Sí, fue él quien difundió después los rumores. Yo nunca podría haber hecho lo que él hizo: convencer y persuadir al mundo de que era en efecto el Héroe. No sé si él mismo se lo creía, pero hizo que los demás creyeran que tenía que ser él.
16
Vin apenas utilizaba sus habitaciones. Elend le había asignado una vivienda espaciosa en palacio…, lo que tal vez era en parte el problema. Se había pasado la infancia durmiendo en huecos, cubiles o callejones. Tener tres habitaciones la abrumaba un poco.
Sin embargo, en realidad daba igual. Cuando estaba despierta estaba con Elend o en las brumas. Sus habitaciones solo le servían para dormir. O, como en aquel caso, para convertirlas en un caos.
Estaba sentada en el centro de la cámara principal. El mayordomo de Elend, preocupado porque Vin no tenía muebles, había insistido en decorar sus habitaciones. Esa mañana, Vin había movido algunos y apartado alfombras y sillas para poder sentarse en las frías losas con su libro.
Era el primer libro de verdad que poseía, aunque fuese solo un fajo de hojas cosidas. Eso le convenía: la sencilla encuadernación hacía mucho más fácil romperlo.
Estaba sentada entre montones de papeles. Era sorprendente cuántas páginas tenía el libro una vez separadas. Vin se sentó junto a una pila para estudiar su contenido. Sacudió la cabeza y se dedicó a otro montón. Hojeó las páginas hasta que escogió una.
A veces me pregunto si no me estoy volviendo loco, decía el texto.
Quizá sea debido a la presión de saber que he de sobrellevar la carga de todo un mundo. Quizá sea debido a las muertes que he visto, a los amigos que he perdido. A los amigos que me he visto obligado a matar.
Sea como sea, a veces veo sombras siguiéndome. Oscuras criaturas que no comprendo, ni deseo comprender. ¿Son tal vez producto de mi imaginación agotada?
Vin releyó los párrafos. Luego pasó a otro montón. OreSeur estaba tumbado a un lado de la habitación, con la cabeza entre las patas, mirándola.
—Ama —dijo mientras ella soltaba una página—. Llevo dos horas viéndote trabajar y admito que estoy completamente confundido. ¿Qué pretendes con todo esto?
Vin se arrastró hasta otro montón de páginas.
—Creía que no te importaba en qué invierto mi tiempo.
—No me importa —dijo OreSeur—. Pero me aburro.
—Y te molestas, al parecer.
—Me gusta comprender lo que ocurre a mi alrededor.
Vin se encogió de hombros y señaló los montones.
—Este es el libro de viajes del lord Legislador. Bueno, en realidad no es el libro de viajes del lord Legislador que conocíamos, sino del hombre que debería haber sido el lord Legislador.
—¿Debería haber sido? —preguntó OreSeur—. ¿Quieres decir que debería haber conquistado el mundo, pero no lo hizo?
—No —dijo Vin—. Quiero decir que debería haber sido quien tomara el poder en el Pozo de la Ascensión. Este hombre, el hombre que escribió este libro…, en realidad no sabemos ni su nombre, era una especie de héroe profético. O… todo el mundo pensaba que lo era. Sea como fuere, el que se convirtió en lord Legislador, Rashek, era un porteador de este hombre. ¿No recuerdas que hablamos de esto cuando estabas imitando a Renoux?
OreSeur asintió.
—Recuerdo que lo mencionaste de pasada.
—Bueno, este es el libro que Kelsier y yo encontramos cuando nos infiltramos en el palacio del lord Legislador. Creíamos que lo había escrito él, pero resulta que lo escribió el hombre a quien el lord Legislador mató, el hombre cuyo lugar tomó.
—Sí, señora —dijo OreSeur—. Pero ¿por qué lo estás haciendo pedazos exactamente?
—No lo estoy haciendo pedazos. Solo lo estoy desencuadernando para poder mover las páginas. Me ayuda a pensar.
—Ya veo —dijo OreSeur—. ¿Y qué estás buscando exactamente? El lord Legislador está muerto, ama. Tú lo mataste.
¿Qué estoy buscando?, pensó Vin, tomando otra página. Espectros en la bruma.
Leyó despacio el texto.
No es una sombra. Esta cosa oscura que me sigue, la cosa que solo yo puedo ver, no es en realidad una sombra. Es negra y traslúcida, pero no tiene un contorno sólido como una sombra. Carece de sustancia… es fina e informe. Como si estuviera hecha de niebla negra. O de bruma, tal vez.
Vin bajó la página. Yo también lo he visto, pensó. Recordó haber leído esas palabras hacía más de un año y haber pensado que el Héroe debía de haber empezado a volverse loco. Con toda la presión que tenía encima, ¿a quién podía sorprender?
Ahora, sin embargo, comprendía mejor al desconocido autor del libro. Sabía que no era el lord Legislador, y podía verlo por lo que podría haber sido. Inseguro de su lugar en el mundo, pero obligado por los acontecimientos. Decidido a hacerlo lo mejor que pudiera. Un idealista, en cierto modo.
Y el espíritu de la bruma lo había perseguido. ¿Qué significaba eso? ¿Qué implicaba para ella el hecho de verlo?
Se acercó a otro montón de páginas. Se había pasado la mañana repasando el libro en busca de pistas sobre la criatura de la bruma. Sin embargo, le costaba encontrar algo más que aquellos dos párrafos conocidos.
Apiló las páginas en las que se mencionaba algo extraño o sobrenatural. Hizo un montoncito con las que hacían referencia al espíritu de bruma. También tenía un montón especial para las referencias a la Profundidad. Irónicamente, este último era el más grande y menos ilustrativo de todos. El autor del libro tenía por costumbre mencionar la Profundidad, pero no decía gran cosa de ella.
La Profundidad era peligrosa, eso estaba claro. Había asolado la tierra, matando a millares. El monstruo había sembrado el caos a su paso, provocando destrucción y miedo, pero los ejércitos de la humanidad habían sido incapaces de derrotarlo. Solo las profecías de Terris y el Héroe de las Eras habían aportado cierta esperanza.
¡Si al menos hubiera sido más específico!, pensó Vin con frustración, repasando papeles. Sin embargo, el tono del libro era en realidad más melancólico que informativo. El Héroe lo había escrito para sí mismo, para permanecer cuerdo, para expresar sobre el papel sus miedos y esperanzas. Elend decía que él escribía a veces por motivos similares. A Vin le parecía un método tonto de enfrentarse a los problemas.
Con un suspiro, se volvió hacia el último montón de páginas, el de las que aún le quedaban por estudiar. Se tumbó en el suelo de piedra y empezó a leer, buscando información útil.
Tardó bastante. No solo era una lectora lenta, sino que su mente seguía divagando. Había leído el libro antes y, curiosamente, las frases le recordaban dónde estaba entonces. A dos años y un mundo de distancia en Fellise, todavía recuperándose después de haber estado a punto de morir a manos de un inquisidor de Acero. Se había visto obligada a pasarse los días fingiendo ser Valette Renoux, una joven inexperta de la nobleza rural. Entonces, aún no creía en el plan de Kelsier para derrocar al Imperio Final. Se había quedado con la banda porque valoraba las cosas extrañas que le ofrecían (amistad, confianza y lecciones de alomancia), no porque aceptara sus objetivos. Nunca hubiese imaginado adónde la llevaría aquello. A bailes y fiestas, a madurar (solo un poquito) y a convertirse en la noble que había fingido ser.
Pero todo había sido una farsa, unos cuantos meses de superchería. Se obligó a no pensar en los vestidos con encajes y los bailes. Necesitaba concentrarse en asuntos más prácticos.
Y… ¿esto es práctico?, pensó ociosamente, dejando una página en uno de los montones. Estudiar cosas que apenas comprendo, temer una amenaza que a nadie más parece importar…
Suspiró y cruzó los brazos bajo la barbilla, tumbada boca abajo. ¿Qué era lo que la preocupaba realmente? ¿Que la Profundidad regresara? Todo lo que tenía eran unas cuantas visiones fantasmales en las brumas; cosas que, como Elend daba a entender, podían ser producto de su mente exhausta. Había otra cuestión más importante. Suponiendo que la Profundidad fuera real, ¿qué esperaba ella hacer al respecto? No era ni un héroe, ni un general, ni un líder.
¡Oh, Kelsier! Qué bien nos vendrías ahora, pensó, tomando otra página.
Kelsier era un hombre poco convencional; había sido capaz de algún modo de desafiar la realidad. Al dar su vida para derrocar al lord Legislador pretendía garantizar la libertad de los skaa. Pero, ¿y si su sacrificio había abierto el camino a un peligro mayor, a algo tan destructivo que la opresión del lord Legislador era una alternativa preferible?
Terminó por fin la página y la dejó en el montón de las que no contenían ninguna información útil. Luego vaciló. Ni siquiera podía recordar lo que acababa de leer. Suspiró, recogió la página y la leyó de nuevo. ¿Cómo lo hacía Elend? Podía estudiar los mismos libros una y otra vez. Pero para Vin era difícil el…
Se detuvo. Debo asumir que no estoy loco, decía el texto. No puedo continuar mi misión con verdadera confianza si no lo creo. La cosa que me sigue, por tanto, tiene que ser real.
Vin se sentó. Solo podía recordar vagamente aquel trozo del libro. Estaba redactado como un diario, con entradas secuenciales, pero sin fecha. El Héroe tenía tendencia a divagar y solía comentar sus dudas. Aquel apartado era particularmente escueto.
Pero allí, en su queja, había un fragmento de información.
Creo que me mataría si pudiera, continuaba el texto.
Hay algo maligno en este ser de sombra y bruma, y mi piel retrocede a su contacto. Sin embargo, lo que puede hacer, especialmente a mí, parece ser limitado.
No obstante, puede actuar sobre este mundo. El cuchillo que clavó en el pecho de Fedik lo demuestra. Aún no estoy seguro de qué fue más traumático para él: si la herida en sí o ver a la cosa que se la había infligido.
Rashek murmura que yo mismo apuñalé a Fedik, pues solo Fedik y yo fuimos testigos de los acontecimientos de esa noche. Sin embargo, debo tomar una decisión. Debo asumir que no estoy loco. La alternativa es admitir que fui yo quien empuñó ese cuchillo.
En cierto modo, la opinión de Rashek sobre el asunto hace que me resulte mucho más fácil creer en lo contrario.
En la página siguiente continuaba hablando sobre Rashek, y las siguientes entradas no contenían ninguna mención al espíritu de la bruma. Sin embargo, a Vin le parecieron muy emocionantes los últimos párrafos.
Tomó una decisión, pensó. Yo tengo que hacer lo mismo. Nunca le había preocupado estar loca, pero había cierta lógica en las palabras de Elend. Ahora las rechazaba. El espíritu de la bruma no era una ilusión causada por una mezcla de cansancio y recuerdos del libro. Era real.
Eso no significaba que la Profundidad fuera a regresar, ni que Luthadel corriera ningún peligro sobrenatural. Sin embargo, cabían ambas posibilidades.
Colocó la página con las otras dos que contenían información concreta sobre el espíritu de la bruma y volvió a su estudio, decidida a prestar más atención a la lectura.
Los ejércitos se estaban atrincherando.
Elend observaba desde la muralla mientras su plan, por vago que fuera, empezaba a tomar forma. Straff establecía un perímetro defensivo al norte, replegándose de la ruta del canal, relativamente a corta distancia de Urteau, su ciudad natal y capital. Cett cavaba al oeste de la ciudad, sin renunciar al canal Luth-Davn, la vía de conexión con su fábrica de conservas de Haverfrex.
Una fábrica de conservas. Eso era algo que Elend deseaba tener en la ciudad. La tecnología era nueva (de unos cincuenta años de antigüedad), pero había leído sobre el tema. Los entendidos consideraban que su principal uso era proporcionar suministros de fácil transporte a los soldados que luchaban en las fronteras del imperio. No se les había ocurrido almacenar víveres para los asedios… sobre todo en Luthadel. Pero, claro, ¿quién hubiese podido tener semejante idea?
Mientras Elend observaba, empezaron a salir patrullas de los dos ejércitos. Algunas iban a vigilar las fronteras entre las dos fuerzas, pero otras se disponían a asegurar otras rutas por los canales, los puentes sobre el río Channerel y los caminos que salían de Luthadel. En muy poco tiempo, la ciudad quedó completamente rodeada. Aislada del mundo y del resto del pequeño reino de Elend. Ya no se podía entrar ni salir. Los ejércitos contaban con las enfermedades, el hambre y otros factores debilitadores para poner de rodillas a Elend.
El asedio a Luthadel había comenzado.
Es buena cosa, se dijo. Para que este plan funcione tienen que pensar que estoy desesperado. Tienen que estar seguros de que estoy dispuesto a aliarme con ellos, que no crean que yo pueda estar trabajando también con sus enemigos.
Elend advirtió que alguien subía a la muralla, Clubs. El general se acercó cojeando.
—Enhorabuena —dijo—. Parece que ahora tienes un asedio completo en tus manos.
—Bien.
—Supongo que eso nos da un respiro —dijo Clubs. Luego le dirigió a Elend una de sus tortuosas miradas—. Será mejor que estés a la altura de esto, muchacho.
—Lo sé —susurró Elend.
—Te has convertido en el punto focal. La Asamblea no puede romper el asedio hasta que te hayas reunido oficialmente con Straff, y no es probable que los reyes se reúnan con nadie más que contigo. Todo depende de ti. En el centro es donde tiene que estar un rey, supongo. Si es bueno.
Clubs guardó silencio. Elend contempló los dos ejércitos. Lo que le había dicho Tindwyl la terrisana aún le tenía molesto. Eres un necio, Elend Venture…
Ninguno de los dos reyes había respondido todavía a la petición de Elend de reunirse… aunque el grupo estaba seguro de que lo harían pronto. Sus enemigos esperarían para hacerle sudar un poco. La Asamblea acababa de convocar otra reunión, casi con toda seguridad para intentar acosarlo y que los liberara de su anterior compromiso. Elend había encontrado un motivo conveniente para saltarse la reunión.
Miró a Clubs.
—¿Y yo soy un buen rey, Clubs? En tu opinión.
El general lo miró, y Elend vio una ruda sabiduría en sus ojos.
—He conocido a líderes peores —dijo—. Pero también los he conocido mucho mejores.
Elend asintió despacio con la cabeza.
—Quiero ser bueno en esto, Clubs. Nadie más va a cuidar de los skaa como se merecen. Cett, Straff, tan solo volverán a convertirlos en esclavos. Yo… quiero ser más que mis ideas. Quiero… necesito ser una referencia para los demás.
Clubs se encogió de hombros.
—Sé por experiencia que el hombre, por lo general, se hace en función de la situación. Kelsier fue un egoísta hasta que los Pozos estuvieron a punto de destruirlo. —Miró a Elend—. ¿Será este asedio tu Pozo de Hathsin, Elend Venture?
—No lo sé —dijo él con sinceridad.
—Entonces tendremos que esperar a ver, supongo. Por ahora, alguien quiere hablar contigo.
Se volvió e indicó hacia la calle, situada unos diez metros más abajo, donde destacaba una alta figura femenina vestida con una pintoresca túnica de Terris.
—Me dijo que te llamara —dijo Clubs. Vaciló antes de mirar a Elend—. No es frecuente conocer a alguien que se considera capacitado para ir dando órdenes. Y esta terrisana es así. Yo creía que los de Terris eran dóciles y amables.
Elend sonrió.
—Supongo que Sazed nos ha malacostumbrado.
Clubs hizo una mueca.
—Ahí tienes mil años de reproducción programada, ¿eh?
Elend asintió.
—¿Seguro que no habrá problemas? —preguntó Clubs.
—Sí —respondió Elend—. Su historia encaja. Vin mandó llamar a varios terrisanos de la ciudad: conocen y admiran a Tindwyl. Al parecer es una persona bastante importante en su tierra.
Además, había usado la ferruquimia ante él, haciéndose más fuerte para soltarse las manos. Eso significaba que no era kandra. En conjunto, todo aquello implicaba que era de fiar; incluso Vin lo admitía, aunque continuara sin gustarle la terrisana.
Clubs le hizo un gesto, y Elend tomó aire. Luego bajó las escaleras para reunirse con Tindwyl y que le diera otra tanda de lecciones.
—Hoy, nos ocuparemos de tu ropa —dijo Tindwyl, cerrando la puerta del estudio de Elend. Una costurera regordeta con el pelo blanco y corto esperaba dentro, en respetuoso silencio, junto a un grupo de jóvenes ayudantes.
Elend se miró la ropa. No estaba tan mal. El traje y el chaleco le quedaban bastante bien. Los pantalones no eran tan ajustados como los que usaban los nobles imperiales, pero él era el rey. ¿No debía imponer la moda?
—No sé qué tiene de malo —dijo. Alzó una mano cuando Tindwyl empezó a hablar—. Sé que es más informal que lo que se ponen otros hombres, pero a mí me queda bien.
—Es horrible —dijo Tindwyl.
—Bueno, no veo…
—No discutas conmigo.
—Pero, verás, el otro día dijiste…
—Los reyes no discuten, Elend Venture —dijo ella con firmeza—. Ordenan. Y parte de tu capacidad para dar órdenes proviene de tu porte. El desaliño invita a otras malas costumbres… como tu postura, que ya creo haber mencionado.
Elend suspiró, poniendo los ojos en blanco, mientras Tindwyl chasqueaba los dedos. La costurera y sus ayudantes empezaron a sacar cosas de un par de grandes cofres.
—Esto no es necesario —dijo Elend—. Ya tengo algunos trajes que me sientan mejor. Los llevo si tengo que ir de etiqueta.
—No vas a llevar traje nunca más —dijo Tindwyl.
—¿Perdona?
Tindwyl le dirigió una mirada imperiosa, y Elend suspiró.
—¡Explícate! —dijo, tratando de parecer regio.
Tindwyl asintió.
—Has mantenido el código de vestimenta preferido por la nobleza autorizada por el Emperador Final. En algunos aspectos, ha sido una buena idea: te conecta con el antiguo gobierno y te hace parecer menos un entrometido. Ahora, sin embargo, estás en una posición diferente. Tu pueblo está en peligro y el tiempo de la simple diplomacia se ha acabado. Estás en guerra. Tu ropa debe ser un reflejo de eso.
La costurera seleccionó un atuendo concreto y se lo acercó a Elend mientras las ayudantes colocaban un biombo.
Elend aceptó el atuendo, vacilante. Era tieso y blanco, con la pechera abotonada hasta un rígido cuello. En conjunto, parecía…
—Un uniforme —dijo, frunciendo el ceño.
—En efecto —respondió Tindwyl—. ¿Quieres que tu pueblo crea que puedes protegerlo? Bueno, un rey no es un simple legislador: es un general. Ya va siendo hora de que empieces a actuar como corresponde a tu título, Elend Venture.
—No soy un soldado. Este uniforme es una mentira.
—Pronto cambiaremos lo primero —dijo Tindwyl—. Lo segundo no es cierto. Eres el comandante de los ejércitos del Dominio Central. Eso te convierte en militar, sepas o no empuñar una espada. Ahora, ve y cámbiate.
Elend accedió tras encogerse de hombros. Rodeó el biombo, apartó un puñado de libros para tener espacio y empezó a cambiarse. Los pantalones blancos le quedaban ajustados y las perneras caían rectas de las rodillas. La camisa pasaba inadvertida, eclipsada por completo porque tenía la guerrera con galones. Tenía también un montón de botones, todos ellos, según advirtió, de madera en vez de metal, además de un extraño escudo sobre el pecho derecho. Parecía tener bordada una especie de flecha, o tal vez una lanza.
Considerando lo ajustado que era su corte y su diseño, Elend se sorprendió de lo bien que le sentaba el uniforme.
—Me queda bastante bien —comentó, poniéndose el cinturón y soltando los faldones de la chaqueta, que le llegaban hasta las caderas.
—Tu sastre nos dio tus medidas —dijo Tindwyl.
Elend salió de detrás del biombo, y varias ayudantes se acercaron. Una de ellas le indicó con amabilidad un par de brillantes botas negras, y la otra le colocó una capa blanca sobre los hombros. La última ayudante le tendió un pulido bastón de duelo con su vaina. Elend se lo sujetó al cinturón y se lo sacó por una abertura de la chaqueta para que colgara por fuera; eso, al menos, lo había hecho antes.
—Bien —dijo Tindwyl, mirándolo de arriba abajo—. Cuando aprendas a mantenerte erguido, habrá una mejora decente. Ahora, siéntate.
Elend abrió la boca para objetar, pero se lo pensó mejor. Se sentó. Una ayudante se acercó para colocarle una sábana sobre los hombros. Luego sacó un par de tijeras.
—Eh, espera un momento —dijo Elend—. Sé lo que pretendes.
—Entonces expresa tus objeciones —dijo Tindwyl—. ¡No seas vago!
—Muy bien. Me gusta mi pelo.
—El pelo corto es más fácil de cuidar que el pelo largo —respondió Tindwyl—. Y has demostrado que no eres de fiar en el tema del aspecto personal.
—No me vais a cortar el pelo —replicó Elend, tajante.
Tindwyl vaciló, luego asintió. La aprendiza retrocedió y Elend se levantó, quitándose la sábana. La costurera sacó un gran espejo y Elend se acercó para mirarse.
Y se quedó de piedra.
La diferencia era sorprendente. Toda su vida se había considerado un erudito, pero también un poco necio. Era Elend, el hombre amistoso y cómodo de ideas curiosas. Fácil de ignorar, tal vez, pero difícil de odiar.
El hombre que veía ante sí no era ningún dandi de la corte. Era un hombre serio, un hombre formal. Un hombre a quien había que tomar en serio. El uniforme le daba ganas de estar más erguido, de apoyar la mano en el bastón de duelos. Su pelo, algo rizado, largo en la parte superior y por los lados, y despeinado por el viento de la muralla de la ciudad, no encajaba.
Elend se volvió.
—Muy bien —dijo—. Corta.
Tindwyl sonrió y le indicó que se sentara. Él aceptó el mandato y esperó en silencio a que la ayudante terminara. Cuando volvió a levantarse, su cabeza no desentonaba con la ropa. El pelo no era tan extremadamente corto como el de Ham, pero estaba cortado con esmero y peinado. Una de las ayudantes se acercó y le tendió un aro de madera pintado de plata. Elend se volvió hacia Tindwyl, frunciendo el ceño.
—¿Una corona?
—Nada ostentosa —dijo Tindwyl—. Estamos en una época más sutil que otras pasadas. La corona no es un símbolo de tu riqueza sino de tu autoridad. La llevarás de ahora en adelante, ya sea en público o en privado.
—El lord Legislador no llevaba corona.
—El lord Legislador no necesitaba recordarle a nadie que estaba al mando —dijo Tindwyl.
Elend vaciló, y luego se puso la corona. No tenía gemas ni ningún adorno: era un simple aro. Como tendría que haber esperado, le encajaba a la perfección.
Se volvió hacia Tindwyl, quien indicó a la costurera que guardara las cosas y se marchara.
—Tienes seis uniformes como este esperándote en tus habitaciones —dijo Tindwyl—. Hasta que acabe el asedio, no vestirás nada más. Si quieres variedad, cambia el color de la capa.
Elend asintió. Tras él, la costurera y sus ayudantes salieron por la puerta.
—Gracias —le dijo a Tindwyl—. Dudaba al principio, pero tienes razón. Esto crea una diferencia.
—Suficiente para engañar a la gente, al menos por ahora.
—¿Engañar a la gente?
—Por supuesto. No creerás que esto es todo, ¿no?
—Bueno…
Tindwyl alzó una ceja.
—¿Unas cuantas lecciones y crees que ya has acabado? Apenas hemos empezado. Sigues siendo un necio, Elend Venture. Ya no lo aparentas, eso es todo. Esperemos que nuestra charada empiece a reparar algunos de los daños que has causado a tu reputación. Sin embargo, va a hacer falta mucho más entrenamiento antes de que me fíe de que puedes interactuar con la gente y no quedar en ridículo.
Elend se ruborizó.
—¿Qué te…? —Vaciló—. Dime entonces qué planeas enseñarme.
—Bueno, para empezar, tienes que aprender a andar.
—¿Hay algo malo en la manera en que ando?
—¡Por los dioses olvidados, sí! —dijo Tindwyl, divertida, aunque ninguna sonrisa asomó a sus labios—. Y tu forma de hablar también hay que trabajarla. Aparte de eso, claro, está tu incapacidad para manejar armas.
—Tengo cierto entrenamiento —dijo Elend—. Pregúntale a Vin: ¡la rescaté del palacio del lord Legislador la noche del Colapso!
—Lo sé —dijo Tindwyl—. Y, por lo que he oído, es un milagro que sobrevivieras. La chica, por suerte, estaba allí para encargarse de pelear. Al parecer te fías bastante de ella para este tipo de cosas.
—Es una nacida de la bruma.
—Eso no es ninguna excusa para tu falta de pericia —dijo Tindwyl—. No puedes confiar en que tu mujer te proteja siempre. No solo es embarazoso, sino que tu pueblo, tus soldados, esperarán que puedas combatir con ellos. Dudo que seas jamás el tipo de líder que puede encabezar una carga contra el enemigo, pero al menos deberías saber manejarte si atacan tu posición.
—Entonces, ¿quieres que empiece a entrenarme con Vin y Ham en sus sesiones?
—¡Dioses, no! ¿Es que no te das cuenta de lo terrible que sería para la moral de los hombres si vieran cómo te dan una paliza en público? —Tindwyl negó con la cabeza—. No, te entrenaremos con discreción con un maestro de duelos. Dentro de unos cuantos meses deberías ser competente con el bastón y la espada. Es de esperar que este pequeño asedio tuyo dure lo suficiente antes de que empiece la lucha.
Elend volvió a ruborizarse.
—Sigues hablándome con desdén. Es como si a tus ojos ni siquiera fuera rey… Como si me vieras como una especie de sustituto.
Tindwyl no respondió, pero sus ojos chispearon de satisfacción. Tú lo has dicho, no yo, parecía comunicar su expresión.
Elend se ruborizó más.
—Tal vez puedas aprender a ser rey, Elend Venture —dijo Tindwyl—. Hasta entonces, tendrás que aprender a fingir serlo.
La airada respuesta de Elend quedó interrumpida porque llamaron a la puerta. Elend apretó los dientes y se volvió.
—Adelante.
La puerta se abrió.
—Hay noticias —dijo el capitán Demoux, el juvenil rostro emocionado—. Yo…
Se detuvo.
Elend ladeó la cabeza.
—¿Sí?
—Yo… uh… —Demoux vaciló, miró a Elend de nuevo antes de continuar—. Me envía Ham, Majestad. Dice que ha llegado un mensajero de uno de los reinos.
—¿De veras? ¿De lord Cett?
—No, Majestad. El mensajero es de tu padre.
Elend frunció el ceño.
—Bien, dile a Ham que estaré allí dentro de un momento.
—Sí, Majestad —dijo Demoux, retirándose—. Uh, me gusta el nuevo uniforme, Majestad.
—Gracias, Demoux. ¿Sabes por casualidad dónde está lady Vin? No la he visto en todo el día.
—Creo que está en sus habitaciones, Majestad.
¿Sus habitaciones? Nunca para allí. ¿Estará enferma?
—¿Quieres que la llame? —preguntó Demoux.
—No, gracias —respondió Elend—. Iré a verla. Dile a Ham que se encargue de que el mensajero esté cómodo.
Demoux asintió y se retiró.
Elend se volvió hacia Tindwyl, que sonreía para sí con gesto de satisfacción. Pasó a su lado para recoger su cuaderno.
—Voy a aprender algo más que a fingir ser rey, Tindwyl.
—Ya veremos.
Elend dirigió una dura mirada a la terrisana.
—Practica expresiones como esa —le recomendó Tindwyl— y tal vez lo consigas.
—¿Eso es todo, entonces? —preguntó Elend—. ¿Expresiones y disfraces? ¿Eso es lo que hace a un rey?
—Por supuesto que no.
Elend se detuvo en la puerta y se volvió.
—¿Qué?, entonces. ¿Qué crees que convierte a un hombre en un buen rey, Tindwyl de Terris?
—La confianza —respondió ella, mirándolo a los ojos—. Un buen rey es aquel en quien su pueblo confía… y que merece esa confianza.
Elend se detuvo, luego asintió. Buena respuesta, admitió. Luego abrió la puerta y corrió a buscar a Vin.