Capítulo 45

La propiedad a la que Jason la llevó era una vasta extensión de vegetación salpicada por estallidos silvestres de color, con una casa de piedra gris situada en medio de un montón de jardines que habían crecido a su antojo, ya que los cuidadores tenían demasiadas cosas que hacer para entretenerse con las plantas.

—¡Vaya! —encantada, Mahiya rozó con los dedos una rosa ambarina cubierta de rocío que había florecido fuera de época—. ¡Es maravilloso! —ya se imaginaba su nueva vida allí—. Ay, Jason, la casa es perfecta.

No se trataba de un lugar enorme ni de una mansión. No era más que un edificio de dos plantas creado para ser un hogar, con piedras que se habían entibiado bajo el sol perezoso de las últimas horas de la tarde.

La residencia de los cuidadores, construida con el mismo tipo de piedra, estaba situada en perpendicular a la principal.

—¡Quiero verlo todo!

Jason no sonrió, no de una manera visible, pero Mahiya percibió su alegría en su forma de seguirla, en silencio y sin prisas, mientras exploraba los jardines. La princesa todavía no sabía muy bien qué haría con su libertad, pero tenía unas cuantas ideas, y el entusiasmo burbujeaba en sus venas ante las infinitas posibilidades.

Se volvió hacia Jason para contarle un secreto.

—Siempre me han encantado los caballos de Neha.

Aunque los ángeles no podían montar cómodamente, sí podían admirar a esos bellos y fuertes animales, y los adquirían no solo para los vampiros a sus órdenes, sino también como mascotas y para competir en carreras contra los establos de otros inmortales. Mahiya los había estudiado durante muchos años, porque aunque Neha se había llevado la yegua que consideraba suya, lo único que la arcángel no había podido arrebatarle eran sus conocimientos.

—Quizá pueda montar unos establos una vez que me establezca —empezaría con algo pequeño, volvería a estudiar—. Cuando sepa más, podría intentar criarlos, pero hasta entonces me ofreceré a cuidar los caballos de aquellos ángeles y vampiros que no tengan un lugar para sus mascotas en las ciudades cercanas —los inmortales podían llegar a ser muy reacios a confiar sus caballos a los mortales, por injusto que fuera—. ¿Conoces a alguien que ofrezca ese tipo de servicio?

—No.

—Estupendo —cuidar animales no se consideraba precisamente un trabajo encumbrado entre los suyos, pero ¿para qué necesitaba ella un cargo de importancia? No, lo único que quería era una vida llena de alegría. Le dio un apretón a Jason en el brazo—. Será el glorioso comienzo de una eternidad que estoy impaciente por vivir —con ese hombre que hacía latir su corazón, con el que veía un futuro lleno de promesas.

Jason le dio la mano y la condujo hasta la parte posterior de la casa. Al otro lado de un jardín más o menos arreglado, había unos establos. Establos que habían sido limpiados y reparados, y que estaban listos para utilizarse. A Mahiya se le llenaron los ojos de lágrimas.

Tendré que trabajar duro todos los días para sorprenderte, jefe del espionaje.

Me sorprendes a cada momento.

De alguna forma, Mahiya sabía que era el amor que ella sentía lo que sorprendía a Jason, que no lo esperaba y no lograba entenderlo del todo. Se tragó las lágrimas, alzó las manos que tenían enlazadas y acarició el dorso de la de Jason con la mejilla.

¿Te quedarás?

Sí.

Aunque los cuidadores, una pareja de vampiros de seiscientos años, eran reservados, fue evidente que se alegraban de que la casa se convirtiera en un hogar. Jason vio cómo Mahiya se ganaba su lealtad con su calidez y su corazón sincero, y supo que la peligrosa pareja, experta en tácticas ofensivas y defensivas, cuidaría de ella cuando él estuviera lejos. Porque un jefe del espionaje no podía quedarse siempre en un mismo lugar, y se preguntaba si Mahiya lo entendería.

Eso, sin embargo, era una cuestión que dejaría para otro día. Esa noche cenó con una princesa que parecía no encontrarle ningún defecto y que comprendía las palabras que él no decía, que no podía decir. Después de darles la noche libre a los cuidadores, Mahiya y él jugaron en la cocina como si fueran niños… hasta que Jason besó la nuca de aquella mujer que lo miraba con un amor tan brillante que casi le hacía creer que no acabaría en dolor. Mahiya se estremeció y su cuerpo se derritió contra el de Jason.

Sabía que Mahiya no estaría cómoda fuera de las puertas cerradas de su dormitorio (del dormitorio de ambos, como ella había dejado bien claro cuando trasladó la pequeña bolsa de viaje de Jason desde la otra habitación), así que volvió a besarla mientras la guiaba escaleras arriba hasta la habitación. Los cuidadores habían corrido las cortinas antes de marcharse, pero se veían las estrellas a través de la claraboya.

Jason cerró la puerta después de entrar y se quedó quieto.

¿Te quedarás tú?

Ruborizada, Mahiya agachó la cabeza y luego se acercó al tocador para quitarse los brazaletes de jade verde con incrustaciones de oro que él le había comprado en la misma tienda donde habían adquirido la ropa, ya que la princesa había llegado a Nueva York sin nada que ponerse. En su desesperación por llevársela de allí y ponerla a salvo, Jason había olvidado coger su bolsa del templo.

Los brazaletes tintinearon sobre el tocador mientras ella se quitaba los sencillos pendientes de aro dorados. Mahiya dejó escapar un largo suspiro cuando se apartaba del espejo, de espaldas a él, y alzaba los brazos para desabrocharse los botones que tenía encima de las alas, los botones de una sencilla túnica negra de cuello mandarín adornada con bordados verdes y dorados. Mientras Jason la observaba con una posesividad que había crecido en su interior hasta convertirse en una necesidad primitiva, Mahiya se quitó la túnica y se soltó el pelo, que cayó como una cortina de ébano sobre su espalda.

Se quitó también los pantalones verdes de estilo harem y dejó al descubierto sus piernas elegantes y esbeltas. Luego se enderezó y se colocó el cabello sobre el hombro izquierdo con un movimiento que provocó una marea de color en su piel. Fue entonces cuando Jason se dio cuenta de que se había quitado la última prenda junto con los pantalones. La evocadora belleza de sus alas era su única protección.

Con la respiración entrecortada y el cuerpo duro, Jason acortó la distancia que los separaba. Trazó una línea descendente con la mano por su columna, rodeó su cadera y extendió la mano sobre su ombligo. Cuando ella susurró su nombre, le dio un beso en la zona de la garganta donde el pulso era más evidente.

Gracias, princesa.

Al oír el gemido de Mahiya, la llevó en brazos hasta la cama y la tumbó de espaldas, con las alas extendidas en un magnífico despliegue. Ella apartó la mirada, completamente ruborizada, pero aunque se había agarrado a las sábanas, no intentó cubrirse. Y cuando Jason empezó a desabrocharse la camisa, clavó la mirada en él y lo contempló con una expresión expectante que fue como una caricia para los sentidos del espía.

Para el momento en que Jason cubrió el cuerpo de Mahiya con el suyo, la necesidad que lo embargaba ya era un latido hambriento patente en cada centímetro de su piel. Se situó entre los muslos de la princesa y ella enlazó sus maravillosas piernas por detrás de su espalda, formando una prisión dulce y cálida de la que no deseaba escapar. Sintió su humedad en la erección cuando ella arqueó la espalda, y apretó los dientes para reprimir el impulso de hundirse en su interior. Sin importar cuánto deseara sellar con un acto íntimo y sincero el vínculo que se había establecido entre ellos en ese nuevo lugar, no estaba dispuesto a hacerle ningún daño.

¿Mahiya?

Estoy preparada. Aceptó su beso sin vacilar. Te quiero dentro de mí, Jason. Te he echado de menos.

Estremecido por un deseo tan intenso que resultaba casi doloroso, Jason le tomó la palabra y empezó a deslizarse lenta y deliciosamente dentro de su cuerpo. El placer de Mahiya fue como una corriente viva que lo llenó de sensaciones abrasadoras. Ella tenía la espalda arqueada, y se aferraba a sus brazos mientras lo mantenía cautivo con las piernas.

¡Oh!

Tras ese pequeño grito de pasión que le llegó al alma, Jason se hundió hasta el fondo en ella y se apoderó de su boca. Mahiya le dio todo aquello que le pidió, y también hizo sus propias exigencias. Exigencias sutiles y femeninas que no habría oído de no haber estado plenamente concentrado en ella, y cuyo cumplimiento fue todo un placer.

Acarició las curvas del cuerpo de la princesa, colocó la mano bajo uno de sus sedosos muslos y empezó a mecerse contra ella, retirándose tan solo un centímetro antes de volver a empujar. Mahiya interrumpió el beso para tomar aliento y retorció la cabeza sobre la almohada mientras movía su cuerpo en un compás perfecto con el de Jason, como si hubieran nacido para ser amantes.

Cuando el espía enterró las manos en su cabello y volvió a apoderarse de su boca, Mahiya deslizó las manos por su nuca y las cerró sobre el sensible arco de las alas, una caricia que lo hizo gemir en mitad del duelo de lenguas. Jason se retiró un poco más y empujó con más fuerza. Los pechos de la princesa le rozaban el torso en una dulce tentación.

Interrumpió el beso, se apoyó en un codo y cubrió con la mano uno de sus sensibles senos.

Eres increíblemente adorable.

—Pues, en mi opinión, no soy yo la más hermosa de esta cama, mi amante salvaje —eran palabras roncas, sin aliento.

Jason contempló sus brillantes ojos felinos, le frotó el pezón y saboreó una vez más los labios que habían pronunciado aquellas tiernas palabras. Unas palabras que lo enredaban, que lo marcaban, que lo reclamaban. Y Jason aceptó su enredo, su marca, su reclamación. Por primera vez desde que había enterrado a su madre y destruido lo que quedaba de su padre, se permitió pertenecerle a alguien.

Y luego la amó.

—Yo no puedo crear luz —le dijo a Mahiya un rato después, mientras yacía de espaldas con ella encima—. Solo fuego negro.

Con el entrecejo fruncido, la princesa apoyó las manos en su pecho para incorporarse un poco y poder mirarlo a los ojos.

—Claro que puedes. Iluminaste los túneles.

Le dedicó una mirada larga, penetrante.

Mahiya se quedó boquiabierta.

—¿Yo? ¿Lo hice yo?

—Eres muy fuerte, Mahiya Geet, y esa fuerza no hará más que crecer. Debes esmerarte por descubrir cada faceta de tu poder.

Atónita y complacida, la princesa se sentó a su lado con las piernas cruzadas y los pechos cubiertos por su cabello.

—¿Me ayudarás?

Resultaba tan fácil pedírselo… Sabía que Jason nunca intentaría herirla o humillarla.

—Sí —dijo él mientras volvía a poner la mano, fuerte y cálida, en la parte baja de su espalda—. Y cuando no esté aquí, les pediré a otros miembros de los Siete que se acerquen tan a menudo como puedan para que el desarrollo no se resienta. Rafael también está dispuesto a vigilar tus progresos.

Mahiya no esperaba eso, pero lo cierto era que la relación que había entre Jason y Rafael no se parecía en nada a la que Neha mantenía con sus cortesanos y asesores.

—Supongo que tendré que acostumbrarme a recibir visitas tan poderosas —sentía un mariposeo en el estómago, pero estaba provocado por la felicidad, no por la preocupación—. Una vez que haya tenido tiempo para establecerme —añadió—, y que Dmitri haya regresado con su esposa, deberíamos invitar a nuestros amigos a cenar —pensó que a Jason le gustarían esas cosas, que le encantaría tener su casa llena de las risas de unos amigos que eran como su familia—. Elena se volverá loca con los jardines.

Jason movió la mano para juguetear con los mechones de su cabello, rozándole el pezón con cada pasada.

—Tendremos que organizar dos cenas —murmuró sin dejar de acariciarla y provocarle lentas oleadas de placer—. No pueden marcharse de la ciudad todos al mismo tiempo.

—Lo sé —dijo ella con una carcajada, porque ambos sabían que Mahiya ni siquiera había reparado en ello—. Tengo muchas cosas que aprender y explorar, Jason.

El entusiasmo burbujeaba en su sangre como si fuera champán.

Cuando volvió a tumbarse en la cama, Jason se situó encima de ella y le bajó la sábana hasta la cintura. Luego realizó espirales con los dedos sobre su cadera, provocándole un estremecimiento que la recorrió de arriba abajo.

—Si alguna vez decides que quieres explorar a otros… —dijo en voz baja.

Mahiya le colocó un par de dedos sobre los labios y se enfrentó a la oscura tormenta de su mirada.

—Puede que estuviera atrapada en la fortaleza, pero no estaba aislada del mundo. Cientos de ángeles y vampiros de todos los rangos y edades visitaron el lugar mientras vivía allí. Ninguno de ellos me llegó al corazón —alzó la mano y le cubrió el rostro—. Sé muy bien con qué hombre quiero crecer, con quién quiero explorar el mundo. Contigo. Solo contigo —no permitiría que hubiera confusiones en ese sentido—. Y planeo seducirte tan meticulosamente que al final te convertirás en mi devoto esclavo.

Los labios de Jason se curvaron en la más sutil de las sonrisas, y a Mahiya le dio un vuelco el corazón al ver ese tesoro de valor incalculable.

¿Quién dice que no soy ya tu devoto esclavo, princesa? Había ternura y diversión en la mente de Mahiya. Después de todo, estoy aquí, con el cuerpo magullado por tu pasión.

Mahiya se echó a reír al ver que su jefe de espías bromeaba con ella y alzó la mano para recorrer con los dedos el tatuaje que hablaba de una tierra de arenas blancas y mares azules, de hojas de palmera balanceándose bajo una brisa balsámica mientras las gaviotas chillaban en el cielo y peces brillantes como joyas jugueteaban en el agua.

—¿Me contarás la historia de este tatuaje algún día? —preguntó con un íntimo susurro de amantes mientras Jason se situaba entre sus muslos una vez más, con el peso apoyado en los antebrazos.

—Me lo hice para recordarme que estaba vivo —dijo en un tono seco—. A veces me sentía tan lejos del mundo que no sabía si de verdad me había convertido en una sombra, en un fantasma sin huella, sin hogar. El dolor, y la marca indeleble de ese dolor, me decía que estaba vivo, que era una persona.

Una tristeza furiosa invadió a Mahiya, pero en lugar de oscuridad le ofreció una sonrisa.

—Bien —le dijo mientras le frotaba la pantorrilla con la planta del pie—, la próxima vez que quieras sentirte vivo, ven a casa y arrástrame hasta el dormitorio —le acarició la garganta con la nariz, ruborizada. No puedo creer que haya dicho eso. Te aseguro que me estoy volviendo una desvergonzada en lo que a ti respecta. Resulta de lo más inquietante.

Jason inclinó la cabeza, dejando que su cabello le cayera alrededor de la cara, mientras se hundía en Mahiya.

No se lo contaré a nadie, dijo.

Su risa suave fue más valiosa para Mahiya que un millón de piedras preciosas.