Nació de familia humilde, y, sin embargo, se casó con la hija de un rey.
21
El caro vestido de la joven (de fina seda roja con un chal y mangas de encaje) podría haberle aportado un aire de dignidad si no se hubiera abalanzado hacia Brisa en cuanto este entró en la sala. Agitando la melena rubia, soltó un gritito de felicidad y se le lanzó al cuello.
Tenía, tal vez, dieciocho años.
Elend miró a Ham, que no daba crédito a sus ojos.
—Bueno, parece que tenías razón en lo de Brisa y la hija de Cett —susurró Elend.
Ham sacudió la cabeza.
—No creía…, quiero decir, estaba bromeando, porque se trataba de Brisa. ¡No esperaba estar en lo cierto!
Brisa, por su parte, tuvo al menos la decencia de parecer terriblemente incómodo en brazos de la joven. Se hallaban en el atrio del palacio, el mismo lugar donde Elend había recibido al mensajero de su padre. Ventanales del suelo al techo dejaban entrar la luz de la tarde, y un grupo de criados esperaba a un lado de la sala órdenes de Elend.
Brisa miró a Elend a los ojos, profundamente ruborizado. Creo que nunca lo había visto ponerse colorado, pensó Elend.
—Querida mía —dijo Brisa, aclarándose la garganta—, ¿no deberías presentarte al rey?
La chica finalmente soltó a Brisa. Dio un paso atrás e hizo una reverencia a Elend con la gracia típica de los nobles. Era un poco ampulosa, con la melena a la moda anterior al Colapso, y tenía las mejillas encendidas de excitación. Era agradable, obviamente bien entrenada para la corte…, exactamente el tipo de chica que Elend había evitado durante toda su juventud.
—Elend —dijo Brisa—, permíteme presentarte a Allrianne Cett, hija de lord Ashweather Cett, rey del Dominio Central.
—Majestad —dijo Allrianne.
Elend asintió.
—Lady Cett… —Hizo una pausa, y, luego, esperanzado, continuó—: ¿Te envía tu padre como embajadora?
Allrianne vaciló.
—Hmm… no me envía exactamente, Majestad.
—Oh, cielos —dijo Brisa, sacando un pañuelo para secarse la frente.
Elend miró a Ham y luego a la chica.
—Tal vez deberías explicarte —dijo, indicando los asientos. Allrianne asintió ansiosamente, pero se mantuvo cerca de Brisa mientras se sentaban. Elend mandó a los criados que trajeran vino fresco.
Tenía la sensación de que iba a necesitar beber algo.
—Busco asilo, Majestad —dijo Allrianne, hablando con voz rápida—. Tuve que marcharme. Quiero decir… ¡Brisi tiene que haberte contado cómo es mi padre!
Brisa parecía incómodo, y Allrianne colocó una afectuosa mano sobre su rodilla.
—¿Cómo es tu padre? —preguntó Elend.
—¡Es tan manipulador, tan exigente! Expulsó a Brisi, y tuve que seguirlo. No estaba dispuesta a pasar otro instante más en ese campamento. ¡Un campamento de guerra! ¡Me trajo a mí, a una dama joven, a la guerra! ¿Sabes lo que es que te miren con lascivia todos los soldados que pasan? ¿Comprendes lo que es vivir en una tienda?
—Yo…
—Rara vez teníamos agua fresca —continuó Allrianne—. ¡Y no podía darme un baño decente por miedo a los soldados mirones! Durante nuestros viajes, no había nada que hacer en todo el terrible día sino estarse sentada en el carruaje y dar botes y botes y botes. Cielos, hasta que llegó Brisi no tuve una conversación refinada en semanas. Y luego, mi padre lo expulsó…
—¿Por…? —preguntó Ham ansiosamente.
Brisa tosió.
—Tuve que marcharme, Majestad —dijo Allrianne—. ¡Tienes que darme asilo! Sé cosas que podrían ayudarte. Por ejemplo, sé cómo es el campamento de mi padre. ¡Apuesto a que no sabes que recibe suministros de la fábrica de conservas de Haverfrex! ¿Qué te parece?
—Hmm… impresionante —dijo Elend, dubitativo.
Allrianne asintió.
—¿Y has venido a buscar a Brisa? —preguntó Elend.
Allrianne se ruborizó un poco, mirando hacia un lado. Sin embargo, cuando habló, lo hizo con poco tacto.
—Tenía que volver a verlo, Majestad. Es tan encantador, tan… maravilloso. No esperaba que mi padre comprendiera a un hombre como él.
—Ya veo.
—Por favor, Majestad. Tienes que aceptarme. ¡Ahora que he dejado a mi padre, no tengo ningún otro sitio al que ir!
—Puedes quedarte… por el momento, al menos —dijo Elend, saludando con la cabeza a Dockson, que acababa de entrar por la puerta—. Pero, obviamente, has tenido un viaje difícil. ¿No querrías tener la oportunidad de refrescarte…?
—¡Oh, lo agradecería mucho, Majestad!
Elend miró a Cadon, uno de los mayordomos del palacio, que estaba al fondo de la sala con otros criados. Asintió: las habitaciones estaban preparadas.
—Bien —dijo Elend, poniéndose en pie—. Cadon te conducirá a tus habitaciones. Cenaremos a las siete y podremos volver a hablar entonces.
—¡Gracias, Majestad! —dijo Allrianne, levantándose de un salto. Le dio otro abrazo a Brisa y luego avanzó, como si pretendiera hacer lo mismo con Elend. Por fortuna, se lo pensó mejor y permitió que los criados se la llevaran.
Elend permaneció sentado. Brisa suspiró profundamente y se arrellanó con gesto cansado. Dockson se acercó y ocupó el puesto de la muchacha.
—Ha sido… inesperado —advirtió Brisa.
Se produjo una pausa embarazosa, los árboles del atrio se agitaban suavemente con la brisa al otro lado del balcón. Entonces, con un brusco alarido, Ham empezó a reírse, tanto que Elend, a pesar del peligro, a pesar de la gravedad del problema, no pudo evitar echarse a reír también.
—Oh, venga ya —rezongó Brisa, cosa que solo los hizo reír aún más. Tal vez fuese por la incongruencia de la situación, tal vez porque necesitaba liberar la tensión, pero Elend se rio con tantas ganas que estuvo a punto de caerse de su asiento. A Ham no le iba mucho mejor, e incluso Dockson esbozó una sonrisa.
—No consigo verle la gracia a la situación —dijo Brisa—. La hija de lord Cett, un hombre que está ahora mismo asediando nuestro hogar, acaba de pedir asilo en la ciudad. ¡Si Cett no estaba decidido a matarnos antes, desde luego que lo estará ahora!
—Lo sé —dijo Elend, inspirando profundamente—. Lo sé. Es que…
—Es tu pinta abrazado por ese pimpollo cortesano —dijo Ham—. ¡No se me ocurre nada más embarazoso que verte enfrentado a una joven irracional!
—Esto complica más la situación —comentó Dockson—. Aunque no estoy acostumbrado a que seas tú quien nos cause problemas de esta naturaleza, Brisa. Sinceramente, creía que podríamos evitar relaciones femeninas no planeadas ahora que Kell ya no está con nosotros.
—No es culpa mía —se defendió Brisa—. El afecto de esa chica está completamente fuera de lugar.
—Eso seguro —murmuró Ham.
—Muy bien —dijo una nueva voz—. ¿Qué era esa cosa rosa que acabo de encontrarme en el pasillo?
Elend se volvió y se encontró a Vin de pie en la puerta, cruzada de brazos. Tan silenciosa… ¿Por qué camina de manera tan furtiva incluso en el palacio? Nunca lleva zapatos que hagan ruido, nunca lleva faldas que crujan y nunca tiene nada de metal en la ropa que pueda tintinear ni ser empujado por los alománticos.
—No era rosa, querida —dijo Brisa—. Era rojo.
—Se parece bastante —respondió Vin, avanzando—. Les estaba soltando un sermón a los criados sobre la temperatura de su baño y asegurándose de que anotaran sus platos favoritos.
Brisa suspiró.
—Es Allrianne. Probablemente tengamos que buscarnos un nuevo maestro repostero… o eso, o empezar a pedir postres. Es bastante exigente en ese aspecto.
—Allrianne Cett es la hija de lord Cett —explicó Elend mientras Vin, ignorando las sillas, se sentaba en el borde de un macetón que había a su lado y apoyaba una mano en su brazo—. Al parecer, Brisa y ella son algo así como una pareja.
—¿Disculpa? —rezongó Brisa.
Vin, sin embargo, arrugó la nariz.
—Qué repulsivo, Brisa. Tú eres viejo. Ella es joven.
—No hubo ninguna relación —replicó Brisa—. Además, no soy tan viejo… ni ella es tan joven.
—Hablaba como si tuviera doce años —dijo Vin.
Brisa puso los ojos en blanco.
—Allrianne era la niña bonita de la corte en el campo…, un poco inocente, un poco malcriada… pero no se merece que se hable así de ella. Es bastante inteligente, en las circunstancias adecuadas.
—Entonces, ¿hubo algo entre vosotros? —lo pinchó Vin.
—Por supuesto que no —dijo Brisa—. Bueno, en realidad no. Nada real, aunque podría haberse interpretado mal. Se interpretó mal, de hecho, cuando su padre descubrió… Da igual, ¿quién eres tú para hablar, Vin? Creo recordar a cierta jovencita persiguiendo al viejo Kelsier hace unos cuantos años.
Elend alzó la cabeza al oír el comentario.
Vin se ruborizó.
—Nunca perseguí a Kelsier.
—¿Ni siquiera al principio? —preguntó Brisa—. Venga, ¿a un hombre intrépido como él? Te salvó de recibir una paliza a manos del antiguo jefe de tu banda, te aceptó…
—Estás enfermo —declaró Vin, cruzándose de brazos—. Kelsier era como un padre para mí.
—Con el tiempo, tal vez, pero…
Elend levantó una mano.
—Basta —dijo—. Esta discusión es inútil.
Brisa bufó, pero guardó silencio. Tindwyl tiene razón, pensó Elend. Me escuchan si actúo como ellos esperan que lo haga.
—Tenemos que decidir qué vamos a hacer —dijo.
—La hija del hombre que nos amenaza podría ser una moneda de cambio muy poderosa —dijo Dockson.
—¿Quieres decir tenerla como rehén? —preguntó Vin, entornando los ojos.
Dockson se encogió de hombros.
—Alguien tiene que decir lo obvio, Vin.
—No es realmente una rehén —intervino Ham—. Ha venido a nosotros, después de todo. Dejar que se quede podría tener el mismo efecto que retenerla.
—Eso podría enfrentarnos a Cett —dijo Elend—. Nuestro plan original era hacerle creer que éramos sus aliados.
—Podríamos devolverla, entonces —propuso Dockson—. Eso nos haría avanzar mucho en las negociaciones.
—¿Y su petición? —preguntó Brisa—. La muchacha no era feliz en el campamento de su padre. ¿No deberíamos al menos considerar sus deseos?
Todos los ojos se volvieron hacia Elend. Vaciló. Hacía apenas unas semanas hubieran seguido discutiendo. Le parecía extraño que empezaran tan rápidamente a mirarlo en busca de decisiones.
¿Quién era él? ¿Un hombre que por casualidad había acabado en el trono? ¿Un pobre sustituto del brillante líder? ¿Un idealista que no había considerado los peligros de su filosofía? ¿Un necio? ¿Un niño? ¿Un impostor?
Lo mejor que tenían.
—Ella se queda —dijo Elend—. Por ahora. Tal vez nos veamos obligados a devolverla más tarde, pero será una distracción útil para el ejército de Cett. Que suden un poco. Eso nos concederá más tiempo.
Los miembros de la banda asintieron, y Brisa pareció aliviado.
Haré lo que pueda, tomaré las decisiones tal como crea que deben tomarse, pensó Elend. Y luego aceptaré las consecuencias.