Si la religión de Terris y la creencia en la Anticipación no se hubieran extendido más allá de nuestra gente…

17

Las montañas de papel parecían multiplicarse a medida que Vin encontraba en el libro más y más ideas que quería aislar y recordar. ¿De qué trataban las profecías sobre el Héroe de las Eras? ¿Cómo sabía el autor del libro dónde ir y qué creía que tendría que hacer cuando llegara?

Al cabo de un rato, tendida entre aquel caos de pilas solapadas orientadas en varias direcciones para mantenerlas separadas, Vin admitió una verdad desagradable: iba a tener que tomar notas.

Con un suspiro, se levantó y cruzó la habitación, pasando con cuidado por encima de varios montones para acercarse a la mesa. Nunca la había usado; de hecho, se había quejado a Elend. ¿Qué necesidad tenía de un escritorio?

Eso había pensado. Escogió una pluma y sacó un pequeño tintero, mientras recordaba los días en que Reen le había enseñado a escribir. Su hermano se había cansado muy pronto de sus garabatos, quejándose del coste de la pluma y el papel. Le había enseñado a leer para que pudiera descifrar los contratos e imitar a las nobles, aunque le parecía que escribir era menos útil. En general, Vin compartía su opinión.

Sin embargo, al parecer escribir tenía su utilidad, aunque no fueras escriba. Elend siempre estaba tomando notas y apuntes; a ella le impresionaba lo rápido que podía escribir. ¿Cómo conseguía que las letras le salieran con tanta facilidad?

Agarró un par de hojas de papel en blanco y se acercó a los montones que había apilado. Se sentó con las piernas cruzadas y destapó el tintero.

—Ama —le advirtió OreSeur, todavía tendido en el suelo con las patas por delante—, fíjate en que acabas de dejar el escritorio para sentarte en el suelo.

Vin alzó la cabeza.

—¿Y?

—El propósito de un escritorio es, bueno, escribir.

—Pero mis papeles están todos esparcidos por aquí.

—Los papeles pueden moverse, creo. Si resultan demasiado pesados, siempre puedes quemar peltre para volverte más fuerte.

Vin observó su rostro divertido mientras hundía la pluma en el tintero. Bueno, por lo menos muestra algo diferente a rechazo, por mí.

—El suelo es más cómodo.

—Si tú lo dices, ama, creeré que es verdad.

Vin vaciló, tratando de decidir si se estaba burlando de ella o no. Maldita cara de perro, pensó. Es demasiado indescifrable.

Con un suspiro, se inclinó hacia delante y empezó a escribir la primera palabra. Tenía que hacer cada trazo con precisión para que la tinta no se corriera, y detenerse a menudo para pensar las palabras y encontrar las letras adecuadas. Apenas había escrito un par de frases cuando llamaron a la puerta. Alzó la cabeza, el ceño fruncido. ¿Quién la molestaba?

—Pasa.

Oyó abrirse una puerta en la otra habitación, y la voz de Elend la llamó.

—¿Vin?

—Aquí dentro —dijo, volviendo a su escrito—. ¿Por qué has llamado?

—Bueno, podías estar cambiándote —dijo él, entrando.

—¿Y?

Elend se echó a reír.

—Dos años, y la intimidad sigue resultando un concepto extraño para ti.

Vin alzó la cabeza.

—Bueno, yo sí…

Durante un brevísimo instante, Vin pensó que él era otra persona. Su instinto reaccionó antes que su cerebro y soltó la pluma, dio un salto y avivó peltre. Luego se detuvo.

—Todo un cambio, ¿eh? —preguntó Elend, abriendo los brazos para que ella pudiera mirar mejor su atuendo.

Vin se llevó una mano al pecho, tan asombrada que pisó uno de los montones. Era Elend, pero no lo era. El impecable traje blanco de líneas sobrias era muy diferente de su chaqueta suelta normal y sus pantalones. Estaba más imponente. Más regio.

—Te has cortado el pelo —dijo ella, caminando con parsimonia y estudiando el atuendo.

—Idea de Tindwyl. ¿Qué te parece?

—Así habrá menos que agarrar en una pelea —dijo Vin.

Elend sonrió.

—¿Es lo único que se te ocurre?

—No —dijo Vin, ausente, tirándole de la capa. Se soltó con facilidad, y asintió aprobándolo. Las capas de bruma eran igual; Elend no tendría que preocuparse de que alguien le agarrara la capa en una pelea.

Dio un paso atrás y se cruzó de brazos.

—¿Significa esto que yo también puedo cortarme el pelo?

Elend hizo una breve pausa.

—Siempre eres libre para hacer lo que quieras, Vin. Pero creo que largo es más bonito.

Así se queda, entonces.

—Bueno, ¿lo apruebas? —preguntó Elend.

—Sí, sin lugar a dudas —contestó Vin—. Pareces un rey.

Aunque sospechaba que en parte echaría de menos al Elend de pelo enmarañado y desaliñado. Había algo… encantador en aquella mezcla de competencia y despiste.

—Bien —dijo Elend—. Porque creo que voy a necesitar cualquier ventaja. Un mensajero acaba… —se detuvo al ver los montones de papel—. ¿Vin? ¿Estabas llevando a cabo una investigación?

Vin se ruborizó.

—Estaba repasando el libro de viajes, tratando de encontrar referencias a la Profundidad.

—¡No me digas!

Elend dio un paso adelante, emocionado. Para desazón de Vin, localizó enseguida el papel con sus notas. Lo alzó, y luego la miró.

—¿Has escrito tú esto?

—Sí.

—Tienes una letra preciosa —dijo él, un poco sorprendido—. ¿Por qué no me dijiste que sabías escribir así?

—¿No has dicho algo de un mensajero?

Elend soltó la hoja; parecía un padre orgulloso.

—Cierto. Ha llegado un mensajero del ejército de mi padre. Estoy haciéndolo esperar un poco… No parece aconsejable mostrar demasiada impaciencia. Pero creo que deberíamos ir a verlo.

Vin asintió e hizo una seña a OreSeur. El kandra se levantó y trotó a su lado, y los tres salieron de la habitación.

Había una cosa buena en los libros y las notas. Siempre podían esperar a otra ocasión.

Encontraron al mensajero esperando en el atrio de la tercera planta de la fortaleza Venture. Vin y Elend entraron juntos, y ella se detuvo en el acto.

Era él. El Acechante.

Elend avanzó para recibir al hombre, pero Vin lo agarró por el brazo.

—Espera —susurró.

Elend se volvió, confuso.

Si ese hombre tiene atium, pensó Vin con una punzada de pánico, Elend está muerto. Todos estamos muertos.

El Acechante esperó sin moverse. No parecía un mensajero ni un correo. Vestía de negro, incluso los guantes eran negros. Llevaba pantalones y una camisa de seda, sin capa. Vin recordaba aquel rostro. Era él.

Pero… pensó, si hubiera querido matar a Elend, podría haberlo hecho ya. La idea la asustó, aunque tuvo que admitir que era cierto.

—¿Qué? —preguntó Elend, de pie en la puerta junto a ella.

—Ten cuidado —susurró Vin—. No es un simple mensajero. Ese hombre es un nacido de la bruma.

Elend vaciló. Se volvió hacia el Acechante, que permanecía silencioso, las manos a la espalda, con aspecto confiado. Sí, era un nacido de la bruma: solo un hombre así podía entrar en un palacio enemigo, rodeado por completo de guardias, y no demostrar la menor inquietud.

—Muy bien —dijo Elend, entrando al fin en la habitación—. Hombre de Straff, ¿traes un mensaje para mí?

—No solo un mensaje, Majestad —dijo el Acechante—. Me llamo Zane y soy una especie de… embajador. A tu padre le complació mucho recibir tu invitación para una alianza. Se alegra de que por fin hayas entrado en razón.

Vin estudió al Acechante, a ese Zane. ¿Cuál era su juego? ¿Por qué acudía en persona? ¿Por qué revelaba quién era?

Elend asintió, manteniendo la distancia.

—Dos ejércitos acampados ante mis puertas —dijo—. Bueno, no es algo que pueda pasar por alto. Me gustaría reunirme con mi padre y discutir posibilidades para el futuro.

—Creo que a él le gustaría —dijo Zane—. Ha pasado tiempo desde la última vez que te vio, y lamenta vuestros desencuentros. Después de todo, eres su único hijo.

—Ha sido duro para ambos —contestó Elend—. ¿Tal vez podríamos levantar una tienda donde reunirnos ante la ciudad?

—Me temo que eso no será posible —dijo Zane—. Su Majestad teme a los asesinos, con toda la razón. Si deseas hablar con él, te recibirá en su tienda, en el campamento Venture.

Elend frunció el ceño.

—Creo que eso no tiene mucho sentido. Si él teme a los asesinos, ¿no debería temerlos yo?

—Estoy seguro de que él podría protegerte en su propio campamento, Majestad —dijo Zane—. Allí no tienes nada que temer de los asesinos de Cett.

—Ya veo…

—Me temo que Su Majestad fue bastante firme en este punto. Tú eres el que está ansioso por conseguir una alianza… Si deseas una reunión, tendrás que acudir a él.

Elend miró a Vin, que no dejaba de observar a Zane. El hombre la miró a los ojos y habló.

—He oído informes sobre la hermosa nacida de la bruma que acompaña al heredero Venture. La que mató al lord Legislador y fue entrenada por el mismísimo Superviviente.

En la sala se hizo el silencio.

Elend habló por fin.

—Dile a mi padre que consideraré su oferta.

Zane dejó por fin de mirar a Vin.

—Su Majestad deseaba que fijáramos un día y una hora.

—Enviaré otro mensaje cuando haya tomado una decisión —dijo Elend.

—Muy bien —respondió Zane, con una sutil reverencia, aunque aprovechó el movimiento para mirar de nuevo a Vin a los ojos. Asintió una vez a Elend y dejó que los guardias lo escoltaran a la salida.

En medio de la fría bruma del anochecer, Vin esperaba en la baja muralla de la fortaleza Venture, con OreSeur sentado a su lado.

Las brumas estaban tranquilas. Sus cavilaciones, no obstante, eran bastante menos serenas.

¿Para quién si no trabajaría él?, pensó. Por supuesto, se trata de uno de los hombres de Straff.

Eso explicaba muchas cosas. Había pasado algún tiempo desde su último encuentro; Vin empezaba a pensar que no volvería a ver al Acechante.

¿Se enfrentarían de nuevo, entonces? Vin trató de reprimir su ansiedad, trató de decirse que quería encontrar a ese Acechante por la amenaza que suponía, eso era todo. Pero la emoción de otro combate en las brumas, otra posibilidad de comparar sus habilidades contra un nacido de la bruma hacía que se tensara de expectación.

Ella no lo conocía, y desde luego no se fiaba de él. Eso solo hacía que la perspectiva de un combate fuera aún más excitante.

—¿Por qué estamos esperando aquí, ama?

—Estamos de patrulla. A la caza de asesinos o espías. Como todas las noches.

—¿Me ordenas que crea en ti, ama?

Vin le dirigió una dura mirada.

—Cree lo que quieras, kandra.

—Muy bien —dijo OreSeur—. ¿Por qué no le dijiste al rey que te habías enfrentado ya con ese Zane?

Vin se volvió hacia las oscuras brumas.

—Los asesinos y alománticos son preocupación mía, no de Elend. No hay necesidad de preocuparlo todavía más… Ya tiene suficientes problemas en este momento.

OreSeur se sentó sobre sus cuartos traseros.

—Comprendo.

—¿No crees que tenga razón?

—Creo lo que deseo —dijo OreSeur—. ¿No es lo que acabas de ordenarme, ama?

—Lo que quieras —dijo Vin. Tenía su bronce encendido, y se esforzaba por no pensar en el espíritu de la bruma. Podía sentirlo, esperando en la oscuridad a su derecha. No miró en esa dirección.

El libro no menciona qué fue de ese espíritu. Estuvo a punto de matar a uno de los compañeros del Héroe. Después de eso, apenas se le menciona.

Otra fuente de alomancia apareció ante sus sentidos de bronce. Una fuente más fuerte, más familiar.

Zane.

Vin saltó al parapeto, se despidió de OreSeur, y luego se lanzó a la noche.

La bruma se retorcía en el cielo y brisas distintas formaban silenciosos arroyos blancos, como ríos en el aire. Vin los sorteó, atravesó las brumas y cabalgó con ellas como una piedra que rebota en las aguas. No tardó en llegar al lugar donde Zane y ella se habían despedido la última vez: la calle abandonada y solitaria.

Él estaba esperando en el centro, todavía vestido de negro. Vin saltó al suelo ante él, un remolino de borlas. Se irguió.

Nunca lleva capa. ¿Por qué?

Los dos se estudiaron en silencio. Zane tenía que conocer sus dudas, pero no se presentó ni le ofreció ningún saludo ni ninguna explicación. Al cabo de un rato, se metió la mano en un bolsillo y sacó una moneda. La arrojó a la calle y la moneda rebotó, el metal resonó contra la piedra y se detuvo.

Saltó al aire. Vin hizo lo mismo, ambos empujando la misma moneda. Sus pesos casi se cancelaron entre sí y salieron disparados hacia atrás, como los dos brazos de una «V».

Zane giró, lanzando una moneda tras de sí. Chocó contra un edificio y empujó, abalanzándose hacia Vin. De repente, ella sintió la presión contra su bolsa de monedas amenazándola con volver a arrojarla al suelo.

¿Cuál es el juego esta noche, Zane?, pensó tirando del cordón de su bolsa y soltándola del cinturón. La empujó y se precipitó hacia abajo, a plomo. Cuando golpeó el suelo, Vin tenía la ventaja de la altura: empujaba la bolsa directamente desde arriba, mientras que Zane tan solo la empujaba de lado. Vin se lanzó hacia las alturas, pasando ante Zane en el frío aire nocturno, y luego lanzó su peso contra las monedas de la bolsa de él.

Zane empezó a caer. Sin embargo, agarró las monedas, impidiendo que se soltaran, y empujó su bolsa. Se detuvo en el aire: Vin empujaba desde arriba, su propio empujón lo impulsaba hacia arriba. Y como él se había detenido, el empujón de Vin la lanzó a ella de pronto hacia atrás.

Vin dejó ir a Zane y se dejó caer. Zane, sin embargo, no se permitió caer. Se empujó de nuevo en el aire y empezó a alejarse, sin dejar que sus pies tocaran los tejados o el empedrado de la calle.

Trata de obligarme a bajar al suelo, pensó Vin. El primero que caiga pierde, ¿es eso? Todavía dando tumbos, Vin giró en el aire. Recuperó su bolsa de monedas con un cuidadoso tirón, la echó al suelo y se empujó hacia arriba.

Tiró de la bolsa para recuperarla mientras volaba y saltó detrás de Zane, empujando intrépida a través de la noche, tratando de alcanzarlo. En la oscuridad, Luthadel parecía más limpia que durante el día. No podía ver los edificios manchados de ceniza, las oscuras refinerías, la neblina de humo de las fraguas. A su alrededor, las fortalezas deshabitadas de la antigua nobleza observaban como monolitos silenciosos. Algunos de los majestuosos palacios habían sido entregados a nobles menores, otros se habían convertido en edificios gubernamentales. El resto, después de haber sido saqueados por orden de Elend, permanecía deshabitado, con sus ventanales oscuros, con sus cúpulas, estatuas y murales ignorados.

Vin no estaba segura de si Zane había ido a propósito a la fortaleza Hasting o si lo había alcanzado allí por casualidad. Fuera como fuese, allí estaba la enorme estructura cuando Zane advirtió su proximidad y se giró, lanzándole un puñado de monedas.

Vin empujó contra ellas con cautela. En efecto, en cuanto las tocó, Zane avivó acero y empujó más fuerte. Si ella hubiera estado empujando a tope, la fuerza de su ataque la habría impulsado hacia atrás. De aquel modo pudo desviar las monedas hacia los lados.

Sin perder tiempo, Zane empujó de nuevo su bolsa de monedas, lanzándose hacia arriba siguiendo una de las murallas de la fortaleza Hasting. Vin estaba preparada para ese movimiento. Avivando peltre, agarró la bolsa con las dos manos y la rasgó por la mitad.

Las monedas cayeron disparadas hacia el suelo por la fuerza del empujón de Zane. Escogió una y se impulsó ganando altura en cuanto golpeó el suelo. Giró, volviéndose hacia arriba. Su oído aguzado por el estaño captó una lluvia de metal contra las piedras, muy por debajo de ella. Seguía teniendo acceso a las monedas, pero no tenía que llevarlas encima.

Se abalanzó hacia Zane; una de las torres exteriores de la fortaleza se alzaba entre las brumas, a su izquierda. La fortaleza Hasting era una de las más hermosas de la ciudad. Tenía una gran torre central (alta, impresionante, ancha), con un salón de baile en la parte superior. También tenía seis torres más pequeñas equidistantes a la central, cada una conectada por una gruesa muralla. Era un edificio elegante y majestuoso. Sospechó que Zane lo había buscado por ese motivo.

Vin lo observó ahora, mientras su empujón perdía potencia al alejarse demasiado del anclaje de las monedas del suelo. Giraba directamente por encima de ella, una oscura figura contra un cielo de brumas cambiantes, todavía muy por debajo de la parte superior de la muralla. Vin tiró con fuerza de varias monedas del suelo, atrayéndolas hacia sí por si las necesitaba.

Zane se abalanzó hacia ella. Vin reaccionó para lanzar su peso contra él, pero advirtió con un sobresalto que Zane ya no llevaba ninguna moneda. Estaba empujando algo que tenía detrás: la misma moneda que Vin había clavado contra la pared con su peso. Vin se impulsó hacia arriba, tratando de apartarse, pero él ascendió también.

Zane chocó contra ella, y empezaron a caer. Mientras giraban juntos, Zane la agarró por los brazos, acercando su rostro al suyo. No parecía enfadado, ni siquiera molesto.

Solo parecía tranquilo.

—Esto es lo que somos, Vin —dijo en voz baja. El viento y la bruma giraban alrededor de ellos, y las borlas de la capa de bruma de Vin se revolvían en el aire en torno a Zane—. ¿Por qué juegas sus juegos? ¿Por qué dejas que te controlen?

Vin colocó la mano con suavidad contra el pecho de Zane y empujó la moneda que tenía en la palma. La fuerza del empujón la liberó de su presa, mientras que lo lanzaba a él hacia atrás y hacia arriba. Vin se detuvo a unos pocos centímetros del suelo, empujando las monedas caídas, y volvió a impulsarse.

Adelantó a Zane en la noche, y vio una sonrisa en su rostro mientras caía. Vin se lanzó hacia abajo, conectando con las líneas azules que se extendían hacia el suelo, y luego avivó hierro y tiró contra todas ellas a la vez. Las líneas azules zumbaron a su alrededor, las monedas se alzaron y pasaron volando ante el sorprendido Zane.

Tiró de unas cuantas monedas y las atrapó con la mano. Veamos si puedes quedarte en el aire ahora, pensó Vin con una sonrisa, empujando hacia fuera, alejando las demás monedas en la noche. Zane continuó cayendo.

Vin empezó a caer también. Lanzó una moneda a cada lado y empujó. Las monedas salieron disparadas en la bruma, volando hacia los muros de piedra, a ambos lados. Chocaron contra la piedra y Vin se detuvo en el aire.

Empujó con fuerza, sosteniéndose, esperando un tirón desde abajo. Si él tira, yo tiro también, pensó. Ambos caeremos, y yo tengo las monedas entre nosotros en el aire. Él golpeará el suelo primero.

Una moneda pasó volando junto a ella.

¡Qué! ¿De dónde ha sacado eso? Estaba segura de haber apartado todas las monedas de abajo.

La moneda saltó hacia arriba, a través de las brumas, dejando una línea azul visible para sus ojos alománticos. Remontó la muralla que tenía a la derecha. Vin se volvió a tiempo de ver a Zane frenar y luego abalanzarse hacia arriba, tirando de la moneda que ahora reposaba encima de la balaustrada de piedra de la muralla.

La adelantó con una expresión de satisfacción en el rostro.

Alardeando.

Vin soltó la moneda de su izquierda mientras seguía empujando a su derecha. Disparada hacia la izquierda, casi chocó contra la pared antes de lanzar otra moneda. La empujó, impulsándose hacia arriba y a la derecha. Otra moneda la envió de nuevo hacia arriba y a la izquierda, y continuó rebotando entre las murallas, a un lado y al otro, hasta que llegó arriba.

Sonrió mientras se retorcía en el aire. Zane, flotando por encima de la muralla, asintió apreciativo cuando pasó. Vin advirtió que había recogido unas cuantas monedas descartadas. Es hora de atacar, pensó.

Empujó las monedas que Zane tenía en la mano, y estas la impulsaron hacia arriba. Sin embargo, Zane estaba todavía empujando contra la moneda de la muralla y por eso no cayó. Flotó en el aire entre las dos fuerzas: su propio empuje lo impulsaba hacia arriba, el empuje de Vin lo impulsaba hacia abajo.

Vin lo oyó gruñir por el esfuerzo y empujó más. Sin embargo, estaba tan concentrada que apenas lo vio abrir la otra mano y empujar una moneda contra ella. Reaccionó para empujarla a su vez, pero por fortuna él falló y la moneda no la alcanzó por muy poco.

O tal vez no falló. De inmediato, la moneda cayó y le golpeó la espalda. Zane tiró de ella y la pieza de metal se clavó en la piel de Vin. La muchacha jadeó, y avivó peltre para impedir que la moneda la atravesara.

Zane no cedió. Vin apretó los dientes, pero él pesaba mucho más que ella. Se acercó a él en la noche, tratando con su empuje de mantenerlos a ambos separados, con la moneda clavada dolorosamente en su espalda.

Nunca te enzarces en una competición de empujes, Vin, le había advertido Kelsier. No pesas lo suficiente: perderás siempre.

Dejó de empujar la moneda que Zane tenía en la mano. Cayó al instante, arrastrada por el empujón de la que tenía en la espalda. Lo contrarrestó como pudo, dándose un poco de margen, y luego lanzó su última moneda al suelo. Lo alcanzó en el último instante, y el empujón de Vin la rescató de estar entre Zane y su moneda.

La moneda de Zane golpeó a este en el pecho, y gimió: era obvio que había estado intentando conseguir que Vin chocara de nuevo con él. La muchacha sonrió y luego tiró de la moneda que Zane tenía en la mano.

Le doy lo que quiere, supongo.

Él se volvió justo a tiempo de ver cómo la golpeaba con ambos pies. Vin giró, sintiéndolo desmoronarse bajo ella. Se regocijó en la victoria, girando en el aire sobre la pasarela de la muralla. Entonces advirtió algo: varias débiles líneas azules que desaparecían en la distancia. Zane había alejado todas sus monedas.

Desesperada, Vin agarró una y tiró para recuperarla. Demasiado tarde. Emprendió una búsqueda frenética de la fuente de metal más cercana, pero todo era piedra y madera. Desorientada, golpeó la muralla y se revolvió en su capa de bruma hasta detenerse junto a la balaustrada.

Sacudió la cabeza y avivó estaño, despejando su visión con un destello de dolor y otros sentidos. Sin duda a Zane no le habría ido mejor. Debía de haber caído cuando…

Zane flotaba a unos cuantos metros de distancia. Había encontrado una moneda (Vin no se explicaba cómo) y la empujaba. Sin embargo, no salía disparado. Flotaba por encima de la muralla, a unos centímetros, todavía medio encogido por la patada de Vin.

Mientras ella lo observaba, Zane giró despacio en el aire, la mano extendida bajo él, como un hábil acróbata. Había una expresión de intensa concentración en su rostro, y sus músculos (todos ellos, brazos, cara, pecho) estaban tensos. Se volvió en el aire hasta quedar frente a ella.

Vin lo contempló llena de asombro. Era posible empujar levemente una moneda, regulando la cantidad de fuerza con la que uno se impelía hacia atrás. Sin embargo, la dificultad era extraordinaria…, tanto que incluso a Kelsier le costaba. Los nacidos de la bruma solían usar cortos estallidos. Cuando Vin caía, por ejemplo, se detenía lanzando una moneda y empujándola por un breve instante, pero con fuerza, para contrarrestar el impulso.

Nunca había visto un alomántico con tanto control como Zane. Su habilidad para empujar levemente contra aquella moneda sería de poca utilidad en una pelea: requería demasiada concentración, por supuesto. No obstante, había elegancia en ello, una belleza de movimientos que implicaba algo que la propia Vin había sentido.

La alomancia no era solo cuestión de combates y muerte. Era cuestión de habilidad y gracia. Era algo hermoso.

Zane rotó hasta quedar derecho, adoptando una pose de caballero. Entonces saltó a la balaustrada y sus pies rozaron las piedras con suavidad. Miró a Vin, que todavía estaba en el suelo, con una expresión carente de desdén.

—Eres muy hábil —dijo—. Y bastante poderosa.

Era alto, impresionante. Como… Kelsier.

—¿Por qué viniste al palacio hoy? —preguntó, poniéndose en pie.

—Para ver cómo te trataban. Dime, Vin. ¿Qué tenemos los nacidos de la bruma que, a pesar de nuestros poderes, nos hace estar tan dispuestos a actuar como esclavos de los demás?

—¿Esclavos? —dijo Vin—. Yo no soy ninguna esclava.

Zane negó con la cabeza.

—Te utilizan, Vin.

—A veces es bueno ser útil.

—Esas palabras son fruto de la inseguridad.

Vin vaciló antes de mirarlo.

—¿De dónde sacaste esa moneda, al final? No había ninguna cerca.

Zane sonrió, abrió la boca y se sacó una moneda. La dejó caer al suelo con un tintineo. Vin abrió mucho los ojos. Un alomántico no puede usar el metal que esté dentro del cuerpo de otra persona… ¡Es un truco tan fácil! ¿Por qué no se me ocurrió? ¿Por qué no se le ocurrió a Kelsier?

Zane sacudió la cabeza.

—No tenemos nada que ver con ellos, Vin. No pertenecemos a su mundo. Nuestro sitio está aquí, en las brumas.

—Mi sitio está con aquellos que me aman —respondió Vin.

—¿Que te aman? —preguntó Zane en voz baja—. Dime: ¿te comprenden, Vin? ¿Puede un hombre amar algo que no comprende?

La observó un momento. Como ella no respondía, asintió apenas con la cabeza y empujó la moneda que había dejado caer unos momentos antes, lanzándose de nuevo a las brumas.

Vin lo dejó ir. Sus palabras tenían más peso de lo que creía. No pertenecemos a su mundo… Zane no podía saber que ella había estado reflexionando sobre su situación, preguntándose si era una noble, una asesina u otra cosa.

Las palabras de Zane, entonces, significaban algo importante. Se consideraba un ser aparte. Un poco como ella misma. Era una debilidad, desde luego. Tal vez pudiera volverlo contra Straff… Su disposición a entrenar con ella, su disposición a revelarse, así lo daba a entender.

Inspiró una honda bocanada del frío aire de la bruma, con el corazón todavía latiendo veloz por el intercambio. Se sentía cansada, pero viva por haber combatido con alguien que podía ser mejor que ella. Allí mismo, en la muralla de una fortaleza abandonada, entre las brumas, decidió una cosa.

Tenía que seguir entrenando con Zane.