Capítulo 5

—Por aquí.

Mahiya echó a andar, pero todas las células de su cuerpo percibían la presencia del ángel de alas negras y ropa del mismo color que caminaba junto a ella. Un ángel que la fascinaba… de la misma manera que un niño se sentía fascinado por el resplandeciente filo de una espada y deseaba deslizar el dedo por el metal para comprobar si de verdad estaba tan afilado.

Ese tipo de fascinación siempre acababa en sangre.

No obstante, era incapaz de reprimir ese sentimiento, porque jamás había conocido a un hombre como aquel, un hombre que recogía en una coleta su negrísimo cabello liso y al que no le asustaba la ira de una arcángel. Además, por si ese último hecho no resultara lo bastante intrigante, tenía un complicado tatuaje tribal en el lado izquierdo de la cara, y la tinta negra creaba un contraste perfecto con el cálido tono marrón de su piel. Todas aquellas líneas curvas contaban una historia que Mahiya deseaba comprender, pero el instinto le decía que él no se la contaría.

Su rostro en sí era una mezcla de culturas donde el Pacífico y Europa se enlazaban para crear una belleza masculina tan dura como atrayente.

«El jefe del espionaje de Rafael».

Eso había dicho Neha. Como descripción, resultaba sucinta, pero ocultaba tanto como revelaba. Era tan silencioso que, de no mirarlo con el rabillo del ojo, habría pensado que estaba sola. Un hombre capaz de convertirse en una sombra, eso era Jason; perfecto para sumirse en los oscuros secretos del Grupo sin que nadie se fijara en él.

No obstante, no era un simple espía que se limitaba a ver e informar. Era uno de los Siete de Rafael, un grupo formado por ángeles y vampiros muy unidos entre sí, del que Mahiya apenas sabía nada. Lo único que sabía era que estaba compuesto por siete hombres increíblemente fuertes que habían decidido por propia voluntad ponerse al servicio de un arcángel… y que veían recompensada su lealtad con la de Rafael.

«Jason es muy poderoso».

Neha había murmurado esas palabras en cuanto el ángel de alas negras aceptó ir a la fortaleza y realizar el voto de sangre con Mahiya. Y eso no era lo único que había dicho la arcángel.

«La Torre de Rafael se vendrá abajo cuando su jefe del espionaje le entregue su lealtad a otro. Y lo hará… porque puedo ofrecerle algo a Jason que Rafael jamás será capaz de igualar», había añadido con una sonrisa que rezumaba veneno.

A Mahiya no le importaban los juegos de venganza de Neha. Lo único que le importaba era el gélido y práctico contrato que conllevaba la ceremonia del voto de sangre pronunciado por Jason. Ella se había esforzado al máximo por completar el rito sin quitarse la máscara de elegancia inofensiva que se había convertido en su arma más poderosa. De ese modo nadie la consideraba una amenaza. Y tampoco lo haría ese jefe del espionaje.

Retiró las cortinas de gasa ámbar y dorada que cubrían el arco de entrada al centro elevado del palacio y se tomó su tiempo para atarlas a los lados antes de hacerle un gesto al espía con la mano para que pasara.

Jason permaneció donde estaba.

«No toleraré que estés a mi espalda».

Mahiya hizo caso omiso del vello erizado de su nuca, que le advertía de un peligro mortal, y lo precedió hacia la amplia estancia central, cuyo techo se alzaba hasta el tejado. Su estómago amenazó con revolverse de nuevo a causa del hedor, pero logró controlar el reflejo de las náuseas gracias a la determinación y porque estaba familiarizada con ese olor. Neha la había dejado en el palacio para que «acompañara a Eris» durante las horas posteriores a su asesinato.

«Era tu padre, después de todo. Te concederé tiempo para que te despidas».

Por una vez, Mahiya no lo consideró un acto consciente de maldad, ya que la propia Neha había regresado para permanecer sentada junto al cadáver hasta una hora antes de la llegada de Jason. La arcángel había acariciado con los dedos el cabello de Eris, cuya melena caoba estaba salpicada de mechones más claros, ya que últimamente Neha le había permitido pasar cierto tiempo en el patio, bajo la abrasadora luz del sol.

«Es una criatura del sol, nacida en la cima de una montaña con vistas al Mediterráneo».

Sin embargo, aquella estancia sin ventanas y sin luz solar, con el suelo de mármol recubierto por una gruesa alfombra con espirales en tonos ámbar y dorado, era el lugar donde Eris había pasado la mayor parte de su tiempo. La lámpara de araña del techo era una obra de arte que iluminaba toda la estancia y hacía que la cornalina de las paredes resplandeciera como si fuera fuego… y que la sangre cristalizada del suelo brillara con repulsiva belleza.

Esa sangre se había derramado desde el amplio diván que Eris utilizaba a menudo para «recibir visitas» cuando Mahiya le llevaba un mensaje. Una copa de vino tinto había dejado una horrible mancha en la espiral de colores de la alfombra, y había una bandeja de fruta (con melocotones exóticos y bayas rojas de gélidas tierras lejanas, higos y albaricoques de las plantaciones de Neha) a medio comer.

Las moscas zumbaban sobre la bandeja plateada, pero en realidad no estaban interesadas en la fruta.

No, lo que atrapaba su atención era el cadáver en putrefacción del hombre que yacía medio encima del diván, con las alas extendidas en un dramático despliegue final y el pecho abierto para exhibir una profunda cavidad corporal. Si bien la sangre que había fuera del cuerpo se había cristalizado para convertirse en una sustancia quebradiza similar a una roca salina rosada, la que se hallaba en el interior de la cavidad se había endurecido hasta adquirir el mismo tono rojo oscuro de las bayas, una muestra de que su cuerpo había intentado repararse sin éxito.

Rubíes de muerte.

A Mahiya le repugnaba la idea de llevar joyas creadas con la sangre de un ángel muerto, pero había sido una práctica aceptada en el pasado, cuando los amantes llevaban esas gemas en recuerdo de los ángeles que habían muerto en circunstancias que permitían la formación de los rubíes de muerte. No era de extrañar que Eris estuviera tan hermoso aun muerto, porque en vida había sido la encarnación de la perfección física, con una piel de oro resplandeciente y unos ojos azules como el lapislázuli.

Jason no mostró repulsión al ver el cuerpo mutilado de Eris, y su respiración no se alteró ni siquiera cuando examinó los restos de su «padre».

«Si hubiera tenido la oportunidad de estrangularte cuando aún estabas en la cuna, lo habría hecho de inmediato. Sin ti, ella habría perdonado mi desliz hace mucho tiempo —una copa de vino se estrelló contra el mármol—. Ten cuidado cuando duermas, muchacha. Tengo amigos que podrían romperte el cuello por mí».

Era el recuerdo más vívido que tenía del hombre que había donado su semilla para engendrarla.

Ignorando las moscas que zumbaban sobre los restos de un hombre que en cierta época había sido el favorito en todas las cortes desde la Antigua Grecia hasta la Ciudad Prohibida, Jason se inclinó para acercarse y comprobar que, como parecía a simple vista, a Eris le habían arrancado el corazón y todas las demás vísceras. Había un montón de materia amorfa en descomposición a su derecha, y supuso que serían los restos de los órganos extraídos.

El hecho de que aún tuviera la cabeza pegada al cuello fue toda una sorpresa, ya que si bien a Eris siempre se le había considerado demasiado débil para ser el consorte de una arcángel, esa debilidad derivaba de su carácter, no de la fuerza bruta de su cuerpo.

Jason examinó lo que parecía sangre seca bajo una de las fosas nasales de Eris. La sustancia era de un color casi negro, y se había coagulado en lugar de cristalizarse.

—¿Encontraron alguna aguja larga junto al cuerpo?

Mahiya negó con la cabeza, pero su expresión no mostraba el pesar y la angustia que Jason habría esperado en una mujer junto al cadáver de su padre.

—Nadie se ha llevado nada de este palacio desde que Neha descubrió el cuerpo —hizo una pausa—. ¿Deseáis que registre la habitación?

—Sí.

Mientras ella empezaba a buscar, Jason se inclinó, colocó la mano bajo la cabeza de Eris para levantársela y luego golpeó el hueso craneal con los nudillos de la mano libre.

Mahiya detuvo su búsqueda.

—Suena… a hueco.

—Le han extraído el cerebro.

Con cuidado de mantener el sari lejos de la alfombra manchada de sangre, la princesa dio por finalizada la búsqueda sin encontrar la aguja y formuló una pregunta que Jason no habría esperado de una mujer vestida de rosa claro cuyos movimientos hablaban de elegancia y femineidad.

—¿Cómo? —la curiosidad derribó la fachada de cortesía distante—. La cabeza parece ilesa.

Jason sintió que su interés por Mahiya se volvía más profundo, más intenso.

—Se utiliza una aguja con el extremo convertido en un garfio que se mete hasta el cerebro a través de la nariz —dijo, describiendo un método utilizado por los antiguos egipcios como parte del proceso de momificación—. Luego se mueve la aguja hacia los lados hasta que el cerebro se licúa lo suficiente para poder extraerlo por esa misma vía.

A juzgar por la amplia zona de material seco que había justo por debajo de la cabeza, era evidente que habían triturado el cerebro y habían dejado que goteara por la nariz de Eris antes de tumbarlo de espaldas, como se encontraba en aquellos momentos.

Se produjo un breve silencio, y Jason se preguntó si había subestimado la fuerza interior de aquella princesa criada en una fortaleza similar a un invernadero, que en esos momentos lo miraba con unos ojos tan brillantes como los de un gato. Unos ojos marcados por una acerada inteligencia que no encajaba con su tácita conformidad ante las exigencias de Neha ni con la manera en que había acatado sus órdenes sin rechistar.

Luego, cuando habló, Jason supo que sus instintos no lo habían engañado. Tal vez Mahiya no fuera una rival lo bastante fuerte para preocuparlo, pero tampoco era una princesa consentida a la que pudiera ignorar.

—Entonces… —lo miró pensativa—… quienquiera que hiciese esto estaba bien preparado. No solo traía la hoja que utilizó para sacar las vísceras a Eris, sino también un gancho. Y quizá también otras herramientas.

—Incluido un estrangulador —Jason señaló la marca que había en la carne necrótica de Eris, sobre aquella piel dorada que se había convertido en el hogar de las criaturas que se alimentaban de la muerte—. Tal vez fuera el primer ataque.

Un primer ataque había sido suficiente para incapacitar al ángel y dar tiempo al asesino para infligir heridas más debilitantes. Porque aunque los humanos consideraban inmortales a los ángeles, posiblemente solo hubiera un verdadero inmortal en el mundo: Lijuan. Los demás solo eran más difíciles de matar.

—Estaba atado —dijo Mahiya, que indicó las marcas visibles en las muñecas de Eris, donde la carne en descomposición dejaba el hueso al descubierto—. Porque el hecho de que la carne se haya corrompido tan rápido…

—Significa que las ataduras se la abrieron hasta el hueso —eso también explicaba las salpicaduras de sangre cristalizada que había bajo el lugar donde colgaba su muñeca—. Eris era lo bastante poderoso para romper las cuerdas ordinarias. Las ataduras debían de estar impregnadas con algún tipo de metal.

—O puede que el asesino utilizara algún estrangulador de sobra para atarlo, ¿no? —sugirió Mahiya con una súbita vacilación.

Jason se preguntó qué clase de vida había llevado exactamente aquella princesa que había dado un salto intuitivo que él mismo acababa de plantearse.

—Sí. ¿Es posible que Neha lo haya desatado y se haya desecho de las pruebas?

Esto último delataría la intención de una mujer que no quería que encontraran a su amante atado e indefenso.

Sin embargo, Mahiya negó con la cabeza.

—No, solo entró en la habitación medio minuto antes que yo.

Lo que significaba que habían dejado a Eris así a propósito. Como si fuera un trofeo, o una advertencia. Pero ¿quién se atrevería a jugar con Neha de esa forma? ¿Otro de los miembros del Grupo? Tendría que reflexionar sobre el tema. Y también sobre el hecho de que Eris no había sido asesinado sin más. Lo habían torturado. Cabía la posibilidad de que lo hubieran hecho sufrir para hacer daño a Neha con esa muerte, pero parecía haber algo muy personal.

Todo guardaba una relación muy íntima, desde la estrangulación hasta el hecho de extraer los órganos del hombre… con una pequeña daga, si Jason había interpretado bien las marcas del hueso. Estaba casi seguro de que habían dejado el cerebro para el final, porque de ese modo había muchas más probabilidades de que Eris siguiera consciente mientras el asesino despedazaba su cuerpo. Lo habían sumido en el terror y la agonía… lo que explicaba las heridas que tenía alrededor de la boca, los cortes de su lengua y de sus labios.

Lo habían amordazado para acallar los gritos.

Jason se enderezó y se fijó en la ropa de Eris. Llevaba pantalones de seda y un chaleco bordado con motivos tradicionales que dejaba su musculoso pecho al descubierto.

—¿Se vestía así normalmente?

—Sí. Siempre fue muy ordenado y no descuidaba su apariencia, pero hace mucho que había abandonado la formalidad de la corte.

Y en cambio, pensó Jason, había optado por abrazar una lánguida sensualidad que atraería a su esposa. Una esposa que no lo había perdonado en trescientos largos años. Al mirar a su alrededor, Jason vio el suelo limpio bajo la sangre derramada, estatuas pulidas y paredes resplandecientes. Estaba claro que los sirvientes tenían permiso para entrar en el palacio.

Y también otros, recordó entonces.

Kallistos, el vampiro que había intentado matar a Dmitri, conocía la localización del hogar de Eris en Estados Unidos, a pesar de que era un lugar que muchos habían olvidado. Era muy probable que el vampiro hubiese obtenido esa información directamente de Eris, quizá a cambio de algún tipo de favor o bien uniendo las piezas de información que a Eris se le hubieran escapado. Así pues, era evidente que acceder a aquel palacio no era algo imposible.

—Ya he visto suficiente.

Se encaminó hacia el arco por el que habían entrado con la esperanza de que Mahiya no lo siguiera, aunque ya había tenido tiempo de sobra para evaluar su nivel de amenaza y decidir que no era un peligro tenerla a la espalda. Quizá la joven se moviera tan silenciosamente como el viento, pero no era lo bastante sigilosa. Además, no llevaba armas encima, ya que el sari caía sin impedimentos a su alrededor y la curva de su cintura estaba bien definida bajo el tejido.

Caminaba con demasiada fluidez para llevar una daga enfundada en el muslo, y su flequillo era demasiado fino para ocultar un estrangulador. Sin embargo, las horquillas de su cabello eran muy, muy afiladas. Utilizadas de la manera correcta, podrían cegar a un hombre, cortarle la carótida o incluso detener su corazón. Eran las armas de una mujer que, aunque no había sido entrenada para la lucha, no quería convertirse en una víctima a la espera de lo que le ocurriera.

Jason se sintió inundado por una inesperada fascinación.

«¿Qué otros secretos escondes, princesa?»

A la parte derecha de la entrada había una escalera lo bastante amplia para seres alados. La luz de la luna, cada vez más apagada, se derramaba sobre los peldaños superiores, tiñéndolos con los tonos rojos, amarillos y azules de una vidriera que tendría quizá dos palmos de ancho y casi un metro de alto. Jason subió, ignoró el pasillo que conducía a las habitaciones de ese nivel, giró a la derecha y empujó un par de puertas situadas junto a otra larga vidriera.

Las puertas se abrieron hacia un amplio balcón cerrado con una celosía de piedra de delicada filigrana que le habría permitido a Eris observar el jardín sin ser visto. Esa celosía, de exquisita manufactura, era una pieza común en la arquitectura antigua, aunque en la mayoría de los casos la utilizaban hombres que deseaban esconder a sus amantes y concubinas de los ojos codiciosos de los demás.

Jason se adentró en el balcón y observó la ciudad que había más allá del lago situado a los pies de la fortaleza. Estaba claro que para Eris, un ser alado que tenía prohibido surcar los vientos, habría sido una tortura ver aquella tremenda caída vertical.

—Oí rumores de que Neha había llegado a cortarle las alas a Eris.

A pesar de los abusos que había sufrido el resto del cuerpo de Eris, Jason había visto que sus alas estaban intactas.

—Yo era demasiado joven en aquella época para acordarme —dijo Mahiya, que se había quedado fuera, con una mano apoyada en el marco de la puerta—, pero he oído comentarios al respecto en varias ocasiones. Sin embargo, no repitió el castigo una vez que volvieron a crecerle las alas… y creo que se arrepintió de haberlo hecho.

El amor, pensó Jason, podía ser la más debilitante de las flaquezas.

«Jason, siento mucho haberte asustado, hijo mío. No pretendía enfurecerme».

Tras internarse aún más en el balcón, se fijó en las ventanas de la pared interior, compuestas por diez piezas de cristal rojas y verdes. Esas piezas individuales eran cuadrados que tendrían el tamaño aproximado de la palma de su mano, y creaban un efecto delicado sobre la piedra del palacio. También había ese tipo de cristales en las puertas abiertas de un dormitorio que, según parecía, ocupaba la mayor parte del segundo nivel y cuyas paredes se curvaban para abrazar el núcleo central del palacio.

Una magnífica lámpara de araña derramaba una luz mortecina y parpadeante desde el techo. Cada una de sus ramas de cristal acunaba miles de velas, muchas de las cuales se habían consumido, y por eso la luz no era más intensa, más brillante.

—¿A Eris no le gustaban las cosas modernas? —le preguntó a la mujer que había entrado en el dormitorio desde el pasillo.

—No, prefería la luz de las velas en sus aposentos privados.

Lo que significaba que la estancia de abajo había hecho las veces de recibidor.

—¿Cuántas visitas le permitían?

—Dependía del estado de ánimo de Neha —una respuesta que decía mucho sobre la existencia de Eris—. Nada de mujeres, a excepción de Neha y de mí. Incluso los sirvientes que trabajan en este palacio son hombres.

Para un ángel que había sido el favorito de las mujeres, aquello debía de haber sido como si le amputaran una pierna.

—¿Crees que se acataban las normas?

—Creo que Eris no tenía ningún deseo de enfadar más a Neha.

No había respondido a la pregunta, y la forma en que Mahiya había inclinado la cabeza para apartar su rostro de la luz mientras hablaba con él dejaba claro que la princesa sabía más de lo que decía.

El sigiloso cazador que había en Jason entró inmediatamente en estado de alerta.