Alendi no debe alcanzar el Pozo de la Ascensión…

58

¡Lord Legislador! —susurró Elend, deteniéndose en la entrada de la segunda caverna.

Vin se reunió con él. Habían recorrido un buen trecho del pasadizo, dejando atrás la caverna de almacenamiento para recorrer un túnel de piedra natural. Terminaba en una segunda caverna ligeramente más pequeña, llena de humo denso y oscuro. No manaba de la caverna, como debería haber hecho, sino que giraba y se remansaba sobre sí mismo.

Vin avanzó un paso. El humo no la ahogó, como esperaba. Había algo extrañamente atractivo en él.

—Vamos —dijo, internándose en la caverna—. Veo luz ahí delante.

Elend se reunió con ella, nervioso.

Tump. Tump. Tump.

Sazed chocó contra la pared. No era alomántico: no tenía peltre que reforzara su cuerpo. Cuando se desplomó al suelo, sintió un brusco dolor en el costado y supo que se había roto una costilla. O algo peor.

Marsh avanzó, débilmente iluminado por la vela de Sazed, que ardía temblorosa donde había caído.

—¿Por qué has venido? —susurró Marsh mientras Sazed pugnaba por ponerse de rodillas—. Todo iba tan bien…

Lo observó con ojos de hierro, y Sazed, simplemente, retrocedió. Entonces Marsh volvió a empujarlo de lado.

Sazed resbaló por el hermoso suelo blanco hasta chocar con otra pared. El brazo crujió, quebrándose, y se le nublaron los ojos.

A través del dolor, vio que Marsh se agachaba y recogía algo. Una bolsita. Había caído del cinturón de Sazed. Estaba llena de trozos de metal; Marsh pensaba obviamente que era un monedero.

—Lo siento —repitió Marsh, y entonces alzó una mano y empujó la bolsa hacia Sazed.

La bolsa cruzó la sala y lo golpeó. Se rompió y los trozos de metal que contenía se clavaron en la carne de Sazed. No tuvo que mirarse para saber que estaba malherido. Curiosamente, ya no sentía dolor, pero notaba la sangre caliente en su estómago y sus piernas.

Yo… lo siento también, pensó Sazed mientras la sala se oscurecía y él caía de rodillas. He fracasado… aunque no sé en qué. Ni siquiera puedo responder a la pregunta de Marsh. No sé por qué he venido aquí.

Se sintió morir. Era una extraña experiencia. Su mente se resignaba, pero estaba confuso y frustrado y… tenía… problemas…

Eso no eran monedas, pareció susurrar una voz.

El pensamiento sacudió su mente moribunda.

La bolsa que te ha lanzado Marsh. No era de monedas. Eran anillos, Sazed. Ocho anillos. Cogiste dos… visión y audición. Dejaste los otros donde estaban.

En la bolsa, guardada dentro de tu cinturón.

Sazed se desplomó, sintiendo la muerte cernirse sobre él como una sombra fría. Y, sin embargo, el pensamiento tenía visos de verdad. Diez anillos clavados en su carne. Tocándolo. Peso. Velocidad. Visión. Audición. Tacto. Olor. Fuerza. Rapidez mental. Capacidad de mantenerse en vela.

Y salud.

Decantó oro. No tenía que llevar puesta la mente de metal para usarla: solo tenía que tocarla. El pecho dejó de arderle y su visión volvió a enfocarse. El brazo se le enderezó, los huesos volvieron a unirse cuando recurrió a varios días de salud en un breve estallido de poder. Jadeó, recuperándose de su práctica muerte, y la menteoro le aportó una prístina claridad de pensamiento.

La carne sanó alrededor del metal. Sazed se levantó, tiró de la bolsa vacía que se le había quedado pegada a la piel. Y la dejó caer al suelo. La herida sanó, agotando el poder de la menteoro. Marsh se detuvo en la puerta y se volvió sorprendido. A Sazed el brazo todavía le latía y tenía las costillas magulladas. Con aquel estallido de salud no podía hacer más.

Pero estaba vivo.

—Nos has traicionado, Marsh —dijo—. No sabía que esos clavos le roban el alma a un hombre, además de los ojos.

—No puedes luchar contra mí —respondió Marsh tranquilamente. Su voz resonaba en la oscura sala—. No eres un soldado.

Sazed sonrió, sintiendo que las pequeñas mentes de metal le daban poder.

—Creo que tú tampoco.

Estoy implicado en algo que me supera, pensó Elend mientras atravesaban la extraña caverna llena de humo. El suelo era irregular y estaba sucio, y su linterna no servía de nada, como si el humo negro absorbiera la luz.

Vin caminaba confiada. No, con determinación. Había una diferencia. Hubiera lo que hubiese al fondo de esa caverna, obviamente quería descubrirlo.

¿Y… qué será? ¿El Pozo de la Ascensión?

El Pozo era algo que pertenecía a la mitología, algo de lo que hablaban los obligadores cuando predicaban sobre el lord Legislador. Y, sin embargo…, él había seguido a Vin al norte, esperando encontrarlo, ¿no? ¿Por qué vacilar ahora?

Tal vez porque finalmente empezaba a aceptar lo que estaba sucediendo. Y eso le preocupaba. No porque temiera por su vida, sino porque de pronto no comprendía el mundo. Podía comprender los ejércitos, aunque no supiera cómo derrotarlos. Pero ¿algo como el Pozo? ¿Una cosa de dioses, más allá de la lógica de los estudiosos y los filósofos?

Eso era aterrador.

Finalmente llegaron al otro lado de la caverna, donde había una última cámara, mucho más pequeña que las otras dos. Cuando entraron en ella, Elend advirtió inmediatamente algo: esa habitación estaba hecha por la mano del hombre. O al menos tuvo esa impresión. Las estalactitas formaban columnas en el bajo techo y estaban repartidas de manera demasiado regular para ser naturales. Sin embargo, al mismo tiempo parecían haberse formado de manera natural, sin signo alguno de haber sido esculpidas.

El aire parecía más cálido allí dentro… y, por fortuna, habían dejado atrás el humo. Del otro lado de la cámara surgía una luz tenue, aunque Elend no pudo distinguir la fuente. No parecía una antorcha. Tenía un color distinto y rielaba en vez de titilar.

Vin lo rodeó con un brazo, contemplando el fondo de la cámara, y de pronto pareció temerosa.

—¿De dónde procede esa luz? —preguntó Elend, frunciendo el ceño.

—De un estanque —respondió ella en voz baja, sus ojos más agudos que los suyos—. Un estanque blanco, brillante.

Elend frunció el ceño. Pero ninguno de los dos se movió. Vin parecía dudosa.

—¿Qué ocurre? —preguntó él.

Ella se apretó contra él.

—Esto es el Pozo de la Ascensión. Puedo sentirlo dentro de mi cabeza. Latiendo.

Elend forzó una sonrisa, experimentando una sensación irreal de desplazamiento.

—Para eso hemos venido, entonces.

—¿Y si no sé qué hacer? —preguntó Vin con un hilo de voz—. ¿Y si tomo el poder, pero no sé cómo usarlo? ¿Y si… me vuelvo igual que el lord Legislador?

Elend la miró, abrazada a él, y su temor disminuyó un poco. La amaba. La situación a la que se enfrentaban no encajaba fácilmente en su mundo racional. Pero Vin nunca había necesitado la lógica, en realidad. Y él tampoco la necesitaba, si confiaba en ella.

Le sujetó la cara entre las manos y la hizo volverse a mirarlo.

—Tienes unos ojos preciosos.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué…?

—Y parte de su belleza procede de tu sinceridad —continuó él—. No te volverás igual que el lord Legislador, Vin. Sabrás qué hacer con ese poder. Confío en ti.

Ella sonrió, acompañando un gesto dubitativo, y luego asintió. Sin embargo, no avanzó hacia la caverna. Señaló algo por encima del hombro de Elend.

—¿Qué es eso?

Elend se volvió y notó que había un saliente en la pared del fondo. Sobresalía directamente de la roca, justo al lado del portal por donde habían entrado. Vin se acercó, y Elend la siguió, advirtiendo los fragmentos que había esparcidos alrededor.

—Parece cerámica rota —dijo Elend. Había varios trozos, y otros más diseminados por el suelo.

Vin recogió un pedazo, pero no había nada distintivo en él. Miró a Elend, que rebuscaba entre los trozos de cerámica.

—Mira esto —dijo, alzando una pieza que no estaba rota como las demás. Era un plato de barro cocido con una perla de metal en el centro.

—¿Atium?

—No tiene el mismo color —dijo él, frunciendo el ceño.

—¿Qué es, entonces?

—Tal vez encontremos las respuestas allí —dijo Elend, volviéndose y mirando las filas de columnas y la fuente de luz.

Vin asintió, y ambos avanzaron.

Marsh trató inmediatamente de empujar a Sazed usando sus brazaletes de metal. Sin embargo, Sazed estaba preparado y decantó la mentehierro de su anillo, extrayendo el peso que había almacenado en su interior. Su cuerpo se hizo más denso, y notó que el peso lo anclaba: sentía los puños como bolas de hierro en los extremos de unos brazos de plomo.

Marsh salió despedido, impulsado violentamente hacia atrás por su propio empujón. Chocó contra la pared del fondo, y un grito de sorpresa escapó de sus labios. Resonó en la pequeña sala abovedada.

Las sombras bailaron en la habitación a medida que la vela se fue haciendo más débil. Sazed decantó visión para aguzar la vista y liberó hierro mientras se abalanzaba contra el aturdido inquisidor. Marsh, sin embargo, se recuperó rápidamente. Recurrió a su poder, tirando de una lámpara apagada que había en la pared. La lámpara voló por los aires hacia él.

Sazed decantó cinc. Se sentía algo parecido a un extraño híbrido de alomántico y ferruquimista, con las fuentes de metal en su interior. El oro lo había sanado por dentro, pero los anillos todavía estaban clavados en su carne. Eso era lo que había hecho el lord Legislador, mantener sus mentes de metal en el interior, perforando su carne para que fueran más difíciles de robar.

Eso siempre le había parecido a Sazed algo morboso. Ahora, veía lo útil que podía ser. Sus pensamientos se aceleraron y vio rápidamente la trayectoria de la lámpara. Marsh podría usarla como arma en su contra. Así que Sazed decantó acero. La alomancia y la ferruquimia se diferenciaban en un aspecto fundamental: la alomancia extraía sus poderes de los metales, por eso la cantidad de poder disponible era limitada; con ferruquimia se podía restituir un atributo muchas veces, extrayendo, en pocos minutos, meses de poder.

El acero almacenaba velocidad física. Sazed cruzó corriendo la sala; el aire zumbaba en sus oídos cuando atravesó la puerta abierta. Agarró la lámpara en el aire y decantó con fuerza hierro, con lo que aumentó muchas veces su peso, y, a continuación, peltre para darse una fuerza enorme.

Marsh no tuvo tiempo de reaccionar. Tiraba de una lámpara que Sazed sujetaba en una mano inhumanamente fuerte, inhumanamente pesada. Una vez más, Marsh recibió el tirón de su propia alomancia y cruzó volando la sala, directamente hacia Sazed, que se volvió, golpeándole la cara con la lámpara. El metal se dobló en su mano y la fuerza empujó a Marsh de espaldas. El inquisidor golpeó la pared de mármol y un chorro de sangre nubló el aire. Mientras Marsh se desplomaba en el suelo, Sazed vio que había hundido uno de los clavos en su cara, aplastando el hueso orbital.

Sazed devolvió su peso a la normalidad y saltó hacia delante, blandiendo de nuevo su improvisada arma. Marsh, sin embargo, levantó un brazo y empujó. Sazed resbaló unos pasos antes de poder decantar de nuevo la menteacero, aumentando su peso.

Marsh gimió, porque su empujón lo estampó nuevamente contra la pared. También, sin embargo, mantuvo a Sazed a raya. El terrisano se esforzó por avanzar, pero la presión del empujón de Marsh, sumada al peso tremendo de su cuerpo, le impedía andar. Los dos pugnaron durante un momento, empujándose en la penumbra. Los grabados de la habitación chispearon, los silenciosos murales los contemplaron al lado de la puerta abierta que conducía al Pozo.

—¿Por qué, Marsh? —susurró Sazed.

—No lo sé —respondió Marsh, con un gruñido.

Con un destello de poder, Sazed liberó su mentehierro y decantó acero, aumentando de nuevo su velocidad. Soltó la lámpara, se desvió a un lado y se movió más rápidamente de lo que Marsh podía seguir. La lámpara, impelida hacia atrás, cayó al suelo cuando Marsh dejó de empujar y saltó hacia delante, intentando no quedar de nuevo atrapado contra la pared.

Pero Sazed fue más rápido. Giró, alzando una mano para intentar sacar el clavo hundido entre los omóplatos de Marsh y que bajaba por su espalda. Sacar ese clavo mataría al inquisidor: era la debilidad que el lord Legislador había introducido en ellos.

Sazed rodeó a Marsh para atacar por detrás. El clavo del ojo derecho de Marsh le sobresalía varios centímetros de la nuca y goteaba sangre.

La menteacero de Sazed se agotó.

Los anillos no habían sido diseñados para durar mucho, y sus dos estallidos extremos habían agotado la menteacero en cuestión de segundos. Frenó su terrible salto, pero tenía el brazo todavía en alto y aún poseía la fuerza de diez hombres. Vio el bulto del clavo en la espalda, bajo la túnica de Marsh. Si podía…

Marsh se volvió sobre sus talones y con destreza apartó la mano de Sazed. Le descargó un codazo en el estómago y le abofeteó la cara de un revés.

Sazed cayó de espaldas y su mentepeltre se agotó, por lo que su fuerza desapareció también. Golpeó el duro suelo de acero con un gruñido de dolor, y rodó.

Marsh se levantó en la habitación oscura. La vela tembló.

—Te equivocabas, Sazed —puntualizó Marsh—. Yo no era soldado, aunque eso ha cambiado. Tú te has pasado los dos últimos años enseñando, pero yo los he pasado matando. Matando a mucha gente…

Marsh avanzó un paso, y Sazed tosió, tratando de mover su magullado cuerpo. Le preocupaba haberse vuelto a romper el brazo. Decantó de nuevo cinc, acelerando sus pensamientos, pero eso no ayudó a su cuerpo a moverse. Solo vio, más plenamente consciente de su situación e incapaz de hacer nada para impedirlo, cómo Marsh recogía la lámpara del suelo.

La vela se apagó.

Sin embargo, Sazed seguía viendo la cara de Marsh. De la cuenca aplastada le manaba sangre, lo que hacía que su expresión fuera aún más difícil de leer. El inquisidor parecía… apenado mientras alzaba la lámpara con una mano como una garra con intención de hundirla en el rostro del terrisano.

Espera, pensó Sazed. ¿De dónde viene esa luz?

Un bastón de duelo chocó contra la nuca de Marsh, rompiéndose en mil pedazos.

Vin y Elend se acercaron al estanque. Elend se arrodilló en silencio junto a ella, pero Vin permaneció en pie, contemplando las aguas brillantes, que se hallaban en una pequeña depresión en la roca y parecían densas, como de metal. Un blanco plateado, metal líquido brillante. El Pozo medía solo unos palmos de diámetro, pero su poder resonaba en la mente de Vin.

De hecho, estaba tan embelesada por la belleza del estanque que no notó la presencia del espíritu de la bruma hasta que la mano de Elend le apretó el hombro. Alzó la cabeza y vio al espíritu ante ellos. Tenía la cabeza inclinada, pero cuando ella se volvió, su forma de sombra se irguió.

Vin nunca había visto a la criatura fuera de la bruma. Aún no estaba completamente… entera. De su cuerpo fluía bruma que caía y creaba su amorfa figura. Una pauta persistente.

Vin siseó y desenvainó una daga.

—¡Espera! —dijo Elend.

Ella frunció el ceño y lo miró con mala cara.

—Creo que no es peligroso, Vin —dijo él, apartándose de ella y acercándose al espíritu.

—¡Elend, no! —le pidió Vin. Él se zafó amablemente.

—Me visitó cuando te fuiste, Vin —explicó Elend—. No me hizo daño. Tan solo… parecía querer decirme algo. —Sonrió, todavía ataviado con su capa y su ropa de viaje, y se acercó despacio al espíritu de la bruma—. ¿Qué es lo que quieres?

El espíritu permaneció inmóvil un momento y luego alzó el brazo. Algo destelló reflejando la luz del estanque.

—¡No! —gritó Vin dando un salto hacia delante al tiempo que el espíritu descargaba una cuchillada en el estómago de Elend, que gimió de dolor y retrocedió dando tumbos.

»¡Elend! —Vin corrió a su lado mientras él resbalaba y caía al suelo. El espíritu retrocedió. Manaba sangre de algún lugar de su cuerpo engañosamente incorpóreo. Sangre de Elend, que yacía en el suelo, aturdido, con los ojos muy abiertos. Vin avivó peltre y le abrió la casaca para dejar al descubierto la herida. El espíritu había cortado profundamente y le había abierto el estómago.

»No… no… no… —dijo Vin, anonadada, con las manos empapadas de sangre.

La herida era muy grave. Mortal.

Ham soltó el bastón roto. Todavía llevaba el brazo en cabestrillo. El fornido violento parecía increíblemente satisfecho consigo mismo mientras pasaba por encima del cuerpo de Marsh y le tendía su mano sana a Sazed.

—No esperaba encontrarte aquí, Sazed.

Aturdido, el terrisano aceptó la mano y se puso en pie. Pasó por encima del cuerpo de Marsh, aunque sabía que un simple bastonazo en la cabeza no podía matar a la criatura. Sin embargo, estaba demasiado aturdido para que le importara. Recogió la vela, la encendió con la linterna de Ham y se dirigió hacia las escaleras, obligándose a continuar.

Tenía que seguir adelante. Tenía que llegar junto a Vin.

Vin acunó a Elend en sus brazos, formando con su capa un apresurado vendaje, terriblemente inadecuado, alrededor de su torso.

—Te quiero —susurró, sintiendo las lágrimas calientes en las mejillas heladas—. Elend, te quiero. Te quiero…

El amor no sería suficiente. Él temblaba, mirando hacia arriba, apenas capaz de enfocar. Jadeó, y la sangre borboteó en su saliva.

Vin se volvió, advirtiendo aturdida dónde estaba arrodillada. El estanque brillaba a su lado, a pocos centímetros del lugar donde había caído Elend. Parte de su sangre había caído al agua, aunque no se mezclaba con el metal líquido.

Puedo salvarlo, comprendió. El poder de la creación está a unos centímetros de mis dedos. Aquel era el lugar donde Rashek había ascendido a la divinidad. El Pozo de la Ascensión.

Miró a Elend, sus ojos moribundos. Él trató de concentrarse en ella, pero le costaba controlar sus músculos. Parecía que… estaba intentando sonreír.

Vin enrolló su chaqueta y se la puso bajo la cabeza. Luego, vestida únicamente con sus pantalones y su camisa, se acercó al estanque. Podía oírlo latir. Como si… la llamara. Como si la llamara para que se reuniera con él.

Se metió en el estanque. Opuso resistencia, pero su pie fue hundiéndose lentamente. Avanzó, dirigiéndose al centro de la charca. En pocos segundos el agua le llegaba al pecho y el brillante líquido la rodeaba.

Tomó aire y luego echó atrás la cabeza mientras el estanque la absorbía, cubriendo su rostro.

Sazed bajó a trompicones la escalera, sujetando la vela con dedos temblorosos. Ham lo llamaba. Dejó atrás a un confundido Fantasma en el rellano e ignoró las preguntas del muchacho.

Sin embargo, cuando se abría paso hacia la caverna, se detuvo de pronto. Un pequeño temblor sacudió la roca.

De algún modo, supo que llegaba demasiado tarde.

El poder la asaltó repentinamente.

Sintió el líquido presionando a su alrededor, filtrándose en su cuerpo, reptando, abriéndose paso por los poros de su piel. Abrió la boca para gritar, y también le entró por ella, ahogándola, asfixiándola.

Con un súbito estallido, el lóbulo de la oreja empezó a dolerle. Gritó, se quitó el pendiente y dejó que se hundiera en las profundidades. Se quitó el cinturón y dejó que se hundiera también con sus frascos alománticos, desprendiéndose de los únicos metales que llevaba encima.

Entonces empezó a arder. Reconoció la sensación: era exactamente igual que la impresión que producía quemar metales en el estómago, excepto que procedía de su cuerpo entero. Su piel se avivó, sus músculos estallaron en llamas y sus mismos huesos parecieron arder. Jadeó y advirtió que el metal había desaparecido de su garganta.

Brillaba. Sintió el poder dentro, como si intentara que estallara para volver a salir. Era como la fuerza que obtenía quemando peltre, pero sorprendentemente más potente. Era una fuerza increíble. Hubiese estado fuera del alcance de su comprensión, pero expandía su mente, obligándola a crecer y comprender lo que ahora poseía.

Podía rehacer el mundo. Podía contener las brumas. Podía alimentar a millones con un gesto de su mano, castigar al malvado, proteger al débil. Se asombraba de sí misma. La caverna parecía transparente a su alrededor, y vio el mundo entero desplegarse, una magnífica esfera donde la vida solo podía existir en una pequeña zona, en los polos. Podía arreglarlo. Podía mejorar las cosas. Podía…

Podía salvar a Elend.

Bajó la mirada y lo vio agonizando. Comprendió de inmediato lo que le pasaba. Podía sanar su piel herida y sus órganos cortados.

No debes hacerlo, niña.

Vin alzó la cabeza, sorprendida.

Sabes lo que debes hacer, le susurró la Voz. Parecía vieja, aunque amable.

—¡Tengo que salvarlo! —gritó.

Sabes lo que debes hacer.

Y lo supo. Lo vio suceder: vio, como en una visión, a Rashek cuando se había apoderado del poder. Vio los desastres que había causado.

Era todo o nada… Como la alomancia, en cierto modo. Si tomaba el poder, tendría que quemarlo en unos instantes. Rehacer las cosas tal como quisiera, pero durante un breve instante.

O… podía entregarlo.

Debo derrotar a la Profundidad, dijo la Voz.

También vio eso. Fuera del palacio, en la ciudad, por toda la Tierra. Gente en las brumas, temblando, cayendo. Muchos permanecían a cubierto, por fortuna. Las tradiciones skaa seguían arraigadas en ellos.

Sin embargo, algunos estaban fuera. Aquellos que confiaban en las palabras de Kelsier y creían que las brumas no podían hacerles daño. Pero ahora las brumas podían. Habían cambiado y traían la muerte.

Esto era la Profundidad. Brumas que mataban. Brumas que estaban cubriendo lentamente toda la Tierra. Las muertes eran esporádicas; Vin vio caer a muchos, pero vio a otros enfermar simplemente, y a otros que caminaban entre las brumas como si nada.

Empeorará, dijo la Voz suavemente. Matará y destruirá. Y, si intentas detenerlo, destruirás el mundo, como hizo Rashek antes que tú.

—Elend… —susurró ella. Se volvió hacia él, que continuaba sangrando en el suelo.

En ese momento, recordó algo. Algo que había dicho Sazed. Debes amarlo lo suficiente para confiar en sus deseos, le había dicho. No será amor a menos que aprendas a respetar… no lo que tú consideras mejor, sino lo que él quiera.

Vio llorar a Elend. La vio mirarla, y supo lo que quería. Quería que su pueblo viviera. Quería que el mundo conociera la paz y que los skaa fueran libres.

Quería que la Profundidad fuera derrotada. La seguridad de su pueblo significaba para él más que su propia vida. Mucho más.

Sabrás qué hacer, le había dicho él hacía un momento. Confío en ti

Vin cerró los ojos y las lágrimas le resbalaron por las mejillas. Por lo visto, los dioses podían llorar.

—Te quiero —susurró.

Dejó que el poder la abandonara. Tuvo la capacidad de convertirse en una deidad en sus manos, pero lo dejó ir hacia el vacío que esperaba. Renunció a Elend.

Porque sabía que eso era lo que él quería.

La caverna inmediatamente empezó a temblar. Vin gritó cuando el ardiente poder fue arrancado de su interior, absorbido ansiosamente por el vacío. Gritó, perdiendo su brillo, y cayó al estanque, ahora vacío, chocando con la cabeza contra las rocas.

La caverna continuó temblando, polvo y lascas caían del techo. Y, entonces, en un momento de cegadora claridad, Vin oyó una frase resonar claramente en su cabeza.

¡Soy LIBRE!