No engendró hijos, y, sin embargo, toda la humanidad se convirtió en su progenie.

25

Vin tenía el sueño muy ligero, herencia de su juventud. Las bandas de ladrones trabajaban juntas por necesidad, y todo aquel que no pudiera proteger sus posesiones era considerado indigno de ellas. Vin, naturalmente, estaba en la parte inferior de la jerarquía, y aunque no tenía muchas posesiones que proteger, siendo una muchachita joven en un entorno mayoritariamente masculino tenía otros motivos para despertarse al menor ruido.

Así que cuando se despertó tras un silencioso ladrido de advertencia, reaccionó instintivamente. Apartó las mantas y echó mano al frasquito que tenía sobre la mesilla de noche. No dormía con metales en su interior: muchos de los metales alománticos eran, hasta cierto punto, venenosos. Era inevitable que tuviera que afrontar ese peligro, pero le habían advertido que quemara las sobras de metal al final de cada día.

Apuró el frasquito mientras cogía las dagas de obsidiana ocultas bajo la almohada. La puerta de la habitación se abrió y entró Tindwyl. La terrisana se detuvo en el acto cuando vio a Vin agazapada al pie de la cama, a unos palmos de distancia, las dagas gemelas destellando, el cuerpo tenso.

Tindwyl alzó una ceja.

—Así que estás despierta.

—Ahora.

La terrisana sonrió.

—¿Qué haces en mis aposentos? —preguntó Vin.

—Vengo a despertarte. Se me ocurrió que debíamos ir de compras.

—¿De compras?

—Sí, querida —dijo Tindwyl, disponiéndose a abrir las cortinas. Era mucho más temprano de la hora a la que Vin solía despertar—. Por lo que he oído, vas a reunirte con el padre de Su Majestad mañana. Querrás un vestido adecuado para la ocasión, supongo.

—Ya no uso vestidos.

¿Cuál es tu juego?

Tindwyl se volvió y la miró.

—¿Duermes vestida?

Vin asintió.

—¿No tienes ninguna camarera que te ayude?

Vin negó con la cabeza.

—Muy bien, pues —dijo Tindwyl, dándose la vuelta para salir de la habitación—. Báñate y cámbiate. Saldremos cuando estés lista.

—No recibo órdenes de ti.

Tindwyl se detuvo junto a la puerta y se volvió. Entonces su rostro se suavizó.

—Sé que no, niña. Puedes venir conmigo si lo deseas: la elección es tuya. Sin embargo, ¿de verdad quieres reunirte con Straff Venture vestida con pantalones y camisa?

Vin vaciló.

—Al menos ven a curiosear —dijo Tindwyl—. Te ayudará a despejar la mente.

Finalmente, Vin asintió. Tindwyl volvió a sonreír y se marchó.

Vin miró a OreSeur, que estaba sentado al pie de la cama.

—Gracias por la advertencia.

El kandra se encogió de hombros.

En otros tiempos, Vin no habría podido imaginarse viviendo en un lugar como la fortaleza Venture. La joven estaba acostumbrada a los cubiles ocultos, las chozas skaa y algún callejón ocasional. Ahora vivía en un edificio lleno de vidrieras tintadas, rodeada de poderosas murallas y grandes arcos.

Naturalmente, han pasado muchas cosas que no me esperaba, pensó mientras bajaba las escaleras. ¿Por qué pensar en ellas ahora?

Había estado pensando mucho últimamente en las bandas de ladrones, y los comentarios de Zane, por ridículos que fueran, la acuciaban. ¿Pertenecía Vin a un lugar como esa fortaleza? Tenía muchas habilidades, pero pocas eran tan deslumbrantes en aquellos salones. Las suyas eran más bien habilidades propias de callejones manchados de ceniza.

Suspiró, con OreSeur a su lado, mientras se dirigía hacia la puerta sur, donde Tindwyl le había dicho que la estaría esperando. Allí el pasillo era ancho, enorme, y desembocaba directamente en el patio. Normalmente, los carruajes llegaban hasta la entrada para recoger a sus pasajeros; de esa forma, los nobles no quedaban expuestos a los elementos.

Al acercarse, su estaño le permitió oír voces. Una era Tindwyl, la otra…

—No he traído mucho —dijo Allrianne—. Un par de cientos de cuartos. Pero necesito tener algo que ponerme. ¡No puedo sobrevivir eternamente con vestidos prestados!

Vin se detuvo antes de llegar al último tramo del pasillo.

—El regalo del rey será suficiente para pagar un vestido, querida —dijo Tindwyl, reparando en Vin—. Ah, aquí está.

Fantasma, con aspecto hosco, esperaba con las dos mujeres. Iba vestido con el uniforme de la guardia de palacio, aunque llevaba la chaqueta desabrochada y los pantalones flojos. Vin avanzó despacio.

—No esperaba compañía —dijo.

—La joven Allrianne ha recibido una educación cortesana —dijo Tindwyl—. Conoce la moda actual y podrá aconsejarte en la compra.

—¿Y Fantasma?

Tindwyl se volvió a mirar al muchacho.

—Será nuestro porteador.

Bueno, eso explica su humor, pensó Vin.

—Vamos —dijo Tindwyl yendo hacia el patio. Allrianne se apresuró a seguirla, caminando con paso liviano y gracioso. Vin miró a Fantasma, quien se encogió de hombros, y ambos las siguieron también.

—¿Cómo te has metido en esto? —le susurró Vin a Fantasma.

—Me levanté demasiado temprano para ir a buscar comida —rezongó Fantasma—. Doña Dominante me vio, sonrió como un lobo y dijo: «Necesitaremos tus servicios esta noche, jovencito».

Vin asintió.

—No bajes la guardia y mantén tu estaño encendido. Recuerda: estamos en guerra.

Fantasma obedeció al momento. Tan cerca de él como estaba, Vin captó fácilmente e identificó los pulsos alománticos de su estaño, lo que significaba que él no era el espía.

Otro tachado de la lista, pensó. Al menos este viaje no será una total pérdida de tiempo.

Un carruaje los esperaba junto a las puertas principales. Fantasma se sentó al lado del cochero y las mujeres ocuparon el asiento posterior. Vin se sentó dentro, y OreSeur subió y se acomodó en el asiento, junto a ella. Allrianne y Tindwyl se sentaron enfrente. Allrianne miró a OreSeur con el ceño fruncido, arrugando la nariz.

—¿Tiene que sentarse el animal con nosotras?

—Sí —dijo Vin, mientras el carruaje empezaba a moverse.

Allrianne esperaba obviamente más explicaciones, pero Vin no le dio ninguna. Al final, Allrianne se volvió a mirar por la ventanilla.

—¿Seguro que estaremos a salvo, viajando solo con un criado, Tindwyl?

Tindwyl miró a Vin.

—Oh, creo que estaremos bien.

—Ah, bueno —dijo Allrianne, mirando de nuevo a Vin—. ¡Eres alomántica! ¿Son ciertas las cosas que dicen?

—¿Qué cosas?

—Bueno, dicen que mataste al lord Legislador, para empezar. Y que eres una especie de… hmm… bueno… —Allrianne se mordió los labios—. Bueno, que eres un poco inestable.

—¿Inestable?

—Y peligrosa. Pero, bueno, no puede ser cierto. Quiero decir, vas a venir de compras con nosotras, ¿no?

¿Está intentando provocarme a propósito?

—¿Siempre llevas esa ropa? —preguntó Allrianne.

Vin iba vestida con sus habituales pantalones grises y su camisa parda.

—Es más fácil para luchar.

—Sí, pero… bueno —Allrianne sonrió—. Supongo que por eso estamos aquí hoy, ¿verdad, Tindwyl?

—Sí, querida —respondió Tindwyl. Había estado estudiando a Vin durante toda la conversación.

¿Te gusta lo que ves?, pensó Vin. ¿Qué es lo que quieres?

—Debes de ser la noble más extraña que he conocido —declaró Allrianne—. ¿Te criaste lejos de la corte? Yo sí, pero mi madre se ocupó de enseñarme bien. Naturalmente, intentó hacer de mí una dama atractiva para que así mi padre pudiera usarme para forjar una alianza.

Allrianne sonrió. Había pasado algún tiempo desde que Vin se había visto obligada a tratar con mujeres como ella. Recordaba las horas pasadas en la corte, fingiendo ser Valette Renoux. A menudo, cuando pensaba en aquellos días, recordaba las cosas malas. El desdén con que la habían tratado los cortesanos, su propia incomodidad en aquel papel.

Pero también había habido cosas buenas. Elend era una de ellas. Nunca lo hubiese conocido de no haberse hecho pasar por noble. Y los bailes, con sus colores, su música y sus vestidos, tenían un claro encanto. Las gráciles danzas, las cuidadosas interacciones, las salas perfectamente decoradas…

Esas cosas ya no existen, se dijo. No tenemos tiempo para bailes ni reuniones frívolas, no cuando el dominio está al borde del hundimiento.

Tindwyl seguía mirándola.

—¿Y bien? —preguntó Allrianne.

—¿Qué?

—¿Te criaste lejos de la corte?

—No soy noble, Allrianne. Soy skaa.

Allrianne palideció, luego se ruborizó y después se llevó los dedos a los labios.

—¡Oh! ¡Pobrecilla!

Los oídos amplificados de Vin le permitieron oír algo a su lado: una leve risa de OreSeur, tan suave que solo un alomántico podría haberla escuchado.

Resistió las ganas de fulminar al kandra con la mirada.

—No fue tan malo —dijo.

—¡Pero, bueno, no me extraña que no sepas vestirte! —dijo Allrianne.

—Sé vestirme. Incluso poseo unos cuantos vestidos —dijo Vin. Aunque no me he puesto ninguno desde hace meses…

Allrianne asintió, aunque obviamente no la creía.

—También Brisi es skaa —dijo—. O medio skaa. Me lo dijo. Menos mal que no se lo dijo a papá… Papá nunca ha sido amable con los skaa.

Vin no respondió.

Al cabo de un rato llegaron a la calle Kenton, y la multitud dejó paso al carruaje. Vin bajó la primera, seguida de OreSeur. La calle del mercado estaba abarrotada, aunque no tanto como la última vez que la había visitado. Vin se entretuvo mirando los precios de las tiendas cercanas mientras las otras dos mujeres bajaban del carruaje.

Cinco cuartos por una cesta de manzanas pochas, pensó con insatisfacción. La comida se está convirtiendo ya en un problema. Por fortuna, Elend tenía depósitos de almacén. Pero ¿cuánto durarían las reservas durante el asedio? No todo el invierno que se acercaba, desde luego…, no cuando gran parte del grano del dominio seguía sin cosecharse en las plantaciones exteriores.

El tiempo tal vez sea ahora nuestro aliado, pero acabará por volverse contra nosotros. Tenían que conseguir que esos dos ejércitos lucharan entre sí. De otro modo, los habitantes de la ciudad morirían de hambre antes de que los soldados hubiesen intentado tomar las murallas.

Fantasma saltó del carruaje y se reunió con ellas mientras Tindwyl observaba la calle. Vin contempló a la multitud. La gente intentaba continuar con sus actividades diarias, a pesar de la amenaza exterior. ¿Qué otra cosa podían hacer? El asedio duraba ya semanas. La vida tenía que proseguir.

—Allí —dijo Tindwyl, señalando una sastrería.

Allrianne echó a andar. Tindwyl la siguió, caminando con modesto decoro.

—Una joven ansiosa, ¿verdad? —preguntó la terrisana.

Vin se encogió de hombros. La noble rubia ya había atraído la atención de Fantasma, que la seguía a paso vivo. Naturalmente, no era difícil atraer la atención de Fantasma. Solo hacía falta tener pechos y oler bien… y lo segundo a veces era opcional.

Tindwyl sonrió.

—Probablemente no ha tenido oportunidad de ir de compras desde que partió con el ejército de su padre hace semanas.

—Lo dices como si hubiera vivido una ordalía terrible —dijo Vin—. Y todo porque no ha podido ir de compras.

—Está claro que le gusta —respondió Tindwyl—. Sin duda comprendes lo que es que te aparten de lo que amas.

Vin hizo un gesto despectivo mientras llegaban a la tienda.

—Me cuesta trabajo sentir simpatía por una boba cortesana que ha sido trágicamente apartada de sus vestidos.

Tindwyl frunció el ceño mientras entraban en la tienda. OreSeur se quedó fuera.

—No seas tan dura con la chica. Es producto de su educación, igual que tú. Si la juzgas por sus frivolidades, entonces estás haciendo lo mismo que aquellos que te juzgan basándose en la sencillez de tu ropa.

—Me gusta que la gente me juzgue basándose en la sencillez de mi ropa —dijo Vin—. Así no espera demasiado.

—Comprendo. Entonces, ¿no has echado esto de menos? —Tindwyl indicó el interior de la tienda.

Vin vaciló. La habitación era un estallido de colores y tejidos, encajes y terciopelos, corpiños y faldas. Todo estaba sazonado con un leve perfume. Entre los maniquíes de colores vivos, Vin, por un instante, se sintió transportada de nuevo a los bailes. A la época en que era Valette. A la época en que tenía una excusa para ser Valette.

—Dicen que te gustaba la sociedad noble —comentó Tindwyl, avanzando. Allrianne se encontraba ya en la tienda, pasaba los dedos por una pieza de tela y hablaba con el sastre con voz firme.

—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó Vin.

Tindwyl se volvió hacia ella.

—Vaya, tus amigos, querida. Es curioso… dicen que dejaste de usar vestidos unos meses después del Colapso. Todos se preguntan por qué. Dicen que parecía que te gustaba vestirte como una mujer, pero supongo que estaban equivocados.

—No —dijo Vin—. Tenían razón.

Tindwyl alzó una ceja y se detuvo junto a un maniquí que llevaba un vestido verde intenso, con encajes y varias enaguas.

Vin se acercó a contemplar el precioso atuendo.

—Empezaba a gustarme vestir así. Ese era el problema.

—No veo ningún inconveniente en ello, querida.

Vin se apartó del vestido.

—Esa no soy yo. Nunca lo fui…, era solo un papel. Cuando se usa un vestido como este es demasiado fácil olvidar quién eres.

—¿Y estos vestidos no pueden formar parte de quien eres realmente?

Vin negó con la cabeza.

—Los vestidos y atuendos de gala forman parte de quien es ella. —Señaló con la cabeza a Allrianne—. Yo tengo que ser otra persona. Más dura.

No tendría que haber venido.

Tindwyl le colocó una mano sobre el hombro.

—¿Por qué no te has casado con él, niña?

Vin alzó la cabeza bruscamente.

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Una pregunta sincera —dijo Tindwyl. Parecía mucho menos dura que en otras ocasiones. Naturalmente, en esas ocasiones casi siempre se dirigía a Elend.

—Eso no es asunto tuyo.

—El rey me ha pedido que le ayude a mejorar su imagen —dijo Tindwyl—. Y yo he decidido hacer algo más. Quiero hacer de él un verdadero rey, si puedo. Creo que tiene un gran potencial. Sin embargo, no podrá desarrollarlo hasta que no esté más seguro de ciertas facetas de su vida. De ti, en concreto.

—Yo…

Vin cerró los ojos, recordando su propuesta de matrimonio. Aquella noche, en el balcón, mientras la ceniza caía suavemente. Recordó su terror. Sabía, por supuesto, adónde iba la relación. ¿Por qué se había asustado tanto?

Ese fue el día en que dejó de usar vestidos.

—No tendría que habérmelo pedido —dijo en voz baja, abriendo los ojos—. No puede casarse conmigo.

—Te ama, niña —dijo Tindwyl—. En cierto modo, es una pena: todo esto sería mucho más fácil si pudiera sentirse de otro modo. Sin embargo, tal como están las cosas…

Vin negó con la cabeza.

—No soy adecuada para él.

—Ah. Ya veo.

—Necesita a otra persona —dijo Vin—. Alguien mejor. Una mujer que pueda ser reina, no solo su guardaespaldas. Alguien… —Vin sintió que se le encogía el estómago—. Alguien más parecido a ella.

Tindwyl miró a Allrianne, que se reía de los comentarios que hacía el viejo sastre mientras le tomaba las medidas.

—Se enamoró de ti, niña.

—Cuando fingía ser como ella.

Tindwyl sonrió.

—De cualquier forma, dudo que puedas ser como Allrianne, no importa cuánto practiques.

—Tal vez —dijo Vin—. Sea como fuere, era mi actuación cortesana lo que él amaba. No sabía lo que yo era realmente.

—¿Y te ha abandonado ahora que lo sabe?

—Bueno, no. Pero…

—La gente es mucho más complicada de lo que parece —dijo Tindwyl—. Allrianne, por ejemplo, es joven y ansiosa… y tal vez un poquito charlatana. Pero sabe más de la corte de lo que muchos puedan pensar, y parece saber reconocer lo que hay de bueno en una persona. Es un talento del que muchos carecen.

»Tu rey es un humilde erudito y pensador, pero tiene la voluntad de un guerrero. Es un hombre con valor para luchar, y creo que aún tenemos que ver lo mejor de él. El aplacador Brisa es un hombre cínico y burlón… hasta que mira a la joven Allrianne. Entonces se suaviza, y una se pregunta cuánto de su dureza es fingida. —Tindwyl hizo una pausa y miró a Vin—. Y tú eres mucho más de lo que estás dispuesta a aceptar, niña. ¿Por qué solo prestas atención a una parte de ti misma, si tu Elend ve mucho más?

—¿De eso se trata? —preguntó Vin—. ¿Intentas convertirme en una reina para Elend?

—No, niña. Deseo ayudarte a convertirte en quienquiera que seas. Ahora, ve a que te tomen las medidas para que puedas probarte algunos vestidos.

¿Quienquiera que sea?, pensó Vin, frunciendo el ceño. No obstante, dejó que la alta terrisana la empujara, y el anciano sacó su cinta y empezó a medir.

Unos instantes y un probador más tarde, Vin regresó a la habitación con un vestido de seda azul con encajes blancos, ajustado en la cintura y el busto, pero con una falda amplia y ahuecada. Las numerosas enaguas hacían que la campana le cubriera por completo los pies, de modo que la falda rozaba el suelo.

Era terriblemente poco práctico. Crujía cuando se movía y tenía que tener cuidado cuando pisaba para no tropezar o rozar una superficie sucia. Pero era hermoso, y la hizo sentirse hermosa. Casi esperaba que una banda empezara a tocar y que Sazed se colocara a su lado como un centinela protector, y que Elend apareciera en la distancia, holgazaneando y viendo a las parejas bailar mientras él hojeaba un libro.

Vin avanzó, dejando que el sastre viera dónde el vestido le ajustaba y dónde le quedaba flojo, y Allrianne dejó escapar una exclamación de asombro cuando la vio. El viejo sastre se apoyó en su bastón y dictó notas a un joven ayudante.

—Muévete un poco más, mi señora —pidió—. Déjame ver cómo te queda cuando haces algo más que caminar en línea recta.

Vin giró suavemente, apoyándose en un pie, tratando de recordar los movimientos de baile que le había enseñado Sazed.

Nunca llegué a bailar con Elend, advirtió, dando un paso de lado, como siguiendo una música que solo ella pudiera recordar. Siempre encontraba una excusa para librarse.

Giró, probando el contacto del vestido. Pensaba que habría perdido el instinto. Sin embargo, ahora que volvía a usar un vestido, le sorprendió lo fácil que era recuperar aquellas costumbres: pisar suavemente, volviéndose para que la parte inferior del vestido se agitara solo un poco…

Vaciló. El sastre ya no estaba dictando. La observaba en silencio, sonriente.

—¿Qué? —preguntó Vin, ruborizándose.

—Lo siento, mi señora —dijo él, volviéndose para recoger el cuaderno de su ayudante e indicando al muchacho que se marchara con un gesto—. Pero creo que no he visto jamás a nadie moverse con tanta gracia. Como un… suspiro.

—Me halagas.

—No, niña —dijo Tindwyl—. Tiene razón. Te mueves con una gracia que la mayoría de las mujeres solo pueden envidiar.

El sastre volvió a sonreír, y se volvió cuando su ayudante se acercó con unas muestras de color. El anciano empezó a buscar entre ellas, y Vin se acercó a Tindwyl, con las manos en los costados, tratando de no permitir que el traicionero vestido volviera a controlarla.

—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó en voz baja.

—¿Por qué no debería serlo?

—Porque eres dura con Elend. No lo niegues: os he escuchado en vuestras lecciones. Te pasas el tiempo insultándolo y despreciándolo. Pero ahora finges ser amable.

Tindwyl sonrió.

—No estoy fingiendo, niña.

—Entonces, ¿por qué eres tan dura con Elend?

—El muchacho fue educado como el hijo mimado de un gran señor —dijo Tindwyl—. Ahora que es rey, necesita escuchar unas cuantas verdades. —Hizo una pausa y miró a Vin de arriba abajo—. Creo que tú ya has tenido suficiente de eso en la vida.

El sastre se acercó con sus muestrarios de tela y los desplegó sobre una mesita.

—Bueno, mi señora —dijo, indicando una combinación con un dedo torcido—. Creo que a tu tez le sentará particularmente bien un tono oscuro. ¿Un bonito marrón, tal vez?

—¿Qué tal negro? —preguntó Vin.

—Cielos, no —dijo Tindwyl—. Nada de negro o gris para ti, niña.

—¿Y qué tal este, entonces? —preguntó Vin, señalando una muestra azul. Era casi el mismo color que llevaba la noche en que había conocido a Elend, hacía tanto tiempo.

—Ah, sí —dijo el sastre—. Quedaría maravilloso con tu piel clara y tu pelo oscuro. Mmm, sí. Ahora habrá que decidir el estilo. Lo necesitas para mañana por la noche, según ha dicho la terrisana, ¿no?

Vin asintió.

—Ah, bien. Habrá que modificar uno de los vestidos ya confeccionados, pero creo que tengo uno de este color. Tendremos que esforzarnos un poco, pero podremos trabajar toda la noche para una belleza como la tuya, ¿verdad, muchacho? Ahora, en cuanto al estilo…

—Este va bien, supongo —dijo Vin, contemplándose. El vestido era como los que había llevado en los bailes previos.

—Bueno, no estamos buscando que quede simplemente «bien», ¿no? —dijo el sastre con una sonrisa.

—¿Y si le quitamos algunas enaguas? —dijo Tindwyl, tirando de los lados del vestido de Vin—. Y tal vez las subimos un poco, para que pueda moverse con más libertad.

Vin vaciló.

—¿Podrías hacerlo?

—Por supuesto —dijo el sastre—. El chico dice que las faldas más finas son más populares en el sur, aunque en cuestión de modas siguen yendo un poco por detrás de Luthadel. —Hizo una pausa—. Aunque no creo que en Luthadel estén ya interesados por las modas…

—Ensancha las mangas —dijo Tindwyl—. Y cose en ellas un par de bolsillos para llevar artículos personales.

El anciano asintió mientras su silencioso ayudante anotaba la sugerencia.

—El pecho y la cintura pueden quedar ajustados, pero no impedirle los movimientos —continuó Tindwyl—. Lady Vin necesita moverse con libertad.

El anciano vaciló.

—¿Lady Vin? —preguntó. Miró con más atención a Vin, entornando los ojos, y entonces se volvió hacia su ayudante. El muchacho asintió en silencio.

—Ya veo… —dijo el hombre, palideciendo; la mano le tembló un poco más. La colocó sobre el puño del bastón, como para darse más estabilidad—. Yo… lo siento si te he ofendido, mi señora. No lo sabía.

Vin volvió a ruborizarse. Otro motivo por el que no debería ir de compras.

—No —dijo, tranquilizando al hombre—. No pasa nada. No me has ofendido.

Él se relajó levemente, y Vin vio que Fantasma se acercaba.

—Parece que nos han encontrado —dijo Fantasma, señalando hacia el escaparate.

Vin miró más allá de los maniquíes y las piezas de tela y vio que en el exterior se había congregado una multitud. Tindwyl observó a Vin con curiosidad.

Fantasma sacudió la cabeza.

—¿Cómo te has hecho tan popular?

—Maté a su dios —dijo Vin en voz baja, rodeando un maniquí para ocultarse de docenas de ojos ansiosos.

—Yo también ayudé —dijo Fantasma—. El mismísimo Kelsier me puso mi apodo. Pero a nadie le importa el pobre Fantasma.

Vin estudió la habitación. Tiene que haber una puerta trasera. Pero claro, puede que haya gente en el callejón.

—¿Qué haces? —preguntó Tindwyl.

—Tengo que irme. Escapar de ellos.

—¿Por qué no sales y les hablas? —preguntó Tindwyl—. Obviamente, les interesa mucho verte.

Allrianne salió de un probador, con un vestido amarillo y azul, y se volvió dramáticamente. Se frustró cuando vio que ni siquiera llamaba la atención de Fantasma.

—No voy a salir ahí fuera —dijo Vin—. ¿Por qué iba a querer hacer algo así?

—Necesitan esperanza —respondió Tindwyl—. Y tú puedes dársela.

—Una esperanza falsa. Solo los animaría a pensar en mí como en una especie de objeto de culto.

—Eso no es cierto —dijo Allrianne de repente, avanzando y asomándose a la ventana sin el menor temor—. Esconderte en los rincones, llevar ropa extraña y ser misteriosa… Así es como has conseguido esa sorprendente reputación. Si la gente supiera lo corrientita que eres, no tendría tanto miedo de mirarte. —Hizo una pausa, entonces miró hacia atrás—. Yo… uh, no pretendía decir lo que…

Vin se ruborizó.

—Yo no soy Kelsier, Tindwyl. No quiero que la gente me adore. Solo quiero que me dejen en paz.

—Algunas personas no tienen esa opción, niña —dijo Tindwyl—. Abatiste al lord Legislador. Te entrenó el Superviviente, y eres la consorte del rey.

—No soy su consorte —dijo Vin, colorada—. Solo somos…

Lord Legislador, ni siquiera yo comprendo nuestra relación. ¿Cómo voy a poder explicarla?

Tindwyl alzó una ceja.

—Muy bien —dijo Vin, suspirando, y dio un paso adelante.

—Iré contigo —dijo Allrianne, agarrando a Vin del brazo como si fueran amigas desde la infancia. Vin se resistió, pero no se le ocurrió ningún modo de zafarse sin hacer una escena.

Salieron de la tienda. La multitud ya era grande y crecía a medida que más y más gente se acercaba a curiosear. La mayoría eran skaa con ropa de trabajo marrón manchada de ceniza o sencillos vestidos grises. Los de la primera fila retrocedieron cuando Vin salió, dejándole sitio, y un murmullo de asombro y excitación recorrió la multitud.

—Vaya —dijo Allrianne en voz baja—. Sí que son un montón…

Vin asintió. OreSeur estaba sentado en el mismo sitio que antes, junto a la puerta, y la observaba con una curiosa expresión perruna.

Allrianne sonrió a la multitud, vacilante.

—Puedes, ya sabes, repelerlos o algo así si las cosas se ponen feas, ¿no?

—No será necesario —dijo Vin, librándose por fin de la presa de Allrianne y aplacando un poco con su poder a la multitud para calmarla. Después dio un paso al frente, tratando de controlar su nerviosismo. Ya no necesitaba esconderse cuando se hallaba en público, pero estar delante de una multitud como esa…, bueno, casi estuvo a punto de darse la vuelta y meterse de nuevo en la sastrería.

Sin embargo, una voz la detuvo. Quien hablaba era un hombre de mediana edad, con la barba manchada de ceniza y una sucia gorra negra en las manos. Era un hombre fuerte, probablemente un obrero de las fábricas. Su suave voz contrastaba con su poderosa constitución.

—Dama Heredera. ¿Qué será de nosotros?

El terror, la incertidumbre que había en la voz del hombretón eran tan penosos que Vin vaciló. Él la miraba con los ojos llenos de esperanza, como la mayoría.

Son tantos… pensó Vin. Creía que la Iglesia del Superviviente era poco numerosa. Miró al hombre, que seguía retorciendo nerviosamente su gorra. Abrió la boca, pero… no pudo hacerlo. No podía decirle que no sabía lo que iba a suceder; no podía explicarles a aquellos ojos que no era la salvadora que necesitaban.

—Todo saldrá bien —se oyó decir, aumentando su poder aplacador, tratando de librarlos de parte del miedo.

—¡Pero los ejércitos, Dama Heredera! —dijo una de las mujeres.

—Tratan de intimidarnos —dijo Vin—. Pero el rey no lo permitirá. Nuestras murallas son fuertes, igual que nuestros soldados. Podremos soportar este asedio.

La multitud guardó silencio.

—Uno de esos ejércitos está liderado por el padre de Elend, Straff Venture —dijo Vin—. Elend y yo vamos a reunirnos con Straff mañana. Lo convenceremos para que sea nuestro aliado.

—¡El rey va a rendirse! —dijo una voz—. Me he enterado. Va a cambiar la ciudad por su vida.

—No —replicó Vin—. ¡Él nunca haría eso!

—¡No luchará por nosotros! —exclamó una voz—. No es ningún soldado. ¡Es un político!

Otras voces expresaron su acuerdo. La reverencia desapareció a medida que parte de la gente empezaba a gritar sus preocupaciones y otros pedían ayuda. Los disidentes continuaron acusando a Elend, gritando que era imposible que pudiera protegerlos.

Vin se llevó las manos a los oídos, tratando de evitar a la multitud, el caos.

—¡Basta! —gritó, empujando con acero y latón. Varias personas retrocedieron, y vio una oleada en la multitud mientras botones, monedas y hebillas eran empujados hacia atrás.

La multitud guardó súbitamente silencio.

—¡No consentiré que habléis mal de nuestro rey! —dijo Vin, avivando su latón y aumentando su poder aplacador—. Es un buen hombre y un buen líder. Ha sacrificado mucho por vosotros… Vuestra libertad se debe a las largas horas que ha pasado redactando leyes, y vuestra prosperidad se debe a su trabajo asegurando las rutas de comercio y los acuerdos con los mercaderes.

Muchos miembros de la multitud agacharon la cabeza. El hombre barbudo que Vin tenía delante, sin embargo, continuó retorciendo su gorra, mirándola.

—Solo están asustados, Dama Heredera. Con razón.

—Os protegeremos —replicó Vin. Pero ¿qué estoy diciendo?—. Elend y yo encontraremos un modo. Detuvimos al lord Legislador. Podemos detener a esos ejércitos…

Guardó silencio, sintiéndose una tonta.

Sin embargo, la multitud respondió. Algunos estaban todavía claramente insatisfechos, pero muchos parecían calmados. La gente empezó a dispersarse, aunque algunos avanzaron con niños pequeños. Vin se detuvo, nerviosa. Kelsier a menudo se reunía con los skaa y tomaba en brazos a los niños, como dándoles su bendición. Pronunció una rápida despedida y volvió a la tienda, tirando de Allrianne.

Tindwyl esperaba dentro, asintiendo con satisfacción.

—Les he mentido —dijo Vin, cerrando la puerta.

—No, no lo has hecho —respondió Tindwyl—. Te has mostrado optimista. La verdad o la falsedad de lo que has dicho está todavía por demostrar.

—No sucederá. Elend no puede derrotar tres ejércitos, ni siquiera con mi ayuda.

Tindwyl alzó una ceja.

—Entonces deberías marcharte. Escapar, dejar que la gente se enfrente sola a los ejércitos.

—No quería decir eso.

—Bien, entonces toma una decisión. Entrega la ciudad o cree en ella. Sinceramente, vosotros dos… —Sacudió la cabeza.

—Creí que no ibas a ser dura conmigo —advirtió Vin.

—A veces me cuesta —dijo Tindwyl—. Vamos, Allrianne. Terminemos con tus vestidos.

Así lo hicieron. Sin embargo, en ese momento, como traicionando las promesas de seguridad de Vin, varios tambores de advertencia empezaron a sonar en la muralla de la ciudad.

Vin se asomó a la ventana y miró más allá de la ansiosa multitud.

Uno de los ejércitos había iniciado el ataque. Maldiciendo, Vin corrió al fondo de la tienda para quitarse el incómodo vestido.

Elend subió a la muralla de la ciudad, casi tropezando con su bastón de duelo con las prisas. Dejó atrás la escalera y corrió hasta la parte superior de la muralla, sujetándose el bastón contra el costado con una imprecación.

La muralla estaba sumida en el caos. Los hombres corrían llamándose. Algunos habían olvidado la armadura; otros, el arco. Tantos eran los que intentaban subir detrás de Elend que habían bloqueado la escalera, y el rey vio desesperado cómo los hombres se congregaban en las aberturas de abajo, creando un atasco aún mayor de cuerpos en el patio.

Se dio la vuelta y vio a un gran grupo de hombres de Straff, miles de ellos, correr hacia la muralla. Elend se hallaba cerca de la Puerta de Estaño, la más cercana al ejército de Straff. Vio un grupo distinto de soldados corriendo hacia la Puerta de Peltre, situada un poco más al este.

—¡Arqueros! —gritó—. Soldados, ¿dónde están vuestros arcos?

Su voz, sin embargo, se perdió entre los gritos. Los capitanes intentaban organizar a los hombres, pero al parecer demasiados infantes habían corrido a la muralla dejando a un montón de arqueros atrapados abajo, en el patio.

¿Por qué?, pensó Elend, desesperado, volviéndose hacia el ejército enemigo. ¿Por qué ataca? ¡Habíamos acordado reunirnos!

¿Se había enterado tal vez del plan de Elend de jugar en ambos lados del conflicto? Posiblemente había en efecto un espía en su círculo íntimo.

Fuera como fuese, Elend vio desanimado cómo el ejército se acercaba a la muralla. Un capitán consiguió hacer disparar una patética andanada de flechas, pero no sirvió de mucho. A medida que el ejército se aproximaba, las flechas empezaron a rebasar la muralla, mezcladas con monedas voladoras. Straff tenía alománticos en el grupo.

Elend maldijo y se puso a cubierto tras uno de los parapetos mientras las monedas rebotaban contra la piedra. Unos cuantos soldados cayeron. Soldados de Elend. Muertos porque él había sido demasiado orgulloso para rendir la ciudad.

Se asomó con cuidado a la muralla. Un grupo de hombres con un ariete se acercaba, sus cuerpos cuidadosamente protegidos por otros hombres con escudos. Esa protección probablemente significaba que los que manejaban el ariete eran violentos, una sospecha que quedó confirmada por el ruido del ariete cuando se estampó contra la puerta. No era el golpe de unos hombres corrientes.

A continuación, siguieron los garfios. Arrojados contra la muralla por los lanzamonedas de abajo, cayeron con más precisión que si hubieran sido lanzados. Los soldados se dispusieron a repelerlos, pero las monedas saltaron hacia arriba, llevándose a los hombres casi con la misma rapidez con que hacían el intento. La puerta continuó resistiendo los envites, pero Elend dudó que fuera a durar mucho.

Y así caemos, pensó. Sin apenas resistencia.

Y no había nada que pudiera hacer. Se sintió impotente, obligado a seguir agachado para que su uniforme no hiciera de él un blanco. Toda su política, todos sus preparativos, todos sus sueños y planes. Desaparecidos.

Y, entonces, apareció Vin. Aterrizó en la parte superior de la muralla, respirando entrecortadamente, entre un grupo de heridos. Las flechas y monedas que se le acercaban se desviaban en el aire. Los hombres corrieron a su alrededor, disponiéndose a soltar los garfios y arrastrar a los heridos a lugar seguro. Con sus cuchillos, Vin cortó las cuerdas y las lanzó hacia abajo. Miró a Elend a los ojos con gesto decidido, y luego hizo un amago de saltar por la muralla para enfrentarse a los violentos del ariete.

Elend alzó una mano, pero otra persona habló.

—¡Vin, espera! —gritó Clubs, que terminaba de subir las escaleras.

Ella se detuvo. Elend nunca había oído una orden tan decidida por parte del general cojo.

Las flechas dejaron de volar. Los golpes se calmaron. Elend se levantó, vacilante, y vio con el ceño fruncido cómo el ejército se retiraba hacia su campamento, cruzando los campos cubiertos de ceniza. Dejaron un par de cadáveres atrás: los hombres de Elend habían conseguido alcanzar a unos cuantos con sus flechas. Su propio ejército había sufrido bajas mayores: unas dos docenas de hombres parecían estar heridos.

—¿Qué…? —preguntó Elend, volviéndose hacia Clubs.

—No han emplazado las escalas —dijo Clubs, contemplando al ejército en retirada—. No ha sido un ataque real.

—¿Qué ha sido entonces? —preguntó Vin.

—Una prueba. Es común en la guerra: una escaramuza para ver cómo responde tu enemigo, para sondear su táctica y sus preparativos.

Elend se volvió y vio que los desorganizados soldados dejaban sitio a los médicos para que atendieran a los heridos.

—Una prueba —dijo, mirando a Clubs—. Mi deducción es que no lo hemos hecho muy bien.

Clubs se encogió de hombros.

—Mucho peor de lo que deberíamos. Tal vez esto asuste a los muchachos y haga que presten más atención en las maniobras.

Hizo una pausa, y Elend pudo ver algo que no estaba expresando: preocupación.

Elend se asomó a la muralla y contempló al ejército enemigo. De repente, todo tuvo sentido. Era exactamente el tipo de movimiento que le gustaba hacer a su padre.

La reunión con Straff tendría lugar tal como habían planeado. Sin embargo, antes Straff quería que Elend supiera algo.

Puedo tomar esta ciudad en cualquier momento, parecía decir el ataque. Es mía, no importa lo que hagas. Recuérdalo.