Capítulo 30
Antes de regresar con Mahiya, Jason había volado bastante lejos de la fortaleza para hablar con una pareja de ángeles que acababan de volver al territorio después de una visita al Refugio. Cuando recibieron su mensaje, le pidieron que se reuniera con ellos en el alojamiento donde se hospedaban, ya que planeaban comenzar el segundo tramo de su viaje con las primeras luces. Volvían a su hogar, situado al otro extremo del territorio de Neha.
Había tenido suerte de localizar a esa pareja; pasaban mucho tiempo explorando el mundo, ya que se habían ganado un descanso de sus obligaciones después de milenios de servicio. Aunque ambos eran sin duda muy leales a su arcángel, también le tenían afecto a Rafael.
«Lo vimos crecer desde niño y convertirse en arcángel. Nunca se mostró demasiado arrogante para hablar con aquellos más débiles de nosotros, a pesar de que su poder superó el nuestro cuando era apenas un bebé».
Ese cariño se extendía también a los Siete, y la pareja había respondido sin problemas a las preguntas de Jason sobre el vampiro con el pelo escarlata. No obstante, el espía había utilizado un patrón de interrogatorio en el que la pregunta importante era una más entre muchas. No quería que una palabra descuidada ahuyentara a su presa. Lo que había descubierto era… interesante, tanto que casi podía saborear la respuesta en la lengua.
Sintió que Mahiya se movía justo antes de que ella extendiera los dedos sobre su pecho y la melena femenina se derramara sobre su brazo y su torso. Estaba tumbado en la cama con las manos por detrás de la cabeza, y una de las alas de la princesa cubría parcialmente su cuerpo.
—¿Cuánto tiempo he dormido? —preguntó ella con voz ronca sin apartar la cabeza de su hombro.
Jason echó un vistazo a la luz de la luna que se colaba por la celosía de la ventana.
—No mucho. Una hora, tal vez.
Y él había pasado esa hora escuchando su respiración, trazando dibujos en su piel con los dedos. Había sentido cómo se relajaban los latidos de su propio corazón, arrullados por los de ella… Ese hecho inesperado le había provocado una reacción violenta, un fuerte impulso de salir, de liberarse.
Sin embargo, Jason tenía casi setecientos años y entendía lo que le ocurría: había contemplado el abismo de su alma y había visto a un niño solo y olvidado que le devolvía la mirada. Sabía que ese niño no confiaba en nada ni en nadie, que recelaba de cualquier vínculo emocional y que no esperaba más que dolor de cualquier relación.
Ese niño tenía mucho miedo.
Era una verdad sobre sí mismo que había aceptado hacía mucho tiempo. Ese niño asustado no gobernaba su mente consciente, pero estaba tan incrustado en su subconsciente que a menudo no sabía por qué actuaba como lo hacía hasta que la cosa estaba hecha y su mente se despejaba de nuevo. Aquella noche había luchado contra el impulso de marcharse, porque estar en la cama con una Mahiya dormida era todo un placer.
Le gustaba que el aroma femenino se filtrara en su piel y la entibiara; le gustaba enredarse sus rizos en los dedos y juguetear con ellos mientras pensaba; le gustaba que ella hiciera ruiditos y se acurrucara contra él, como si estuviera encantada de estar a su lado. Casi se sentía real, como un hombre normal capaz de amar a una mujer y mantenerla siempre cerca.
Era una ilusión, pero una ilusión que aquella noche estaba dispuesto a creer.
—Mmm —suspiró Mahiya al tiempo que bajaba el brazo y tiraba de la sábana que se le había enredado en los muslos y la cintura antes de volver a colocarle la mano sobre el corazón. Alzó un poco el ala mientras bostezaba contra él, y la luz plateada de la luna besó las plumas, dándoles el brillo de las joyas.
Esas alas habían ocupado todo su campo de visión cuando la princesa pasó toda una hora tocando y besando su cuerpo con absoluto placer. Embriagado por las sensaciones táctiles, había animado a su tímida Mahiya a sentarse a horcajadas sobre él, pero, una vez allí, ella había aprovechado la posición para acariciarlo con femenino deleite.
Disfrutando de la ilusión, Jason deslizó los dedos por el sensible arco de su ala. Mahiya se estremeció y la reposó sobre su cuerpo una vez más.
—Con esos dedos podrías persuadirme para que cometiera un montón de pecados, Jason.
—No hay pecados en el placer.
Era algo que Dmitri había dicho una vez con una sonrisa irónica, una burla dirigida a sí mismo.
La suave carcajada de Mahiya transformó las palabras y las convirtió en una broma sensual.
—Creo que ese será mi lema cuando sea libre y lleve una existencia de hedonismo descarado.
La mente de Jason se llenó de imágenes en las que aparecía Mahiya vestida con seda natural y exquisito cachemir, con el cuerpo mimado y suavizado por cremas exóticas, con un delicioso bocado en los labios mientras yacía sobre sábanas de satén.
—Vanhi me contó otra cosa importante —dijo, y su rostro se volvió serio de repente—. Con todo lo demás, se me había olvidado comentártelo. Cree que podría haber visto al vampiro con la piel de porcelana y el pelo rojo una vez. Hace mucho.
Jason prestó atención y añadió esa información a la que ya tenía.
—¿Y bien? —añadió Mahiya al ver que no decía nada—. Sé que estuviste fuera haciendo tus cosas. ¿Qué descubriste? —frunció el entrecejo—. Ni se te ocurra dejarme a oscuras, Jason.
Debería haberle recordado que ella no tenía cartas con las que jugar, pero sabía que eso le dolería, y no quería hacer daño a aquella princesa con un corazón lo bastante fuerte para sobrevivir trescientos años al lado de una arcángel que solo la veía como un medio para un fin.
—La luz de la luna alumbra bastante.
Con un gemido exasperado, ella agachó la cabeza para besarlo y le clavó los dientes con suavidad en el labio inferior.
—Este no es momento para bromitas de jefe de espías.
Si hubiera sido otra mujer, Jason habría pensado que intentaba utilizar la satisfacción posterior al sexo para persuadirlo, pero se trataba de Mahiya, la joven que había crecido en un semillero de mentiras y había decidido no utilizar esas tácticas.
—Encontré a una pareja que recordaba haber visto a un vampiro que encaja con la descripción en la corte de Neha, hará trescientos o cuatrocientos años —dijo mientras la acariciaba con la mano que tenía puesta en la parte baja de su espalda.
—¿No fueron más precisos? —preguntó ella, con el cuerpo algo más tenso.
—Cuando se tienen cinco mil años…
Mahiya suspiró.
—Como le ocurre a Vanhi, sus recuerdos están guardados en rincones secretos de la mente —hizo una pausa pensativa antes de añadir—: Hace unos trescientos años, Eris fue exiliado a este palacio y mi madre fue ejecutada.
Después de mantenerla con vida el tiempo suficiente para dar a luz a la niña que llevaba en el vientre.
Las palabras no pronunciadas flotaron entre ellos.
—No fueron los únicos que sufrieron un castigo —dijo Jason, que se preguntó cuánto sabía Mahiya—. Aquellos que conocían el romance y ayudaron a Eris y a Nivriti también fueron ejecutados. Los que simplemente eran leales a Nivriti fueron exiliados.
Mahiya se apartó de su pecho y se sentó en la cama. Sus alas rozaron el cuerpo de Jason, que de pronto sintió el vacío de su calor.
—Un hombre cercano a su círculo —murmuró— habría sido considerado un partidario. Y por tanto, exiliado.
—Una conclusión razonable —concentrarse en una única posibilidad sin corroborar significaba crear puntos ciegos en los que el enemigo podía esconderse—. La cuestión es, ¿por qué se arriesgaría a revelarte su presencia?
—Tal vez por una especie de lealtad residual —sus ojos felinos lo miraron en la oscuridad, iluminados por el potencial del poder que ella albergaba en su interior—. Pero hay otra cuestión.
—¿Cuál?
Jason sentía la misma impresión de poder en Mahiya que había percibido en Illium cuando esta era joven.
Quizá ella tardara más que el ángel de alas azules en desarrollarlo, como le había ocurrido a su madre, pero si le daban espacio para respirar, para madurar, la princesa se convertiría en un ángel de considerable importancia… Y a Jason se le ocurrió de repente que quería presenciar ese cambio, ver cómo extendía las alas.
—¿Cómo llevó la caja hasta el templo? —señaló.
Una pregunta astuta.
—Algunos vampiros son capaces de escalar como arañas —respondió él, que había visto a un sonriente Veneno trepar por la Torre a la luz de la luna después de apostar con Illium—, pero las posibilidades de que lo vieran habrían sido muy altas.
Los guardias angelicales hacían vuelos de vigilancia por la zona y, además, los centinelas de Fuerte Custodio tenían un amplio campo de visión.
—Podría haber utilizado los túneles. Veneno dijo que no había visto huellas en la ruta que utilizó, pero según tengo entendido es un laberinto.
—Tendré que volver a hablar con él —dijo al tiempo que cogía el teléfono móvil que había dejado sobre la mesilla después de sacarlo de los vaqueros.
—¿Ahora?
—Es el mejor momento.
A nadie le extrañaría ver a un vampiro de noche, y mucho menos a uno famoso por su éxito con las mujeres.
Y, cómo no, Jason oyó un suave suspiro femenino cuando Veneno respondió al teléfono.
—No hay problema —dijo—. Acabo de comer y tengo mucha energía.
Jason percibió el matiz saciado de su voz y supo que se había alimentado directamente de la vena… seguramente de una mujer bien dispuesta.
—Vigila tu espalda.
El sexo era capaz de nublar hasta las mentes más despiertas, y aunque a Neha le caía bien Veneno, este no dejaba de ser uno de los Siete.
Se oyó una especie de susurro, como si Veneno se levantara de la cama.
—No te preocupes. Es una compañera de cama deliciosa, pero lo único que quiere es lo que tengo entre las piernas. No le interesa mi cerebro.
—¿Serás capaz de examinar todas las rutas posibles hasta Custodio?
—Habré terminado antes de que amanezca.
Jason colgó poco después.
—Tú crees que llevaron la caja hasta allí volando —le dijo a la mujer que permanecía a su lado con expresión pensativa.
—Sí.
Mahiya cogió la sábana cuando se levantó de la cama, y los filamentos de sus plumas dejaron un millar de besos suaves sobre la piel de Jason. Desapareció en el vestidor y regresó ataviada con una bata de color azul intenso atada a la cintura.
Jason ya se había puesto los pantalones, aunque había dejado la camisa y la espada… esta última al alcance de la mano, como siempre. Apoyó la espalda en la sólida pared que había junto a un ventanal de cristales coloreados y se dedicó a contemplar a Mahiya, que se acercó para abrir aquella ventana y contemplar el exterior envuelta por la luz de la luna.
—Un osito de peluche… O es un estúpido regalo romántico —susurró un rato después—, o el tipo de cosa que se le regala a un niño.
Jason pensó en la pluma de color azul verdoso que había encontrado la noche del asesinato de Arav, en el hecho de que Nivriti había heredado la capacidad de hipnotizar, y no pudo descartar la posibilidad que veía en el rostro preocupado de Mahiya.
—¿Qué te contó Neha sobre la ejecución de tu madre?
—Que murió gritando y suplicando por su vida —apretó el borde de la ventana con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos—. «Contemplé cómo se derramaban las vísceras a mi querida hermana a través del hueco que había quedado en su vientre, cómo manaba la sangre de los muñones de sus alas, y luego la dejé a solas para que muriera de hambre». Eso fue lo que me dijo Neha cuando le pregunté por mi madre —tragó saliva—. Vanhi dice que mintió sobre mi nacimiento, pero ella tuvo que marcharse poco después de que yo naciera. Neha podría haber hecho exactamente lo que me dijo.
Notó la calidez de una mano en su mejilla. La presión lenta pero inexorable de un pulgar sobre su mandíbula. Mahiya se volvió para descubrir unos ojos de obsidiana que ardían con fuego negro, y sintió un vuelco en el corazón.
El pulgar de Jason se deslizó suavemente por el hoyuelo de su barbilla.
—Como ya comprobamos con Eris, y también contigo, Neha es muy rencorosa.
Mahiya tomó aire de manera brusca, ya que esperaba que Jason negara la dolorosa esperanza que albergaba en su pecho.
—Pero ¿crees que mantendría a mi madre con vida todo este tiempo solo por despecho? —negó con la cabeza—. ¿Por qué iba a hacer algo así?
—Por la misma razón por la que se lo hizo a Eris: porque el amor y el odio están entrelazados. Me dijiste que Nivriti era su melliza. Ese es un vínculo del alma.
Mahiya pensó en el día que se había encontrado con Neha y Eris en el patio, cuando creían que estaban solos. Debería haberse dado la vuelta y alejado, pero verlos así la había paralizado. Neha tenía una expresión tierna y vulnerable que ella jamás le había visto, y sonreía mientras Eris le alzaba la barbilla con un dedo.
Por supuesto, el momento no se había alargado mucho, ya que el pasado era un peso demasiado demoledor para permitir que esas frágiles semillas brotaran, pero…
—Creo que si él no hubiera muerto, Neha al final lo habría liberado. Y me parece que no habría tardado mucho en hacerlo —se volvió hacia Jason, quien bajó la mano hasta su garganta—. La muerte de Anoushka la afectó mucho. Desde entonces empezó a visitar a Eris mucho más a menudo.
—Corrían rumores de que intentaba quedarse embarazada otra vez.
—No puedo decirte si eso es cierto, pero creo que ella necesitaba el consuelo del hombre que había engendrado a su hija… Y Eris, hay que admitirlo, le proporcionaba ese consuelo.
Cuánto había sido real y cuánto una ilusión destinada a conseguir el favor de Neha era imposible saberlo. En cualquier caso, a Neha la había ayudado… ¿Y quién era Mahiya para negarle la oportunidad a un hombre que se había pasado trescientos años encerrado, aunque hubiera sido por su culpa?
Jason la soltó y cambió de posición para apoyar un hombro en la pared.
—No sé cuánto tiempo habría durado esa libertad. He confirmado que Audrey le calentaba la cama —una pausa—. Si ella fue la primera y él aguantó trescientos años sin mujeres… —el tono de Jason dejaba claro que no lo creía—, entonces era un hombre mucho más fuerte de lo que pensamos.
Mahiya recordó de nuevo la expresión vulnerable de Neha y se preguntó si una mujer con tanto amor en el corazón habría perdonado al final todos los errores cometidos.
—Ahora ya importa muy poco. Eris ha muerto, y alguien está jugando a un jueguecito enfermizo conmigo, o… —las palabras se le atascaron en la garganta, demasiado pesadas, demasiado importantes para salir.
«Espero que esté viva».
Jason no lo dijo en voz alta, pero a pesar de las complicaciones que eso acarrearía, esperaba que Mahiya disfrutara de ese milagro. Entendía lo que era crecer sin una madre, pero él al menos había contado con ella durante un breve tiempo.
—Jason, cielo, ¿qué demonios estás haciendo?
Miró a su madre con expresión agonizante y abandonó por un instante su labor.
—Plantando cocoteros.
Asintió con solemnidad.
—Entiendo —se puso de rodillas y cogió uno de los cocos que él había recogido—. Quizá deberías plantarlos un poco más lejos de la playa.
Jason le dio unas palmaditas a la arena que había encima del coco que acababa de enterrar. El sonido de las olas que llegaban hasta la orilla húmeda era una música familiar.
—¿Por qué?
—Porque es posible que, si no lo haces, el mar se los lleve.
Jason lo pensó y decidió que tenía razón.
—¿Me ayudas a llevarlos?
La sonrisa de su madre le provocó una calidez interior que no sentía con ninguna otra cosa.
—Esperaba que me lo pidieras.
Jason apenas se acordaba de cómo era esa calidez, ya que el recuerdo del amor de su madre se había apagado, pero sabía que había supuesto algo muy hermoso para el corazón del niño que había sido, y por eso sabía que esa belleza existía. Mahiya ni siquiera tenía eso. Por su bien, esperaba que Neha hubiera sido incapaz de ejecutar a su melliza, del mismo modo que no había podido ejecutar a su consorte.
—¿Se lo dirás a Neha? —preguntó Mahiya con un hilo de voz—. ¿Le contarás lo que pensamos? ¿Que… que es posible que mi madre esté viva?