Capítulo 29
Mahiya parpadeó para deshacerse de las lágrimas que convertían su mundo en un caleidoscopio.
—Entonces ¿No me arrancaron del vientre de mi madre? —preguntó.
—No, no —la inquietud de Vanhi aumentó—. Me aseguré de que el parto de Nivriti fuera lo más fácil posible para una mujer que yacía en una celda —apartó el cabello de la cara de Mahiya con dedos temblorosos—. Fue después del parto cuando te apartaron de su lado y yo me quedé a solas con ella en la celda unos instantes. Me susurró que le dejaría un regalo a su hija, y me obligó a prometerle que te lo entregaría cuando llegara el momento apropiado.
—¿Qué es? —preguntó Mahiya, temblando ante la idea de un posible vínculo con su madre.
La risa de Vanhi estaba cargada de zozobra.
—Mahiya es un nombre muy hermoso, ¿no crees? Un nombre que yo misma le sugerí a Neha.
Siempre había creído que su nombre era una broma cruel por parte de Neha, ya que significaba felicidad, alegría… y, en ocasiones, amor.
—¿Fue mi madre quien me puso el nombre? —era un regalo que nadie podría arrebatarle.
—Sí, pero el segundo debía mantenerlo en secreto, porque Neha no lo habría permitido —dijo con la angustia propia de una mujer que amaba a la arcángel, pero que era consciente de sus defectos.
Mahiya se inclinó hacia delante con un mariposeo en el estómago.
—¿Cuál es mi segundo nombre?
—Geet —susurró Vanhi—. Te llamas Mahiya Geet.
Canción alegre… Canción de amor.
Se le rompió el corazón. Lejos de ser una burla, su nombre era un tesoro, el último regalo de una mujer que, como Mahiya sabía sin necesidad de preguntar, no había podido quedarse con su hija recién nacida.
—Gracias —le dijo a Vanhi en un murmullo, ya que tenía un nudo de emociones en la garganta.
—Me gustaría habértelo contado antes… pero no estabas preparada —comentó la vampira mientras la abrazaba—. Ahora lo estás. Creo que el mundo se echará a temblar cuando oiga tu canción, dulce niña.
Canción de amor.
Mahiya apretó la barandilla del balcón y se dio la vuelta para mirar a la única persona que conocía su nombre aparte de Vanhi. Necesitaba contárselo a alguien, y Jason… le guardaría el secreto.
Era cerca de la medianoche y en el cielo no se veía nada salvo el vuelo de los centinelas. Allí, dentro de las murallas de la fortaleza, nada interrumpía el silencio excepto los insectos nocturnos. El viento estaba tan calmado como un lago helado y el ambiente era fresco, pero no frío. El hombre que estaba a su lado formaba parte de la noche, y sus alas apenas se distinguían de las sombras.
—Te sienta bien —dijo él, que extendió las alas tras ella y le rozó las plumas con una caricia.
Mahiya reprimió un estremecimiento y se echó a reír. Una risa que sonó suave e íntima en la oscuridad.
—No soy una cantante con demasiado talento, pero me da igual.
Sintió un tirón en el cabello y supo que Jason había empezado a quitarle el moño con exquisita paciencia; sacó cada horquilla dorada en orden hasta que brillaron en la oscuridad y su melena le cayó sobre la espalda y las alas. Mahiya tembló. Había nacido en una época en la que las mujeres no se soltaban el pelo delante de nadie que no fuera su amante, y una parte de ella era aún esa niña.
Era una intimidad que compartían bajo el cielo cuajado de estrellas.
Cuando Jason metió la mano por debajo del cabello para cerrarla sobre su nuca, la princesa esperó que la estrechara y la besara, pero él se limitó a deslizar el pulgar sobre la piel antes de recorrer con los nudillos la línea de su columna. Luego volvió a apoyar los antebrazos en la barandilla, aunque dejó una de sus alas apoyada encima de la de Mahiya.
—Yo sé cantar.
Era lo último que esperaba oír a ese hombre que amenazaba con destruir sus defensas y hacerle repetir la historia de amor no correspondido de su madre. Sin embargo, ahora que lo había dicho, Mahiya recordó fragmentos de conversaciones medio olvidadas que había escuchado alguna vez.
«Dicen que su voz es más hermosa que la de Caliane».
«… me rompió el corazón».
«Pureza, eso es la voz de Jason».
Todos comentarios de gente con más de cuatrocientos años.
—Me gustaría escucharte —susurró ella.
—Hace muchos años que no canto.
—¿Ocurrió algo que te impidiera cantar? —preguntó.
No quería dejar pasar la ocasión, porque era la primera vez que él le había revelado uno de sus secretos por iniciativa propia.
La respuesta tardó en llegar, pero Mahiya no interpretó su silencio como furia, porque sabía que Jason era un hombre que no sentía la necesidad de llenar los vacíos con palabras. El espía estaba inclinado hacia delante, y su cabeza quedaba por debajo de la de ella, así que cedió a la tentación de deshacer el nudo que sujetaba su coleta. El cabello cayó como una cascada negra alrededor de su rostro, y cuando empezó a apartarlo para colocárselo sobre los hombros, Jason no se lo impidió.
—Tienes un pelo precioso.
La mano de Jason en su cabello y sus labios en la garganta.
Mahiya apretó los muslos y le acarició el cuero cabelludo con los dedos.
—Entonces hacemos una buena pareja.
Se arqueó un poco bajo su contacto.
—Las únicas canciones que hay en mi corazón hacían que la gente del Refugio se ahogara en lágrimas. Así que dejé de cantar.
No esperaba una respuesta tan directa, así que Mahiya se sintió momentáneamente desconcertada y dejó de mover los dedos. Tenía la horrible sensación de que se le estaba escurriendo una posibilidad entre los dedos, una oportunidad que perdería para siempre.
—¿Te dolió dejar de cantar? —dijo, aferrándose a esa oportunidad con férrea determinación.
—Sí —dijo él al final—. Fue como cortarme un brazo, pero las canciones no eran buenas para mí.
Mahiya frunció el entrecejo y abrió la boca para preguntarle por qué, pero se contuvo. Jason era un hombre escondido entre las sombras. Dar voz a la oscuridad que llevaba dentro… Sí, no le haría ningún bien sumergirse en ella.
—Si alguna vez encuentras algo por lo que merezca la pena cantar de nuevo —dijo ella, con el corazón lleno de esperanzas—, espero que me invites a escucharte.
Jason se apartó de la barandilla y se enderezó al tiempo que plegaba las alas a la espalda. Mahiya echó de menos el peso de sus plumas de inmediato, pero entonces él agachó la cabeza y su calidez se transformó en un fuego negro que le abrasó la sangre y se extendió por todas y cada una de las células de su cuerpo.
Sería imposible olvidar a Jason.
La condujo hasta el dormitorio, pero cuando se detuvo a los pies de la cama, Mahiya retiró la correa del arnés de la espada que le atravesaba el pecho y empezó a desabotonarle la camisa. La noche anterior Jason se había hecho con el control de la situación, y a Mahiya le preocupaba que no le permitiera descubrir qué le gustaba. Sin embargo, el espía se limitó a juguetear con su cabello mientras ella le desabrochaba la camisa para revelar la belleza de su cuerpo.
Sentía un leve tirón cada vez que él se enrollaba un rizo en el dedo, y cuando lo soltaba, un vuelco en el corazón. Pero fueron los valles y las colinas de su cuerpo los que la hicieron suspirar de placer cuando apartó la camisa hacia los lados y extendió los dedos sobre su piel. Jason encerró su cabello en un puño, pero no le pidió que se detuviera.
Encantada, Mahiya moldeó sus músculos de acero, unos músculos que hablaban de fuerza y velocidad. Era uno de los misterios angelicales que los músculos increíblemente poderosos necesarios para soportar el vuelo no sobrecargaran la parte superior del cuerpo. En lugar de eso, ocultaban su fuerza y su poder discretamente bajo la piel.
Sin embargo, el cuerpo de Jason contaba una historia diferente, la de un guerrero que necesitaba ejecutar maniobras en el cielo que no podían realizarse solo con los músculos para el vuelo.
—¿Puedes utilizar tu espada mientras vuelas?
—Si no fuera así, no podría luchar —murmuró él mientras cogía los dedos de Mahiya para acercarlos a las correas de sus hombros, que ayudaban a mantener sujeta la espada a la espalda.
Mahiya acató la orden tácita y desabrochó una delicada aunque robusta hebilla antes de repetir la operación con la del otro lado. El cuero estaba blando por el uso.
—¿Alguna vez vas por ahí sin la espada?
—No —respondió Jason al tiempo que se quitaba el arnés y la hoja para dejarlos al lado de la cama.
A su alcance.
—Es mi arma principal.
—Sí, lo entiendo.
La princesa apartó la camisa y frotó con los dedos las marcas rojizas que había dejado el cuero. Esos roces no eran nada para un ángel con la fuerza de Jason, pero a Mahiya no le gustaba ver su cuerpo magullado, aunque fuera tan poca cosa.
Puesto que se había quitado las sandalias en el salón, donde Jason había dejado también sus botas, puso los pies descalzos de puntillas para besar una de esas marcas. Jason le rodeó la cintura con el brazo libre, pero no le impidió besar la otra.
—Podría hacer esto durante horas —dijo Mahiya, que se había vuelto adicta a su contacto, a su sabor.
La respuesta de Jason fue de nuevo inesperada.
—Hazlo, si es eso lo que deseas.
Mahiya se estremeció ante la idea de tener a aquel hombre en su cama y poder explorarlo a voluntad. Volvió a apoyar la planta del pie en el suelo y, sin darle tiempo a cambiar de opinión, lo rodeó para retirar los sencillos botones que cerraban las ranuras para las alas. La camisa cayó al suelo un instante después, dejando libre los arcos increíbles de sus alas negras.
La princesa recorrió con los dedos la oscura perfección de sus plumas, tímida de repente. Sin embargo, Jason ya había empezado a quitarse el cinturón, y los ruidos metálicos resultaban de lo más íntimos en el silencio del dormitorio. Con la respiración entrecortada, Mahiya volvió a situarse delante de él para finalizar la tarea y rozó los dedos de Jason con los suyos.
—Yo lo haré.
Había sido apenas un susurro, pero el espía apartó la mano… y la alzó para retirar los botones que había en el hombro de su túnica.
Mahiya sacó el cinturón de las trabillas y lo arrojó al suelo antes de ayudarlo a quitarle la túnica. Sus pechos, pequeños como eran, no necesitaban sostén, de modo que debajo solo llevaba una camisola. Jason tardó un instante en quitársela, y luego deslizó el dorso de la mano por uno de los sensibles montículos.
—Precioso.
El susurro provocó en ella un estremecimiento, pero desabrochó el botón de los vaqueros de él y recorrió su ombligo con los dedos. Los músculos se tensaron. A Mahiya le emocionó su respuesta. Anhelaba conocer cada roce, cada caricia que hiciera estremecerse de placer a aquel hombre fuerte y sensual. Tragó saliva ante semejante idea y deslizó los dedos sobre la cremallera y el bulto duro que había debajo.
La boca exigente de Jason estaba de repente sobre la suya, y la mano que tenía en su pelo le impedía moverse. Mahiya no supo cómo había sucedido, pero segundos después sus pantalones habían desaparecido y se encontraba tumbada de espaldas en la cama, con Jason entre sus piernas. La tela fuerte de sus vaqueros le frotaba la piel mientras él devoraba su boca.
Le rodeó la cadera con una pierna y abrió la boca para disfrutar la húmeda seducción de su beso, que le lamía la lengua con un tórrido deseo. Con un gemido, Jason se situó mejor sobre ella, y el frío metal de la cremallera presionó la piel de su abdomen mientras el espía extendía las alas sobre ella en una caricia de medianoche.
—Más tarde —eran palabras roncas pronunciadas sobre sus labios—. Podrás tocarme todo lo que desees más tarde.
Mahiya se derritió con esa ronca promesa.
—Lo haré.
Jason le cubrió un pecho con la mano y le dio un apretón, quizá demasiado suave. Tal vez la considerara una desvergonzada, pero colocó la mano sobre la de él y aumentó la presión. La recompensa por esa audacia fue un intenso placer. Sentía los labios calientes y húmedos de Jason en el cuello, sus caricias en el pecho mientras le frotaba el pezón. Mahiya le sujetó la cabeza y se retorció contra él, frustrada por el tejido que los separaba.
—Jason, los vaqueros.
Sintió un súbito escalofrío cuando él se levantó para quitarse el resto de la ropa. Se quedó sin aliento al verlo bajo la luz de la luna que entraba en la habitación a través de una ventana alta, formada por elegantes motivos tallados en la misma piedra. El espía era una obra de arte, y todo su cuerpo estaba entrenado para ser letal. La princesa alzó el brazo y le ofreció la mano para invitarlo a regresar a la cama.
Jason volvió a su lado en una oleada de calor primordial que la envolvió por completo. Dejó un reguero descendente de besos por su cuerpo antes de enganchar los dedos en las braguitas de encaje y satén para quitárselas y arrojarlas a un lado.
Un beso húmedo y absorbente justo por encima de la zona de su entrepierna…
Mahiya arqueó la espalda ante la absoluta intimidad de su siguiente caricia, cuando Jason separó su carne con los dedos y saboreó su zona más delicada con delicioso erotismo. Aferró las sábanas con las manos mientras sus alas se agitaban como criaturas atrapadas y su respiración se convertía en gemidos.
El espía intensificó el beso e introdujo un dedo en su interior.
Esa intromisión sensual la llevó al abismo. El placer fue tan intenso que la dejó sin habla.
Jason ascendió por su cuerpo tembloroso prestando atención a todos los rincones. No dejó un centímetro de piel sin acariciar, sin saborear. Los pezones de Mahiya eran pequeñas bayas duras que él frotó con la lengua, y los pechos humedecidos se aplastaron contra su bello y musculoso torso cuando por fin la besó en los labios.
Primero le besó las comisuras de los ojos para saborear la sal del placer que todavía hacía resplandecer la piel de la princesa. Sin embargo, cuando ella volvió la boca hacia él, aceptó la invitación con un gesto hambriento mientras deslizaba una mano por debajo de la cintura para cogerle el muslo y colocárselo sobre la cadera. Para abrirla.
Y luego empezó a penetrarla de forma lenta y constante. Mahiya jadeó. Notaba la zona hinchada, pero no le dolía. Sentía una necesidad casi dolorosa de tenerlo dentro. Lo rodeó también con la otra pierna y presionó, instándolo a hundirse más adentro.
—Mahiya…
Su jefe del espionaje perdió el control.