Capítulo 25

Intrigada por el extraño tono de su voz, Mahiya atravesó un haz de luz y se detuvo en seco. Dentro del nicho situado frente a Veneno había una caja envuelta con un brillante papel dorado y un lazo plateado. Cuando el vampiro retiró con cuidado la tarjeta metida bajo el lazo, la joven vio que solo tenía escrito su nombre, con la misma caligrafía de la nota que la había citado allí a esa hora.

—Quizá no sea un espía tan bueno como nuestro Jason —murmuró Veneno—, pero me juego algo a que esa nota no era de Neha.

Mahiya estaba de acuerdo. Su mente intentaba encontrarle sentido a todo aquello, pero no lo consiguió.

—Saquemos esa caja de ahí antes de abrirla.

—No deberías abrirla hasta que Jason y yo tengamos oportunidad de…

—Eres un vampiro fuerte, y seguro que tienes muy buen oído —intervino ella—. ¿Oyes algún tictac? ¿Algo que indique que podría contener una bomba incendiaria?

Si una explosión les daba de lleno, podría decapitarlos y matarlos.

Veneno ladeó la cabeza y al final la sacudió con reticencia.

—No, pero…

—Y existen muchas probabilidades de que también tengas un olfato excelente —lo había visto «paladear» el aire con su lengua—. ¿Hueles algo sospechoso? —Mahiya sabía que si se alejaba de allí ahora, Jason o Veneno se arriesgarían a abrirla. Y eso no podía permitirlo—. ¿Alguna sustancia química?

—No —respondió él con los dientes apretados.

—Yo tampoco, y si esto es del asesino —dijo en un tono calmado—, él o ella no tiene ningún motivo para jugar a esos jueguecitos —un ángel lo bastante fuerte para aniquilar a Arav podría partirla por la mitad—. Cualquiera podría haber encontrado esto (un guardia, un niño curioso) y, hasta ahora, ninguno de los asesinatos parece aleatorio.

Esto último era discutible, pero algo en su interior le decía que había una conexión entre las cuatro víctimas, y sabía que Jason estaba de acuerdo.

Las pupilas verticales de Veneno se estrecharon mientras la observaba.

—Creí que eras una princesa.

—Ya deberías saber que la corte de un arcángel es mucho más peligrosa que las calles de Nueva York —cogió la caja antes de que él pudiera hacerlo y la colocó a la luz con mucho cuidado. Caminó hasta el costado que no se veía desde Fuerte Custodio y colocó la caja en una zona despejada de hierba situada a unos quince metros del templo, ya que no quería que las murallas se derrumbaran encima de ella—. No te acerques.

Veneno enarcó una ceja.

—De eso nada.

—No seas tonto —dijo Mahiya. Había decidido que Veneno le caía bien, y no solo porque era amigo de Jason, sino porque actuaba como si allí la criatura peligrosa fuera ella—. Si me ocurre algo, tú no te verás afectado y podrás pedir ayuda. ¿O quieres salir herido también?

Los labios de él se curvaron en una sonrisa.

—Ese razonamiento lógico no cambia si soy yo quien abre la caja.

—Cierto… pero yo tengo más posibilidades de sobrevivir.

—Lo dudo —cruzó los brazos—. Puede que seas un ángel, pero yo soy más fuerte que tú. Y Jason es más fuerte que cualquiera de nosotros.

«Sí, pero aunque sea una estúpida decisión sentimental, no pienso dejar que sufra ningún daño».

—¿Quieres esperarlo, entonces? —al ver que él no respondía, añadió—: Sí, eso pensaba. Esta caja está dirigida a mí, Veneno. No permitiré que nadie más la abra —«ni que salga herido»—, y no podrás seguirme hasta el cielo si salgo volando con ella. ¿No prefieres que me quede aquí?

Le dirigió otra mirada dura.

—Es evidente que no sabes cómo debe comportarse una princesa —dijo y, tras ese comentario, se dio la vuelta y se agachó detrás de una roca grande.

Mahiya se arrodilló y retiró el lazo después de buscar algún cable oculto. Al hacerlo se dio cuenta de que la caja no estaba envuelta en papel dorado, sino que estaba hecha con cartón de ese color, así que, una vez retirado el lazo, lo único que debía hacer era levantar la tapa.

—¡Veneno! ¿Ves alguna rama cerca?

Había un árbol no muy lejos de él.

—Espera —un minuto después, el vampiro le arrojó una sólida rama de más de un metro de largo—. Me alegra saber que no eres una suicida.

«No, quiero vivir, amar, volar… y si él me lo permite, volver a danzar con un espía de alas negras como la noche».

—Allá voy.

Se tumbó boca abajo en el suelo para disminuir el impacto de la posible explosión y alargó la rama para levantar la tapa.

No ocurrió nada.

Con un tembloroso suspiro, Mahiya se puso en pie y se aproximó poco a poco, consciente de que Veneno se acercaba a ella corriendo. Ambos contemplaron un instante lo que había dentro de la caja antes de que el vampiro se agachara.

—Espera, voy a asegurarme de que no está encima de otra cosa.

Mahiya aguardó con paciencia hasta que él le dio el visto bueno y luego se acercó.

—Parece que tienes un admirador secreto —murmuró el vampiro mientras ella examinaba el rechoncho osito de peluche rosa con las patas y la cara blancas—. Quizá mi presencia lo haya asustado.

—Quizá —revisó el juguete, pero no encontró ningún compartimiento secreto—. Debo admitir que esto es tan extraño que no sé qué pensar. Tal vez a Jason se le ocurra algo.

—Si no te importa que te lo sugiera, debería ser yo quien lo llevara hasta el palacio.

—Sí, es mejor que no me vean con él. Si alguien te ve con un osito, dará por hecho que estás cortejando a alguna amante.

—Según parece, tengo cierta reputación —era un comentario suave como la seda, pero mordiente.

—Tendría que estar ciega para no percatarme de tu sensualidad —una criatura perezosa y letal al mismo tiempo—. Estoy casi segura de que tu cama nunca está vacía, a menos que eso sea lo que quieres —a pesar de lo «espeluznantes» que resultaban sus ojos.

—Ten cuidado —cogió la caja y su contenido, y se puso en pie con un movimiento ágil—. Conseguirás que Jason se ponga celoso.

—No te enfades, pero no eres mi tipo —aunque lo había dicho en broma, la verdad era que veía demasiado de Neha en Veneno. Sus ojos eran los de las serpientes de la arcángel, y también sus movimientos. No obstante, se negaba a permitir que Neha arruinara todas sus posibles amistades, así que añadió—: Creo de verdad que seremos muy buenos amigos.

El vampiro enarcó una ceja.

—¿En serio? —preguntó en un sofisticado tono despreocupado.

—Por supuesto. Admítelo, ya te caigo bien a pesar de que haya ganado la discusión.

Vio un leve tironcillo en los labios de Veneno.

—Cuando te vi por primera vez, no entendí la atracción que existía entre Jason y tú, pero ahora creo que él ha encontrado a su pareja ideal.

A Mahiya le costó un verdadero esfuerzo mantener la voz firme.

—Voy a estar un rato en la ciudad. Te veré cuando regrese a la fortaleza.

Era un recuerdo borroso en el mejor de los casos, de hacía al menos un par de años, pero si estaba en lo cierto había una pequeña posibilidad de obtener algún tipo de respuesta.

Veneno frunció el entrecejo.

—Jason me dio órdenes estrictas de mantenerte a salvo.

Se le encogió el corazón al ver confirmadas sus suposiciones. Quizá otras mujeres se hubieran agobiado ante ese tipo de protección, pero para Mahiya, quien jamás había importado mucho a nadie, aquello no era un fastidio sino una agradable muestra de afecto.

Aunque eso no significaba que fuera a dejar de pensar por sí misma.

—Estamos a plena luz del día, y no pretendo andar por callejones oscuros —aseguró—. En realidad, me dirijo a un ajetreado distrito comercial.

—Menuda princesa… —murmuró Veneno, pero se metió la mano en el bolsillo para sacar un teléfono móvil—. Este es el de repuesto. Voy a añadir mi número y el de Jason. Llama si tienes algún problema.

Unos minutos después Mahiya descendió hacia la ciudad. Su destino era un alegre edificio amarillo con una antigua aunque resplandeciente máquina de coser en la ventana. Había un niño cubierto de polvo con pantalones cortos jugando en el umbral.

El chiquillo abrió los ojos como platos al verla. Un instante después entró a la carrera en la casa.

—¡Ma! ¡Ma! —gritó.

Sin esforzarse en ocultar la sonrisa, Mahiya esperó educadamente en la calle, consciente de que los demás tenderos asomaban la cabeza desde sus pequeñas tiendas o talleres, y de que los clientes se congregaban en las puertas de la estrecha calle. Seis o siete tiendas más abajo había un camello rumiando, y su dueño manoseaba una silla llena de campanitas plateadas fingiendo que no la observaba.

Los ángeles llenaban el cielo de aquella ciudad, pero un ángel en aquella calle del distrito comercial era algo extraño. No era la altanería lo que mantenía alejados a sus congéneres, ya que los ángeles sentían tanta curiosidad como los mortales por los lugares poco frecuentados de las ciudades. Se debía a que las tiendas eran muy pequeñas y no había espacio para las alas. La única razón por la que Mahiya conocía aquel lugar era que la dueña había recibido una invitación para vender sus mercancías en un mercadillo de la fortaleza.

En ese instante la joven mortal apareció en la puerta. Por supuesto, pensó Mahiya, la juventud era algo relativo. Aquella mujer que apenas había vivido veintisiete años, quizá veintiocho, era lo bastante adulta para tener a un hijito que se escondía tras sus faldas. A su misma edad Mahiya era una niña no mucho mayor que aquel chiquillo.

—Mi señora —la fabricante de juguetes le hizo una reverencia agarrándose el delantal con las manos—. Os invitaría a entrar, pero…

—Con la intención basta —dijo Mahiya con amabilidad en el dialecto informal local—. No te molestaré mucho tiempo.

—Por favor, permitidme al menos serviros una taza de té —vio súplica en sus ojos del color del chocolate fundido—. No puedo recibir a un ángel en mi puerta sin alguna cortesía.

—Gracias. Un té estaría bien.

—Tengo el agua al fuego. Tardará un minuto, no más.

La mujer se dio la vuelta, pero el niño encontró el valor necesario para quedarse. Tenía los ojos del mismo tono chocolate que su madre, y miraba a Mahiya con admiración.

—Hola —le dijo la princesa, y como el niño no respondió, añadió—: ¿Por qué no estás en la escuela?

El chiquillo abrió aún más los ojos antes de meterse el pulgar en la boca. Al ver que Mahiya no decía nada más, se sacó el dedo muy despacio, como si desconfiara de su silencio.

—Todavía no soy tan grande como Nishi —se quedó callado un instante antes de añadir—: Nishi va a la escuela —explicó para asegurarse de que ella lo había entendido.

—Ah —dijo Mahiya—. ¿Todavía no tienes edad suficiente?

Arrugó la frente.

—Todavía no. Puede que pronto.

La princesa reprimió una sonrisa ante aquella lógica implacable, y vio que el niño miraba sus alas.

—Puedes acercarte más, si quieres.

El muchachito volvió a meterse el pulgar en la boca y se acercó hasta que estuvo a escasos centímetros de ella para examinar sus plumas con la naturalidad que solo poseen los niños. Cuando su madre apareció en la puerta con la taza en la mano hizo ademán de reprenderlo, pero Mahiya negó con la cabeza.

—Es listo y muy valiente —dijo mientras cogía la taza de té.

—Sí —el orgullo iluminó el bonito rostro delgado de la mujer—. Se parece a su padre.

Solo entonces Mahiya formuló su pregunta.

—He visto a alguien con un osito de juguete… rosa y blanco, con un collar bordado de…

—De margaritas blancas —respondió entusiasmada.

—Sí, exacto. Me pareció que podría ser uno de tus trabajos —cosido a mano y bordado, con unos adorables ojos de cristal azul y unas puntadas exquisitas.

—¿Recordáis si tenía una diminuta estrella amarilla en la pata izquierda?

Mahiya lo pensó.

—Sí.

—Entonces es mío, seguro. Pero lo siento, mi señora, no tengo más.

—Vaya, pues es una lástima. ¿Fabricas muchos?

—No, solo uno de cada modelo —la mujer se alisó el delantal con las manos—. Vendí a Daisy hará una semana. Ay, dejad que os coja la taza.

—Gracias. El té estaba delicioso —rico, con leche, aderezado con cardamomo y endulzado con miel—. ¿Recuerdas quién se llevó a Daisy? Me gustaría averiguar si está dispuesto a vendérmelo.

—Se lo vendí a un vampiro. No lo conocía, así que quizá fuera un invitado de la fortaleza —la mujer se mordió los labios y negó con la cabeza—. No me dijo su nombre, pero tenía el cabello rojo y una piel tan blanca como la porcelana.

—Un hombre difícil de olvidar.

Aun así, sabía que no había ningún vampiro con ese pelo y esa piel por la zona.

Otro misterio.

Jason había pasado la mañana recopilando información de un lugar a otro, y en esos momentos aterrizó en el campo desértico de un granjero. Se dirigió a la sombra de una choza que seguramente se utilizara como lugar de descanso durante la estación de siembra. Necesitaba ese silencio para pensar, para encajar las piezas.

El hecho era que, aunque no se lo había dicho a Veneno ni a la princesa, tenía la impresión de que Mahiya era la clave. Sin embargo, aunque ella estaba relacionada de algún modo con Eris y con Arav, no había nada importante que la conectara con Audrey o con Shabnam. Aun así, su instinto insistía… como si hubiera visto u oído algo que no había comprendido de manera consciente.

Frustrado, cogió el móvil decidido a conseguir la respuesta a otra pregunta.

—Jason —la cálida sonrisa de Jessamy apareció en la pequeña pantalla—. Me alegro de verte.

—Y yo a ti.

Había sido Jessamy quien le había ayudado a recordar qué era ser una persona.

De pie frente al lugar donde sabía que los niños ángeles aprendían cosas, esperó hasta que el último de los alumnos desapareció para colarse en el interior.

La mujer que había dentro levantó la vista y lo miró con ojos llenos de una amabilidad que no se parecía en nada a la lástima.

Tengo algo para ti —dijo como si hubiera estado esperándolo, como si supiera que él había estado escuchando sus lecciones desde las sombras durante muchos días.

Cuando él se acercó, ella le ofreció unos cuantos libros de tapa dura con letras grandes en las páginas.

Para ayudarte a recordar.

Él acarició la cubierta y pasó las páginas.

Había tenido libros como esos en su día, y los había leído una y otra vez, incluso cuando se quedó solo. Pero se habían estropeado y, después de un tiempo, él había olvidado que sabía leer. Lo había olvidado hasta ese día, cuando la lección de Jessamy despertó algo en su mente y desbloqueó el sonido de la voz de su madre mientras le enseñaba las letras.

Cogió los libros y se marchó sin decir palabra.

Había tardado meses en romper su silencio, pero Jessamy, con sus ojos inteligentes y su dulce corazón, nunca lo había presionado. Siempre le había dejado espacio para respirar.

—Tengo una pregunta para ti —le dijo Jason en ese momento.

La maestra ladeó la cabeza.

—Ya sabes que Lijuan ha evolucionado, y que Rafael ha adquirido una nueva habilidad. Hay señales de que algo le ha ocurrido a Tito, aunque todavía no puedo decirte qué.

El pueblo guerrero del arcángel le era ferozmente leal, y los espías de Jason solo habían conseguido averiguar que Tito luchaba contra una enfermedad. Los arcángeles no se ponían enfermos, de modo que Tito debía de estar sufriendo algún tipo de transformación.

La capacidad de Neha para controlar el hielo no era del dominio público, así que no podía hablar de ello sin romper el voto de sangre. Sin embargo, tenía otras pruebas de un fenómeno que afectaba al Grupo.

—Ya estás al tanto del comportamiento voluble de Astaad —el arcángel había dado una paliza de muerte a una de sus adoradas concubinas, cuando era conocido por ser indulgente con sus mujeres hasta el punto de consentirlas—. Según los rumores, se ha estabilizado, y puede que haya adquirido ciertas habilidades relacionadas con las criaturas marinas.

La expresión de Jessamy era pensativa.

—En su momento aquel comportamiento se explicó por la perturbación causada por el despertar de Caliane —señaló ella.

—El despertar de un anciano no es algo que pueda pasarse por alto —dijo Jason pensando en la aparición de la ciudad perdida de Amanat muy lejos de su lugar de origen—. Pero ¿podría el despertar de Caliane haber sido «originado» por una fuerza más potente?

La siniestra evolución de Lijuan había precedido al despertar de Caliane por escasos meses, y ambos sucesos habían cambiado el curso de la historia mundial.

—No hay… —Jessamy se quedó callada—. Espera.

Regresó con un libro, y lo sujetaba con tanto cuidado que resultó evidente que era muy frágil.

—Esta historia menciona un suceso denominado la «Cascada», y dice así: «Y los arcángeles no eran quienes debían ser, y los cuerpos se pudrían en las calles, y la sangre caía desde los cielos mientras ardían los imperios».

Jessamy levantó la vista con expresión seria.

—Esta supuesta Cascada ocurrió hace unos veinticinco mil años —prosiguió ella—. Empezaré a buscar documentos para informarme mejor, pero aunque se cuestiona su edad exacta, creo que existe una arcángel despierta que podría haberla presenciado con sus propios ojos.

«Caliane».

Jason colgó poco después para realizar otra llamada, y luego alzó el vuelo hacia la fortaleza, en dirección a la oficina que Rhys tenía junto a los barracones que daban cobijo a la mayor parte de los guardias. El general estaba supervisando los ejercicios de entrenamiento desde su balcón, pero ya había recibido los informes forenses.

—Nada que no supiéramos ya —le dijo a Jason—. No había refinamiento alguno, no se intentó ocultar nada. Según parece, a Audrey le arrancaron los órganos. A Shabnam, en cambio, le arrancaron la cabeza. A Arav también lo destrozaron: tendones cortados y músculos rotos.

Jason examinó los informes, vio la nota sobre la cabeza de Shabnam y leyó que Arav había sido desgarrado… con las manos desnudas. Eso le dijo a Jason algo muy importante. Había muy pocos, poquísimos ángeles con la fuerza suficiente para extraerle la columna vertebral a otro, y muchos menos con la fuerza necesaria para arrancarle la cabeza de cuajo.

¿Y hacérselo en pleno vuelo a un general de la talla de Arav? Se requeriría un nivel de fuerza similar al de un arcángel o una nueva habilidad desconocida. Necesitaba que su gente empezara a investigar con discreción el estado de los poderes de ciertos ángeles, averiguar si también ellos estaban sufriendo esa extraña evolución que parecía afectar al Grupo.

Pasó las páginas hacia atrás para revisar el informe de Shabnam. Aunque el patólogo no había podido confirmarlo dada la naturaleza de las lesiones, creía que su rostro había sido mutilado con una especie de garras. Jason había visto cómo las afiladas uñas de Neha se transformaban en garras, pero no solo ella poseía esa capacidad. Aun así, era otra pieza del rompecabezas.

—Sí —dijo antes de coger su copia del informe forense—. Aquí no hay nada importante.

Quizá Rhys fuera uno de los hombres de Neha, pero no era de los de Jason.