Y así, he hecho un movimiento final.

51

La brumosa luz roja de la mañana era algo que no debería haber existido. La bruma se desvanecía con la luz del día. El calor la evaporaba; incluso en una habitación cerrada se condensaba y desaparecía. No tendría que haber podido soportar la luz del sol naciente.

Y, sin embargo, lo hacía. Cuanto más se alejaban de Luthadel, más tiempo soportaban las brumas de la mañana. El cambio era leve (solo estaban a unos cuantos días a caballo de Luthadel), pero Vin lo notaba. Veía la diferencia. Aquella mañana las brumas eran aún más densas de lo que había previsto: ni siquiera disminuyeron cuando salió el sol. Atenuaban su luz.

Bruma, pensó Vin. Profundidad. Cada vez estaba más segura de que tenía razón, aunque no lo supiera con certeza. De todas formas, le parecía que así era por algún motivo. La Profundidad no había sido un monstruo ni un tirano sino una fuerza más natural, y por tanto más aterradora. A una bestia se la podía matar. Las brumas… eran mucho más temibles. La Profundidad no oprimía con sacerdotes, pero usaba el terror supersticioso del pueblo. No mataba con ejércitos, sino con hambre.

¿Cómo se combatía algo más grande que un continente, una cosa que no podía sentir furia, dolor, esperanza ni piedad?

Sin embargo, la tarea de Vin era hacer justamente eso. Estaba sentada en un gran peñasco junto a la hoguera, con las piernas encogidas y las rodillas contra el pecho. Elend todavía dormía; Fantasma había salido a explorar.

Ella ya no se cuestionaba su papel. O estaba loca o era el Héroe de las Eras. Su tarea era derrotar a las brumas. No obstante… pensó, el ceño fruncido. ¿No deberían los golpes aumentar de volumen en lugar de disminuir? Cuanto más viajaban, más débiles le parecían aquellos martilleos. ¿Llegaba demasiado tarde? ¿Estaba sucediendo algo en el Pozo que disminuía su poder? ¿Lo había tomado ya alguien más?

Tenemos que seguir adelante.

Otra persona en su lugar podría haberse preguntado por qué había sido escogida. Vin había conocido a varios hombres (tanto en la banda de Camon como en el gobierno de Elend) que se quejaban siempre que les encomendaban una misión. «¿Por qué yo?», preguntaban. Los inseguros no creían estar a la altura de la tarea. Los perezosos querían librarse del trabajo.

Vin no se consideraba ni insegura ni perezosa. Sin embargo, no veía sentido en preguntar por qué. La vida le había enseñado que a veces las cosas pasaban sin más. A menudo no había ningún motivo para que Reen le pegara. Y de todas formas los motivos eran un pobre consuelo. Los motivos que Kelsier había necesitado para morir estaban claros para ella, pero no por eso lo añoraba menos.

Tenía un trabajo que hacer. El hecho de que no lo comprendiera no le impedía reconocer que tenía que intentarlo. Simplemente, esperaba saber qué hacer cuando llegara el momento. Aunque los golpes eran más débiles, seguían allí. La atraían. Hacia el Pozo de la Ascensión.

Tras ella notaba las leves vibraciones del espíritu de la bruma. Nunca desaparecía hasta que las brumas mismas lo hacían. Llevaba allí toda la mañana, tras ella.

—¿Sabes el secreto de todo esto? —preguntó en voz baja, volviéndose hacia el espíritu de las brumas rojizas—. ¿Tienes…?

El pulso alomántico del espíritu de la bruma procedía directamente de la tienda que compartía con Elend.

Vin saltó de la roca, aterrizó en el suelo helado y se precipitó hacia la tienda. Abrió las puertas de lona. Elend dormía dentro, la cabeza apenas visible por fuera de las mantas. La bruma llenaba la pequeña tienda, retorciéndose, girando… Aquello era bastante extraño. La bruma no solía entrar en las tiendas.

Y allí, entre la bruma, estaba el espíritu. Justo encima de Elend.

En realidad, ni siquiera estaba allí. Era solo un contorno en las brumas, una pauta repetida formada por movimientos caóticos. Y, sin embargo, era real. Ella podía percibirlo y podía verlo… ver cómo se volvía y la miraba con ojos invisibles.

Ojos de odio.

Alzó un brazo sin sustancia y Vin vio un destello. Reaccionó de inmediato, sacando una daga, e irrumpió en la tienda y descargó un golpe. Encontró algo tangible en la mano del espíritu. Un sonido metálico resonó en el aire tranquilo, y Vin sintió un potente y aturdidor escalofrío en el brazo. El vello de todo el cuerpo se le erizó.

Y entonces desapareció. Se difuminó como el sonido de su hoja insustancial. Vin parpadeó, y luego se volvió a mirar fuera de la tienda abierta. Las brumas del exterior habían desaparecido: el día había ganado por fin.

No parecía que quedaran muchas victorias.

—¿Vin? —preguntó Elend, bostezando y desperezándose.

Vin calmó su respiración. El espíritu se había ido. La luz del día significaba seguridad, de momento. Antes, me sentía a salvo en la noche, pensó. Kelsier me la dio.

—¿Qué ocurre? —preguntó Elend. ¿Cómo podía alguien, incluso un noble, ser tan lento en levantarse, ignorar su vulnerabilidad mientras estaba dormido?

Vin envainó la daga. ¿Qué puedo decirle? ¿Cómo puedo protegerlo de algo que apenas puedo ver? Tenía que pensar.

—No es nada —dijo en voz baja—. Solo yo… otra vez nerviosa.

Elend se dio la vuelta, suspirando feliz.

—¿Fantasma está haciendo su ronda matinal?

—Sí.

—Despiértame cuando regrese.

Vin asintió, pero probablemente él no podía verla. Se arrodilló y lo contempló mientras el sol se alzaba. Había entregado a Elend… no solo su cuerpo, y no solo su corazón. Había abandonado sus racionalizaciones, sus reservas, todo por él. Ya no podía permitirse pensar que no era digna de él, ya no podía creer que ni siquiera podían estar juntos.

Nunca había confiado tanto en nadie. Ni en Kelsier, ni en Sazed, ni en Reen. Elend lo tenía todo. Ese conocimiento la hacía temblar por dentro. Si lo perdía, se perdería a sí misma.

¡No debo pensar en eso!, se dijo, poniéndose en pie. Salió de la tienda. En la distancia se movieron sombras. Fantasma apareció un momento después.

—Decididamente, hay alguien allí atrás —informó él—. No son espíritus, Vin. Cinco hombres acampados.

Vin frunció el ceño.

—¿Nos siguen?

—Probablemente.

Los exploradores de Straff, pensó ella.

—Dejaremos que Elend decida qué hacer con ellos.

Fantasma se encogió de hombros y se sentó en la roca.

—¿Vas a despertarlo?

Vin se volvió.

—Déjalo dormir un poco más.

Fantasma volvió a encogerse de hombros. Observó cómo ella se acercaba a la hoguera y destapaba la leña que habían cubierto la noche anterior, y luego encendía una hoguera.

—Has cambiado, Vin.

Ella continuó trabajando.

—Todo el mundo cambia —dijo—. Ya no soy una ladrona, y tengo amigos que me apoyan.

—No me refiero a eso. Me refiero a recientemente. Esta última semana. Eres diferente a como eras antes.

—¿Diferente en qué?

—No lo sé. No pareces siempre tan asustada.

Vin vaciló.

—He tomado algunas decisiones. Sobre quién soy, y quién seré. Sobre lo que quiero. —Trabajó en silencio un rato hasta que logró prender una chispa—. Estoy cansada de tonterías —dijo por fin—. Tonterías de los demás y mías. He decidido actuar en vez de darle vueltas a todo. Tal vez sea una forma más inmadura de abordar las cosas. Pero de momento me parece bien.

—No es inmadurez —dijo Fantasma.

Vin sonrió, mirándolo. Con dieciséis años y aún no plenamente desarrollado, Fantasma tenía la misma edad que ella cuando la había reclutado Kelsier. Entornaba los párpados contra la luz, aunque el sol estaba bajo.

—Reduce tu estaño —dijo Vin—. No hace falta tenerlo tan fuerte.

Fantasma se encogió de hombros. Ella notó su incertidumbre. Quería con tantas ganas ser útil… Conocía ese sentimiento.

—¿Y tú, Fantasma? —dijo, volviéndose para recoger las cosas del desayuno. Caldo y copos de avena otra vez—. ¿Cómo te ha ido últimamente?

Él volvió a encogerse de hombros.

Casi había olvidado cómo es intentar mantener una conversación con un adolescente, pensó ella, sonriendo.

—Fantasma… —dijo, paladeando el nombre—. ¿Qué te parece ese apodo, por cierto? Recuerdo cuando todo el mundo te llamaba por tu verdadero nombre.

Lestibournes… Vin había tratado de deletrearlo una vez. Solo acertó cinco letras.

—Kelsier me lo puso —dijo Fantasma, como si eso fuera motivo suficiente para conservarlo. Y tal vez lo era. Vio la expresión en los ojos de Fantasma cuando mencionó a Kelsier. Clubs podía ser su tío, pero era con Kelsier con quien se medía.

Naturalmente, todos querían satisfacer a Kelsier.

—Ojalá fuera poderoso, Vin —dijo Fantasma en voz baja, los brazos cruzados sobre las rodillas—. Como tú.

—Tienes tus propias habilidades.

—¿El estaño? —preguntó Fantasma—. Es casi inútil. Si fuera un nacido de la bruma podría hacer grandes cosas. Ser alguien importante.

—Ser importante no es tan maravilloso, Fantasma —dijo Vin, escuchando los golpes en su cabeza—. La mayor parte del tiempo es una molestia.

Fantasma sacudió la cabeza.

—Si yo fuera un nacido de la bruma, podría salvar a la gente…, ayudar a la gente que lo necesitara. Podría impedir que la gente muriera. Pero… solo soy Fantasma. Débil. Un cobarde.

Vin lo miró, frunciendo el ceño, pero él tenía la cabeza gacha y no quiso mirarla a los ojos.

¿Qué es lo que le pasa?, se preguntó.

Sazed usó un poco de fuerza para ayudarse a subir los escalones de tres en tres. Salió a la muralla detrás de Tindwyl, y los dos se reunieron con el resto de los miembros del grupo. Los tambores seguían sonando; cada uno marcaba un ritmo diferente, resonando por toda la ciudad. La mezcla de ritmos retumbaba caóticamente en los edificios y callejones.

El horizonte septentrional parecía desnudo sin el ejército de Straff. Si ese mismo vacío se hubiera extendido al noreste, donde el campamento koloss parecía un torbellino…

—¿Distingue alguien lo que está pasando? —preguntó Brisa.

Ham negó con la cabeza.

—Está demasiado lejos.

—Uno de mis exploradores es un ojo de estaño —dijo Clubs, que se acercaba cojeando—. Ha dado la alarma. Dice que los koloss estaban luchando.

—Mi buen amigo, ¿no luchan siempre esas horribles criaturas? —dijo Brisa.

—Más que de costumbre —contestó Clubs—. Una pelea masiva.

Sazed sintió un leve atisbo de esperanza.

—¿Están luchando? ¡Tal vez se maten entre sí!

Clubs le dirigió una de aquellas miradas suyas.

—Lee uno de tus libros, terrisano. ¿Qué dicen sobre las emociones koloss?

—Solo tienen dos. Aburrimiento e ira. Pero…

—Así es como empiezan siempre una batalla —dijo Tindwyl en voz baja—. Empiezan a luchar entre sí, encolerizándose más y más, y luego…

Guardó silencio, y Sazed lo vio. La oscura mancha se hizo más ligera. Se dispersaban.

Atacaban la ciudad.

—Maldición —dijo Clubs, y empezó a bajar rápidamente las escaleras—. ¡Mensajeros en marcha! —gritó—. ¡Arqueros a la muralla! ¡Asegurad las rejas del río! ¡Batallones, tomad posiciones! ¡Preparados para combatir! ¿Queréis que esas criaturas entren aquí y atrapen a vuestros hijos?

Estalló el caos. Los hombres empezaron a correr en todas direcciones. Los soldados subían por las escaleras, cortando el paso e impidiendo moverse al grupo.

Está pasando, pensó Sazed, aturdido.

—Cuando las escaleras queden despejadas —dijo Dockson tranquilamente—, quiero que cada uno de vosotros vaya con su batallón. Tindwyl, tú a la Puerta de Estaño, al norte, junto a la fortaleza Venture. Puede que necesite tu consejo, pero, por ahora, quédate con esos muchachos. Te escucharán: respetan a los terrisanos. Brisa, ¿tienes a uno de tus aplacadores en cada batallón de cuatro a doce?

Brisa asintió.

—Pero no son gran cosa…

—¡Conseguid que esos muchachos sigan luchando! ¡No dejéis que nuestros hombres se vengan abajo!

—Mil hombres son demasiados para poder aplacarlos, amigo mío —dijo Brisa.

—Que hagan lo que puedan —dijo Dockson—. Tú y Ham encargaos de la Puerta de Peltre y la Puerta de Cinc: parece que los koloss lo intentarán por ahí primero. Clubs debería traer refuerzos.

Los dos hombres asintieron; entonces Dockson miró a Sazed.

—¿Sabes adónde ir?

—Sí… sí, eso creo —respondió Sazed, agarrado a la muralla. Empezaron a caer copos de ceniza del cielo.

—¡Entonces, adelante! —dijo Dockson mientras un último escuadrón de arqueros se abría paso por las escaleras.

—¡Mi señor Venture!

Straff se volvió. Con algunos estimulantes tenía fuerzas para montar a caballo, aunque no se hubiera atrevido a luchar. Naturalmente, no hubiese luchado de todas formas. No tenía por costumbre hacerlo. Para eso estaban los ejércitos.

Hizo volverse a su montura cuando el mensajero se acercó. El hombre resopló y apoyó las manos en las rodillas cuando se detuvo junto al caballo de Straff, mientras la ceniza revoloteaba en el suelo a sus pies.

—Mi señor —comenzó el hombre—. ¡El ejército koloss ha atacado Luthadel!

Como tú decías, Zane, pensó asombrado Straff.

—¿Los koloss atacan? —preguntó lord Janarle, acercando su caballo. El atractivo lord frunció el ceño y luego miró a Straff—. ¿Esperabas esto, mi señor?

—Por supuesto —respondió Straff, sonriendo.

Janarle parecía impresionado.

—Da la orden, Janarle —dijo Straff—. Quiero que esta columna vuelva a Luthadel.

—¡Podemos estar allí en una hora, mi señor!

—No. Tomémonos nuestro tiempo. No queremos agotar a nuestras tropas, ¿verdad?

Janarle sonrió.

—Por supuesto que no, mi señor.

Las flechas no eran de mucha ayuda contra los koloss.

Sazed, anonadado y demudado, observaba desde su torre de vigía. No estaba oficialmente al mando de los hombres, así que no tenía ninguna orden que dar. Simplemente esperaba con los exploradores y mensajeros, por si era necesario.

Así que tenía tiempo de sobra para ver cómo se desarrollaba el horror. Los koloss no atacaban aún esa sección de la muralla, por fortuna, y sus hombres contemplaban tensos cómo las criaturas se lanzaban hacia las puertas de Estaño y Peltre en la distancia.

Incluso desde lejos (la torre le permitía ver la zona de la ciudad donde se encontraba la Puerta de Estaño), Sazed distinguió a los koloss corriendo en medio de andanadas de flechas. Algunos de los más pequeños caían muertos o heridos, pero la mayoría continuaba a la carga. Los hombres murmuraban en la torre cercana.

No estamos preparados para esto, pensó Sazed. Ni siquiera con meses de planificación y antelación estaríamos preparados. Esto hemos conseguido por haber estado gobernados por un dios durante mil años. Mil años de paz… paz tiránica, pero paz, al fin y al cabo. No tenemos generales, tenemos hombres que solo saben ordenar que les preparen un baño. No tenemos estrategas sino burócratas. No tenemos guerreros sino niños con palos.

Mientras contemplaba la inminente catástrofe, su mente erudita continuaba siendo analítica. Decantando visión, vio que muchas de las lejanas criaturas (sobre todo las más grandes) llevaban arbolitos arrancados. Estaban preparados, a su modo, para irrumpir en la ciudad. Los árboles no serían tan efectivos como auténticos arietes, pero tampoco las puertas de la ciudad estaban diseñadas para soportar un ariete de verdad.

Estos koloss son más listos de lo que creíamos, pensó. Reconocen el valor abstracto del dinero, aunque no tengan economía. Comprenden que necesitarán herramientas para echar abajo nuestras puertas, aunque no sepan cómo fabricar esas herramientas.

La primera oleada de koloss alcanzó la muralla. Los hombres empezaron a arrojar piedras y otros materiales. En la posición de Sazed había montones similares, uno de ellos justo junto al arco de la puerta donde él se encontraba. Pero las flechas apenas servían de nada, ¿de qué servirían unas cuantas rocas? Los koloss se arremolinaban en la base de la muralla, como el agua de un río embalsado. Sonaron golpes lejanos cuando las criaturas empezaron a atacar las puertas.

—¡Batallón decimosexto! —llamó un mensajero desde abajo, cabalgando hasta la puerta de Sazed—. ¡Lord Culee!

—¡Aquí! —respondió un hombre desde la muralla, junto a la torre de Sazed.

—¡La Puerta de Peltre necesita refuerzos inmediatamente! ¡Lord Penrod te ordena que me sigas con seis compañías!

Lord Culee empezó a dar las órdenes. Seis compañías… pensó Sazed. Seiscientos de nuestros mil. Recordó las palabras de Clubs: veinte mil hombres podían parecer muchos hasta que uno veía cómo tenía que repartirlos.

Las seis compañías se marcharon, dejando preocupantemente vacío el patio ante la puerta de Sazed. Los cuatrocientos hombres restantes (trescientos en el patio, cien en la muralla) se movían inquietos.

Sazed cerró los ojos y decantó su mentestaño auditiva. Pudo oír… madera chocando contra madera. Gritos. Gritos humanos. Liberó rápidamente la mentestaño, luego decantó de nuevo la visión, se asomó y miró hacia la sección de la muralla donde se estaba librando la batalla. Los koloss devolvían las rocas que les habían lanzado… y eran mucho más precisos que los defensores. Sazed dio un respingo al ver cómo aplastaban la cara de un joven soldado y su cuerpo caía de la muralla por la fuerza del impacto. Sazed liberó su mentestaño, respirando rápidamente.

—¡Manteneos firmes, hombres! —exclamó uno de los soldados de la muralla. Apenas era un muchacho, un noble; no podía tener más de dieciséis años. Naturalmente, muchos de los soldados del ejército tenían esa edad.

—Manteneos firmes… —repitió el joven comandante. La voz le temblaba y se quedó mudo cuando advirtió algo en la lejanía. Sazed se volvió, siguiendo la mirada del hombre.

Los koloss se habían cansado de apiñarse en torno a una única puerta. Empezaban a rodear la ciudad, formando grandes grupos, y vadeando el río Channerel hacia otras puertas.

Puertas como la de Sazed.

Vin aterrizó directamente en el centro del campamento. Arrojó a la hoguera un puñado de polvo de peltre, y luego empujó, soplando brasas, hollín y humo contra un par de sorprendidos guardias que estaban preparando el desayuno. Con su poder, tiró de las piquetas de las tres pequeñas tiendas.

Las tres se derrumbaron. Una estaba vacía, pero de las otras dos surgieron gritos. Bajo la lona vio figuras confusas que se debatían: una dentro de la tienda más grande, dos dentro de la más pequeña.

Los guardias retrocedieron, alzando los brazos para protegerse los ojos del hollín y las chispas y echando mano a las espadas. Vin alzó un puño hacia ellos y, cuando parpadeaban despejando para aclararse la vista, dejó caer al suelo una moneda.

Los guardias se quedaron quietos y apartaron la mano de la espada. Vin miró las tiendas. La persona al mando debía de estar en la más grande… y era con quien tenía que tratar. Probablemente uno de los capitanes de Straff, aunque los guardias no llevaban el escudo Venture. Tal vez…

Jastes Lekal sacó la cabeza de la tienda, maldiciendo mientras lograba librarse de la lona. Había cambiado mucho en los dos años transcurridos desde la última vez que Vin lo viera. Sin embargo, ya entonces había atisbos de aquello en lo que iba a convertirse. Su figura esbelta se había convertido en delgadez extrema y estaba calvo. Sin embargo, ¿cómo se había vuelto su rostro tan macilento…, tan viejo? Tenía la edad de Elend.

—Jastes —dijo Elend, abandonando su escondite en el bosque. Salió al claro, con Fantasma—. ¿Qué haces aquí?

Jastes consiguió incorporarse mientras sus otros dos soldados pugnaban por salir de la tienda. Los saludó.

—El —dijo—. Yo… no sabía adónde ir. Mis exploradores dijeron que escapabas y me pareció una buena idea. Dondequiera que vayas, quiero ir contigo. Podemos escondernos, tal vez. Podemos…

—¡Jastes! —exclamó Elend, avanzando hasta situarse junto a Vin—. ¿Dónde están tus koloss? ¿Los has obligado a marcharse?

—Lo intenté —respondió Jastes, agachando la cabeza—. No quisieron…, no cuando vieron Luthadel. Y entonces…

—¿Qué?

—Hubo un incendio. En nuestros… carros de suministros.

Vin frunció el ceño.

—¿Los carros de suministros? ¿Los carros donde llevabais las monedas de madera?

—Sí.

—¡Lord Legislador, hombre! —exclamó Elend, dando un paso adelante—. ¿Y los dejas allí, sin liderazgo, a las puertas de nuestra casa?

—¡Me habrían matado, El! Estaban empezando a luchar continuamente, exigiendo más monedas, exigiendo que atacáramos la ciudad. ¡Si me hubiera quedado me habrían matado! Son bestias…, bestias que solo a duras penas tienen apariencia humana.

—Y tú te marchaste —dijo Elend—. Abandonaste Luthadel.

—Tú la has abandonado también —respondió Jastes. Echó a andar, con gesto suplicante—. Mira, El. Sé que estaba equivocado. Creí que podía controlarlos. ¡No pretendía que sucediera esto!

Elend guardó silencio, y Vin notó que su mirada era dura. No peligrosamente dura como la de Kelsier, de una dureza más… regia. Daba la sensación de que era más de lo que quería ser. Se irguió y miró al hombre que le suplicaba.

—Alzaste un ejército de monstruos violentos y lo dirigiste en un ataque tirano, Jastes —dijo Elend—. Arrasó aldeas inocentes. Luego, abandonaste ese ejército sin liderazgo ante la ciudad más poblada de todo el Imperio Final.

—Perdóname.

Elend miró al hombre a los ojos.

—Yo te perdono —dijo en voz baja. Entonces, con un fluido movimiento, desenvainó la espada y cercenó la cabeza de Jastes—. Pero mi reino no puede hacerlo.

Vin se quedó mirando anonadada cómo el cadáver caía al suelo. Los soldados de Jastes soltaron un grito y desenvainaron sus espadas. Elend se volvió, solemne, y alzó la punta de su espada ensangrentada.

—¿Creéis que esta ejecución ha sido un error?

Los guardias vacilaron.

—No, mi señor —dijo por fin uno de ellos, agachando la cabeza.

Elend se arrodilló y limpió la espada en la capa de Jastes.

—Considerando lo que ha hecho, ha tenido una muerte mejor de la que merecía. —Elend volvió a envainar su espada—. Pero era mi amigo. Enterradlo. Cuando acabéis, podéis viajar conmigo a Terris o podéis regresar a vuestros hogares. Elegid lo que queráis.

Dicho esto, regresó al bosque.

Vin no dijo nada y observó a los guardias, que, solemnemente, se dispusieron a recoger el cadáver. Le hizo una seña a Fantasma y se marchó al bosque detrás de Elend. No tuvo que ir muy lejos. Lo encontró sentado en una roca, mirando el suelo. Había empezado a caer ceniza, pero la mayoría de los copos reposaban en las copas de los árboles, cubriendo sus hojas como de moho negro.

—¿Elend?

Él contempló el bosque.

—No estoy seguro de por qué lo he hecho, Vin —dijo en voz baja—. ¿Por qué he tenido que ser yo quien impusiera justicia? Ni siquiera soy rey. Y, sin embargo, había que hacerlo. Así me ha parecido. Así me parece todavía.

Ella le puso una mano en el hombro.

—Es el primer hombre que mato —dijo Elend—. Él y yo teníamos tantos sueños… Íbamos a crear una alianza entre las dos casas imperiales más poderosas, uniendo Luthadel como nunca. No iba a ser un tratado por avaricia, sino una auténtica alianza política para ayudar a convertir la ciudad en un lugar mejor. —La miró—. Creo que ahora comprendo, Vin, cómo es para ti. En cierto modo, ambos somos cuchillos…, ambos somos herramientas. No para el otro, sino para este reino. Este pueblo.

Ella lo abrazó, atrayendo su cabeza hacia su pecho.

—Lo siento —susurró.

—Había que hacerlo —dijo él—. Lo más triste es que tenía razón. Yo también los he abandonado. Debería quitarme la vida con esta espada.

—Te marchaste por un buen motivo, Elend —dijo Vin—. Te marchaste para proteger Luthadel, para que Straff no atacara.

—¿Y si los koloss atacan antes de que pueda hacerlo Straff?

—Tal vez no lo hagan —contestó Vin—. No tienen un líder…, tal vez ataquen el ejército de Straff.

—No —dijo la voz de Fantasma. Vin se volvió y vio que se acercaba, con los párpados entornados.

Ese muchacho quema demasiado estaño, pensó.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Elend, volviéndose.

Fantasma bajó la cabeza.

—No atacarán al ejército de Straff, El. Ya no estará allí.

—¿Qué? —preguntó Vin.

—Yo… —Fantasma apartó la mirada, la vergüenza dibujada en el rostro.

Soy un cobarde. Ella recordó sus palabras anteriores.

—Lo sabías —dijo—. ¡Sabías que los koloss iban a atacar!

Fantasma asintió.

—Eso es ridículo —dijo Elend—. No podías saber que Jastes iba a seguirnos.

—No lo sabía —respondió Fantasma. Un puñado de ceniza cayó desde un árbol, disolviéndose con el viento y esparciéndose en un centenar de copos—. Pero mi tío dedujo que Straff retiraría su ejército y dejaría que los koloss atacaran la ciudad. Por eso Sazed decidió enviarnos lejos.

Vin sintió un súbito escalofrío.

He descubierto el emplazamiento del Pozo de la Ascensión, había dicho Sazed. Al norte. En las montañas de Terris

—¿Clubs te dijo eso? —preguntaba Elend.

Fantasma asintió.

—¿Y no me lo dijiste? —Elend se levantó.

Oh, no…

Fantasma vaciló y luego negó con la cabeza.

—¡Hubieras querido regresar! ¡Yo no quería morir, El! Lo siento. Soy un cobarde. —Retrocedió, mirando la espada de Elend.

Elend se detuvo, como si se hubiera dado cuenta de que avanzaba hacia el muchacho.

—No voy a hacerte daño, Fantasma —dijo—. Solo estoy avergonzado de ti.

Fantasma bajó la cabeza y luego se desplomó en el suelo, sentándose con la espalda apoyada en un álamo.

Los golpes se hacen más suaves…

—Elend —susurró Vin.

Él se volvió.

—Sazed mintió. El Pozo no está al norte.

—¿Qué?

—Está en Luthadel.

—Vin, eso es ridículo. Lo hubiésemos encontrado.

—No —dijo ella firmemente, poniéndose en pie y mirando hacia el sur. Concentrándose, percibía los martilleos, inundándola. Tirando de ella.

Al sur.

—El Pozo no puede estar al sur —dijo Elend—. Todas las leyendas lo sitúan al norte, en las montañas de Terris.

Vin sacudió la cabeza, confusa.

—Está allí —dijo—. Lo sé. No sé cómo, pero está allí.

Elend la miró; luego asintió, confiando en sus instintos.

Oh, Sazed, pensó Vin. Probablemente tenías buenas intenciones, pero tal vez nos hayas condenado a todos. Si la ciudad cae ante los koloss

—¿A qué velocidad podemos regresar? —preguntó Elend.

—Eso depende.

—¿Regresar? —preguntó Fantasma, alzando la cabeza—. El, todos están muertos. Me pidieron que te dijera la verdad cuando llegáramos a Tathingdwen, para que no os matarais escalando inútilmente las montañas en invierno. Pero, cuando Clubs habló conmigo, fue también para despedirse. Lo leí en sus ojos. Sabía que nunca volvería a verme.

Elend vaciló, y Vin vio en sus ojos un momento de incertidumbre. Un destello de dolor, de terror. Ella conocía esas emociones, porque la golpearon al mismo tiempo.

Sazed, Brisa, Ham…

Elend la agarró del brazo.

—Tienes que ir, Vin. Puede que haya supervivientes… refugiados. Necesitarán tu ayuda.

Ella asintió. La firmeza de su mano, la determinación de su voz, le daban fuerzas.

—Fantasma y yo te seguiremos. Tardaremos un par de días cabalgando. Pero un alomántico con peltre puede recorrer más rápido que ningún caballo distancias largas.

—No quiero dejarte —susurró ella.

—Lo sé.

Seguía siendo difícil. ¿Cómo podía ella echar a correr y dejarlo, cuando acababa de recuperarlo? Sin embargo, percibía el Pozo de la Ascensión aún más urgentemente desde que estaba segura de su paradero. Y si algunos de sus amigos sobrevivían al ataque…

Vin apretó los dientes, y luego abrió su bolsa y sacó lo que le quedaba de polvo de peltre. Lo bebió con un trago de agua de la cantimplora. Le arañó la garganta. No es mucho, pensó. No me permitirá recurrir al peltre durante mucho tiempo.

—Todos están muertos… —murmuró de nuevo Fantasma.

Vin se volvió. Los pulsos tamborilearon, exigentes. Desde el sur.

Ya voy.

—Elend, por favor, haz una cosa por mí. No duermas durante la noche, cuando hayan salido las brumas. Viaja de noche, si puedes, y no bajes la guardia. Ten cuidado con el espíritu de la bruma… Creo que quiere hacerte daño.

Él frunció el ceño, pero asintió.

Vin avivó peltre y echó a correr hacia el camino.