Capítulo 18
Mahiya observó a Jason mientras las alas negras de este se elevaban hasta el cielo. Aún tenía los pelos de punta por la expresión que había atisbado en sus ojos. Y esa respuesta primaria no se debía a la alarma o al miedo, sino a una pasión que no solo era fruto del atractivo físico del vampiro. Jason la fascinaba en muchos sentidos. Era como una talla de trazos toscos, un hombre hermoso al que ninguna mujer había conseguido domar.
Sería una pena que eso ocurriera. Esa faceta salvaje formaba una parte integral de él. Quizá otros no lo consideraran así, dada la manera en que Jason se distanciaba del mundo, pero Mahiya lo entendía. Ella también tenía una parte salvaje. El hecho de que la hubiera aprisionado y controlado no significaba que no estuviera allí. Jason mostraba su naturaleza en la piel, en las líneas curvas de ese tatuaje que ella deseaba recorrer con los dedos. Con los labios.
Admitirlo era peligroso, pero mentirse a sí misma sería inútil. Lo mejor era reconocer su debilidad en lo que al inescrutable jefe del espionaje se refería para poder protegerse de esa debilidad. El único problema era que no estaba segura de querer darle la espalda a la brillante oscuridad de la llama que empezaba a arder entre ellos.
Jason aterrizó detrás de Lisbeth, que estaba sentada en un banco de mármol situado en una pequeña terraza ajardinada cerrada del palacio de las damas de compañía. La presencia de los hombres estaba estrictamente prohibida en esa zona, salvo cuando estos realizaban una tarea encomendada por la propia Neha. Hasta los guardias eran mujeres, tanto ángeles como vampiros.
La diminuta mujer soltó una exclamación y se puso en pie de un salto.
—Señor, sé que sois el invitado de mi señora, pero no podéis estar aquí.
—Neha no se enfadará contigo —quizá se enfadara con Jason, pero puesto que no le había prohibido específicamente hablar con sus damas de compañía en sus aposentos privados, no había roto ninguna regla—. Me gustaría hablar contigo de Shabnam.
Hubo un cambio de expresión. Estaba claro que pensaba rápido.
—Estamos destrozadas.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, y el tono castaño oscuro del iris se transformó en resplandeciente topacio. Poseía una belleza luminosa. Levantó un delicado pañuelo de encaje para enjugarse las lágrimas de pureza cristalina.
—Siento causarte más sufrimiento —dijo en un tono suave a fin de serenarla.
Aunque no podía simular emociones tan bien como Lisbeth, a Jason se le daba muy bien usar la voz como arma. En cierta época la había utilizado para cantar, pero las canciones de su corazón se habían silenciado hacía mucho tiempo, y sabía que un día también lo haría su voz. Un hombre que no tenía nada dentro al final se quedaba sin nada que decir.
Alas de azul medianoche y verde esmeralda. Una sonrisa que veía demasiado. Sensaciones que nadie había despertado desde hacía una eternidad.
La voz de Lisbeth se mezcló con las inesperadas imágenes que acudieron a su mente.
—No pasa nada —sorbió por la nariz con una delicadeza que no hacía mella en su belleza—. ¿Buscáis ayuda para encontrar al asesino de Shabnam?
Jason inclinó la cabeza.
—¿Sabes algo que pueda arrojar algo de luz sobre lo sucedido?
Una vacilación calculada antes de negar con la cabeza.
—No puedo deciros nada.
—Está muerta —Jason añadió matices amables y cálidos a su voz—. Lo que digas no puede hacerle daño.
Lisbeth tragó saliva y se rodeó con los brazos, como si tuviera frío.
—No se debe hablar mal de los muertos, pero… Shabnam no le era fiel a su amante —pronunció las palabras con absoluta sinceridad, pero Jason sabía que eran falsas. Con todo, le permitió continuar ya que quería ver hasta qué punto vilipendiaba a la víctima—. Era una mujer generosa con sus favores… sobre todo con los guardias. Creo que intentaba abrirse camino hasta lugares en los que no debe haber mujeres.
Una diestra acusación de espionaje, quizá incluso de traición.
—¿Crees que alguno de los guardias podría haberse puesto celoso? —preguntó Jason, haciéndose el tonto deliberadamente.
Una pizca de impaciencia atravesó el rostro de la mujer, arruinando lo que hasta el momento había sido una magnífica imitación de una belleza atormentada.
—Estoy convencida de que, a pesar de los aires que se daba, Shabnam no era más que una diversión para ellos. Pero su familia es muy orgullosa. Quizá consideraran vergonzosas sus acciones —batió con recato las pestañas negras y rizadas—. No los acuso de nada, y estoy segura de que ellos jamás… Pero vos me lo preguntasteis. Y yo solo quería… Ay, olvidad lo que os he dicho.
—Aprecio tu confianza. Gracias.
—No hay por qué darlas —la mujer no pudo disimular la arrogante satisfacción de su voz—. Solo espero haber servido de ayuda.
—Sí, mucho.
Tras excusarse, Jason alzó el vuelo. No tardó demasiado en localizar al resto de las damas de compañía. Eran criaturas a las que no les gustaba alejarse demasiado de su hábitat, ya que temían que alguien ocupara su lugar o consiguiera algún favor del que pudieran verse excluidas.
Todas salvo Tanuja, la amiga de Shabnam con las alas de gorrión, intentaron ensuciar el nombre de la víctima. Una incluso llegó a insinuar que había seducido a Eris. Sin embargo, Tanuja defendió sin dudarlo que Shabnam había sido una amante fiel y no una espía.
—Era una buena persona —dijo Tanuja entre sollozos, con la piel llena de manchas debidas a la angustia—. Demasiado buena para este nido de víboras, y el hecho de ser la favorita de Neha solo consiguió que las demás se portaran aún peor con ella. Shabnam solía reírse y decir que solo eran brujas celosas, pero ahora está muerta —miró con dureza y los ojos enrojecidos—. Tal vez Lisbeth no quiera ensuciarse las manos, pero proviene de una familia a la que no le asusta la sangre.
El cielo tenía el magnífico tono grisáceo de un tranquilo anochecer cuando Jason aterrizó en el balcón de su habitación. Sin fijarse en sus propias puertas, llamó a las de Mahiya. La princesa abrió un poco la izquierda, y su expresión recelosa desapareció en cuanto lo vio.
—¡Ah, eres tú! —exclamó con una sonrisa que le llegó a los ojos, iluminándolos con un brillo dorado.
Abrió las puertas de par en par.
En ese instante Jason notó que algo lo golpeaba por dentro. Una idea amorfa y poderosa que intentó capturar y examinar, pero era como el humo y se le escurrió entre los dedos después de dejarle su impronta.
—¿Por qué estabas preocupada? —preguntó. Sentía que había sido marcado para siempre.
—Yo… —Mahiya negó con la cabeza—. Primero entra. La comida está caliente.
En cuanto ella se dio la vuelta, Jason se adentró en la habitación y cerró las puertas, pero a Mahiya no le sorprendió que lo hiciera. Las hebras de plata de su túnica rosa ceñida y de los puños que cerraban los tobillos de su pantalón blanco de estilo harem brillaron bajo la luz de la diminuta lámpara de cristal del techo. La horquilla que sujetaba su pulcro moño era de plata con incrustaciones de diamantes, y el pañuelo de gasa blanco que le cubría los hombros estaba adornado con hebras del mismo tono metálico en los extremos.
—Te has vestido con mucha formalidad.
Tras sentarse elegantemente en el cojín plano que había frente a la mesa baja, Mahiya extendió las alas de tonos esmeraldas y azules con motas negras, y cogió la jarra de agua.
—Tú también tendrás que hacerlo. Neha nos ha invitado a una cena de gala. Pero aún tenemos tiempo para beber y comer.
Jason se sentó frente a ella y se fijó en el color de sus labios, en la forma sutil en que había utilizado el maquillaje para resaltar sus pómulos y no sus ojos. Aquello, pensó, también era una especie de máscara.
—¿La comida de la cena no será buena?
—La comida será exquisita, pero la conversación me revolverá el estómago. Y tú estarás demasiado ocupado vigilando y escuchando a todo el mundo para comer.
Jason pensó que la extraña sensación que notaba en el pecho tal vez fuera diversión. Illium también despertaba esa respuesta en él de vez en cuando, aunque lo que sentía en esos momentos era algo más dulce, más tierno.
—En ese caso, te agradezco mucho que te hayas molestado.
Mahiya lo miró con los ojos entrecerrados.
—Ten cuidado o dejaré de alimentarte.
—Sería un gran castigo, sin duda —y realmente lo sería. Aquel delicado ritual de bienvenida estaba convirtiéndose en algo importante para él, de una forma que ella no entendería—. ¿Puedo tomar un poco de agua? —preguntó, y se fijó en una bolsita de zanahorias que había sobre una mesita, junto a una lámpara apagada. Parecía que Mahiya había dejado la bolsa allí y luego se había olvidado de ella.
—Si lo pides con tanta amabilidad… —con una sonrisa, le sirvió el agua y luego retiró las tapaderas de las bandejas que había entre ellos—. Tenía ganas de cocinar, así que dispones de varias opciones. ¿Quieres probar un poco de todo?
—Sí.
Jason sabía que debía protestar por la forma en que ella lo servía, pero Mahiya parecía disfrutar… y él también lo hacía. Así que permaneció en silencio y aceptó la bandeja que ella le había preparado.
Mientras comían, recordó las veces que había intentado cocinar algo después de quedarse solo, toda aquella comida quemada. Al final se había alimentado durante un tiempo con frutas y raíz de yuca cruda, hasta que su estómago se rebeló.
Más tarde, cuando llegó al Refugio, exigió que lo trataran como a un adulto a pesar de su edad, y nadie se opuso. Hasta que conoció a Mahiya, nunca había pensado que se había perdido algo, que el hecho de que alguien se preocupara de si comía o no era una sutil muestra de afecto.
—Ahora —dijo una vez que retiraron las bandejas y Mahiya sirvió té de menta para ambos, fuerte y refrescante—, dime si la razón por la que se te revolverá el estómago es la misma por la que te preocupaba abrir la puerta.
La princesa lo miró por encima del borde de la taza de té, mientras las volutas de vapor le acariciaban los labios.
—¿Siempre eres tan insistente?
Jason enarcó una ceja, y ella soltó una pequeña carcajada.
—Por supuesto que sí. ¿Cómo si no te habrías convertido en el mejor jefe del espionaje del Grupo? —rodeó la taza con las manos y añadió—: Arav… un hombre con el que mantuve una relación cuando apenas era una chiquilla —la risa desapareció de sus ojos— está en la fortaleza, y él también es muy insistente, aunque de una manera desagradable.
Un fuego negro, frío y letal llenó el torrente sanguíneo de Jason.
—¿Te ha tocado?
—Solo la mano —la princesa dejó la taza y se frotó esa mano—. Me ha encontrado en el patio hará una hora, aunque no tenía motivos para estar en ese nivel del fuerte. Sé que lo ha hecho para recordarme su presencia, para intimidarme. Al final lo he dejado plantado, algo que nadie se atrevería a hacerle.
Jason prestó atención mientras ella le contaba el encuentro que había tenido esa mañana con el ángel, y el fuego negro de su interior se atemperó un poco cuando Mahiya dijo:
—Puede que enemistarme con él no haya sido un movimiento muy inteligente, pero sí muy satisfactorio, y no me arrepiento —afirmó al tiempo que apretaba la mandíbula, como si esperara cierta desaprobación.
—Cuando tenía ciento veintitrés años —dijo Jason mientras se prometía hacerle a Arav una visita a la hora más oscura de la noche para recordarle el ácido sabor del miedo—, le pedí a Michaela que bailara conmigo —no fue porque estuviera ebrio de su belleza (siempre había sabido de la naturaleza egoísta de la arcángel), sino porque quería experimentar esa embriaguez, sentir algo más que su distante existencia—. Por aquel entonces todavía no era una arcángel, pero sí una reina con inmensos poderes.
Mahiya se inclinó hacia delante, con los ojos muy abiertos.
—¿Y? —preguntó sin molestarse en disimular su impaciencia—. ¿Qué ocurrió?
—La desconcertó tanto mi coraje que aceptó —y él tuvo su respuesta: fuera lo que fuese lo que se había roto en su interior, no podía arreglarse, ni siquiera con la proximidad de la mujer más hermosa del mundo—. Después Rafael me dijo que ella podría haberse ofendido y haberme matado allí mismo… Pero yo no me arrepentí.
Mahiya rió de nuevo, y en la lúcida claridad de sus ojos aparecieron chispas doradas que lo cautivaron, porque nunca antes había visto esas motas resplandecientes. Y pensó que quizá el joven que era entonces se había equivocado, que tal vez hubiera algo capaz de derretir un corazón congelado.
—Seguro que te convertiste en una leyenda entre los tuyos —dijo ella cuando recuperó el aliento.
Jason no tenía muchos amigos en aquella época, pero contaba con Dmitri y con Rafael.
—Rafael me sirvió un vaso de whisky de mil años y, junto con Dmitri, brindamos por mi osadía.
Había sido un eslabón más en la relación que mantenía con los otros hombres, un vínculo que se había fortalecido con el paso de los años. Más tarde el resto de los Siete había añadido sus propias piezas para crear una cadena que lo anclaba al mundo, a la vida.
—No creo que Neha haya sido nunca tan informal con la gente de su corte —dijo Mahiya—. Aunque no la conocí cuando era un ángel tan joven como sería Rafael cuando vosotros os conocisteis.
—Se lo preguntaré a Lijuan la próxima vez que me encuentre con ella.
Los ojos de Mahiya se abrieron como platos, y luego se iluminaron de nuevo.
—¡Tú sí que sabes reírte! —se llevó un dedo a los labios con expresión maliciosa—. Te prometo que no se lo diré a nadie.
—De todas formas, nadie te creería.
Mahiya tuvo que soltar la taza, y el té estuvo a punto de derramarse.
—No puedo creer que me hayas hecho reír así —lo acusó mientras intentaba coger aire.
Jason no podía apartar la vista de su luminosa alegría. El deseo de cogerle la barbilla, de tumbarla encima de la mesa para poder saborear en sus labios la humedad de ese último sorbo de té le provocaba un cosquilleo en los dedos.
—¿Quién más asistirá a esa cena? —preguntó, y la sonrisa de la princesa fue sustituida por un rubor febril.
Tragó saliva y agachó la cabeza con la excusa de servir más té, pero Jason notó que le temblaban los dedos, y todos sus instintos de cazador afloraron a la superficie.
—Será un grupo pequeño, según creo.
Recitó una lista concisa de los posibles invitados mientras él se esforzaba por contener el impulso de apartar la mesa a un lado y saciar la sed que tenía de esa princesa que mantenía sus esperanzas y conservaba su corazón intacto a fuerza de voluntad. De esa princesa que lo miraba de una forma que le decía que estaba dispuesta a acceder a todas sus exigencias.
—Puede que Neha no vista el blanco del luto —añadió Mahiya sin mirarlo a los ojos—, pero sufre por Eris. Aunque todavía lo odia. Así que será un evento solemne.
«Lo siento mucho. Perdóname».
Ese eco secular era un escalofriante recordatorio de que el amor y el odio a menudo se entrelazaban íntimamente… de una forma que podía resultar incomprensible para un niño, pero que un hombre adulto entendía muy bien. Y ese hombre también comprendía que la necesidad que le abrasaba las entrañas no se enfriaría hasta que disfrutara de la piel suave y de los gritos de placer de la princesa Mahiya.
—Mahiya.
Ella se apartó un mechón de pelo de la cara.
—¿Sí?
—Creo… —dijo mientras estiraba el brazo para cogerle la barbilla y acariciarle el labio inferior con el pulgar—… que esta noche tendrás que tomar una decisión.