era arrogante o necio ese nacido de la bruma desconocido? Vin sonrió y su aprensión se convirtió en emoción. Preparó sus metales tras comprobar sus reservas. Todo estaba preparado.
Esta noche te pillaré, amigo mío.
Vin se volvió, lanzando un puñado de monedas. O bien el nacido de la bruma sabía que lo había visto o estaba preparado para un ataque, pues las esquivó con facilidad. OreSeur se puso en pie de un salto, girando, y Vin se desabrochó el cinturón, dejando caer sus metales.
—Sígueme si puedes —le susurró al kandra, y luego corrió en la oscuridad tras su presa.
El Acechante escapó, perdiéndose en la noche. Vin tenía poca experiencia persiguiendo a otro nacido de la bruma; solo había podido practicar durante las sesiones de entrenamiento de Kelsier. Pronto tuvo que esforzarse para seguir el ritmo del Acechante, y sintió una punzada de culpa por lo que le había hecho a OreSeur un rato antes. Estaba aprendiendo lo difícil que era seguir a un nacido de la bruma decidido. Y no tenía la ventaja del sentido del olfato de un perro.
Sin embargo, contaba con el estaño. Hacía que la noche fuera más clara y aguzaba su oído. Con él consiguió seguir al Acechante mientras se dirigía al centro de la ciudad. Al cabo de un rato, él saltó hacia una plaza. Vin lo imitó, golpeando el resbaladizo empedrado tras avivar peltre, y luego esquivó el puñado de monedas que él le lanzó.
El metal resonó contra la piedra en el silencio de la noche, y las monedas rebotaron en las estatuas y los adoquines. Vin sonrió mientras aterrizaba a cuatro patas; luego se lanzó hacia delante, saltando con músculos amplificados por el peltre y tirando de una de las monedas hasta su mano.
Su oponente dio un salto atrás y aterrizó en el borde de una fuente cercana. Vin aterrizó y lanzó una moneda, usándola para impulsarse hacia arriba, por encima de la cabeza del Acechante, que se agachó y la observó con cautela mientras ella pasaba.
Vin se agarró a una de las estatuas de bronce del centro de la fuente y se encaramó a ella. Se agazapó en tan irregular asidero, mirando a su oponente. Él estaba en equilibrio sobre un pie, en el borde de la fuente, silencioso y negro en medio del torbellino de bruma. Había… desafío en su postura.
¿Puedes alcanzarme?, parecía preguntar.
Vin sacó sus dagas y saltó de la estatua. Se empujó directamente hacia el Acechante usando el frío bronce como anclaje.
El Acechante usó también la estatua, tirando de sí mismo hacia delante. Pasó por debajo de Vin, levantando una ola de agua, y su increíble velocidad le permitió deslizarse como una piedra sobre la tranquila superficie de la fuente. Una vez fuera del agua, se empujó a un lado y cruzó la plaza.
Vin se posó en el borde de la fuente, empapada. Rezongó y saltó detrás del Acechante.
Al aterrizar, él giró y sacó las dagas. Vin rodó para esquivar su primer ataque y luego alzó las suyas para descargar una puñalada doble. El Acechante se apartó rápidamente, sus dagas chispearon y dejaron caer gotas de agua. Cuando se detuvo, agazapado, parecía ágil y seguro. Capaz.
Vin volvió a sonreír, respirando rápidamente. No se había sentido así desde… desde aquellas noches tan lejanas ya, cuando entrenaba con Kelsier. Permaneció agazapada, esperando, viendo cómo la bruma se enroscaba entre ella y su oponente. Él era de mediana estatura, de constitución delgada, y no llevaba capa de bruma.
¿Por qué no usa capa? La capa era la marca de su clase, un símbolo de orgullo y seguridad.
Estaba demasiado lejos para distinguir su rostro. Le pareció, no obstante, que veía un asomo de sonrisa cuando él saltó atrás y se impulsó en otra estatua. La caza comenzó de nuevo.
Vin lo siguió por la ciudad, avivando acero, aterrizando en tejados y calles, dando grandes saltos en arco. Los dos recorrieron Luthadel como niños en un patio de recreo, Vin intentando cortarle el paso a su oponente, él consiguiendo astutamente tomarle siempre la delantera.
Era bueno. Mucho mejor que ningún nacido de la bruma que ella hubiera conocido o al que se hubiera enfrentado, aparte quizá de Kelsier. Sin embargo, ella había mejorado mucho desde que se entrenaba con el Superviviente. ¿Podría ese recién llegado ser aún mejor? La idea la llenó de emoción. Siempre había considerado a Kelsier un paradigma de habilidad alomántica, y solía olvidar que él tenía sus poderes desde solo un par de años antes del Colapso.
El mismo tiempo que yo llevo entrenando, advirtió Vin mientras aterrizaba en una callecita pequeña y estrecha. Frunció el ceño, agazapada, quedándose inmóvil. Había visto al Acechante caer en esa calle.
Estrecha y descuidada, la calle era prácticamente un callejón flanqueado a izquierda y derecha por edificios de tres y cuatro plantas. No se movía nada. O bien el Acechante se había escabullido o estaba escondido cerca. Vin quemó hierro, pero las líneas de hierro no mostraron ningún movimiento.
Sin embargo, había otro modo…
Vin fingió estar buscando todavía, pero recurrió a su bronce, avivándolo, intentando penetrar la nube de cobre que pensaba que podía estar cerca.
Y allí estaba él. Escondido en una habitación, tras los postigos entrecerrados de un edificio en ruinas. Ahora que sabía dónde mirar, Vin vio el trozo de metal que él probablemente había utilizado para saltar al primer piso, la aldaba de la que debía de haber tirado para cerrar rápidamente los postigos una vez dentro. Probablemente había explorado esa calle antes con la intención de esconderse allí.
Astuto, pensó Vin.
Él no podía haber previsto la habilidad de Vin para penetrar en las nubes de cobre. Pero si lo atacaba revelaría esa habilidad. Se quedó quieta, pensando en él agazapado allí arriba, esperando en tensión a que ella se moviera.
Sonrió. Examinó la reserva de duralumín de su interior. Había un modo de descubrir si quemarlo creaba algún cambio en el modo en que la veía otro nacido de la bruma. Probablemente, el Acechante estaba quemando la mayoría de sus metales, tratando de decidir cuál iba a ser su próximo movimiento.
Considerándose increíblemente astuta, Vin quemó el Decimocuarto Elemento.
Una enorme explosión sonó en sus oídos. Vin jadeó y cayó de rodillas, anonadada. Todo se volvió brillante a su alrededor, como si un chasquido de energía hubiera iluminado toda la calle. Y sintió frío, un frío helado, incapacitante.
Gimió, tratando de sacarle sentido al sonido. No era una explosión, sino muchas. Un golpeteo rítmico, como un tambor sonando a su lado. El latido de su corazón. Y la brisa, fuerte como un viento ululante. Los roces de un perro buscando comida. Alguien roncando dormido. Era como si su sentido del oído se hubiera amplificado un centenar de veces.
Y luego… nada. Vin cayó de espaldas al suelo, mientras el súbito arrebato de luz, frío y sonido se evaporaba. Una forma se movió en las sombras, pero no pudo distinguirla… Ya no podía ver en la oscuridad. Su estaño se había…
Acabado, advirtió, recuperándose. Todo mi suministro de estaño se ha consumido. Yo… lo estaba quemando cuando recurrí al duralumín. Los he quemado los dos a la vez. Ese es el secreto. El duralumín había consumido todo su estaño en un solo y masivo estallido. Había hecho que sus sentidos fueran sorprendentemente agudos durante un breve instante, pero había agotado toda su reserva. Cuando lo comprobó vio que su bronce y su peltre (los otros metales que estaba quemando en ese momento) habían desaparecido también. El flujo de información sensorial había sido tan enorme que ella no había advertido los efectos de los otros dos.
Piensa en ello más tarde, se dijo, sacudiendo la cabeza. Se sentía como si hubiera tenido que estar sorda y ciega, pero no. Estaba solo un poco aturdida.
La forma oscura se acercó a ella. Vin no tuvo tiempo para recuperarse. Se puso en pie, tambaleándose. La forma era demasiado baja para ser el Acechante. Era…
—Ama, ¿necesitas ayuda?
Vin vaciló. OreSeur se le acercó y se sentó a su lado.
—Tú… has conseguido seguirme —dijo Vin.
—No ha sido fácil, ama —respondió llanamente OreSeur—. ¿Necesitas ayuda?
—¿Qué? No, no la necesito. —Vin negó con la cabeza, despejando su mente—. Supongo que es una cosa en la que no pensé al hacer que te convirtieras en perro. Ahora no puedes transportar metales para mí.
El kandra ladeó la cabeza y luego correteó hasta un callejón. Regresó un momento después con algo en la boca. El cinturón de Vin.
Lo dejó caer a sus pies y adoptó de nuevo su postura de espera. Vin recogió el cinturón y sacó uno de sus frasquitos de metal.
—Gracias —dijo lentamente—. Ha sido… un detalle por tu parte.
—Cumplía mi Contrato, ama —dijo el kandra—. Nada más.
Bueno, es más de lo que has hecho otras veces, pensó ella, bebiendo del frasquito. Notó cómo se reponían sus reservas. Quemó estaño, restaurando su visión nocturna y liberando un velo de tensión de su mente; desde que había descubierto sus poderes, nunca había salido de noche en completa oscuridad.
Los postigos de la habitación del Acechante estaban abiertos. Al parecer había escapado mientras ella perdía sus fuerzas. Vin suspiró.
—¡Ama! —exclamó OreSeur.
Vin se dio la vuelta. Un hombre aterrizó silenciosamente. Le resultaba… familiar, por algún motivo. Tenía el rostro enjuto, rematado de pelo oscuro, y la cabeza levemente ladeada, como si estuviera confundido. Ella leyó la pregunta en sus ojos. ¿Por qué se había caído?
Vin sonrió.
—Tal vez para atraerte —dijo entre susurros, pero lo suficientemente alto para que pudieran oírla los oídos aguzados por el estaño.
El nacido de la bruma sonrió, luego hizo un gesto como de respeto con la cabeza.
—¿Quién eres? —preguntó Vin, dando un paso al frente.
—Un enemigo —respondió él, alzando una mano para cortar su avance.
Vin se detuvo. La bruma se enroscó entre ellos en la calle silenciosa.
—Vaya. Entonces, ¿por qué me ayudaste a combatir a aquellos asesinos?
—Porque también estoy loco.
Vin frunció el ceño y observó al hombre. Había visto la locura antes en los ojos de los mendigos. Ese hombre no estaba loco. Su porte era orgulloso y sus ojos la observaban en la oscuridad firmemente.
¿A qué clase de juego está jugando?, se preguntó.
Su instinto (toda una vida de instinto) le advertía que tuviera cuidado. Apenas había empezado a aprender a confiar en sus amigos, y no estaba dispuesta a ofrecerle el mismo privilegio a un hombre al que había conocido esa misma noche.
Y, sin embargo, había pasado más de un año desde que hablara con otro nacido de la bruma. Había conflictos en su interior que no podía explicar a los demás. Ni siquiera brumosos como Ham y Brisa podían comprender la extraña multiplicidad de un nacido de la bruma. En parte asesina, en parte guardaespaldas, en parte noble…, en parte muchacha silenciosa y confusa. ¿Tenía aquel hombre problemas similares de identidad?
Tal vez pudiera convertirlo en un aliado y conseguir que un segundo nacido de la bruma ayudara en la defensa del Dominio Central. Aunque no lo lograra, sin duda no podría permitirse combatir con él. Una trifulca en la noche era una cosa, pero si su pelea se volvía peligrosa, el atium podía intervenir en el juego.
Si eso sucedía, Vin perdería.
El Acechante la estudió con atención.
—Respóndeme una cosa —dijo, en medio de la bruma.
Vin asintió.
—¿De verdad que lo mataste?
—Sí —susurró Vin. Él solo podía referirse a una persona.
El Acechante asintió despacio con la cabeza.
—¿Por qué les sigues el juego?
—¿A quiénes?
El Acechante señaló la fortaleza Venture a través de las brumas.
—No es ningún juego —respondió ella—. No se trata de un juego cuando la gente que amo corre peligro.
El Acechante permaneció en silencio y luego sacudió la cabeza, como… decepcionado. Entonces sacó algo de su cinturón.
Vin dio inmediatamente un paso atrás. El Acechante, sin embargo, tan solo lanzó una moneda al suelo, entre ambos. Rebotó un par de veces antes de detenerse en el empedrado. Entonces, el Acechante se empujó hacia atrás en el aire.
Vin no lo siguió. Se frotó la cabeza; todavía le parecía que iba a dolerle.
—¿Lo dejas marchar? —preguntó OreSeur.
Vin asintió.
—Hemos acabado por esta noche. Ha luchado bien.
—Parece que sientes respeto por él —dijo el kandra.
Vin se volvió, frunciendo el ceño. La voz del kandra era de disgusto. OreSeur permaneció sentado, paciente, sin demostrar más emociones.
Ella suspiró y se ató el cinturón.
—Vamos a tener que fabricar un arnés o algo parecido para ti —dijo—. Quiero que lleves frascos de repuesto de metal para mí, como hacías siendo humano.
—Un arnés no será necesario, ama.
—¿No?
OreSeur se levantó y echó a andar.
—Por favor, saca uno de tus frascos.
Vin hizo lo que le pedía y sacó un frasquito de cristal. OreSeur se detuvo y luego volvió un hombro hacia ella. Mientras Vin miraba, el pelaje se dividió y la carne misma se abrió, dejando al descubierto venas y capas de piel. Vin retrocedió.
—No hay motivo de preocupación, ama —dijo OreSeur—. Mi carne no es como la tuya. Tengo… más control sobre ella, podríamos decir. Mete el frasco en mi hombro.
Vin hizo lo que le pedía. La carne se selló en torno al frasco, haciéndolo desaparecer de la vista. Experimentalmente, Vin quemó hierro. No aparecieron líneas azules que apuntaran hacia el frasquito oculto. El metal dentro del estómago de una persona no podía ser captado por otro alomántico; de hecho, el metal que perforaba un cuerpo, como los clavos de los inquisidores o los pendientes de la misma Vin, no podía ser empujado ni podía tirar de él nadie. Al parecer, la misma regla se aplicaba a los metales ocultos dentro de un kandra.
—Te lo entregaré en caso de emergencia —dijo OreSeur.
—Gracias.
—El Contrato, ama. No me des las gracias. Solo hago lo que se me exige.
Vin asintió lentamente.
—Regresemos al palacio —dijo—. Quiero ver cómo está Elend.