Cuando por fin lo comprendí, cuando por fin relacioné todos los signos de la Anticipación de Alendi, me entusiasmé. Sin embargo, cuando anuncié mi descubrimiento a los otros forjamundos, me trataron con desdén.

Oh, cómo desearía ahora haberles hecho caso.

13

La bruma se rebullía y giraba. La luz moría al oeste, y la noche avanzaba.

Vin frunció el ceño.

—¿No te parece que las brumas llegan más temprano?

—¿Más temprano? —preguntó OreSeur con su voz apagada. El sabueso kandra estaba sentado junto a ella en el tejado.

Vin asintió.

—Antes, las brumas no empezaban a aparecer hasta después del crepúsculo, ¿no?

—Está oscuro, ama.

—Pero ya están aquí…, han empezado a acumularse cuando el sol apenas empezaba a ponerse.

—No veo que tenga ninguna importancia, ama. Tal vez las brumas sean simplemente como otras condiciones climáticas…, varían, a veces.

—¿No te parece un poco extraño?

—Pensaré que es extraño si así lo quieres, ama —dijo OreSeur.

—No me refiero a eso.

—Te pido disculpas, ama. Dime a qué te refieres, y estaré seguro de creer lo que se me ordene.

Vin suspiró y se frotó la frente. Ojalá regresara Sazed… pensó. Era un deseo imposible, de todas formas. Aunque Sazed hubiera estado en Luthadel no habría sido su criado. El terrisano ya no llamaba amo a nadie. Tendría que contentarse con OreSeur. El kandra, al menos, podía proporcionarle información que Sazed no podía darle… suponiendo que consiguiera sacársela.

—Tenemos que encontrar al impostor —dijo Vin—. El que… sustituyó a alguien.

—Sí, ama.

Vin se acomodó en el tejado inclinado, apoyando los codos en las tejas, mientras contemplaba las brumas.

—Luego, necesito saber más de ti.

—¿De mí, ama?

—De los kandra en general. Si voy a encontrar a ese impostor, necesito saber cómo piensa, y comprender sus motivaciones.

—Sus motivaciones serán sencillas, ama —dijo OreSeur—. Estará cumpliendo su Contrato.

—¿Y si actúa sin Contrato?

OreSeur sacudió su cabeza perruna.

—Los kandra siempre tienen un Contrato. Sin Contrato no se les permite entrar en la sociedad humana.

—¿Nunca? —preguntó Vin.

—Nunca.

—¿Y si se trata de una especie de kandra renegado?

—Esas cosas no existen.

¿No?, pensó Vin, escéptica. Sin embargo, no insistió. Había pocos motivos para que un kandra se infiltrara por su cuenta en el palacio; era mucho más probable que uno de los enemigos de Elend hubiera enviado a la criatura. Uno de los señores de la guerra, tal vez, o quizá los obligadores. Incluso los otros nobles de la ciudad podían tener buenos motivos para espiar a Elend.

—Muy bien —dijo Vin—. El kandra es un espía enviado para reunir información para otro humano.

—Sí.

—Pero si tomó el cuerpo de alguien de palacio, no lo mató él. Los kandra no pueden matar a los humanos, ¿no es así?

OreSeur asintió.

—Todos estamos obligados por esa regla.

—Así que alguien se coló en palacio, asesinó a un miembro del personal y luego hizo que el kandra tomara su cuerpo. —Calló, reflexionando sobre el problema—. Deberíamos considerar primero las posibilidades más peligrosas: los miembros de la banda. Por fortuna, puesto que el asesinato tuvo lugar ayer, podemos eliminar a Brisa, que estaba fuera de la ciudad en ese momento.

OreSeur asintió.

—Podemos eliminar a Elend también —dijo Vin—. Estuvo ayer con nosotros en la muralla.

—Queda la mayoría de la banda, ama.

Vin frunció el ceño. Había tratado de establecer coartadas sólidas para Ham, Dockson, Clubs y Fantasma. Sin embargo, todos ellos tenían al menos unas cuantas horas sin explicar. Tiempo suficiente para que un kandra los digiriera y ocupara su lugar.

—Muy bien. Entonces, ¿cómo encuentro al impostor? ¿Cómo puedo distinguirlo de los demás?

OreSeur permaneció en silencio.

—Tiene que haber un modo —dijo Vin—. Su imitación no puede ser perfecta. ¿Funcionaría hacerle un corte?

OreSeur negó con la cabeza.

—Los kandra copian los cuerpos a la perfección, ama: sangre, carne, piel y músculos. Lo viste cuando me abrí la piel.

Vin suspiró, se puso en pie y se acercó al borde del tejado. Las brumas ya eran muy espesas y la noche se volvía rápidamente negra. Empezó a caminar de un lado a otro por el borde, distraída: el sentido del equilibrio alomántico le impedía caer.

—Tal vez me dé cuenta de quién actúa de un modo distinto —dijo—. ¿Son la mayoría de los kandra tan buenos imitadores como tú?

—Entre los kandra, mi grado de habilidad es medio. Algunos son peores, otros son mejores.

—Pero ningún actor es perfecto.

—Los kandra no suelen cometer errores, ama —dijo OreSeur—. Pero este probablemente sea el mejor método. Ten cuidado, de todas formas: podría ser cualquiera. Los de mi especie son muy hábiles.

Vin vaciló. No es Elend, se dijo. Ayer estuvo conmigo todo el día. Excepto por la mañana.

Demasiado tiempo, decidió. Estuvimos horas en la muralla y esos huesos habían sido expulsados recientemente. Además, me habría dado cuenta si fuera él… ¿no?

Sacudió la cabeza.

—Tiene que haber otro modo. ¿Puedo localizar a un kandra por medio de la alomancia?

OreSeur no respondió de inmediato. Vin se volvió hacia él en la oscuridad, estudiando su rostro canino.

—¿Bien?

—No hablamos con extraños de tales cosas.

Vin suspiró.

—Dímelo de todas formas.

—¿Me ordenas hablar?

—No quiero ordenarte nada.

—Entonces, ¿puedo marcharme? —preguntó OreSeur—. ¿No deseas ordenarme nada y, por tanto, nuestro Contrato queda disuelto?

—No quería decir eso.

OreSeur frunció el ceño, una expresión extraña en el rostro de un perro.

—Para mí sería más fácil si me dijeras lo que quieres, ama.

Vin apretó la mandíbula.

—¿Por qué eres tan hostil?

—No soy hostil, ama. Soy tu sirviente y haré lo que me ordenes. Forma parte del Contrato.

—Claro. ¿Eres igual con todos tus amos?

—Con la mayoría cumplo un papel específico —dijo OreSeur—. Tengo huesos que imitar… una persona en la que convertirme, una personalidad que adoptar. Tú no me has dado ninguna directriz, solo los huesos de este… animal.

Así que se trata de eso, pensó Vin. Sigue molesto por el cuerpo del perro.

—Mira, esos huesos en realidad no cambian nada. Sigues siendo la misma persona.

—No lo comprendes. Lo que un kandra sea no es importante. Lo importante es aquello en lo que se convierte, los huesos que toma, el papel que desempeña. Ninguno de mis amos anteriores me había pedido que hiciera algo así.

—Bueno, yo no soy como los otros amos —dijo Vin—. De todas maneras, te he hecho una pregunta. ¿Hay algún modo de poder localizar a un kandra por medio de la alomancia? Y, sí, te ordeno que hables.

Un destello de triunfo brilló en los ojos de OreSeur, como si disfrutara obligándola a cumplir su papel.

—Los kandra no resultan afectados por la alomancia mental, ama.

Vin frunció el ceño.

—¿En absoluto?

—No, ama. Puedes tratar de encender o aplacar nuestras emociones, si lo deseas, pero no surtirá efecto alguno. Ni siquiera sabremos que estás intentando manipularnos.

Como alguien que quema cobre.

—No es precisamente la más útil de las informaciones —dijo Vin, sin dejar de caminar por el tejado. Los alománticos no podían leer el pensamiento ni las emociones; cuando aplacaban o encendían a otra persona, solo podían esperar que esa persona reaccionara como pretendían.

Tal vez pudiera poner a prueba a un kandra aplacando las emociones de alguien. Si no reaccionaba, eso podría significar que era un kandra… pero también que era bueno disimulando sus emociones.

OreSeur la observó mientras caminaba.

—Si fuera fácil detectar a los kandra, ama, no seríamos tan buenos impostores, ¿no?

—Supongo que no —reconoció Vin. Sin embargo, pensar en lo que él había dicho la hizo considerar otra cosa—. ¿Puede un kandra usar la alomancia? Si se come a un alomántico, quiero decir.

OreSeur negó con la cabeza.

Entonces hay otro método, pensó Vin. Si capto a un miembro de la banda quemando metales, entonces sabré que no es el kandra. No serviría con Dockson ni con los criados de palacio, pero le permitiría eliminar a Ham y Fantasma.

—Hay algo más —dijo Vin—. Antes, cuando hacíamos aquel trabajo para Kelsier, me dijo que teníamos que mantenerte apartado del lord Legislador y sus inquisidores. ¿Por qué?

OreSeur desvió la mirada.

—No hablamos de eso.

—Entonces te ordeno que hables de ello.

—Entonces debo negarme a contestar.

—¿Negarte a contestar? ¿Puedes hacerlo?

OreSeur asintió.

—No se nos exige revelar secretos sobre la naturaleza kandra, ama. Está…

—En el Contrato —terminó Vin, frunciendo el ceño. Tengo que volvérmelo a leer.

—Sí, ama. Creo que ya he dicho demasiado.

Vin se dio media vuelta y contempló la ciudad. Las brumas continuaban girando. Cerró los ojos, tanteando con bronce, tratando de sentir el pulso delator de un alomántico quemando metales cerca.

OreSeur se levantó y se acercó a ella, luego volvió a sentarse en el tejado inclinado.

—¿No deberías estar en la reunión con el rey, ama?

—Tal vez vaya luego —respondió Vin, abriendo los ojos. Más allá de la ciudad, las hogueras de los ejércitos iluminaban el horizonte. La fortaleza Venture brillaba en la noche a su derecha y, dentro, Elend celebraba un consejo con los demás. Muchos de los hombres más importantes del gobierno reunidos en la misma sala. Elend la llamaría paranoica por insistir en ser ella quien vigilara la presencia de espías y asesinos. No importaba; podía llamarla como quisiera mientras permaneciera con vida.

Se sentó. Se alegraba de que Elend hubiera decidido elegir la fortaleza Venture como palacio, en vez de mudarse a Kredik Shaw, el hogar del lord Legislador. Kredik Shaw no solo era demasiado grande para su adecuada defensa, sino que también le recordaba al lord Legislador.

Pensaba a menudo en el lord Legislador, últimamente… o más bien pensaba en Rashek, el hombre que se había convertido en lord Legislador. Terrisano de nacimiento, Rashek había matado al hombre que debería haber tomado el poder en el Pozo de la Ascensión y…

¿Y había hecho qué? Todavía no lo sabían. El Héroe se había impuesto la misión de proteger al pueblo de un peligro conocido simplemente como la Profundidad. Muchas cosas se habían perdido; otras habían sido destruidas intencionadamente. Su mejor fuente de información sobre aquellos días era un viejo diario escrito por el Héroe de las Eras durante los días anteriores a su asesinato a manos de Rashek. Sin embargo, daba unas cuantas pistas muy valiosas sobre la misión.

¿Por qué me preocupo por estas cosas?, pensó Vin. La Profundidad es algo olvidado hace mil años. Elend y los demás tienen razón al preocuparse por asuntos más acuciantes.

Sin embargo, Vin se sentía extrañamente alejada de ellos. Tal vez por eso había decidido explorar fuera. Le preocupaban los ejércitos, desde luego, pero se sentía… ajena al problema. Incluso entonces, mientras reflexionaba sobre la amenaza que pesaba sobre Luthadel, su mente regresaba al lord Legislador.

No sabéis lo que hago por la humanidad, había dicho él. Fui vuestro dios, aunque no pudierais verlo. Matándome os habéis condenado. Esas habían sido las últimas palabras del lord Legislador, pronunciadas mientras yacía en el suelo del salón del trono. Le preocupaban. Todavía la helaban interiormente.

Necesitaba distraerse.

—¿Qué cosas te gustan, kandra? —preguntó, volviéndose hacia la criatura, que seguía sentada a su lado en el tejado—. ¿Cuáles son tus amores, tus odios?

—No quiero responder a eso.

Vin frunció el ceño.

—¿No quieres o no tienes que hacerlo?

OreSeur vaciló.

—No quiero, ama.

Era obvio: tendrás que ordenármelo.

Estuvo a punto de hacerlo. Sin embargo, algo la hizo dudar, algo en aquellos ojos, por inhumanos que fueran. Algo familiar.

Ella había conocido un resentimiento similar. Lo había sentido a menudo durante su juventud, cuando servía a los jefes de bandas que dominaban a sus seguidores. En las bandas, uno hacía lo que le ordenaban, sobre todo si era una muchachita sin rango ni manera alguna de intimidar.

—Si no deseas hablar de ello —dijo Vin, volviéndose—, entonces no te obligaré.

OreSeur guardó silencio.

Vin inhaló las brumas, y su fría humedad le hizo cosquillas en la garganta y los pulmones.

—¿Sabes qué es lo que me gusta a mí, kandra?

—No, ama.

—Las brumas —dijo ella, abriendo los brazos—. El poder, la libertad.

OreSeur asintió lentamente. Cerca, sintió con su bronce un débil pulso. Tranquilo, extraño, enervante. Era el mismo extraño pulso que había sentido en el tejado de la fortaleza Venture unas cuantas noches antes. Nunca había sido lo suficientemente valiente para investigarlo de nuevo.

Es hora de hacer algo al respecto, decidió.

—¿Quieres saber qué es lo que odio, kandra? —susurró, agazapándose y comprobando sus cuchillos y sus metales.

—No, ama.

Ella se dio la vuelta y miró a OreSeur a los ojos.

—Odio tener miedo.

Sabía que los demás la consideraban demasiado inquieta. Paranoica. Había vivido con miedo tanto tiempo que había llegado a considerarlo tan natural como la ceniza, el sol y la tierra misma.

Kelsier la había librado de ese miedo. Seguía siendo cuidadosa, pero ya no notaba la constante sensación de terror. El Superviviente le había dado una vida donde quienes la amaban no la golpeaban. Le había mostrado algo mejor que el miedo: la confianza. Ahora que conocía esas cosas, no renunciaría a ellas fácilmente. No las entregaría a ningún ejército, ni a ningún asesino…

Ni siquiera a los espíritus.

—Sígueme si puedes —susurró, y saltó del tejado a la calle de abajo.

Corrió por la calzada cubierta de brumas, acumulando impulso antes de tener tiempo de arrepentirse de su decisión. La fuente de los pulsos de bronce estaba cercana: procedía de una calle más allá, del interior de un edificio. No del piso de arriba, decidió. Una de las ventanas oscuras del tercer piso tenía los postigos abiertos.

Vin lanzó una moneda y saltó. Salió disparada hacia arriba, controlando su impulso empujando una aldaba del otro lado de la calle. Aterrizó en el vano de la ventana, agarrándose al marco. Avivó estaño, dejando que sus ojos se habituaran a la profunda oscuridad del interior de la habitación abandonada.

Y allí estaba. Formado completamente por brumas, su contorno vago se agitaba y giraba en la oscura cámara. Desde allí se veía el tejado donde Vin y OreSeur habían estado hablando.

Los fantasmas no espían a la gente… ¿o sí? Los skaa no hablaban de cosas como los espíritus de los muertos. Eso apestaba demasiado a religión, y la religión era para los nobles. Creer era la muerte para los skaa. Eso no había impedido que algunos fueran religiosos, naturalmente, pero los ladrones como Vin eran demasiado pragmáticos para ese tipo de cosas.

Solo había una figura en las leyendas skaa a la que se parecía la criatura: los espectros de la bruma. Criaturas que, según se decía, robaban el alma a los hombres lo suficientemente necios como para salir de noche. Pero Vin ya sabía qué eran esos espectros de la bruma: primos de los kandra, extrañas bestias semiinteligentes que usaban los huesos de aquellos a quienes ingerían. Eran raros, cierto, pero no fantasmas, y ni siquiera resultaban peligrosos. No había espectros oscuros en la noche, ni fantasmas al acecho, ni duendes.

O eso había dicho Kelsier. La criatura que acechaba en la oscura habitación, con su forma insustancial rebulléndose en las brumas, parecía un inmejorable ejemplo de lo contrario. Vin se agarró a los lados de la ventana, sintiendo que el miedo, su viejo amigo, regresaba.

Corre. Huye. Escóndete.

—¿Por qué me has estado observando? —preguntó.

La cosa no se movió. Su forma parecía empujar las brumas hacia delante, y estas giraron levemente, como impelidas por una corriente de aire.

Puedo sentirlo con el bronce. Eso significa que está usando alomancia… y la alomancia atrae las brumas.

La cosa avanzó. Vin se envaró.

Y de repente el espíritu desapareció.

Vin vaciló, frunciendo el ceño. ¿Eso era todo? Se había…

Algo le agarró el brazo. Algo frío, algo terrible pero muy real. El dolor le atravesó la cabeza, desde el oído hasta el cerebro. Gritó, pero le falló la voz y guardó silencio. Con un gemido y el brazo temblando y sacudiéndose, cayó de espaldas por la ventana.

Tenía el brazo helado todavía. Lo notaba agitándose en el aire junto a ella, como si exudara aire gélido. La bruma pasaba a su alrededor como nubes que la estuvieran persiguiendo.

Vin avivó estaño. El dolor, el frío, la humedad y la lucidez estallaron en su mente. Dio una voltereta y avivó peltre justo cuando golpeaba el suelo.

—¿Ama? —OreSeur salió de las sombras.

Vin sacudió la cabeza, arrodillándose, con las manos apoyadas en el resbaladizo empedrado. Todavía notaba el frío en el brazo izquierdo.

—¿Voy en busca de ayuda? —preguntó el sabueso.

Vin negó con la cabeza y se incorporó con esfuerzo, tambaleándose. Miró hacia arriba, a través de las brumas, a la ventana oscura.

Se estremeció. El impacto contra el suelo le había lastimado el hombro y el costado aún magullado le latía, pero notaba que recuperaba las fuerzas. Se apartó del edificio, todavía mirando hacia arriba. Sobre ella, las oscuras brumas parecían… ominosas. Oscurecedoras.

No, pensó. Las brumas son mi libertad; ¡la noche es mi hogar! Aquí está mi lugar. No he necesitado tener miedo de la noche desde que Kelsier me enseñó lo contrario.

No podía perder eso. No volvería al miedo. Sin embargo, no pudo evitar apresurar el paso mientras llamaba a OreSeur y se alejaba del edificio. No dio ninguna explicación para sus extrañas acciones.

El kandra no pidió ninguna.

Elend colocó un tercer montón de libros sobre la mesa, que se desplomó contra los otros dos, amenazando con arrastrarlo todo al suelo. Elend los sujetó y alzó la mirada.

Brisa, de punta en blanco, miró la mesa divertido, bebiendo vino. Ham y Fantasma jugaban a un juego de piedras mientras esperaban que comenzara la reunión; Fantasma iba ganando. Dockson estaba sentado en un rincón, escribiendo en un libro de cuentas, y Clubs, sentado en un mullido sillón, miraba a Elend con una de sus expresiones características.

Cualquiera de estos hombres podría ser un impostor, pensó Elend. La idea seguía pareciéndole una locura. ¿Qué podía hacer? ¿Retirar a todos su confianza? No, los necesitaba demasiado.

La única opción era actuar con normalidad y vigilarlos. Vin le había dicho que tratara de detectar fallos de personalidad. Él pretendía hacerlo lo mejor posible, pero la realidad era que no estaba demasiado seguro de cuánto podría notar. Aquello pertenecía más al ámbito de Vin. Él tenía que ocuparse de los ejércitos.

Al pensar en ella miró hacia la vidriera situada al fondo del estudio, y se sorprendió al ver que fuera estaba oscuro.

¿Tan tarde es ya?, pensó.

—Mi querido amigo —comentó Brisa—. Cuando nos has dicho que tenías que «ir a consultar unas cuantas citas importantes» podrías habernos advertido que planeabas estar fuera dos horas enteras.

—Sí, bueno, he perdido la noción del tiempo…

—¿Durante dos horas?

Elend asintió mansamente.

—Había libros de por medio.

Brisa sacudió la cabeza.

—Si el destino del Dominio Central no estuviera en juego, y si no fuera tan fantástico ver a Hammond perder el sueldo de un mes contra ese muchacho de allí, me habría marchado hace una hora.

—Sí, bueno, ya podemos empezar —dijo Elend.

Ham se echó a reír y se puso en pie.

—Lo cierto es que es como en los viejos tiempos. Kell siempre llegaba tarde también… y le gustaba celebrar sus reuniones de noche. A horas de haberse creado la bruma.

Fantasma sonrió, apreciando lo abultado de su faltriquera.

Seguimos usando cuartos imperiales del lord Legislador como moneda, pensó Elend. Tendremos que hacer algo al respecto.

—Echo de menos la pizarra —dijo Fantasma.

—Yo desde luego no —replicó Brisa—. Kell tenía una letra atroz.

—Absolutamente atroz —dijo Ham con una sonrisa—. Pero hay que admitir que era… peculiar.

Brisa alzó una ceja.

—Supongo que así era.

Kelsier, el Superviviente de Hathsin, pensó Elend. Incluso su letra es legendaria.

—Muy bien —dijo—. Creo que quizá deberíamos ponernos a trabajar. Todavía tenemos dos ejércitos ahí fuera. ¡No nos marcharemos esta noche hasta que tengamos un plan para enfrentarnos a ellos!

Los miembros de la banda se miraron.

—Lo cierto, Majestad —dijo Dockson—, es que ya hemos reflexionado un poco sobre ese problema.

—¿Sí? —preguntó Elend, sorprendido. Bueno, después de todo los he dejado solos un par de horas—. Informadme, entonces.

Dockson se levantó y acercó su silla al resto del grupo, y Ham tomó la palabra.

—La situación es la siguiente, El —dijo—. Con dos ejércitos ahí fuera, no tenemos que preocuparnos por un ataque inmediato. Pero seguimos corriendo un grave peligro. Esto probablemente se convertirá en un asedio prolongado mientras cada ejército trata de aguantar más que el otro.

—Tratarán de que nos rindamos por culpa del hambre —dijo Clubs—. Intentarán debilitarnos a nosotros, y a sus enemigos, antes de atacar.

—Así que estamos en un brete —continuó Ham—, porque no aguantaremos mucho. La ciudad está ya al borde del hambre… y los reyes enemigos probablemente son conscientes de ello.

—¿Qué proponéis? —preguntó Elend lentamente.

—Tenemos que aliarnos con uno de esos ejércitos, Majestad —dijo Dockson—. Los dos lo saben. Solos, no podrán derrotarse el uno al otro. Sin embargo, con nuestra ayuda el equilibrio se romperá.

—Nos aislarán —dijo Ham—. Nos mantendrán bloqueados hasta que nos desesperemos lo suficiente para aliarnos con uno de ellos. Tarde o temprano tendremos que hacerlo… Eso, o dejar que nuestra gente muera de hambre.

—La decisión se reduce a lo siguiente —dijo Brisa—. No podemos aguantar más que ellos, así que tenemos que elegir cuál de esos ejércitos queremos que tome la ciudad. Y sugiero que tomemos rápidamente la decisión, antes de que se nos agoten los suministros.

Elend permaneció en silencio.

—Al hacer un trato con uno de esos ejércitos estaremos entregando nuestro reino.

—Cierto —dijo Brisa, acariciando su copa—. Sin embargo, lo que he conseguido trayendo un segundo ejército es capacidad para negociar. Verás, al menos estamos en disposición de exigir algo a cambio de nuestro reino.

—¿Y de qué serviría eso? —preguntó Elend—. Seguimos perdiendo.

—Es mejor que nada —respondió Brisa—. Creo que podríamos persuadir a Cett para que te deje como gobernador provisional en Luthadel. No le gusta el Dominio Central: lo considera yermo e insulso.

—Gobernador provisional de la ciudad —dijo Elend con el ceño fruncido—. Es un poco distinto a rey del Dominio Central.

—Cierto —dijo Dockson—. Pero todo emperador necesita buenos hombres para administrar las ciudades que están bajo su mando. No serías rey, pero sobrevivirías, junto a nuestro ejército, a los meses próximos, y Luthadel no sería saqueada.

Ham, Brisa y Dockson lo miraron resueltamente a los ojos. Elend miró su pila de libros, pensando en sus investigaciones y estudios. No servían para nada. ¿Cuánto tiempo hacía que la banda sabía que solo había un curso posible de acción?

Ellos parecieron interpretar el silencio de Elend como aceptación.

—¿Cett es la mejor opción, entonces? —preguntó Dockson—. Tal vez sea más probable que Straff llegue a un acuerdo con Elend. Después de todo, son familia.

Oh, él llegaría a un acuerdo, pensó Elend. Y lo rompería en cuanto le conviniera. Pero… ¿cuál era la alternativa? ¿Entregar la ciudad a Cett? ¿Qué le sucedería a aquella tierra, a ese pueblo, si él estuviera al mando?

—Creo que Cett es mejor —dijo Brisa—. Está dispuesto a dejar que otros gobiernen siempre y cuando él se lleve la gloria y el dinero. El problema va a ser el atium. Cett cree que está aquí, y si no lo encuentra…

—Le dejaremos registrar la ciudad —dijo Ham.

Brisa asintió.

—Tendrías que convencerle de que le engañé con lo del atium… y eso no será demasiado difícil, teniendo en cuenta lo que piensa de mí. Lo cual nos lleva a otro asunto: tendrás que convencerle de que te has encargado de mí. Tal vez haya que decirle que me ejecutaron en cuanto Elend descubrió que había levantado un ejército contra él.

Los demás asintieron.

—Brisa, ¿cómo trata lord Cett a los skaa que tiene en sus manos? —preguntó Elend.

Brisa vaciló, y luego desvió la mirada.

—Me temo que no muy bien.

—Veamos —dijo Elend—. Creo que tenemos que considerar cuál es la mejor manera de proteger a nuestro pueblo. Si se lo entregamos todo a Cett, entonces salvaríamos mi pellejo… ¡al precio de toda la población skaa dependiente del dominio!

Dockson sacudió la cabeza.

—Elend, no es una traición. No si es el único modo.

—Eso es fácil decirlo —repuso Elend—. Pero soy yo quien tendrá que soportar la mala conciencia de haber hecho una cosa así. No estoy diciendo que debamos descartar vuestra sugerencia, pero tengo otras ideas de las que podríamos hablar…

Los otros compartieron una mirada. Como de costumbre, Clubs y Fantasma permanecieron en silencio; Clubs solo hablaba cuando lo consideraba absolutamente necesario, y Fantasma tendía a quedarse al margen de las discusiones. Finalmente, Brisa y Dockson volvieron a mirar a Elend.

—Es tu país, Majestad —dijo Dockson con cuidado—. Simplemente estamos aquí para darte consejo.

Un buen consejo, implicaba su tono.

—Sí, bien —dijo Elend, escogiendo rápidamente un libro. Con las prisas derribó un montón de libros que se esparcieron por encima de la mesa, y uno de ellos cayó en el regazo de Brisa—. Lo siento —se disculpó, mientras Brisa ponía los ojos en blanco y devolvía el libro a la mesa.

Elend abrió su volumen.

—Este texto dice algunas cosas muy interesantes sobre el movimiento y la disposición de las tropas…

—Parece un libro sobre transporte de grano, El —dijo Ham, frunciendo el ceño.

—Lo sé —dijo Elend—. No había muchos libros sobre la guerra en la biblioteca. Supongo que eso nos pasa por haber pasado mil años sin guerras. Sin embargo, este libro menciona cuánto grano es necesario para mantener varias guarniciones en el Imperio Final. ¿Tenéis idea de cuánta comida necesita un ejército?

—Ahí tienes un buen argumento —dijo Clubs, asintiendo—. Normalmente, es un verdadero problema alimentar a los soldados. Solíamos tener problemas de suministro combatiendo en la frontera, y solo éramos grupos pequeños enviados a sofocar alguna rebelión ocasional.

Elend asintió. Clubs no solía hablar de su pasado como combatiente en el ejército del lord Legislador… y la banda no le preguntaba nada al respecto.

—Muy bien —dijo Elend—. Apuesto a que ni mi padre ni Cett están acostumbrados a mover grandes ejércitos. Tendrán problemas con los suministros, sobre todo Cett, cuya marcha fue tan rápida.

—Tal vez no —respondió Clubs—. Ambos ejércitos han asegurado rutas por el canal hasta Luthadel. Eso les facilitará la recepción de suministros.

—Además —añadió Brisa—, aunque en parte del territorio de Cett hay actualmente una revuelta, la ciudad de Haverfrex, donde estaba una de las principales fábricas de conservas del lord Legislador, sigue en su poder. Cett tiene una buena cantidad de comida al otro extremo del canal.

—Entonces bloquearemos los canales —dijo Elend—. Encontraremos un medio para impedir que esos suministros lleguen a su destino. Por los canales es muy rápido traer suministros, pero son vulnerables porque sabemos exactamente qué ruta seguirán. Y, si podemos quitarles la comida, es muy posible que se den la vuelta y regresen a casa.

—Eso, o decidirán arriesgarse a atacar Luthadel —dijo Brisa.

Elend vaciló.

—Es una posibilidad. Pero, bueno, también he estado investigando cómo mantener la ciudad.

Escogió otro libro de la mesa.

—Este es Manejo de las ciudades en la edad moderna, de Jendellah. Menciona lo difícil que es el control policial de Luthadel debido a su enorme tamaño y a su gran número de barrios skaa. Sugiere usar equipos de vigilancia ciudadana. Creo que podríamos adaptar sus métodos a la batalla: nuestra muralla es demasiado larga para defenderla palmo a palmo, pero si tuviéramos unas cuantas tropas móviles que pudieran responder a…

—Majestad —lo interrumpió Dockson.

—¿Mmm? ¿Sí?

—Forman la tropa muchachos y hombres que apenas tienen un año de instrucción, y nos enfrentamos no solo a una fuerza abrumadora sino a dos. No podemos ganar esta batalla.

—Oh, sí —dijo Elend—. Por supuesto. Solo estaba diciendo que, si tenemos que luchar, tengo algunas estrategias…

—Si luchamos, perderemos —dijo Clubs—. Probablemente perdamos de todas formas.

Elend vaciló un instante.

—Sí, bueno, es que…

—Atacar las rutas del canal es una buena idea —dijo Dockson—. Podemos hacerlo con disimulo, quizá contratando bandidos de la zona para que ataquen las barcazas de suministros. Probablemente no sea suficiente para que Cett o Straff vuelvan por donde vinieron, pero podríamos conseguir que estén más dispuestos a una alianza a la desesperada con nosotros.

Brisa asintió.

—A Cett le preocupa la inestabilidad en su dominio natal. Deberíamos enviarle un mensajero, haciéndole saber que nos interesa una alianza. De ese modo, en cuanto comiencen sus problemas de suministros pensará en nosotros.

—Incluso podríamos enviarle una carta comunicándole la ejecución de Brisa como gesto de buena fe —dijo Dockson—. Eso…

Elend se aclaró la garganta. Los otros se interrumpieron.

—Yo, uh, no había terminado todavía.

—Pido disculpas, Majestad —dijo Dockson.

Elend inspiró profundamente.

—Tenéis razón: no podemos permitirnos combatir contra esos ejércitos. Pero creo que tenemos que encontrar un modo de hacer que luchen entre sí.

—Una idea agradable, mi querido amigo —dijo Brisa—. Pero hacer que esos dos se ataquen mutuamente no es tan sencillo como persuadir a Fantasma para que vuelva a servirme vino. —Se volvió, tendiendo la copa vacía a Fantasma, que vaciló, suspiró y se levantó para tomar la botella de vino.

—Bueno, sí —dijo Elend—. Pero, aunque no hay muchos libros sobre guerra, sí que los hay sobre política. Brisa, el otro día dijiste que ser la parte más débil en una situación de tablas a tres bandas nos da poder.

—Exactamente —respondió Brisa—. Podemos inclinar la balanza a favor de uno de los otros dos bandos.

—Sí —dijo Elend, abriendo un libro—. Ahora que hay tres partes implicadas no es guerra: es política. Esto es igual que una competición entre casas. Y en la política entre casas, ni siquiera las más poderosas podían aguantar sin aliados. Las casas pequeñas eran débiles de una en una, pero en conjunto resultaban fuertes.

»Nosotros somos como una de esas casas pequeñas. Si queremos conseguir algo, tenemos que hacer que nuestros enemigos se olviden de nosotros… o, al menos, hacerles creer que carecemos de importancia. Si ambos creen contar con lo mejor de nosotros, si piensan que pueden utilizarnos para derrotar al otro ejército y luego volverse contra nosotros cuando quieran… entonces nos dejarán en paz y se concentrarán el uno en el otro.

Ham se frotó la nariz.

—Estás hablando de un doble juego, Elend. Es una opción peligrosa.

Brisa asintió.

—Tendremos que aliarnos con el lado que parezca más débil en cada momento para conseguir que sigan enzarzados entre sí. Y no hay ninguna garantía de que el vencedor quede lo suficientemente debilitado para que podamos vencerlo.

—Por no mencionar el problema de la comida —dijo Dockson—. Lo que propones requeriría tiempo, Majestad. Tiempo durante el cual estaremos sufriendo un asedio y nuestros suministros disminuirán. Ahora mismo estamos en otoño. El invierno nos caerá pronto encima.

—Será duro —reconoció Elend—. Y arriesgado. Pero creo que podremos lograrlo. Les hacemos creer a ambos que somos sus aliados, pero sin darles apoyo. Los animamos a lanzarse el uno contra el otro, y desgastamos sus suministros y su moral, empujándolos al conflicto. Cuando el polvo se asiente, el ejército superviviente puede que quede lo bastante debilitado para que podamos derrotarlo.

Brisa parecía pensativo.

—Tiene estilo —admitió—. Y parece divertido.

Dockson sonrió.

—Solo lo dices porque implica que otros trabajen por nosotros.

Brisa se encogió de hombros.

—La manipulación funciona muy bien a nivel personal, no veo por qué no podría ser igualmente viable en la política nacional.

—Así es como funcionan en realidad la mayoría de los gobiernos —murmuró Ham—. ¿Qué es un gobierno sino un método institucionalizado de asegurarse de que otro hace todo el trabajo?

—Uh, ¿el plan? —preguntó Elend.

—No sé, El —dijo Ham, volviendo al tema—. Parece uno de los planes de Kell. Atrevido, valiente y un poco loco.

Hablaba como si le sorprendiera oír a Elend proponer una medida semejante.

Puedo ser tan atrevido como cualquiera, pensó Elend, indignado. Pero luego vaciló. ¿Quería de verdad seguir esa línea de pensamiento?

—Podríamos meternos en serios problemas —dijo Dockson—. Si alguno de los dos bandos decide que está cansado de nuestros juegos…

—Nos destruirá —concluyó Elend—. Pero… bueno, caballeros, vosotros sois jugadores. No podéis decirme que este plan no os atrae más que simplemente agachar la cabeza ante lord Cett.

Ham compartió una mirada con Brisa, y ambos parecieron considerar la idea. Dockson puso los ojos en blanco, pero parecía que se oponía simplemente por costumbre.

No, no querían tomar la salida fácil. Eran hombres que habían desafiado al lord Legislador, que se habían ganado la vida timando a los nobles. En algunos aspectos, eran muy cuidadosos; podían ser precisos con su atención al detalle, cautelosos cubriendo sus huellas y protegiendo sus intereses. Pero cuando se trataba de apostar a lo grande, a menudo estaban dispuestos.

No, no dispuestos. Ansiosos.

Magnífico, pensó Elend. He llenado mi consejo con un puñado de masoquistas buscadores de emociones. Aún peor, he decidido unirme a ellos. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?

—Al menos podríamos considerarlo —dijo Brisa—. Parece emocionante.

—Veréis, no lo sugiero porque sea emocionante, Brisa. Me pasé la juventud tratando de hacer de Luthadel una ciudad mejor cuando fuera el jefe de mi casa. No voy a arrojar esos sueños por la borda al primer signo de oposición.

—¿Qué hay de la Asamblea? —dijo Ham.

—Eso es lo mejor —respondió Elend—. Votaron a favor de mi propuesta en la reunión que mantuvimos hace dos días. No pueden abrir las puertas de la ciudad a ningún invasor hasta que yo me haya reunido con mi padre.

El grupo guardó silencio unos instantes. Finalmente, Ham se volvió hacia Elend, sacudiendo la cabeza.

—No sé, El. Me atrae. Hemos discutido unos cuantos planes más atrevidos mientras te esperábamos, pero…

—Pero ¿qué?

—Un plan como este depende mucho de ti, mi querido amigo —dijo Brisa, y tomó un sorbo de vino—. Tendrías que ser tú quien se reuniera con los reyes…, quien los persuadiera a ambos de que estamos de su parte. No te ofendas, pero eres nuevo en esto de los timos. Es difícil estar de acuerdo con un plan atrevido que pone a un novato como el miembro clave del equipo.

—Puedo hacerlo —dijo Elend—. De verdad.

Ham miró a Brisa, y luego ambos miraron a Clubs. El general se encogió de hombros.

—Si el chico quiere intentarlo, dejemos que lo haga.

Ham suspiró, luego se volvió hacia Elend.

—Supongo que estoy de acuerdo. Mientras estés a la altura de las circunstancias, El.

—Creo que lo estoy —dijo Elend, ocultando su nerviosismo—. Solo sé que no podemos rendirnos, no tan fácilmente. Tal vez esto no funcione…, tal vez después de un par de meses de asedio acabemos rindiendo la ciudad de todas formas. Sin embargo, ganaremos un par de meses durante los cuales podría pasar algo. Merece la pena esperar, en vez de doblegarse. Esperar, y planear.

—Muy bien, pues —dijo Dockson—. Danos un poco de tiempo para elaborar algunas ideas y opciones, Majestad. Volveremos a reunirnos dentro de unos días para tratar acerca de los detalles.

—Muy bien. Buena idea. Ahora, si podemos dedicarnos a otros asuntos, me gustaría mencionar…

Llamaron a la puerta. El capitán Demoux se asomó, con aspecto algo azorado.

—¿Majestad? Pido disculpas, pero… creo que hemos capturado a alguien espiando vuestra reunión.

—¿Qué? —dijo Elend—. ¿Quién?

Demoux se apartó y llamó a un par de guardias. La mujer que introdujeron en la habitación le resultaba vagamente familiar a Elend. Alta, como la mayoría de la gente de Terris, llevaba un vestido de colores vivos, pero sencillo. Tenía los lóbulos de las orejas alargados por el peso de numerosos pendientes.

—Te reconozco —dijo Elend—. Te vi en la reunión de la Asamblea, hace unos días. Estuviste observándome.

La mujer no respondió. Contempló a los ocupantes de la sala, muy erguida, incluso arrogante, a pesar de que llevaba las muñecas atadas. Elend nunca había visto a una terrisana: solo conocía criados, eunucos entrenados desde su nacimiento para trabajar como sirvientes. Por algún motivo, Elend esperaba que las terrisanas parecieran un poco más serviles.

—Estaba escondida en la habitación de al lado —dijo Demoux—. Lo siento mucho, Majestad. No sé cómo consiguió burlarnos. La encontramos escuchando con la oreja pegada a la pared, aunque dudo que oyera algo. Quiero decir, estas paredes son de piedra.

Elend miró a la mujer a los ojos. Mayor, de unos cincuenta años, no era hermosa pero tampoco vulgar. Era recia, con un rostro sincero y rectangular. Su mirada era tranquila y firme, y a Elend le incomodó sostenérsela tanto tiempo.

—¿Y qué esperabas escuchar, mujer? —preguntó Elend.

La terrisana ignoró el comentario. Se volvió hacia los demás y habló con voz ligeramente cargada de acento.

—Quiero hablar a solas con el rey. Los demás estáis excusados.

Ham sonrió.

—Bueno, valor no le falta.

Dockson se dirigió a la terrisana.

—¿Qué te hace pensar que vamos a dejarte a solas con nuestro rey?

—Su Majestad y yo tenemos cosas que discutir —dijo la mujer con aplomo, como si fuera ajena a su condición de prisionera, o como si no le importara—. No tenéis que preocuparos por su seguridad: estoy convencida de que la joven nacida de la bruma que está ahí fuera ante la ventana será más que suficiente para encargarse de mí.

Elend miró hacia un lado, hacia la pequeña ventana de ventilación que había junto a la vidriera, mucho más grande. ¿Cómo podía saber la terrisana que Vin estaba vigilando? Su oído tenía que ser extraordinariamente agudo. ¿Suficientemente agudo, tal vez, para escuchar la reunión a través de una pared de piedra?

Elend se volvió hacia la recién llegada.

—Eres una guardadora.

Ella asintió.

—¿Te envía Sazed?

—Es por él que estoy aquí. Pero no me ha «enviado».

—Ham, no hay problema —dijo Elend lentamente—. Podéis marcharos.

—¿Estás seguro? —preguntó Ham, frunciendo el ceño.

—Dejadme atada, si queréis —dijo la mujer.

Si es realmente una ferruquimista, eso no la detendrá mucho tiempo, pensó Elend. Naturalmente, si es de verdad ferruquimista, una guardadora como Sazed, no debo temer nada de ella. Al menos en teoría.

Los otros salieron de la habitación, indicando con su postura lo que pensaban de la decisión de Elend. Aunque ya no eran ladrones de profesión, Elend sospechaba que, al igual que Vin, nunca se librarían de las consecuencias de su educación.

—Estaremos aquí fuera, El —dijo Ham, el último en salir, mientras cerraba la puerta.