Es un buen hombre. A pesar de todo, es un buen hombre. Un hombre sacrificado. En realidad, la muerte, la destrucción y el dolor que ha causado lo han herido profundamente. Todas esas cosas fueron de hecho una especie de sacrificio para él.

48

Elend bostezó mientras examinaba la carta que le había escrito a Jastes. Tal vez lograra persuadir a su antiguo amigo para que entrara en razón.

Si no podía…, bueno, sobre la mesa había un duplicado de la moneda de madera que Jastes había estado usando para «pagar» a los koloss. Era una copia perfecta, fabricada por el propio Clubs. Elend estaba seguro de que tenía acceso a más madera que Jastes. Si ayudaba a Penrod a ganar unas cuantas semanas, podrían fabricar suficiente «dinero» para sobornar a los koloss y hacer que se marcharan.

Soltó la pluma y se frotó los ojos. Era tarde. Hora de…

La puerta se abrió. Elend se dio la vuelta y vio a una azorada Vin correr a sus brazos. Estaba llorando.

Y ensangrentada.

—¡Vin! ¿Qué ha ocurrido?

—Lo he matado —dijo ella, hundiendo la cabeza en su pecho.

—¿A quién?

—A tu hermano. Zane. El nacido de la bruma de Straff. Lo he matado.

—Espera. ¿Qué? ¿Mi hermano?

Vin asintió.

—Lo siento.

—¡Olvida eso, Vin! —dijo Elend, acariciándole la espalda y llevándola a su silla. Tenía un corte en la mejilla y la camisa empapada de sangre—. ¡Lord Legislador! Voy a llamar a Sazed ahora mismo.

—No me dejes —dijo ella, agarrándolo por el brazo.

Elend vaciló. Algo había cambiado. Ella parecía necesitarlo de nuevo.

—Ven conmigo, entonces. Iremos juntos a verlo.

Vin asintió y se puso en pie. Se tambaleó un poco y Elend sintió una punzada de miedo, pero la expresión decidida de sus ojos no era algo que quisiera desafiar. La rodeó con un brazo, dejando que se apoyara en él camino de los aposentos de Sazed. Elend se detuvo a llamar, pero Vin entró sin más en la habitación oscura, se tambaleó y se sentó en el suelo.

—Yo… esperaré aquí —dijo.

Elend se detuvo a su lado, preocupado. Entonces alzó la lámpara y se volvió hacia el dormitorio.

—¡Sazed!

El terrisano apareció un momento después, con aspecto agotado, vestido con su camisón blanco. Reparó en Vin, parpadeó unas cuantas veces y desapareció en sus habitaciones. Regresó un instante más tarde con un brazalete de metal y una bolsa de equipo médico.

—Vaya, lady Vin —dijo Sazed, dejando la bolsa en el suelo—. ¿Qué pensaría maese Kelsier si te viera en este estado? Sigue estropeando ropa así y…

—No es momento para bromas, Sazed —dijo Elend.

—Pido disculpas, Majestad —respondió Sazed, apartando con cuidado la tela del hombro de Vin—. Sin embargo, si sigue consciente, entonces no corre serio peligro.

Inspeccionó la herida y sacó vendas limpias de su bolsa.

—¿Ves? —preguntó—. El tajo es profundo, pero el hueso ha desviado la hoja y no ha alcanzado ninguna arteria importante. Sujeta esto aquí. —Cubrió con una venda la herida y Elend puso la mano encima. Vin tenía los ojos cerrados, la espalda apoyada contra la pared, y de su barbilla manaba sangre. Parecía más agotada que dolorida.

Sazed cortó con su cuchillo la camisa de Vin, descubriendo su pecho herido.

Elend vaciló.

—Tal vez debería…

—Quédate —dijo Vin. No era una súplica sino una orden. Alzó la cabeza y abrió los ojos mientras Sazed se ocupaba en silencio de la herida y sacaba un analgésico, aguja e hilo.

»Elend, tengo que decirte algo.

—Muy bien.

—He comprendido algo sobre Kelsier —dijo ella en voz baja—. Siempre me centro en las cosas equivocadas, cuando se trata de él. Es difícil olvidar las horas que pasó entrenándome para convertirme en alomántica. Sin embargo, no era su habilidad para luchar lo que le hacía grande: no era su dureza ni su brutalidad, ni siquiera su fuerza ni su instinto.

Elend frunció el ceño.

—¿Sabes qué era? —preguntó ella.

Él negó con la cabeza, todavía sujetando el apósito contra su hombro.

—Era su capacidad para confiar. Era la forma en que convertía a las buenas personas en personas aún mejores, la forma en que las inspiraba. Su banda funcionaba porque todos confiaban en él… porque lo respetaban. Y, a su vez, se respetaban entre sí. Hombres como Brisa y Clubs se convirtieron en héroes porque Kelsier tuvo fe en ellos. —Lo miró, parpadeando cansada—. Y tú eres bastante mejor en eso que Kelsier, Elend. Él tuvo que esforzarse para conseguirlo. Tú lo haces instintivamente, tratas incluso a comadrejas como Philen como si fueran hombres buenos y honrados. No es ingenuidad, como algunos creen. Es lo que tenía Kelsier, solo que más. Podría haber aprendido de ti.

—Me das demasiada importancia.

Ella negó con la cabeza. Entonces se volvió hacia Sazed.

—¿Sazed? —preguntó.

—¿Sí, niña?

—¿Conoces alguna ceremonia matrimonial?

Elend estuvo a punto de soltar la venda de la sorpresa.

—Conozco varias —dijo Sazed, sin dejar de curarle la herida—. Unas doscientas, en realidad.

—¿Cuál es la más corta?

Sazed cosió un punto.

—El pueblo de Larsta solo requería una promesa de amor ante el sacerdote local. La sencillez era un principio de su fe, una reacción, tal vez, a las tradiciones de la tierra de donde habían sido desterrados, famosa por su complejo sistema de reglas burocráticas. Es una buena religión, centrada en la belleza simple de la naturaleza.

Vin miró a Elend. Tenía la cara ensangrentada, el cabello revuelto.

—Bueno, verás —dijo él—, Vin, ¿no crees que esto debería esperar hasta que, ya sabes…?

—¿Elend? —lo interrumpió ella—. Te quiero.

Él se quedó de piedra.

—¿Me quieres? —preguntó ella.

Esto es una locura.

—Sí —respondió él en voz baja.

Vin se volvió hacia Sazed, que seguía trabajando.

—¿Bien?

Sazed alzó la cabeza, los dedos manchados de sangre.

—Es un momento bastante extraño para un acontecimiento así, creo.

Elend asintió, mostrando su acuerdo.

—Es solo un poco de sangre —dijo Vin, cansada—. Ahora que me he sentado, me encuentro bien.

—Sí, pero pareces algo tensa, lady Vin. Esta no es una decisión que haya que tomar a la ligera, bajo la influencia de emociones fuertes.

Vin sonrió.

—¿La decisión de casarse no debería tomarse en respuesta a una emoción fuerte?

Sazed parecía confundido.

—No me refería exactamente a eso. Es que no estoy seguro de que estés completamente en plena posesión de tus facultades, lady Vin.

Vin negó con la cabeza.

—Estoy más en posesión de mis facultades de lo que he estado en meses. Es hora de dejar de vacilar, Sazed, es hora de dejar de preocuparme, de aceptar mi puesto en este grupo. Sé lo que quiero. Amo a Elend. No sé cuánto tiempo nos queda juntos, pero quiero algo, al menos.

Sazed permaneció en silencio un momento, luego continuó cosiendo.

—¿Y tú, lord Elend? ¿Cuáles son tus pensamientos?

¿Cuáles eran sus pensamientos? Elend recordaba el día anterior, cuando Vin había hablado de marcharse, y el vacío que había sentido. Pensó en lo mucho que dependía de su sabiduría, y de su rudeza, y de su simple (pero no simplista) devoción por él. Sí, la amaba.

El mundo se había convertido en un caos. Él había cometido errores. Sin embargo, a pesar de todo lo que había sucedido, y a pesar de sus frustraciones, seguía sintiendo con fuerza que quería estar con Vin. No era el embobamiento idílico que había sentido un año y medio antes, en las fiestas. Pero parecía más sólido.

—Sí, Sazed —dijo—. Quiero casarme con ella. Lo quiero desde hace tiempo. Yo… no sé qué va a pasarle a esta ciudad, ni a mi reino, pero quiero estar con Vin cuando suceda.

Sazed continuó trabajando.

—Muy bien, pues —dijo por fin—. Si me necesitáis como testigo, ya me tenéis.

Elend se arrodilló, todavía apretando el apósito contra el hombro de Vin, sintiéndose un poco aturdido.

—¿Ya está, entonces?

Sazed asintió.

—Soy tan válido como cualquier testigo que pudieran proporcionar los obligadores. Os lo advierto, el juramento de amor de Larsta es vinculante. En su cultura no conocían ninguna forma de divorcio. ¿Me aceptáis como testigo de este evento?

Vin asintió. Elend hizo lo mismo.

—Entonces estáis casados —dijo Sazed, cortando el hilo y colocando una venda sobre el pecho de Vin—. Sujeta esto un momento, lady Vin, y contén la hemorragia.

—Pensaba que iba a haber una ceremonia o algo —dijo Elend.

—Podría celebrar una, si lo deseas —dijo Sazed—, pero no creo que os haga falta. Os conozco desde hace tiempo, y estoy dispuesto a dar mi bendición a esta unión. Simplemente os aconsejo. Los que se toman a la ligera las promesas que hacen a aquellos que aman son gente que encuentra poca satisfacción duradera en la vida. Esta no es una época sencilla para vivir. Eso no significa que tenga que ser una época difícil para amar, pero sí que habrá tensiones inusitadas en vuestras vidas y vuestra relación.

»No olvidéis el juramento de amor que os habéis hecho esta noche. Os dará mucha fuerza en los días venideros.

Con eso, puso el último punto en la cara de Vin y se dedicó por fin al hombro. La hemorragia casi había cesado y Sazed estudió la herida un momento antes de empezar a trabajar en ella.

Vin miró a Elend, sonriendo, un poco mareada. Él se puso en pie, se acercó al lavabo de la habitación y regresó con un paño húmedo para limpiarle la cara.

—Lo siento —dijo ella en voz baja mientras Sazed se movía y ocupaba el lugar donde Elend había estado arrodillado.

—¿Sentirlo? —dijo Elend—. ¿Por el nacido de la bruma?

Vin negó con la cabeza.

—No. Por haber tardado tanto.

Elend sonrió.

—Merece la pena esperarte. Además, creo que yo también he tenido que aprender unas cuantas cosas.

—¿Como a ser rey, por ejemplo?

—Y cómo dejar de serlo.

—Nunca has dejado de serlo, Elend —negó Vin—. Pueden quitarte la corona, pero no tu honor.

Elend sonrió.

—Gracias. Sin embargo, no sé cuánto bien le he hecho a la ciudad. Al estar aquí, dividí a la gente, y ahora Straff acabará al mando.

—Mataré a Straff si pone un pie en esta ciudad.

Elend apretó los dientes. Otra vez los mismos problemas. Solo podían mantener el cuchillo de Vin contra su cuello durante un tiempo determinado. Straff encontraría un modo de zafarse de él, y además estaban Jastes y sus koloss…

—Majestad, tal vez yo pueda proponer una solución —dijo Sazed, sin dejar de trabajar.

Elend miró al terrisano alzando una ceja.

—El Pozo de la Ascensión —dijo Sazed.

Vin abrió inmediatamente los ojos.

—Tindwyl y yo hemos estado investigando al Héroe de las Eras —continuó Sazed—. Estamos convencidos de que Rashek no llegó a hacer nunca lo que se suponía que debía de hacer el Héroe. Hay demasiadas discrepancias, demasiadas contradicciones. Además, las brumas (la Profundidad) siguen aquí. Y están matando a la gente.

Elend frunció el ceño.

—¿Qué estás diciendo?

Sazed tiró de un punto.

—Todavía hay que hacer algo, Majestad. Algo importante. Con una perspectiva restringida podría parecer que los acontecimientos de Luthadel y el Pozo de la Ascensión no tienen relación. Sin embargo, con una perspectiva más amplia, puede que sean cosas relacionadas entre sí.

Elend sonrió.

—Como la cerradura y la llave.

—Sí, Majestad. Exactamente.

—Resuena —susurró Vin con los ojos cerrados—. En mi cabeza. Puedo sentirlo.

Sazed vaciló, y luego le vendó el brazo.

—¿Percibes dónde está?

Vin sacudió la cabeza.

—Yo… No parece haber una dirección en los pulsos. Creía que eran lejanos, pero se están haciendo más fuertes.

—Debe de ser el Pozo que se carga otra vez de poder —dijo Sazed—. Es una suerte que yo sepa dónde encontrarlo.

Elend se volvió, y Vin abrió de nuevo los ojos.

—Mi investigación ha revelado su localización, lady Vin. Puedo dibujarte un mapa, con mis mentes de metal.

—¿Dónde está? —susurró Vin.

—Al norte. En las montañas de Terris. En uno de los picos más bajos, conocido como Derytatih. Viajar hasta allí será difícil en esta época del año…

—Puedo hacerlo —dijo Vin con firmeza mientras Sazed le atendía la herida del pecho. Elend volvió a ruborizarse y vaciló mientras se daba la vuelta.

Estoy… casado.

—¿Vas a ir? —preguntó, mirando a Vin—. ¿Ahora?

—Tengo que hacerlo —susurró ella—. Tengo que hacerlo, Elend.

—Deberías ir con ella, Majestad.

—¿Qué?

Sazed suspiró y alzó la cabeza.

—Tenemos que aceptar los hechos, Majestad. Como dijiste antes, Straff tomará pronto esta ciudad. Si estás aquí, te ejecutará. Sin embargo, lady Vin necesitará indudablemente ayuda para asegurar el Pozo.

—Se supone que contiene un gran poder —dijo Elend, frotándose la barbilla—. ¿Crees que podríamos destruir a esos ejércitos?

Vin negó con la cabeza.

—No podríamos utilizarlo —susurró—. El poder es una tentación. Eso es lo que salió mal la última vez. Rashek tomó el poder en vez de cederlo.

—¿Cederlo? ¿Qué significa eso?

—Dejarlo suelto, Majestad —dijo Sazed—. Dejar que derrote a la Profundidad por su cuenta.

—Confianza —susurró Vin—. Todo es cuestión de confianza.

—Sin embargo, creo que liberar ese poder podría hacer grandes cosas para la Tierra —dijo Sazed—. Cambiarla y deshacer muchos de los daños que causó el lord Legislador. Sospecho que destruiría a los koloss, ya que estos fueron creados por el mal uso que hizo el lord Legislador del poder.

—Pero Straff dominaría la ciudad —dijo Elend.

—Sí —contestó Sazed—. Pero si te marchas, la transición será pacífica. La Asamblea ha decidido aceptarlo como emperador, y parece que él dejará que Penrod gobierne como rey títere. No habrá derramamiento de sangre y tú podrás organizar la resistencia desde el exterior. Además, ¿quién sabe las consecuencias que tendrá liberar el poder? Lady Vin podría cambiar, como le pasó al lord Legislador. Con la banda escondida dentro de la ciudad, no debería ser difícil burlar a tu padre…, sobre todo cuando se vuelva complaciente, dentro de un año o dos.

Elend apretó los dientes. Otra revolución. Sin embargo, lo que decía Sazed tenía sentido.

Durante mucho tiempo nos hemos estado preocupando por lo inmediato. Miró a Vin con un arrebato de calidez y amor. Tal vez sea hora de que empiece a escuchar las cosas que ella ha estado tratando de decirme.

—Sazed —dijo Elend. Acababa de ocurrírsele una idea—. ¿Crees que podría convencer al pueblo de Terris para que nos ayude?

—Tal vez, Majestad. Mi prohibición de interferir, la que he estado ignorando, se debe a que el Sínodo me encargó una misión diferente, no a que creamos que hay que evitar toda acción. Si pudieras convencer al Sínodo de que el futuro del pueblo de Terris se beneficiará de tener un aliado fuerte en Luthadel, puede que consigas ayuda militar.

Elend asintió, pensativo.

—Recuerda la cerradura y la llave, Majestad —dijo Sazed, terminando la cura de la segunda herida de Vin—. En este caso, marcharse parece lo contrario de lo que deberías hacer. Sin embargo, a la larga, verás que es exactamente lo que necesitas.

Vin abrió los ojos y lo miró, sonriente.

—Podemos lograrlo, Elend. Ven conmigo.

Elend vaciló un instante. La cerradura y la llave…

—Muy bien —dijo—. Nos marcharemos en cuanto Vin pueda moverse.

—Debería poder cabalgar mañana —dijo Sazed—. Ya sabes lo que el peltre puede hacer con un cuerpo.

Elend asintió.

—Muy bien. Debería haberte escuchado antes, Vin. Además, siempre he querido ver tu tierra, Sazed. Puedes mostrárnosla.

—Me temo que tendré que quedarme aquí —contestó Sazed—. Pronto deberé marcharme al sur para continuar allí mi trabajo. Sin embargo, Tindwyl puede acompañaros: tiene información que hay que transmitir a mis hermanos guardadores.

—Tendrá que ser un grupo pequeño —dijo Vin—. Habrá que evitar, o dejar atrás, a los hombres de Straff.

—Solo vosotros tres. O tal vez una persona más para hacer guardia mientras dormís, alguien que sepa cazar y explorar. ¿Lord Lestibournes, tal vez?

—Fantasma sería perfecto —asintió Elend—. ¿Seguro que los demás miembros del grupo estarán a salvo en la ciudad?

—Claro que no —dijo Vin, sonriendo—. Pero son expertos. Se escondieron del lord Legislador, y podrán esconderse de Straff. Sobre todo, si no tienen que preocuparse de mantenerte a salvo.

—Entonces está decidido —dijo Sazed, poniéndose en pie—. Vosotros dos deberíais intentar descansar bien esta noche, a pesar del reciente cambio en vuestra relación. ¿Puedes caminar, lady Vin?

—No hace falta —dijo Elend, agachándose para tomarla en brazos. Ella lo rodeó con los suyos, aunque no con mucha fuerza, y él notó que los ojos volvían a cerrársele.

Sonrió. De pronto el mundo parecía un lugar mucho más sencillo. Dedicaría el tiempo a lo que era realmente importante; luego, cuando Vin y él hubieran conseguido ayuda en el norte, podrían regresar. Ansiaba volver y enfrentarse a sus problemas con renovado vigor.

Agarró a Vin con fuerza, se despidió de Sazed y se dirigió a sus habitaciones. Parecía que al final todo había salido bien.

Sazed se levantó despacio, viéndolos marchar. Se preguntó qué pensarían de él cuando se enteraran de la caída de Luthadel. Al menos se tendrían el uno al otro para apoyarse.

Su bendición nupcial era el último regalo que podía hacerles. Eso, y sus vidas. ¿Cómo me juzgará la historia por mis mentiras?, se preguntó. ¿Qué pensarán del terrisano que intervino en política, del terrisano que creó un mito para salvar la vida de sus amigos? Las cosas que había dicho sobre el Pozo eran, naturalmente, falsedades. Si existía tal poder, no tenía ni idea de dónde estaba, ni de qué haría.

Cómo lo juzgara la historia probablemente dependería de lo que Elend y Vin hicieran en la vida. Sazed solo esperaba haber hecho lo adecuado. Al verlos marchar, sabiendo que su juvenil amor se salvaría, no pudo dejar de sonreír por su decisión.

Con un suspiro, se agachó a recoger sus instrumentos médicos. Luego regresó a sus habitaciones para dibujar el mapa que les había prometido a Vin y Elend.

FIN DE LA CUARTA PARTE