Capítulo 14
Después de pasarse el resto del día escuchando a escondidas lo que decían los cortesanos y los soldados, los mortales y los vampiros, los ángeles jóvenes y los antiguos, Jason utilizó el abrigo de la noche para ocultarse mientras sobrevolaba la fortaleza. Estaba casi seguro de conocer la identidad del asesino de Eris. Sin embargo, necesitaba averiguar un par de cosas más, y Mahiya intentaba en esos momentos descubrir una de ellas en la corte de Neha.
Descendió para aterrizar cerca del exquisito jardín del patio, donde las bellezas se habían reunido esa noche supuestamente para compartir su dolor, y dejó que el estanque de oscuridad del lugar que había elegido para posarse se fundiera con su cuerpo. A pesar de lo que pensaban algunos, Jason no era capaz de crear sombras de la nada, pero sí podía extender y amplificar las hebras de oscuridad hasta resultar invisible para la mayoría de la gente o convertirse en una de esas imágenes fantasma que se miraban con el rabillo del ojo.
No siempre se había sentido como en casa en las sombras.
—¿Cómo voy a ser un explorador nocturno si me da miedo la oscuridad?
Su labio inferior temblaba mientras caminaba al lado de su madre, ayudándola a recoger crustáceos en la playa que se encontraba a media mañana de vuelo de su hogar.
—A todo el mundo le da miedo la oscuridad cuando es joven —tiró de él hasta un estanque de roca poco profundo y le mostró un cangrejo ermitaño que paseaba con su hogar a la espalda—. A veces te encanta la oscuridad, como la noche que volaste con tu padre.
—Entonces había estrellas —las estrellas le recordaban a las joyas brillantes que solía ponerse su madre cuando tenían visitas. No habían recibido visitas desde hacía mucho tiempo, probablemente porque su padre siempre estaba muy enfadado—. En realidad no estaba oscuro.
El vestido de color amatista de su madre flotó con la brisa.
—Tú ya ves en la oscuridad mucho mejor que yo. Me ayudaste a encontrar el pendiente que perdí hace un par de noches, ¿lo recuerdas?
Jason asintió.
—No fue difícil.
La perla negra con ese bonito brillo azul le había hecho una especie de guiño en la oscuridad.
—No lo fue para ti, mi niño listo —se echó a reír de esa manera que hacía que Jason riera también, y luego añadió—: Un día verás tan bien de noche como si caminaras a la luz del día. Y entonces jamás volverás a temer la oscuridad.
Su madre no se equivocaba. Cuando cumplió ciento cincuenta años, su visión nocturna se había desarrollado hasta tal punto que veía tan bien como los depredadores de la noche. La oscuridad era un hogar para él, y en esos momentos se envolvió con ella mientras vigilaba.
El lugar estaba iluminado por la luz parpadeante de centenares de velas, muchas protegidas por candeleros de cristal coloreado que convertían el mármol de los edificios circundantes en un paisaje de ensueño. Y, en cuanto a los que estaban allí, se oían risas apagadas y tonos menos vibrantes de lo que cabría esperar en la corte de una arcángel, pero esas eran las únicas muestras de respeto por la muerte de Eris.
Nadie habría dicho que su pira funeraria se prendería al día siguiente.
Sin embargo, a pesar de las muchas mariposas pintadas que sujetaban copas de champán y hablaban con elegantes gestos mientras maniobraban para conseguir mejores puestos, no le costó nada localizar a Mahiya. Vestida con un sari de seda verde azulada con un fino ribete dorado, se movía entre la multitud con la facilidad propia de alguien que se encontraba en un terreno familiar.
De pronto, la princesa se detuvo, volvió la cabeza en su dirección y su mirada se volvió tan penetrante que Jason logró atisbar el color castaño dorado de sus ojos incluso desde esa distancia. Era imposible que hubiera detectado su presencia, pero estaba seguro de que lo había hecho. Ella empezó a caminar de nuevo, pero había una tensión casi imperceptible en sus hombros. Mahiya era todo un enigma, una mujer con los modales de una corte de élite y los instintos de una cazadora.
Tras examinar a la multitud, Jason confirmó que Neha permanecía junto al cuerpo de Eris. Sabía que la arcángel solo había permitido asistir a la ceremonia funeraria a la familia de Eris. Algunos chismes aseguraban que la arcángel se mostraba celosa con su consorte incluso después de muerto, pero Jason creía que Neha lloraba demasiado su muerte para compartir su dolor.
Cuando volvió a concentrarse en la princesa, vio que esta se alejaba del grupo. Examinó a los invitados que quedaban una vez más antes de dirigirse al palacio que compartía con ella, ya que había visto un borrón verde azulado atravesar la puerta.
Entró detrás de Mahiya, cerró las puertas principales y subió la escalera. La encontró en el balcón que compartían, con la mirada clavada en el patio iluminado tan solo por cuatro lámparas tenues. La princesa no se sorprendió cuando se situó junto a ella. Solo un pequeño escalón separaba su zona del balcón de la de Mahiya, y mientras que en la de Jason había columnas que sujetaban el tejado y un borde despejado para facilitar el vuelo, en la de ella había una barandilla a la que ahora se aferraba.
—Se llamaba Audrey —las palabras fueron pronunciadas en voz baja, sin rastro aparente de la furia que sentía antes—. Una vampira rubia, alta y llena de curvas. Formaba parte del círculo de Neha desde hacía dos décadas, pero no había llegado a entrar en la corte principal.
—¿Cuánto hace que desapareció?
—Desapareció el mismo día que asesinaron a Eris, aunque nadie ha relacionado todavía ambos incidentes. Aquellos que se han percatado de la ausencia de Audrey creen que se trata de un simple asunto de trabajo. Nadie se ha molestado en intentar contactar con ella. No era una de las favoritas, y las amistades que había entablado eran, en el mejor de los casos, muy superficiales —apretó las manos alrededor de la barandilla y siguió mirando el paisaje nocturno—. ¿Crees que ella mató a Eris?
«Mírame, princesa».
—Es una conclusión posible.
Ella se aferró con más fuerza a la barandilla.
—¿Tengo alguna importancia? —era una pregunta con muchos matices, pero Jason sabía que solo había percibido los más aparentes—. En el gran esquema de tu existencia, ¿mi vida te importa algo?
Era un hombre acostumbrado a guardar secretos, pero en ese instante supo que debía responder si no quería arriesgarse a perder algo que ni siquiera sabía que buscaba.
—Sí. Importas.
Mahiya se estremeció… y, por fin, posó sus brillantes ojos en él.
—¿Cumplirás nuestro trato, entonces?
—Sí.
Con trato o sin él, Jason no pensaba dejarla en manos de Neha, pero no le haría promesas hasta que supiera con seguridad que no las rompería.
—Ella no está en sus aposentos —dijo al ver que él se acercaba al borde de la terraza con la intención de echar a volar—. Lo he comprobado antes.
Jason no estaba acostumbrado a dar explicaciones a nadie. Incluso Rafael le daba rienda suelta, pero el comentario de Mahiya tenía un matiz orgulloso que le decía que esa mujer, esa superviviente, estaba al borde del abismo.
—Bien —se volvió y la miró a los ojos para demostrar que le había prestado atención—. Tengo otra idea que me gustaría explorar.
Una pausa y, después, un breve asentimiento con la cabeza.
—Esperaré a que regreses —dijo con una voz que ya no parecía tan fría.
Esas palabras le produjeron una sensación extraña mientras se alejaba del balcón para alzarse hacia el cielo nocturno cuajado de diamantes. Allí, se convirtió en una sombra invisible contra las estrellas y «escuchó». Su don no era de los que podían utilizarse a demanda, pero podía situarse en un estado mental óptimo para activarlo. Lo hizo en esos momentos, envuelto por los caprichosos vientos que sacudían los mechones de pelo de su coleta y le pegaban la camisa al cuerpo.
Los susurros empezaron a filtrarse en su mente minutos después, un millar de pequeños fragmentos sin ningún significado. Paciente, permitió que el torrente de información sensorial fluyera a su alrededor. Cambió de posición con respecto al viento y voló sobre las montañas y los valles, siguiendo un instinto que había agudizado casi al máximo en sus setecientos años de vida.
No había nada extraño en el valle donde el rastro desaparecía, pero Jason descendió de todas formas y aterrizó con el sigilo que le era tan natural como respirar. Bañado en las sombras creadas por la luz de la luna, aquel terreno no revelaba ninguno de sus secretos… hasta que el viento cambió.
Descomposición polvorienta, pero sin hedor a podredumbre.
Captó la dirección de la brisa y la rastreó hasta un montón de piedras grises, algunas de las cuales tenían el tamaño de coches pequeños. La pared de roca que había sobre él le decía de dónde procedían, aunque había pasado el tiempo suficiente para que la resistente hierba que había evolucionado para sobrevivir en aquellas condiciones climáticas tan duras hubiera crecido alrededor de las piedras, donde le llegaba hasta las rodillas.
Había sido un golpe de suerte, pensó Jason, que el cuerpo hubiera caído en una grieta cuando lo soltaron. O, mejor dicho, los restos del cuerpo. De otro modo, los centenares de espejos diminutos que llenaban la falda larga habrían actuado como un faro bajo la luz del sol. De esa manera, la falda femenina había quedado oculta por las rocas, y la mayor parte del cadáver estaba atrapado en la fisura creada por dos trozos de piedra adyacentes.
La sangre se había secado y encostrado en el tiempo que la mujer llevaba allí, sola y olvidada. Su largo cabello rubio estaba seco pero, paradójicamente, brillante. Su rostro era irreconocible. Sin embargo, la sombra de las rocas había conservado tejido suficiente en su rostro y en su cuerpo para que Jason se diera cuenta de que tenía muchos cardenales. Podrían ser el resultado del golpe contra las rocas, pero el espía apostaba que había recibido una paliza antes de su muerte. Porque aquel asesinato, al igual que el de Eris, hablaba de furia, de rabia.
El ensañamiento había sido tal que ni siquiera la descomposición o el pillaje de los animalillos y las aves lograba ocultar que la habían apuñalado repetidas veces. Allí donde la estructura esquelética había quedado expuesta a los elementos, se apreciaban las muescas que la hoja había dejado en los huesos, marcas de una terrible violencia que perdurarían hasta mucho después de que los gusanos hubieran limpiado lo que quedaba de carne.
Estaba claro que Audrey no había sido una vampira muy fuerte, porque aunque su corazón había desaparecido (arrancado con brutalidad, a juzgar por el aspecto destrozado de la caja torácica), aún tenía la cabeza unida al cuerpo. Dicha cabeza estaba herida y agrietada, y la piel del cuello se había arrugado hasta alcanzar la sequedad propia de las momias, pero, por lo que Jason podía ver, los daños que presentaba habían sido causados por los pájaros y los roedores, no por un intento de decapitación.
Sus manos ya no eran más que huesos, así que no había forma de saber si había llevado anillos en algún dedo, pero, ahora que conocía su nombre, podría comprobarlo en alguna fotografía. Examinó la zona que rodeaba el cadáver, pero no encontró nada importante. Dejarla allí iba en contra de todas sus creencias, pero todavía no podía arriesgarse a llevarla a la fortaleza. La reacción de Neha era impredecible, y las cosas podrían ponerse muy feas en poco tiempo si no hacía las cosas como había que hacerlas.
Además, hacía mucho tiempo que Audrey ya no sentía dolor. Jason debía preocuparse de otras vidas.
—Ocurra lo que ocurra, me aseguraré de llevarte a casa —prometió antes de regresar a una zona más abierta del valle para elevarse hacia el cielo.
Las puertas del balcón de Mahiya estaban abiertas, como una invitación, y cuando Jason entró, la encontró sentada sobre un cojín en el suelo del salón. Había cambiado el sari por una túnica de un intenso color aguamarina y unos pantalones de algodón negro, y llevaba el pelo recogido en ese moño junto a su elegante cuello.
Frente a ella había una mesa baja de madera tallada con leves incrustaciones de oro en los bordes. Encima había una tetera, una bandeja con distintos aperitivos y dulces, y dos tazas. La decepción hizo que Jason se quedara inmóvil.
—Esperabas a alguien.
La risa de Mahiya fue cálida.
—Te esperaba a ti.
Hacía mucho, mucho tiempo que no lo pillaban desprevenido.
—¿Cómo sabías cuándo regresaría?
El exquisito té negro que ella había comenzado a servir desprendía nubes de vapor.
—Una buena anfitriona siempre descubre las costumbres de sus huéspedes —le hizo un gesto con una de sus esbeltas manos sin anillos, aunque con dos brazaletes de cristal del mismo tono que la túnica, para señalar el cojín que había al otro lado de la mesa—. Siéntate, por favor.
Jason se preguntó si pretendía seducirlo, y decidió que era poco probable: su túnica era demasiado modesta, con un cuello mandarín alto y las mangas hasta el codo. Además, su rostro carecía por completo de maquillaje.
Algo desconcertado al ver que ella se había molestado tanto, apartó el cojín y se sentó en el suelo, apoyando las alas sobre los pequeños almohadones enjoyados que había alrededor. Notaba el tejido suave en las plumas de la parte inferior.
—Debes de tener algún tipo de don sensorial para anticipar mi llegada con tanta precisión.
—¿Qué? No —la sorpresa dio paso a una sinceridad tan renuente que Jason supo que habría preferido decirle que tenía un don—. He vigilado el cielo. Así que ya ves, la cosa no tiene ningún misterio.
Salvo el hecho de que lo había visto. Nadie veía a Jason cuando él no deseaba ser visto, y no había deseado que lo localizaran mientras se acercaba a la fortaleza. Eso significaba que Mahiya tenía un don.
—¿Cuándo me has visto? —preguntó en un tono indiferente, ya que quería sondear hasta dónde llegaban sus habilidades—. ¿Cuando he salido de las nubes?
—Supongo que sí… Te he visto en el horizonte, cerca de Custodio.
En ese momento estaba muy, muy alto en el cielo, convertido en un punto negro sobre la oscuridad. El hecho de que Mahiya hubiera desarrollado lo que parecía ser un agudísimo sentido de la vista a una edad tan temprana le dijo que poseía el potencial de convertirse en una criatura muy poderosa. Había cometido un error al olvidar que era la hija de dos poderosos inmortales, admitió Jason para sí, complacido por la gentileza de la fuerza de Mahiya, más parecida a un silencioso y persistente chorro de agua contra la piedra que a un violento terremoto.
—Tu té.
—Gracias —dijo Jason en la misma lengua que Mahiya había utilizado, y eso le granjeó una sonrisa por parte de ella.
Cuando la princesa le señaló la bandeja de aperitivos, Jason se comió la mitad casi sin darse cuenta. Se había perdido la cena y tenía más hambre de lo que creía. Mahiya no había dejado de observarlo con sus brillantes ojos felinos, y Jason buscó en ellos el odio venenoso que debería haberla infectado… pero solo encontró una inteligencia incisiva y un espíritu dulce que no podía disimular, sin importar lo bien que se le diera utilizar las máscaras cortesanas.
La fascinación se mezcló con un orgullo que jamás habría esperado sentir por la princesa Mahiya, ya que se necesitaba la voluntad de una leona para lograr mantener ese veneno a raya cuando se derramaba sobre ella todos los días.
—¿Has encontrado a Audrey?
Jason consideró la pregunta y decidió confiarle la verdad para mesurar su respuesta.
—Sí.
—Estaba muerta, ¿verdad? Y es muy probable que fuera la mujer que entibiaba el lecho de mi padre.
La velocidad y la precisión de su razonamiento dejaron a Jason paralizado.
—Sabes quién mató a Eris —dijo él muy despacio al darse cuenta de que se había equivocado en más de una cosa—. Siempre lo has sabido.
Era demasiado rápida, demasiado buena escuchando aquello que no se decía para no haber atado cabos.
Mahiya dio un respingo mientras dejaba su taza sobre la mesa, y tuvo que actuar con rapidez para impedir que la fina porcelana se volcara.
—¿Qué?
Jason dejó su taza encima de la mesa y alargó el brazo para coger la tetera y servirle más té a la princesa.
—Bebe.
Ella acató la orden con dedos temblorosos. Cuando volvió a dejar la taza, su expresión se había vuelto decidida.
—Tú primero.